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Capítulo 21. «Déjame convertirme en tu buen cliché»

«Déjame convertirme en tu buen cliché»

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EMMA

«Hijo de Richard Jackson fallece tras participar de una pelea callejera».

—Amarillistas de mierda —mascullo tras bloquear la pantalla de mi celular y centrarme en el médico que examina minuciosamente la herida en la parte posterior de la cabeza de Oliver—. Él no morirá, ¿verdad?

El hombre de bata blanca y cabello engominado me dedica una mirada compasiva, pero sé que solo se debe a que le he hecho la misma pregunta en un periodo no mayor a cinco minutos.

—Solo ha sido una pequeña contusión —repite, reacomodando la venda que cruza sobre su frente—. La tomografía no mostró coágulos de sangre ni signos de fractura. De momento solo debemos dejar que los analgésicos y desinflamatorios hagan su trabajo. —Señala el atril hospitalario donde una enfermera se encuentra suministrando los medicamentos que irán a parar directamente al torrente sanguíneo de Oliver—. Se sentirá mejor cuando despierte, ya lo verás.

Le dedico una sonrisa de cortesía antes verlo salir de la habitación seguido por la enfermera, dejándome sola con el «Bit, bit, bit» que marca los latidos de su corazón.

Apoyo la espalda contra la blanquecina pared y dejo escapar un suspiro. Es la primera vez en al menos una hora que puedo respirar con algo de normalidad.

Cuando las patrullas de la policía y las ambulancias llegaran al parque, consiguieron dispersar a todos los cotillas y morbosos que habían estado inmortalizando la tétrica escena con sus teléfonos en alto y los flashes encendidos, sin embargo, los hashtags que acompañaron las fotos y los videos en la red no tardaron mucho en viralizarse.

Las imágenes de lo sucedido regresan a mi cabeza como flashes turbios y cegadores. Adam a horcajadas sobre el cuerpo mallugado de Ed. Luego Oliver repartiendo golpe tras golpe sobre él. Súplicas. Gritos. Vítores. Y al minuto siguiente, una sombra pasando como una exhalación frente mis ojos, demasiado rápida y colérica para poder detenerla.

Un segundo después Oliver se encontraba cayendo, cayendo, cayendo, y yo, en cámara lenta, sentí que caía con él. Mis piernas cedieron cuando escuché el «crack» de su cabeza colisionando con la punta afilada de una roca que sobresalía entre los guijarros, y en apenas un par de segundos, todos los veranos que había compartido con él se suscitaron frente a mis ojos. Vívidos y llenos de color.

La sangre comenzó a teñir de rojo la piedra bajo su cabeza, y una sensación de terror invadió todo mi cuerpo con la certeza de que esta vez no sería capaz de volver a perderlo.

Me limpio con brusquedad la lágrima que recorre mi mejilla, mientras intento recordarme que soy mucho más fuerte que todo este cúmulo de sentimientos arrolladores y sin sentido que han decidido despertarse con su regreso.

Su respiración es rítmica y acompasada, y sus párpados cerrados me hacen pensar en lo mucho que me gustan sus ojos cuando me miran. En lo mucho que me han gustado siempre.

Porque Oliver Jackson nació para ser esa clase de chicos. De los que cautivan con una mirada y te crean adicción con un beso. Un maldito beso que me pasé todo el día negándole y ahora me muero por regalarle.

La vibración de su móvil sobre la cubierta del libro que hace un par de horas compró para mí me sobresalta en medio del silencio. Me acerco a la mesita a un lado de la camilla y descubro que se trata de una llamada de su papá.

El corazón me da un vuelco. Casi me olvido que fuera de las limitaciones de la burbuja que envuelve al pueblo y sus habitantes, Oliver tiene una familia que se preocupa por él.

Dudo si contestar sea la mejor de las ideas, pero tras varios segundos de vacilación, finalmente lo hago.

—¿Hola...?

¿Quién demonios habla ahí? —la voz Richard Jackson resuena firme al otro lado de la línea, pero también preocupada.

—Soy... una amiga de su hijo. Ahora mismo él no está en condiciones de contestarle y yo...

¿Cómo se encuentra? —su tono es urgente cuando me corta, como si ya supiera de antemano lo que ha pasado en el parque.

Extraño sería que no lo supiera después de que la noticia se hiciera «Trending topic» en redes sociales y todos estuvieran hablando de la inesperada muerte del hijo menor del candidato Jackson. Lo curioso es que parece bastante seguro de que nada de eso es verdad. Supongo que ya ha aprendido a hacer oídos sordos ante las habladurías de los medios de comunicación.

—Los médicos dicen que no ha sido grave —le digo—. Le han hecho una tomografía y le dan suministrados analgésicos. No debería tardar mucho en despertar, puedo decirle que lo llame cuando...

¿Quién eres tú? ¿Desde cuándo conoces a mi hijo?

La brusquedad de sus preguntas me deja contrariada, pero al segundo consigo recomponerme, aclarar mi garganta, y contestar:

—Mi nombre es Emma... Emma Clark. Conozco a su hijo desde que nací y estaba con él porque juntos nos pasamos el día trabajando en una obra para la caridad.

