Se llamaba Juan Morgenstern y no era más que un joven economista. Se asomó inquieto por la ventanilla de la nave interplanetaria. Estaba llegando a Eureka. Ante sus ojos se mostraba un tenue puntito rojizo que apenas contrastaba en la oscuridad del espacio. En ese pequeño asteroide era donde estaba la famosa base científica. La Fundación Eureka de Matemáticas Avanzadas constituía, sin duda, el centro de investigación más importante del sistema solar.
Los matemáticos que fundaron la instalación la habían ubicado en Eureka, quizá seducidos por la exclamación que pronunció a gritos el sabio de Siracusa cuando descubrió las leyes de los cuerpos flotantes; o por el hecho de que Eureka era un asteroide troyano de Marte, es decir, que Marte, el Sol y Eureka seguían en sus órbitas aproximadamente los tres vértices de un inmenso triángulo equilátero... y aquellos matemáticos no habían sabido resistirse.
Por fin llegaba tras dos meses de viaje desde la Luna, una espera que había vivido con gran impaciencia. Y quería llegar cuanto antes. Allí se encontraba la mayor oportunidad que se conocía para solucionar los problemas científicos que siempre le habían inquietado.
Al terminar el doctorado en Económicas en la Universidad de La Ciudad de la Luna había tenido la fortuna de ser llamado para participar en un proyecto científico con los matemáticos de la fundación. Estaba emocionado porque ellos siempre estaban trabajando en temas que superaban todo lo imaginable...
La Economía era una ciencia que necesitaba mejorar. Numerosos problemas permanecían sin respuesta, muchas teorías estaban estancadas. No se encontraba solución a los problemas de siempre y el pesimismo se había adueñado de la comunidad científica...
El método científico se aplicaba con dificultad en una ciencia tan complicada como la Economía, en la que el conocimiento de los hechos siempre era limitado e imperfecto. Medir, describir los fenómenos económicos de forma precisa se mostraba a menudo como una tarea imposible.
Se necesitaban nuevas herramientas matemáticas porque las disponibles no eran adecuadas. Las matemáticas se habían aplicado de forma intensiva, incluso en exceso. Y la realidad era que, a diferencia de otras ciencias, en Economía no parecían funcionar. A menudo las predicciones no cumplían las expectativas.
Algunos economistas relevantes habían criticado el extensivo uso de los modelos matemáticos para describir el comportamiento humano, ya que argumentan que algunas decisiones no podían ser representadas por las matemáticas. Al parecer, según ellos, las matemáticas no daban más, habían llegado a su límite.
Se hablaba de la dificultad de modelizar el comportamiento humano y sus factores psicológicos. Había que tener en cuenta que se intentaba modelizar el comportamiento del objeto más complejo del universo conocido: el ser humano. Otra explicación que se aportaba era que había multitud de factores cuya medida se antojaba imposible y cuyo impacto no era nada desdeñable en las predicciones.
En general, el trabajo empírico era insuficiente, bien sea por la escasa cantidad o por la mediocre calidad de los datos. Y todo a pesar de los enormes esfuerzos realizados. El análisis estadístico, en el que tantas esperanzas se habían depositado, había mostrado sus limitaciones. Isaac Newton pudo establecer las leyes de la Mecánica porque antes que él Tycho Brahe había culminado un proceso razonable de recolección de datos empíricos, y eso era algo que aquí no se poseía.
Para crear la Mecánica Clásica, además de disponer de datos experimentales, Newton tuvo que construir una nueva rama de las Matemáticas llamada Cálculo Infinitesimal. Los viejos métodos matemáticos aplicados a la Economía y las Finanzas derivados del viejo Cálculo Infinitesimal o los más novedosos y eficientes provenientes de la Estadística y el Cálculo de Probabilidades, de la Programación Matemática o del Cálculo Estocástico parecían insuficientes. Se necesitaban nuevos paradigmas.
Y nuestra manifiesta incapacidad contrastaba con la importancia de la tarea. Una teoría económica era algo importante. La riqueza de las sociedades, el empleo estable y el desarrollo económico sostenido eran factores esenciales para el bienestar de nuestro mundo.
Especialmente, el doctor Morgenstern se sentía atormentado por el siempre volátil comportamiento de los mercados financieros. Para él eran como seres vivos monstruosos y despiadados que afectaban a la felicidad de las personas, a veces con resultados devastadores.
Frente a ese panorama desolador, Eureka permanecía como la única posibilidad. El doctor contemplaba esperanzado el asteroide por la ventanilla de la nave. Allí, en ese pequeño astro, podía estar la solución a todos los problemas de una ciencia.
Aquel día de su llegada el doctor Morgenstern ignoraba que en aquel pequeño asteroide cambiaría su vida más allá de lo que nunca hubiera podido imaginar.
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