Capítulo 30. «Recuérdame por qué debo confiar en ti»
Música: Perfect / Ed Sheeran
«Recuérdame por qué debo confiar en ti»
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OLIVER
Estoy en un puto cielo colmado de estrellas.
Y todas ellas parecen estar al alcance de mis manos si cierro los ojos. El problema es que no quiero cerrarlos.
No quiero apartar la mirada de ella y de la forma en la que sus labios se separan para recibirme. De sus ojos, que no se apartan de los míos mientras me devora. Y resulta tan malditamente difícil resistirme al impulso de mis párpados cuando la visión delante de mí es tan ardiente como el infierno, pero de alguna forma lo consigo.
—Joder, Emma... —gruño su nombre—. Nunca dejes de mirarme así...
Sus labios forman una sonrisa en la cima de mi dureza, luego se separan para que su lengua continúe disfrutando de todo lo que tengo para dar. De todo lo que ella me provoca.
Y es tanto que no estoy seguro de cuánto tiempo pasará antes de que lo deje salir absolutamente todo.
Estar entre sus piernas y tragarme su orgasmo como lo hice unos minutos atrás, me habría por esta noche. No esperaba nada a cambio más allá de la satisfacción de haberla complacido. De haberle dado un pequeño paseo por la luna antes de llevarla a tocar las estrellas. Pero cuando ella me hizo girar sobre el colchón para tomar el control de la situación..., cuando sus manos se encargaron de liberar mi excitación y sus labios bajaron para hacerla desaparecer entre su boca, supe que nada me parecería suficiente ahora.
Supe que ella no pararía hasta hacerme estallar, y ahora mismo lo único que yo quiero es hacerlo en su boca.
Mis ojos finalmente se cierran, en contra de mi voluntad. Porque sé que, si la sigo mirando, terminaré haciendo algo que quizás ella no desee que haga.
—Nena, estoy a punto de correrme... —le digo, pero suena más como una dolorosa forma de pedirle que se aparte. Sin embargo, al notar que, en lugar de hacerlo, los movimientos de su mano en sincronía con los de su boca se vuelven más intensos, la miro—. Joder, ¿estás segura?
Ella no me responde. Es imposible que lo haga con mi erección ocupando sus labios. Pero la caída que realizan sus parpados antes de entregarse por completo a la tarea de darme placer, me basta para entregarme yo también. Enredo mis manos en su cabello, y guiado por el instinto, la ayudo a subir y bajar a mi alrededor. Lo hago veces necesarias para que sus ojos se llenen de lágrimas. Las necesarias para hacerme estallar.
Lo dejo salir absolutamente todos. Días y días de ganas acumulados. Mientras sus labios se encargan de absorber cada uno de ellos sin parpadear. Mirándome. Acabando conmigo de formas en las que no sabía que un hombre podía acabar.
Mis brazos caen a los lados de mi cuerpo de la misma manera que acaba de caer el puto muro que separaba un acto sexual de algo más... algo mucho más intenso y aterrador.
Pero no me importa.
Porque esta ha sido una de las experiencias más alucinantes de mi vida. Igual de alucinante que me resulta ella cuando finalmente se separa de mí y conduce su mirada vidriosa hasta la mía.
La tomo por los brazos y la hago subir por mi cuerpo.
—Eres perfecta —le digo, dejando un beso sobre su frente—. Jodidamente perfecta, Emma.
—Solo lo dices porque acabo de tragarme tu orgasmo. —Pone los ojos en blanco, pero está sonriendo.
—Quizás —digo, ganándome un manotazo—. Pero también lo digo porque es la verdad, Emma. Lo eres.
Busco sus labios sin importarme el lugar en el que se encontraron antes de estar de nuevo sobre los míos, porque es un puto privilegio que tengan mi sabor.
Un privilegio que no estoy dispuesto a perder.
🌴🌴🌴
No tenía idea de lo incómodo, y a la vez malditamente agradable, que podía resultar dormir con una chica a tu lado, pero lo he descubierto tras una semana durmiendo con una.
Y no cualquier chica, sino la única que aún con el cabello enmarañado y un hilillo de baba corriéndose por la comisura de su boca, es capaz de seguir viéndose jodidamente atractiva ante mis ojos. Una a la que deseo besar sin preocuparme por su mal aliento. Y una por la que soy capaz de soportar el doloroso hormigueo en mi brazo solo para no molestarla.