Silencio. Eso es lo único que recibo tras mis palabras.

¿Emma...? —pronuncian al fin del otro lado, con un tono mucho menos imponente e intimidante que el anterior—. ¿La hija de Helen?

—¿Conoce a mí...? —Sacudo la cabeza antes de terminar la pregunta. Las imágenes del álbum que Anny nos enseñó la otra noche me hacen recordar que este hombre no solo conoce a mi madre, sino que también fue uno de sus mejores amigos—. Sí..., soy esa Emma. La hija de Helen. —Más silencio. Uno que comienza a despertar mi curiosidad esta vez—. ¿Tiene algún problema con eso, señor?

No —su respuesta es inmediata—. Ninguno. Es solo que... no esperaba que tras todos estos años Oliver y tú volvieran a coincidir.

—Es difícil no hacerlo siendo vecinos, ¿no?

¿Vecinos? Creí que vivías con tu padre.

—Lo hice, por un tiempo —le digo, incómoda—. Pero Anny, ella me necesitaba, así que...

Claro, lo entiendo. ¿Cómo está ella? Por cierto.

—Fuerte como un roble.

La risa ronca y profunda que me llega del otro lado resulta tan inesperada como plácida en mis oídos.

No lo dudo. Anny es una de las mujeres más fuertes que he conocido en la vida. Por favor, envíale mis saludos.

—Por supuesto que lo haré, a ella le agradará mucho recibirlos —digo—. Siempre está hablando maravillas de usted.

Pues vaya, quizás sea la única persona del mundo que lo haga —las palabras son casi un susurro, pero alcanzo a escucharlas igual—. En fin, Emma, ¿podrías contarme qué ha pasado para que mi hijo acabase en una cama de hospital?

Dejo escapar un suspiro y tomo asiento en el sillón dispuesto junto a la camilla. No tengo idea de qué tipo de relación mantiene Oliver con su padre, pero no creo que haya algo de malo en contarle una versión de los acontecimientos —no tan explícita— a un hombre que se encuentra a kilómetros de distancia, claramente preocupado por su bienestar de su hijo.

—No fue él quien comenzó la pelea —es lo primero que digo, sintiendo unas ganas instintivas de protegerlo.

Ya, pero la pelea claramente terminó con él —agrega Richard con una ironía que me resulta muy propia de su hijo.

Me fijo en su piel pálida de su rostro bajo la luz blanca de la habitación e inconscientemente estiro la mano para apartar un mechón rebelde de su frente. Luego me echo hacia atrás en el sillón y comienzo a relatarle lo sucedido a la persona culpable de que Oliver Jackson se haya convertido en la clase de chico acostumbrado a tenerlo todo solo con un chasquido de dedos.

Y también al culpable de que, una década atrás, me haya dejado.

El candidato me interrumpe varias veces para preguntarme si estoy segura de que el golpe ha sido cosa de un accidente o si me pareció que podía haber ido algo premeditado, si Oliver no se ha metido en problemas durante las semanas que lleva en el pueblo, e incluso si de ahora en adelante yo podría mantenerlo vigilado por él.

Esto último me parece tan descabellado como preocupante. ¿Por qué Richard Jackson teme tanto por la seguridad de su hijo? Y peor aún, si cree que algo malo podría pasarle, ¿por qué lo ha enviado a pasar el verano aquí sin ningún tipo de seguridad?

Vale, ahora que todo el mundo ya sabe que Oliver está pasando el verano en el pueblo, no es de extrañar que se encuentren con uno que otro reportero o paparazzi merodeando por ahí —me advierte una vez que termino de contárselo todo—. No te alarmes por eso, pero tampoco dejes de estar atenta. No todo resulta ser lo que parece. De cualquier forma, me encargaré de que Oliver, Edward y tú se encuentren seguros.

—No tiene que preocuparse por mí.

«Yo no tengo nada que ver en sus dramas mediáticos», quiero agregar, pero me lo trago.

Debo hacerlo, Emma. Si Oliver y tú están juntos...

—No lo estamos —digo casi en un graznido—. Me refiero, no en ese sentido. Solo somos amigos.

Claro —dice, y casi puedo escuchar la sonrisa deslizándose por sus comisuras—. A eso me refiero. Son amigos, y por tanto supongo que pasarán mucho tiempo juntos. Oliver y tú. Pero si no te sientes cómoda con la prensa haciendo preguntas sobre ti, quizás lo mejor sea que te mantengas alejada de él, ¿me entiendes?

—¿Es esa una orden?

No, por supuesto que no. Solo te advierto cómo serán las cosas ahora que... que Oliver hizo lo único que le pedí que no hiciera: meterse en problemas.

—No fue su culpa.

No sé por qué me empeño tanto en repetírselo. Después de ver cómo dejó hecho papilla a mi mejor amigo debería estar odiándolo, pero es que Ed..., mierda, Ed quedó peor. Al parecer todos son tan culpables como inocentes en esta tragedia.

