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Parte 2: Roces que Queman

No era la primera, ni la segunda, ni siquiera sería la maldita última vez que pasaba. Y eso, para su desgracia —o quizás, no del todo—, Bakugo lo sabía perfectamente.

Solo habían pasado unos cuantos días, ¡días! Una semana o dos a lo mucho. Lo suficiente como para que Kirishima Eijiro se tomara la confianza —y magnífica idea, valga el sarcasmo— de joderle la existencia más a menudo con su presencia, sin mencionar que había empezado a pasar un brazo por sus hombros.

Todo el jodido tiempo. 

Una persona común y corriente podría solo pensar que se trata de algo normal, eso que hacen los amigos. ¿Para qué exagerar las cosas?

Pero Bakugo no es común, ni tampoco corriente. Bakugo es especial, es... Bakugo, ¿entienden?

La primera vez que Kirishima trató uno de esos abrazos de amigos, el cenizo se había exaltado a tal punto que sus manos sacaron ligeras explosiones. Se había enojado bastante ante la repentina intromisión a su espacio personal, y se lo había hecho saber a base de gritos e insultos. Las siguientes veces logró ser un poco más tolerante, pero menos paciente, con el acto. Y aunque nuevamente había tratado de echar al pelirrojo de su espacio, el muy desgraciado se reía a carcajadas y volvía a hacer lo mismo, como si en vez de poseer un cerebro, su cráneo estuviera únicamente ocupado por un pedazo grande de roca sólida.

Tampoco es que fuera algo molesto o poco tolerable —el «apestas a perro mojado» que solía mascullar Bakugo en esas ocasiones era, en realidad, una mentira—. El maldito problema de tener a Kirishima tan cerca suyo era..., bueno, tener a Kirishima cerca suyo. Radicaba en la cercanía que ambos compartían cuando Eijiro debía inclinarse antes de pasar el brazo por sus hombros, haciendo, de ese modo, que su rostro quede a tan solo unos cuantos centímetros de distancia y su voz vibre sin problema sobre su oído. Provocando, a su vez, que los pulmones del cenizo abandonen su función antes de volver a tomar aire. Su jodido rostro se volvía tan cercano a sus ojos que Bakugo había empezado a notar detalles que antes pasaba por alto.

El más notable, sin duda, era la pequeña cicatriz sobre su párpado. Luego estaba, salpicando toda su nariz, una montaña de pequeñas pecas casi imperceptibles en aquella zona.

Y, maldición, era grandioso.

Pero muerto antes que aceptar todas esas mierdas que Kirishima parecía provocarle sin tener la más mínima intención.

No fue sorpresivo. De hecho, Bakugo habría apostado su casa entera a que eso iba a suceder tarde o temprano. Se atrevía a decir que incluso el más descerebrado de la clase —Kaminari por ejemplo— lo habría esperado también. Y es que era algo obvio, y solo cuestión de tiempo, que aquellos simples e inesperados toques que hacen los amigos —como rodear sus hombros con el brazo, por decir algo— escalaran en los niveles de autocontrol del cenizo.

Usualmente solían ser efímeros, un contacto tan simple que Bakugo no se esforzaba por sobrepensarlo tanto tiempo. Se sentían tan momentáneos como el silbido del viento sobre el agua, casi imperceptibles. Al cabo que incluso los ignoraba.

Pero no por eso eran menos significativos. 

Una o dos veces a la semana los estudiantes de la clase 1A eran llamados por el profesor Aisawa y puestos en entrenamiento junto a All Might, generalmente sobre los campos de entrenamiento más apartados o con pocas cosas que pudieran destruir —después de todo es algo que terminaban haciendo todo el tiempo—. En otras palabras, casi como un día cualquiera.

La idea principal era que tuvieran un confrotamiento en duplas. El ejercicio les iba a permitir a los alumnos experimentar mejor el alcance de sus quirks, acoplarse con sus otros compañeros y aprender que algún día iban a tener que pelear de frente contra un villano.

En realidad, era bastante sencillo: elegir compañero, aplastar al enemigo y salir ganando.

Una sonrisa tiró de sus labios casi sin poder evitarlo, cubierto por una potente soberbia.

Sabía perfectamente que ganar sería sencillo, sea quien sea su contrincante, mientras su compañero no sea un estorbo en el combate estaría bien.

—El entrenamiento constará de dos calificaciones —explicó Aizawa a los alumnos, ganando un poco de la atención de Bakugo —: individual y por su trabajo en equipo. Para asegurarnos que sea justo ambos miembros deben hacer su parte y colaborar para vencer al enemigo —el profesor recorrió a cada uno de los estudiantes de la clase 1A, deteniéndose en los ojos rojizos de Katsuki antes de seguir —. Eso es todo. Ahora busquen pareja.

Chasqueó la lengua, cruzando los brazos.

Al poco rato que el profesor se apartó del grupo, Kirishima no dudó un segundo en acercarse al cenizo y pedirle para ser equipo.