Desde la noche en la que hablé con Anny para que dejara a Emma pasar la noche conmigo, no hemos parado de buscar excusas para dormir juntos todas las noches. A veces en su cama, cuando me escabullo a escondidas a través de su ventana, y otras, como hoy, de nuevo en la mía, tras una de sus agotadoras jornadas de trabajo en el bar.
La luz del sol que se cuela en la habitación me permite ver con claridad cada detalle de su rostro. No recuerdo haber estado con una chica con tantas pecas sobre sus pómulos y nariz como tiene Emma, pero cada de una de ellas parecen formar una pequeña constelación, haciéndome pensar de nuevo en el día que finalmente la lleve a tocar las estrellas.
Después de lo que compartimos aquella primera noche, hemos tenido un montón más de experiencias similares, pero ninguna a llagado más allá de los orgasmos que nos permitimos con nuestras manos y bocas. No por falta de ganas, porque dios y mi polla saben lo mucho deseo hundirme en su interior. Pero ahí sigue estando una barrera invisible que me impide cruzar esa línea. Quisiera decir que no sé por qué, pero la verdad es que lo he tenido muy claro desde hace días.
No puedo dejar que ella me lo dé todo cuando yo aún no le he dado lo único que ella jamás me pedirá. Algo que simplemente se da. Sin más. Incluso cuando no quieres hacerlo. Incluso cuando te niegas con todas tus fuerzas.
Y yo estoy a solo dos palabras de entregárselo.
—¿Qué hora es?
Sonrío al verla fruncir el ceño tras parpadear un par de veces.
—Podría averiguarlo si liberas mi brazo, Granger.
Ella gruñe y se vuelve de medio lado sobre el colchón. Beso su cabello antes de comprobar la hora en mi móvil, sobre la mesita de noche.
—Ocho y media —digo, volviéndome para abrazarla por la espalda—. Este domingo no trabajas, ¿verdad?
Ella niega, aun con los ojos cerrados.
—Lo que significa que puedo dormir hasta la diez como mínimo. —Su cuerpo se arquea contra el mío y me vuelve loco la forma en la que parecemos encajar.
—De eso nada, salvaje —susurro en su oído, aferrándome con más fuerza a su cintura—. Si nos quedamos en esta cama, no seré capaz de responder por mis actos. Y si queremos llegar a tiempo, debemos salir de casa en una hora.
—¿Llegar a tiempo a dónde? —Sus ojos finalmente se abren y buscan los míos.
—Eso, nena, es una sorpresa.
🌴🌴🌴
Tras una visita rápida al cuarto de baño, bajamos a la cocina y nos encontramos con Edward y Lisa preparando el desayuno.
—¿Qué le pasó a tu cabello? —inquiere Ed señalándome con la paleta que utilizar para voltear los panqueques—. Deberías decirle a tu chica que sea un poco menos salvaje la próxima vez que te besuquee.
—Eh, ¿hola? Estoy aquí.
—Ah, pero mira, si es que tú estás igual, chica independencia —le dice antes de agregar en dirección a Lisa—: ¿Debería regalarles un peine a un espejo?
—Un peine, porque con el espejo pueden ponerse creativos.
Emma pone los ojos en blanco ante sus carcajadas. Yo ya ni pierdo mi tiempo con eso. Estos dos han estado así toda la semana.
—Voy por café, Granger.
—Por favor —responde ella antes de tomar asiento frente a la isla.
—Tengo un cambio de ropa limpia en la habitación, si no quieres hacer de nuevo el paseo de la vergüenza frente a Anny.
Emma baja la vista hasta su uniforme del bar y gruñe.
—Siempre que no sea una minifalda como la vez anterior, lo tomo.
Lisa suelta una risita antes de entregarle un plato con tres panqueques coronados por tres cerezas y un baño de miel escurriéndose por los costados.
—Necesitas alimentarte para recuperar fuerzas, ya sabes, después de tanto ejercicio nocturno.
—Deja la que pecosa disfrute su desayuno en paz, preciosa.
—Paz fue lo que no tuvimos anoche mientras los escuchábamos hacer todas esas cosas pecaminosas.
—Si no te callas ahora mismo, juro que voy a matarte, Lisa.
—El asesinato es penado por la ley, que lo sepas —le devuelve, escudándose de todas formas bajo el brazo protector de mi amigo.
Emma decide ignorar ese último comentario y centrarse en la comida.
—Me parece que estás necesitando esto con urgencia. —Dejo la taza de café junto a su plato y tomo asiento a su lado.