Ya. Es cierto. Por primera vez es mi hijo quien ha tenido que sacar de un problema a Edward y no al contrario.

—¿A qué se refiere con eso?

Escucho al hombre suspirar.

A nada. Es solo que... Oliver va por la vida haciendo lo que le place. Queriendo ganar en todo y a todos. Siempre. Y me ha costado bastante hacerle entender que a veces la mejor guerra es la que no se pelea. A veces... simplemente hay que aceptar la derrota y dar un paso atrás —dice, y por alguna razón me parece que no se está refiriendo únicamente a la actitud de su hijo—. Pero, en fin, creo que Oliver tenía razón al decir que esta faceta política se está tomando todo de mí. No es mi intención aburrirte con mis discursos, Emma.

—Y no lo hace. En lo absoluto, señor Jackson.

Llámame Richard, por favor. No soy tan viejo ni tan gruñón como me tildan.

—Vale, Richard —repito con una pequeña sonrisa—. Ya veo por qué usted y mi madre eran tan buenos amigos.

Más silencio.

Tengo... tengo que colgar —dice entonces—. Debo salir a desmentir los rumores sobre el deceso de mi hijo ahora mismo delante de un montón de periodistas. Lo siento.

—Son ellos quienes deberían sentir el haber esparcido esa clase de rumor sin ningún tipo de prueba contundente —replico—. No sé cómo pueden vivir con sus propias conciencias.

Te sorprenderías si pudieras ver toda la maldad de la que estamos rodeados, Emma.

—He podido ver gran parte de ella, créame.

Pues yo... lo siento mucho por ello.

—No lo haga. Todos tenemos que enfrentarnos a la maldad alguna vez. Ahora lo dejo para que lo haga.

Dile a Oliver cuando despierte, que volveré a llamar en unas horas para saber de él.

—No se preocupe, lo haré.

Y Emma —me llama cuando estoy a punto de colgar—. Gracias.

—No tiene nada que agradecerme. No sería capaz de dejarlo solo en estas condiciones.

Lo sé, pero no lo digo solo por eso.

—¿Entonces por qué?

De nuevo, silencio.

Cuídate mucho, Emma Clark.

La llamada se corta. Me tomo un par de minutos para asimilar que acabo de tener una conversación telefónica con el candidato Richard Jackson, y que ahora no solo debo preocuparme por las cosas que su hijo me hace sentir, sino también por la prensa, los paparazzis y todo lo que acarrea estar cerca de una figura públicamente reconocida.

Esta es la primera vez en dos semanas que realmente me para a pensar en la persona en la que el niño de mis veranos se ha convertido. Toda esa vida de dinero, lujos, y atenciones. Todas esas chicas cayendo por él como moscas en un tarro de mermelada.

No es de extrañar que le escociera tanto mi rechazo aquella primera noche, y, aun así, todo lo que ha estado haciendo por mí...

Todo lo que ha estado haciendo para que lo acepte nuevamente en mi vida.

Me pongo de pie, de pronto sintiéndome demasiado aturdida y sobrepasada por él, por lo que repta y se retuerce en mi interior cuando lo miro, por la contusión en su cabeza, por todo.

Necesito salir de aquí. Necesito aire.

—Ya vuelvo —le digo como si pudiera escucharme.

Dejo su móvil de nuevo sobre la portada de «Orgullo y prejuicio» y un segundo estoy saliendo de la habitación.

Me encuentro con una pequeña sala de espera al final del pasillo. La luz defectuosa de una máquina expendedora parpadea desde una esquina, un juego de sillones escuetos ocupa el centro junto a una mesita chata llena de revistas y periódicos, y la pared de fondo está coronado por un mostrador. Detrás de este se encuentra una enfermera regordeta de cabello claro con una pizarra llena de anotaciones a sus espaldas. Todos números y palabras extrañas que deduzco como los horarios y tratamientos indicados para cada paciente del piso.

Un pequeño televisor está anclado en la pared frente al elevador, sintonizado en el canal estatal de noticias. Me estoy preguntando si Richard Jackson aparecerá ahí en cualquier momento, declarando que su hijo sigue estando con vida, cuando los ojos claros de un hombre moreno se encuentran con los míos tras enredarme torpemente con sus enormes pies.

—¿Estás bien? —pregunta dejando el periódico en el sillón vacío a su lado y sujetándome por el brazo para estabilizarme.

—Sí, sí, lo siento. No estaba prestando atención —digo dando un paso hacia atrás y detallando su cara.

—Deberías estar más atenta a lo que te rodea la próxima vez.

—Claro. —No dejo de mirarlo—. ¿No conocemos de alguna parte?

—No lo creo, muchacha —dice antes de tomar de nuevo su periódico y echarse hacia atrás en el asiento.

Su cara me resulta familiar. Como la de alguien que sabes que has visto en alguna parte últimamente, pero a quien no le prestaste la suficiente atención. Dejo escapar un suspiro. No tengo tiempo para matarme la cabeza intentando recordar. Quizás haya sido un cliente del bar. O del mercadillo de hoy. Doy un par de pasos en dirección a los ascensores cuando lo escucho preguntar detrás de mí.