—¿Y por qué debería hacer equipo contigo? —Bakugo alzó el mentón y miró al chico de forma despectiva.

Muy dentro de su pecho, al contrario de su agria expresión y desdén con el que trataba a Kirishima, su corazón se agitó con entusiasmo. Fue como si lo prefiriera a él sobre el resto de esos extras. Y eso, le hizo sentir orgullo.

Negó con la cabeza, borrando esos tontos pensamientos y mandándolos lejos de una explosión. Cuando volvió su vista notó los hombros tensos con los que había agarrado desprevenido al pelirrojo.

Kirishima se removió un poco incómodo, pero pronto sonrió con algo más de confianza y chocó sus puños con decisión.

—Bueno, después de todo, nuestros quirks son bastantes compatibles, ¿no? —le respondió, y Bakugo no fue capaz de encontrar una excusa para negárselo.

—Como sea —bufó finalmente, chasqueando la lengua y dándose la vuelta —. Solo no me retrases, bastardo.

Y quizás solo había estado cavando su propia tumba —no de manera literal, ni por creer que iban a perder—. Una vez comenzado el entrenamiento era imposible que pudiera deshacerse de Kirishima, ni siquiera con excusas, porque ya habían tenido el tiempo suficiente para buscarse un compañero y no había forma de arrepentirse. Y no es que estuviera arrepentido tampoco, solo... perturbado, por decirlo de alguna manera.

Kirishima le dedicó una sonrisa amplia y segura, con un resplandor brillante en sus expresivos ojos. Bakugo se lo quedó observando hasta que All Might los llamó al campo para el siguiente combate.

Vencer nunca había resultado tan fácil. Pero la adrenalina vivida, combinado con la increíble batalla y la plena coordinación de sus movimientos —esos momentos donde Kirishima saltaba para cubrir los ataques de Yuga y Bakugo lo impulsaba con sus explosiones para alcanzar a Uraraka y hacer un ataque combinado—, fue toda una experiencia nueva.

No solo se trató de aplastar al enemigo, sino que también fue vencer al lado de alguien que, quiera o no, se estaba ganando un espacio importante a su lado.

El camino de regreso con el resto no fue silencioso, porque Kirishima no había perdido la oportunidad de felicitar a sus compañeros, pese a haber perdido, por su esfuerzo y el avance que habían logrado trabajando juntos.

Los escuchó charlar todo el trayecto, aunque bien no había agregado nada al respecto. Él sabía que lo había hecho de manera excepcional.

All Might los felicitó ni bien aparecieron, comentando sobre sus movimientos en conjunto y lo bien que lograron una estrategia de contraataque cuando fue requerida. Si bien Bakugo se había lanzado inicialmente de frente, Kirishima fue capaz de llevarle el paso y armar un golpe contundente.

Aizawa les dio el visto bueno por su trabajo y enseguida se giró para afrontar a Uraraka y Yuga, quienes recibieron una observación de sus movimientos y algunos consejos con los que pudieran mejorar la próxima vez.

—¡Woah, fue tan genial! —exclamó Kirishima, expandiendo los brazos al aire —. No dejo de pensar cuando te impulsaste por los aires y derribaste a Uraraka. Te adaptaste muy rápido a la situación e ideaste un plan para que estar en el aire no se vea como una desventaja para mi. Realmente te admiro, Bakugo.

—Por supuesto que si —sonrió el cenizo, ignorando que Kirishima se había estado acercando mientras hablaba.

Ni siquiera lo había notado. Bastante relajado por el hecho de haber ganado, Bakugo no fue capaz de predecir cuando Kirishima saltó —no de forma literal— y enganchó un brazo sobre sus hombros, terminando en un masculino abrazo cargado de emoción y alegría. Los músculos de Bakugo se tensaron en simultáneo, y su corazón pronto empezó a golpear de manera apresurada contra su pecho.

La sorpresa le paralizó los músculos, aturdiendo sus sentidos durante unos breves tres segundos. Solo fue capaz de reaccionar cuando el pelirrojo se separó farfullando un montón de palabras atropelladas y disculpas rápidas que apenas pudo comprender, pero que le dieron el golpe de realidad necesario para reafirmar su postura y fingir que aquello no había provocado un tornado completo dentro de su sistema, revolviendo su estómago como un tsunami completo de furiosas mariposas o quemado su piel como la lava de un volcán en erupción. En cambio, Bakugo optó por chasquear la lengua y mover los hombros —como quien trata de quitarse algo molesto de encima—antes girarse con las oleadas de calor en el rostro.

—¿Todo bien? —preguntó Kirishima, retrocediendo un paso para tratar de ver a su amigo.

—Qué te importa —respondió —. Me voy a dar un jodido baño, ya estoy apestando.

No lo miró cuando se alejó del campo de entrenamiento, y quizás así pudo disimular el suave sonrojo que se había expandido por sus mejillas.

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