—¿Tú crees? —Le da un sorbo largo y suspira—. Sin cafeína no soy gente.
—Créeme, lo sé. Pero mis besos también son de ayuda. —Me inclino para demostrárselo y del otro lado de la isla Ed y Lisa comienza a celebrarlo con vítores y silbidos ridículos.
—¡Otro, otro, otro! —gritan al unísono como un par de niñitos tontos.
—Ya maduren, por favor.
—Ni que fuéramos plátanos. —Se echan a reír de su propio chiste y luego se ponen a cuchichear dios sabe qué clase de chorrada mientras continúan preparan los panqueques en perfecta sincronía.
Me inclino hacia Emma para susurrar:
—Son tal para cual, ¿no crees?
Ella los mira. Pero no me contesta hasta varios segundos después.
—Hace tiempo que no veía a Lisa luciendo tan libre y feliz, ¿sabes? Y me siento una amiga terrible porque habría jurado que con Adam lo era.
—No eres una amiga terrible, Em. Yo también habría jurado lo mismo de Ed. —Le echo un vistazo a mi amigo, que ahora está haciendo de malabarista con los panqueques—. Y estoy seguro de que en algún punto ambos fueron felices. Es solo que ahora no lo están siendo a medias.
Emma me dedica una sonrisa antes de asentir como si con esas palabras, acabara de quitarle un peso de los hombros,
El resto del desayuno se pasa en medio de pláticas sin sentido, carcajadas y una estúpida guerra de comida que termina con las mejillas de Emma embadurnada de miel y mi cabello lleno con restos de panqueque. Lisa y Ed se encargan de limpiar el desastre, ya que fueron ellos quienes lo iniciaron, mientras la salvaje y yo subimos a limpiarnos y cambiarnos de ropa.
Media hora más tarde, los cuatro estamos bajando de mi deportivo a un costado de una carretera abandonada, bordeada por árboles y una espesa vegetación. El inicio de un puente se asoma unos metros por delante de nosotros, y desde esa distancia alcanzamos a escuchar los gritos eufóricos que solo pueden ser el resultado de un salto.
—¿Esta era tu sorpresa? —Emma señala en dirección a los gritos—. Porque desde ahora les digo que no he redactado mi testamento todavía.
—No exageres, muñeca. Aquí hay muchísima seguridad.
—Lo único que hay es una muerte segura, Lisa.
Su amiga me mira.
—Vale. Mientras tú la convences, nosotros iremos haciendo la fila. —No espera a que le responda antes de tomar la mano de Ed y dejarme solo con Emma.
—Ni siquiera lo intentes, Oliver —dice cuando separo mis labios—. No voy a hacerlo. Pero puedo esperar en el auto mientras ustedes arriesgan sus vidas.
Intenta abrir de nuevo la puerta del copiloto, pero las arreglo para detenerla antes de que lo consiga.
—Sólo piénsalo, será divertido —le digo, atrapándola entre mi cuerpo y la carrocería.
—No.
Una palabra. Cero derecho a réplica.
—No recuerdo que la niña que escalaba árboles por diversión le tuviera miedo a las alturas.
—Y no le tenía.
—¿Qué pasó entonces?
—Descubrí que no era inmune a las caídas. —Me mira—. Y cuando eso pasó, Oliver, tú no estabas ahí para curar mis heridas.
—Pero ahora lo estoy, Emma. —Tiro de ella y la envuelvo en mis brazos—. Ahora estoy contigo, nena. Y te juro que vamos a estar bien.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque las cosas siempre van bien cuando estamos juntos —le recuerdo, y dejo que sean mis labios los que hagan el resto contra los suyos.
—Sabes que no vas a convencerme con esos besos... —dice acusatoriamente.
Yo sonrío como el chico bueno que no soy.
—Y tú sabes lo mucho que me gusta intentarlo.
Emma suspira y apoya la cabeza contra la carrocería.
—No creo que pueda hacer esto, Oliver. Lo digo en serio. —Parece tan agobiada cuando lo dice, que me pregunto si esto realmente ha sido una buena idea—. Lo siento. Pero sé que si miro abajo no seré capaz de saltar.
—Es una cuestión de confianza, Emma.
—Ese es el problema.
Y yo lo odio. Odio lo mucho que a ella le cuesta confiar. Odio que tema tanto caer.
—Podemos hacerlo con los ojos vendados —le digo—. Si eso te hace sentir más segura.
—¿Tú crees que esa sea la solución a mis miedos? ¿Simplemente cerrar los ojos y ya?