—¿Está bien? —Vuelvo el rostro para mirarlo—. La persona por la que estás aquí, ¿está bien?

—Lo... lo estará muy pronto —respondo, frunciendo el ceño ligeramente—. ¿Y su persona? ¿Se encuentra bien?

—Lo estará muy pronto —me devuelve mis propias palabras acompañadas por una pequeña sonrisa.

Regresa su atención una vez más al periódico y yo me quedo con la sensación de que ese es un hombre muy extraño. ¿Quién lee el periódico hoy en día?

Entro al cubículo del ascensor agradecida de encontrarme sola cuando las puertas se cierran. Permito que mi espalda se apoye contra una de las paredes laterales tras marcar el número del piso donde Adam y Ed fueron a parar tras pasar por la sala de emergencia.

Las puertas se abren y me encuentro con una sala similar a la del piso superior, con diferencia de que esta zona está libre de tipos enormes con pinta de trabajar para el servicio secreto.

Pregunto a la enfermera del mostrador en qué dirección se encuentra ubicada la habitación de mi amigo, y tras señalarme el pasillo de la derecha, lo recorro en busca de la puerta con el número «52».

Detengo mis pasos al escuchar una especie de sollozo, y tras deducir que provienen de la habitación de Adam, decido seguir avanzando con cautela. Una vez que me encuentro a solo un paso de la puerta, reconozco la voz.

—Lo siento..., lo siento mucho, amor.

Es Lisa.

—No me llames así. —Esa es la voz de Adam, y suena arrastrada, dolorida—. Solo dime por qué, joder, ¿por qué me hiciste esto, Lisa?

Doy un paso más cerca, sintiéndome una completa intrusa, pero al mismo tiempo necesitando encontrar el resquicio entre el marco y la puerta para comprobar con mis propios ojos en qué condiciones se encuentran dos de las personas más importantes de mi vida.

—Yo no quería... —dice ella, y la veo apoyar la frente sobre el borde de la camilla donde Adam reposa con el rostro mallugado, hinchado y roto.

Me llevo una mano a la boca para contener un jadeo. Casi no lo reconozco.

—Si no querías... ¿entonces qué hacías ahí con él? ¿Por qué dejaste que te besara? No lo entiendo.

Ella sigue llorando cuando alza la vista de nuevo, pero lo hace de forma silenciosa, afligida.

—Yo... estaba molesta, con Emma —dice, y escuchar mi nombre me obliga a acercarme un poco más—. O bueno, ella estaba molesta conmigo, por aparecerme en la fiesta sin ti, por no sincerarme sobre... todo lo que me estaba preocupando de nuestra relación, por no... hablarlo contigo. Y discutimos. Le dije cosas muy feas. Sabes lo mucho que odio discutir con ella, y bueno..., después de eso comencé a sentirme muy mal. Rabiosa. Incomprendida. Frustrada. Ni siquiera noté que estaba llorando hasta que llegué donde él y Jessica se encontraban hablando y me preguntó qué me pasaba. —Lisa vuelve a sollozar—. Fue solo una pregunta, Adam, pero sentí que acababan de pinchar mi burbuja. Lo siguiente que supe fue que me encontraba llorando sin control y que él me conducía por las escaleras hacia una habitación, me ofrecía un vaso de agua y se sentaba a mi lado esperando a que me calmara y comenzara a contárselo todo. Y lo siento, ¿sabes? Siento haber sido capaz decirle a él todo lo que debí haberte dicho a ti, Adam. Le hablé de mi miedo a Nueva York, de mis inseguridades, de ti, de mí, de nosotros, y antes de comprender lo que realmente estaba pasando, sus labios ya se encontraban sobre los míos y tú estabas irrumpiendo en la habitación.

—Joder, Lisa...

Ella intenta cogerle la mano, pero él la aparta antes de que se rocen, con una mueca de dolor.

—No te pido que me perdones por lo que viste, sé que nada en este mundo me puede excusar, pero quiero que sepas que no subí a esa habitación con la intención de engañarte, Adam.

—Y aun así lo hiciste —dice él con una amargura que se refleja en la lágrima que corre por su mejilla y se limpia con brusquedad—. Me engañaste, Lisa. Le devolviste el beso.

—Lo hice. —Solloza ella de nuevo—. Lo hice y por eso sé que no me merezco tu perdón.

—No se trata de que te perdone, maldita sea, se trata de que tú ya no me quieres, ¿no lo entiendes?

—Adam, yo sí...

—No intentes decir lo contrario, Lisa —la interrumpe él—. Ya no me quieres, al menos no como lo hacías antes. —Las palabras parecen escocerle—. Y no tengo idea de si ahora lo quieras a él... si quieres estar con él. Pero está claro que ya no quieres estar conmigo.

—Adam, yo...

