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Parte 5: Darse Cuenta
Bakugo salió de su habitación como acostumbraba. La rutina no cambió, ni siquiera sus horarios o las costumbres que había adoptado con el paso de los meses en el complejo de la academia. Sin embargo, Bakugo fue capaz de atraparse a sí mismo observando la puerta de la habitación contigua otra vez. Todas las mañanas al levantarse y salir, sus ojos viajaban a la puerta de al lado, esperando... sin saber bien por qué. Tal vez esperando la aparición de la presencia llamativa del pelirrojo, pero tan rápido como lo alcanzaba el pensamiento, sacudía la cabeza y azotaba la puerta antes de partir a los comedores.
Estaba en negación consigo mismo. E irónicamente, también se negaba a creer que estaba en negación. Había tratado por días —si no fueron semanas completas— convencerse de que estaba bien lo que había hecho, que estaba bien cansarse de algo y decir «basta». Aunque debía cuestionarse los métodos, porque definitivamente hubieron formas mejores de expresarse, pero Bakugo no estaba acostumbrado a eso. No conocía otra forma.
No pasó demasiado tiempo para que el cenizo se diera cuenta de la verdadera falta que hacía Eijiro en su vida diaria; no solo en la mañana, cuando desayunaban e iban juntos a clases, sino también durante los recreos, cuando Kirishima se acercaba hasta su pupitre y llenaba su tranquilidad de anécdotas, comentarios tontos y chistes; cuando lo esperaba para almorzar juntos y lo integraba con el resto de la monada de imbéciles, cuando entrenaban o simplemente estando ahí, a su lado.
Bakugo había notado con tortuosa lentitud cómo era vivir sin Kirishima. Lo notó desde el primer día, cuando se despertó con el tono inconfundible de su alarma y no recibió ningún molesto mensaje. Lo notó cuando el chico no le dirigió la palabra en todo el día y lo volvió a hacer cuando su regreso a las habitación había sido completamente en silencio, acompañado de su propia sombra, recordándole el pozo que él mismo había estado cavado para encerrarse.
Sus amigos no habían sabido dividirse. Querían apoyar a Kirishima, pero también querían comprender la la razón por la que Bakugo había explotado de aquella forma. Y no eran los únicos que estaban al tanto de la situación. Al menos sabía, o podía darse una idea bastante acertada, de que Shoji los había escuchado a través de la puerta cerrada de su propia habitación. Pero Bakugo no quiso hablarlo con nadie, y aunque Mina tuvo paciencia con él, al final no había nadie que pudiera aguantar su actitud tan densa y explosiva.
«Creí que eran mejores amigos. Se jugó su estadía en la escuela para ayudarte, pero esto es lo que siempre quisiste, ¿no es así? Te deshiciste de él. ¿Estás satisfecho ahora?». Fueron las palabras exactas de la mapache. Y aunque Bakugo deseó contestarle con algún comentario ácido y despectivo al respecto, las palabras simplemente no salieron de su garganta. No fue capaz de decir absolutamente nada, ni defenderse, ni mucho menos negarlo.
¿Realmente estaba satisfecho con lo que le hizo a Kirishima?
Ya no había nadie a su lado que pudiera considerar su igual o sea capaz de seguirle el paso. Porque aquella persona siempre fue Kirishima, y Bakugo sabía que nadie podría reemplazar el espacio que el pelirrojo había tomado en su mundo. Y era tan absurdo, si lo miraba de ese modo, porque durante meses se había repetido un centenar de veces que Kirishima solo sería un estorbo —que todos sus compañeros lo serían—, un simple extra al que podría aplastar sin importancia en su camino al éxito. Pero ahora, sin Eijiro a su lado, todo resultaba mucho más distinto de lo que hubiera esperado.
Era monótono, simple y aburrido.
Y quizás eso era lo más aterrador de todo el asunto.