—No es la solución, pero es un primer paso. Uno que yo estoy dispuesto a dar a tu lado.
Sus ojos se cierran como si intentara imaginarse a sí misma saltando a ciegas al vacío. Yo aprovecho ese tiempo para robarle un beso lento y profundo que la hace suspirar al final.
—Está bien —dice, volviendo a mirarme—. Voy a saltar, pero con los ojos vendados.
Le dedico una sonrisa que reza: «¿Ves que los besos sí funcionan?». Pero me ahorro las palabras porque no arriesgarme a que se retracte. Y un minuto después nos reunimos con los chicos en el puente.
—Te tardaste menos de lo que esperaba en convencerla. Bien hecho. —Lisa me guiña un ojo. Su amiga acusa de traidora con la mirada.
Pasan varios minutos antes de que nuestro turno llegue, y durante todo ese tiempo sostengo la mano de Emma, que está más sudorosa a cada segundo.
—Tranquila, nena, estaré contigo todo el tiempo —susurro en su oído, y mis palabras parecen calmarla hasta que uno de los instructores les indica a Lisa y Ed que ha llegado su turno.
La rubia se pone a dar saltitos de emoción, arrastrando a mi amigo hacia el lugar donde un equipo especializado se encarga de dotarlos con los arneses y demás implementos de seguridad requeridos para la práctica del puentismo.
Lisa se pone en puntillas y besa a mi amigo en los labios antes de decir:
—Espera, tengo que grabar esto para mis seguidores. ¡Hace siglos que no actualizo mi estado!
Saca el móvil y comienza a grabarse a sí misma antes de enseñar el paisaje. Ed le concede su espacio, evitando ser el foco de la cámara.
—¿Listos? —inquiere el instructor.
—Sí, sí, claro. Lisa guarda de nuevo su móvil y luego se mueve con Ed hacia borde de una plataforma que sobresale del puente, tal como se los indica el equipo a cargo.
Los chicos se abrazan, y sin apartar la mirada el uno del otro, saltan al vacío a la cuenta de tres.
Emma y yo nos acercamos a la balaustrada del puente para comprobar que nuestros amigos siguen estando con vida, pero sus carcajadas eufóricas nos dan la respuesta, y la vista del río bajo nuestros pies, arropado por todo el follaje natural, consigue robarnos el aliento.
Los instructores no han terminado de subir a Lisa y a Ed cuando ya nos están llamando para prepararnos con el equipo de seguridad. Repiten el mismo procedimiento que realizaron con ellos, pero a petición mía, nos hacen entrega de un par de listones gruesos para cubrirnos los ojos.
—Todo va a estar bien, Granger. —Sonrío al notar el nerviosismo con el que mira la tela negra que sostengo en mis manos—. Confía en mí.
Ella asiente, permitiendo que amarre el listón en torno a sus ojos. Le doy en un beso en los labios al terminar y luego procedo a colocarme el mío. Un segundo después, se vuelve oscuridad a mi alrededor. Sin embargo, a diferencia del agujero negro que se abrió en mi cabeza tras impactar contra esa roca en el parque, ahora soy perfectamente capaz de seguir imaginándome a ella ahí, frente a mí, mordisqueando su labio inferior, volviéndome loco.
—Estamos listos —anuncio para el instructor, buscando a tiendas la cintura de Emma y cerrando mis brazos a su alrededor.
El hombre responde que nos preparemos para saltar a la cuenta de tres.
—Recuérdame por qué debo confiar en ti —me pide ella en un susurro tembloroso.
El conteo comienza y a mí solo me toma fracción de segundo pensar en un montón de razones para decirle, pero ninguna de ellas parece capaz de soportar el pese de esa pregunta. A excepción de una.
La única razón que puede darle lógica a todo lo demás. La única que envuelve una verdad tan antigua como novedosa. La única que capaz de justificar la primera derrota de mi vida en la que realmente me siento como un ganador.
—Porque te amo, Emma —lo confieso—. Te he amado toda mi puta vida.
Siento su aliento rozando mis labios un instante antes de escuchar el número «Tres» en la voz del instructor, y lo siguiente que hacemos es dejarnos caer hacia el final de una apuesta en la que termino perdiendo algo más que mi dinero.
La pierdo también a ella.
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Feliz San Valentín, pecadoras.
Empezamos muy bonito con este capi, pero el final... :(
Ya veremos que está pasando con nuestro modelito y la salvaje en el siguiente capi.
Besitos ♥
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