—No te culpo por eso, ¿sabes? Esas cosas pasan. Las relaciones se acaban. La gente se deja de querer. —Esta vez no se preocupa por limpiarse las lágrimas—. Mi error fue creer que a nosotros no nos ocurriría. Me equivoqué al pensar que tú y yo seríamos para siempre.

Lisa llora, llora muchísimo. Y tarde descubro que yo estoy llorando también.

—Perdóname, perdóname, perdóname —repite ella una y otra vez, con la voz quebrada, dolorida, desesperanzada.

Él niega con la cabeza, tomando su rostro con una mano.

—Perdóname tú a mí por no ser suficiente.

—Eres suficiente, Adam. Eres más que suficiente.

—Te equivocas, nena, tú lo eres —replica, afligido—. Y por eso me esforzaba tanto en dártelo todo, por miedo a que un día todo no te bastara. Te quise tanto que acabé asfixiándote, y ahora te dejo libre para que puedas volver a respirar.

Lisa lo mira con los ojos empañados, y yo siento que ya no puedo más. No puedo seguir aquí, invadiendo un momento que no me corresponde, almacenando el recuerdo de un amor que parece haber llegado a su final.

No puedo seguir aquí, sufriendo por corazones rotos, sueños destrozados, y un futuro que nunca se va a materializar.

Porque Adam tiene razón. Estas cosas pasan. Pasan con más frecuencia de lo que podemos imaginar. Y por mucho que duela, debemos aprender a aceptarlo. A vivir con la pena. A sanar. Porque la vida sigue.

«La vida sigue, mamá».

Y ya es momento de que comience a vivir la mía.

Regreso al elevador tras comprobar el estado de Ed en la habitación número «49» y entrar brevemente a los servicios para eliminar con un poco de agua el rastro de mis lágrimas.

Afortunadamente el moreno se encuentra mejor de lo que aparentaba mientras los paramédicos lo subían a una camilla y lo metían al interior de la ambulancia. Una enfermera me explicó que más allá de un labio partido, una nariz reventada, un par de costillas fisuradas y unos cuantos hematomas a causa de los golpes, Ed no presenta daños irreparables.

Esta vez cuando entro al elevador una doctora lo hace conmigo. Juntas descendemos hasta la planta baja mientras aprovecho para marcarle a mi abuela y explicarle vagamente la situación. De cualquier forma, ella se va a enterar, y prefiero ser yo quien se lo cuente antes de que la estúpida prensa le provoque un infarto con su malversada información.

Estoy regresando de la cafetería ataviada con un par de cafés y un paquetito de galletas saladas cuando me despido de ella asegurándole que solo nos quedaremos en el hospital por una noche, mientras los médicos monitorean a los chicos y llegan los últimos resultados de los estudios realizados.

Cuídate mucho y mantenme al tanto de todo, cariño.

—Lo haré, abue —le digo—. Ah, por cierto, el señor Richard Jackson te ha mandado saludos.

¡Bendito dios! ¿Has hablado con él?

—Hace un rato, quería saber cómo se encontraba su hijo.

Oh, mi querido Richard, ha de haber estado muy preocupado por su pequeño.

Pongo los ojos en blanco. Oliver Jackson de pequeño no tiene nada. Literalmente hablando.

—La verdad es que me resultó un hombre bastante agradable. Demasiado para ser el padre de un niñito egocéntrico.

Ay, Emma. —Mi abuela se ríe—. ¿Cuánto tiempo más vas a seguir fingiendo que lo odias?

—Yo no estoy fingiendo nada.

Ajá —dice, y casi la puedo ver sonriendo—. Solo espero que seas capaz de elegir sabiamente cuál de los dos caminos frente a ti es el que quieres tomar.

—Abuela, dime que no excediste de nuevo la dosis de tus pastillas para dormir. —Frunzo el ceño—. Me parece que estás delirando un poco.

Lo único que puede hacerme delirar en esta vida es la enfermedad del amor. Cuídate mucho, cariño, porque está a punto de pillarte.

Y tras esas palabras es ella quien finaliza la llamada.

—¿Pero qué mierd...? —comienzo a farfullar al tiempo que la puerta de elevador se abre.

Mis ojos se encuentran de frente con los de un chico que había visto por última vez en el parque. De rodillas sobre los guijarros al otro lado del cuerpo inconsciente del modelito.

Ezra abandona del elevador para cederle paso al par de médicos y enfermeras que salen de su interior hablando sobre resultados, estudios, y niveles de cosas que no entiendo.

—¿Ibas a entrar? —inquiere una vez que nos quedamos solos. Asiento lentamente con la cabeza, incapaz de pronunciar palabra—. Sube entonces, te acompaño.

Lo hago. Sin embargo, no consigo ponerle fin al silencio después de que las puertas se cierren y el elevador se ponga en movimiento. Por suerte es él quien lo hace:

—Lo siento mucho, Emma. No era mi intención provocarle una lesión cerebral.

—Lo sé.

—Sí, pero sé que estás molesta por eso —dice—. Molesta conmigo.

—No lo estoy.

—Entiende, el chico estaba masacrando a Adam, y yo...