Bakugo apartó la vista hacia la ventana, sin los ánimos de prestar atención a la absurda clase, y gruñó en voz baja. Probablemente estuvo durante todo el día metido en su mundo, porque de otra forma alguien tan patético como Midoriya no se hubiera acercado a él en primer lugar.
—¿Kacchan? ¿Está todo bien? —inquirió el chico con preocupación. Midoriya intentó inclinarse para tener una mejor visión de la expresión de su amigo, pero el gruñido de advertencia de Bakugo le hizo recomponerse enseguida.
Bakugo volteó la cabeza con irritación. Midoriya se sintió pequeño solamente con su mirada.
—¿Qué mierda tratas de decir? —preguntó con brusquedad. Observó los alrededores y pudo notar que la clase ya había concluido, por lo que no había razones para seguir en el salón de clases. Tomó rápidamente sus cosas y se colgó la mochila al hombro antes de caminar a la salida —. Ve a joderle la vida a otra persona y déjame en paz.
—Kacchan —Midoriya lo tomó del brazo antes de que cruzara el umbral. Bakugo lo miró a través del rabillo del ojo y abrió el puño derecho antes de empezar a soltar chispas de su palma. Izuku conocía esa advertencia muda, pero no podía retractarse ahora. Tragó saliva y se armó de valor antes de hablar: —, algo te está pasando.
Bakugo abrió la boca, pero las palabras, nuevamente, no salieron. Tensó la mandíbula. Quería decirle que solo eran estupideces, pero Midoriya lo conocía de años, y era probable que notara su mentira.
Su mal humor era más claro ahora, después de todo.
—No sé qué fue lo que ocurrió entre ustedes, pero estar lejos de Kirishima te está... ¿afectando? —se expresó el peliverde con duda. No creía haber usado las mejores palabras, pero Midoriya agradeció enormemente que Bakugo no le explotara la cara en el momento en el que abrió la boca —. Kacchan —le llamó una vez más; esta vez con un tono suave y compresivo —, deben hablarlo.
Bakugo frunció el ceño, pero relajó considerablemente los músculos. Eso era una buena señal para Midoriya. Volteó la vista hasta el pupitre donde suele sentarse Kirishima, recordando las sonrisas apagadas del chico. Quería dejar de sentirse de esta forma; de ser un imbécil y odiar a todo el mundo. Y sinceramente hablando, al único que odiaba en realidad era a sí mismo.
Vaya mierda, ¿eh? Katsuki suspiró.
Quizás no sea el único que se sienta afectado por esto.
Cuando Bakugo volvió su vista al peliverde, este se encogió por mero impulso y retrocedió un paso.
—¡Por favor no me explotes la cara! —chilló con los nervios a flor de piel.
El cenizo bufó, separándose de Midoriya mientras relajaba sus facciones y arrastraba la vista por el suelo, sintiendo una explosión de calor en las mejillas que no creía haber experimentado antes.
—Oye, nerd —dijo con la voz extrañamente baja y calmada, casi como un susurro apenas audible. Midoriya parpadeó dos veces y bajó lentamente los brazos que en algún momento había alzado para protegerse de una posible explosión.
—¿Si, Kacchan?
—¿Crees... —Katsuki chasqueó la lengua, recriminándose mentalmente por acudir a alguien tan patético para aclarar sus dudas o el simple hecho de no poder ser capaz de decir lo que su mente quiere expresar. Tomó aire, tratando de ordenar sus pensamientos —, ¿crees que deba disculparme con Kirishima?
No hubieron apodos despectivos, ni insultos en la oración. Bakugo lo estaba considerando seriamente, y era probable que se sintiera especialmente culpable por toda la situación. Midoriya no pudo evitar parpadear nuevamente, más confundido que antes, incapaz de creer lo que había escuchado.
—¿Eh? ¿Qué?
Y una explosión llegó de lleno a su pobre rostro.
—¡¡No me hagas repetirlo, maldito nerd!! —gritó con los pómulos colorados, empujando a Midoriya hasta el pasillo con la cara chamuscada antes de pasar rápidamente a su lado.
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