—Ezra, no estoy molesta —digo más alto esta vez—. No puedo estarlo. A fin de cuentas, todos tenemos un poco de culpa en esta situación, ¿no? Supongo que, si no hubieras tenido que ver lo que viste la noche de la fiesta, no habrías tenido el impulso de hacerle daño hoy. Lo siento.

El ascenso se detiene de golpe. Miro a mi alrededor consternada hasta que descubro la mano de Ezra presionada sobre el botón de «Stop».

—Para ya de disculparte por eso, Emma —dice sin darme tiempo a protestar, acercándose a mí—. Nada justifica la violencia, ni siquiera mis celos.

—Tienes razón. —Tomo aire—. Supongo que en el fondo todos seguimos siendo un poco como animales. Siempre cediendo ante nuestros instintos y deseos más primitivos.

Le dedico una sonrisa pequeña, culpable.

—Tampoco tienes por qué seguir disculpándote por eso. —Sé a lo que se refiere sin necesidad de que me lo diga—. No soy tu dueño, Emma. Nunca lo he sido y nunca lo seré. Eres libre de hacer lo que quieras con quien quieras. No es culpa tuya que desee ser yo con quien tú quieras hacer esas cosas.

—Ezra...

—¿Te gustó? —me corta—. La canción, ¿te gustó?

Suspiro.

—Es lo más hermoso que he escuchado jamás. Tu arte es hermoso, Ezra —le digo, dando un paso instintivo hacia a él—. Y sé todo el esfuerzo que debió suponer para ti subirte a ese escenario y cantarla para mí. Eso hizo que verte allí arriba me resulta incluso más especial.

—Gracias.

—Pero no me la merezco, Ezra. No me merezco nada de lo que haces por mí. Ni el esfuerzo. Ni la canción. Ni las flores.

—¿Hablas de esas que ahora mismo están decorando la habitación de Jessica? —Él alza las cejas y a mí la cara se me pone roja de vergüenza.

—Ezra, yo no sabía que eran tu...

—Tranquila, supe que te deshiciste de ellas incluso antes de leer la tarjeta.

—Como sea. No tenías por qué enviármelas después de lo que te hice. No me las merecía.

—Deja que sea yo quien decida lo que te mereces de mí y lo que no. —Eleva una mano y acaricia mi mejilla hasta rozar mi labio con el pulgar—. Ya una vez renuncié al amor sin luchar. Perdóname por no estar dispuesto a cometer ese mismo error otra vez.

Cierro los ojos. Tomo aire. Y los abro de nuevo.

—No tengo nada que perdonarte. Es solo que... no sé si haya algo por lo que luchar.

—Hay más de lo que tú te imaginas, Emma —dice entonces él, inclinándose para dejar un beso sobre mi mejilla—. Te quiero mucho, guerrera.

—Yo también te quiero —las palabras salen de mis labios con un ligero temblor—. Pero...

—Sin peros —me corta—. No temas dañarme si al final no me eliges a mí. Solo dame la oportunidad de intentarlo. Y date la oportunidad a ti misma de averiguar que es lo que realmente quieres. Al menos ahora tendrás con quien compararme.

—¡Ezra! —exclamo, pero me río al ver que él lo está haciendo también—. Eres tonto, en serio.

—Ya. Pues algo de tonto debo tener al querer competir con el afamado hijo de un político. Todo ego, músculos y tatuajes. —Pulsa el botón para reanudar la marcha del elevador mientras.

Niego con la cabeza.

—Estás equivocado si crees que su fama y su posición tienen algo que ver en el hecho de que...

—¿Te guste? —completa por mí, elevando una de sus comisuras—. Sé que no, Emma. Te conozco. Pero, aunque odie tener que admitirlo, entre ustedes existe un pasado. Y temo que ese lazo resulte más fuerte que el que tú y yo forjamos en el presente.

—Dudo que eso sea posible, Ezra.

—Dejemos entonces que el tiempo lo decida. —Las puertas se abren en el piso número cuatro antes de que pueda agregar algo al respecto—. Nos vemos el lunes en el bar, ¿vale?

—Vale —repito, poco convencida, pero dando un paso fuera del cubículo de todas formas—. Y, oye, Ezra —lo llamo antes de avanzar al pasillo—. Deberías hacerlo más seguido. Eso de cantar en público. Las chicas te adoran.

—Con que tú lo hagas me basta. —La sonrisa que me dedica se pierde tras la chapa metálica de las puertas al cerrarse.

Me doy media vuelta y descubro que el hombre con el que tropecé minutos atrás ya no se encuentra en la sala de espera, y la enfermera de turno tampoco se ve tras el mostrador. Un escalofrío me recorre al sentirme sola en medio de las paredes blanquecinas y el aroma cloro y látex que resulta característico en los hospitales.

Cuando entro de nuevo en la habitación de Oliver tengo sentimientos encontrados. Siento que han estado pasando muchas cosas a mi alrededor, todas demasiado rápido para poder procesarlas sin que mi cabeza se sienta a punto de estallar. O mi pecho.

Él sigue estando tal como lo dejé veinte minutos atrás. El cabello revuelto. Las pestañas oscuras cayendo sobre la piel pálida de sus pómulos. Los labios carnosos y ligeramente agrietados por la falta de hidratación. La mandíbula cuadrada, masculina. Y sus tatuajes, todos formando un llamativo mosaico sobre su brazo izquierdo.

No puedo pensar en una palabra que no sea «hermoso» para describirlo, y ser consciente de que incluso siendo una niña ya lo consideraba así, no hace que sea menos doloroso tener que admitir lo mucho que me gusta.

Dejo los cafés y las galletas sobre la mesita junto a la cama hospitalaria y observo que su móvil se encuentra a un lado del libro, no encima de él, como recuerdo haberlo dejado.

Estoy intentando hacer memoria del lugar exacto en el que lo dejé antes de salir, cuando la pantalla se ilumina con la llegada de varios mensajes. Un nombre femenino aparece como remitente de esos y de las cinco llamadas perdidas que se reflejan en las notificaciones: Alessa.

Me siento tentada a revisarlo y comprobar que se trata de una de esas chicas que él parece tener por montón en la ciudad. Que conmigo no será diferente en lo absoluto. Que todo lo que me ha dicho no son más que mentiras. Y que yo solo estoy siendo una tonta al sopesar siquiera la posibilidad de que él quiera algo más que solo llevarme a la cama. Como a las demás.

Quizás sea una necesidad masoquista de mi parte. Quizás solo necesito convencerme de que Oliver Jackson no es una opción. De que Ezra se equivoca y no tengo que elegir entre ambos. De que ni siquiera quiero hacerlo.

Pero antes de cometer el error de invadir la privacidad de otra persona cegada por un sentimiento que no alcanzo a reconocer, retrocedo, negando con la cabeza.

«Me estoy volviendo loca».

—Probablemente, Granger. —Ahogo un jadeo de sorpresa tras escuchar su voz a mi lado—. Ese es el efecto que suelo causar en las chicas: las enloquezco.

—Serás idiota —digo, no sé si para él o para mí, por estar pensando en voz alta.

Una sonrisa se asoma en sus labios al tiempo que sus ojos intentan acostumbrarse a la luz de la lámpara. No tenía idea de cuánto necesitaba que esos ojos me miraran hasta ahora.

—Acabo de sobrevivir a la muerte y es así como me tratas. —Sacude la cabeza, pero el movimiento lo hace formar una mueca de dolor—. Joder. No estoy exagerando, casi muero.

—No te muevas —le digo, olvidándome de su estupidez y colocando mis manos sobre sus hombros—. Deja que llame a la enfermera para que te examine.

—Tú puedes ser mi enfermera, Granger. —Intenta incorporarse, pero de nuevo lo empujo contra el colchón para impedírselo.

—No te comportes como un niñito y obedece —le riño—. Te diste un golpe muy fuerte en la cabeza. Antes de hacer cualquier tontería deja que te revise un médico.

—¿Quién fue? —pregunta, de pronto muy quieto—. ¿Quién me tiró contra las piedras?

Dudo, mordiéndome el labio inferior.

—Fue un chico que... que apareció de la nada —digo, y al menos esa parte es verdad—. No lo conozco, pero sé que no fue intencional. Solo intentaba detenerte. Estabas a punto de matar a Adam.

Y recordar eso hace que de nuevo me sienta enfadada con él.

—Alguien intentaba detenerme a mí, pero nadie lo hizo cuando el rubito ese casi mata a mi mejor amigo —escupe con ironía—. Que bien.

—No estoy justificando a Adam, pero tampoco puedo decir que lo que tú hiciste estuvo bien. Ya se lo habías quitado de encima a Ed. Podías haberlo dejado hasta ahí, pero tú seguiste.

—Solo le devolví los golpes que él le había propinado a mi amigo.

—Por favor, Oliver —exclamo, comenzando a cabrearme—. Adam estaba celoso, no digo que ese sea un motivo válido, pero al menos entiendo sus razones. ¿Qué razón tenías tú para perder de esa forma los papeles?

Sus ojos se apartan de los míos.

—Si se meten con Edward se meten conmigo.

—No estamos en la maldita era de los cavernícolas, pero esta noche todos ustedes han demostrado que el cromosoma «Y» tiene una clara involución.

—Como tú digas. —Pone los ojos en blanco y otra mueca de dolor aparece en su rostro. Que bien—. ¿Sabes al menos que hizo Ed para cabrear a tu amiguito?

—No es mi «amiguito». Es mi mejor amigo. Y la verdad es que no hizo nada —admito, aunque me duela tener que hacerlo. Lisa me lo contó todo mientras veníamos en la ambulancia con Oliver inconsciente y Ed medio muerto por la paliza. Ellos ni siquiera estaban juntos cuando pasó. Ella se había detenido en una carpa de prendas vintage y Ed se encontraba pagando por unos rollitos de canela cuando Adam lo atacó—. Simplemente lo vio ahí y decidió cumplir con su promesa.

—Cabrón —masculla Oliver.

Lo miro mal.

—Adam cometió un error, pero Ed y Lisa también lo hicieron. Todos somos culpables de una u otra manera. Hasta tú, que incentivaste el acercamiento de esos dos la noche que le diste a Ed las llaves de tu auto para que la llevara a casa. Cada acción tiene una consecuencia, y ahí tienes la tuya. —Señalo la venda que le cruza por su frente.

—Muy bien, señorita sabiduría. Tiene usted toda la razón.

—No seas condescendiente.

—No lo soy. Es la verdad. La tienes. Siempre pareces tenerla, Granger.

—No siempre —musito, bajando la mirada—. Últimamente no he sido la mejor de las amigas. Y eso es lo que Lisa necesita que sea para ella: su amiga. No su madre.

Oliver me sonríe, y juro que no tenía idea de todas las cosas que un ser humano es capaz de sentir con un solo gesto.

—La perfección a veces también necesita que le den una tregua.

—Yo no soy perfecta —replico—. Tú mismo te has encargado de recordarme lo irritante, orgullosa, terca, soberbia y malcriada que soy.

Enumero cada defecto con los dedos.

—Y precisamente es eso lo que te hace perfecta. Que todas las cosas que odio de ti, son las que no me dejan pensar en otra cosa que no seas tú —dice, y la convicción en su voz hace que me estremezca—. Eres cómo un vicio, brujita. Tengo claro que vas a joderme con tu desprecio, pero sigo siendo incapaz de desprenderme de ti.

—Oliver... —apenas me sale la voz.

—Dame una oportunidad —dice él antes de que yo sea capaz de agregar nada más—. Una oportunidad de verdad para esto. Para ti. Para mí. Para nosotros.

—Yo... yo no creo que...

—¿No crees que después del golpe que he recibido hoy esto es lo menos que me merezco? —inquiere, señalándose la cabeza y haciendo un puchero.

—No vas a manipularme con eso, modelito —le digo, aunque claramente lo está consiguiendo.

Siento como una parte de mí está comenzando a ceder.

—Iremos poco a poco, ¿vale? Sin presiones, ni compromisos, simplemente probando como nos va.

Me guiña un ojo, y sé que se debe a lo que le dije horas atrás en la carpa, sobre no estar segura de poder parar si volvía a probarlo.

Él es lo suficientemente inteligente para saber que no me estaba refiriendo al jodido cupcake. Y yo, al parecer, demasiado estúpida porque...

—¿Que propones? —termino preguntando en voz baja, buscando sus ojos.

—Una cita —responde para mi sorpresa.

—¿Cita? —Se me escapa una risita irónica—. Por dios, realmente eres tan cliché.

—Según tú soy como el estereotipo cliché de los libros que lees.

—Sí, pero de los malos —me burlo, y el tirón repentino que siento en la muñeca me hace dejar de reír.

De pronto me encuentro tan inclinada sobre él..., tan cerca de su rostro, puedo sentir el calor que emana de su aliento cuando dice:

—Entonces déjame convertirme en tu «buen cliché». —Toma aire—. Déjame convertirme en el mejor cliché de tu vida.

Sus ojos examinan cada centímetro de mi rostro hasta finalmente posarse en mis labios. Yo también miro los suyos, entreabiertos, humedecidos por el recorrido lento e involuntario de su lengua.

Mis párpados caen durante un par de segundos.

Nunca había sentido una atracción tan terrible y arrolladora como esta, y tengo miedo. Pero también muchísimas ganas. El recuerdo del beso que compartimos, bajo el abrigo de aquel árbol que siempre ha sido nuestro, regresa a mi mente como destellos de luces resplandecientes, acelerándome el pulso, llenándome de calor.

Solo necesito inclinarme un poco para repetirlo y librarme de esta necesidad que parece consumirme por dentro.

Entonces, cuando creo que ya he tomado una decisión, cuando la distancia entre nuestros labios se reduce casi a la nada, sin siquiera notarlo, una voz llamándome con dureza consigue que me detenga.

Mis ojos se mueven en busca de su procedencia y se encuentran con una figura alta e impoluta al otro lado del umbral. Su mirada oscura se clava con desprecio en el chico que se encuentra a mi lado cuando dice:

—Te advertí que te mantuvieras alejada de él, Emma. Así que apártate ahora mismo si no quieres que entre y te aparte yo.

Resoplo, me incorporo, y cruzo los brazos frente a él.

—¿Se puede saber cuál es tu maldito problema, papá?

Sus ojos se abren de la impresión. Y tarde me doy cuenta de que hace cinco años que he dejado de llamarlo «papá».

Hasta hoy.

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Hola pecadora.

El capítulo estuvo medio relax, pero al mismo tiempo cargado de encuentros, lagrimitas y tensión.

Esta vez tengo una petición súper especial. Necesito que respondan a una pregunta que ronda todos los días en mi cabeza y que solo ustedes pueden responder ¿Qué es lo que más te gusta de Eureka? ¿Qué la hace especial para ti?

¿Qué opinas de este cap?

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