I
Parte 6: Memorias Opacas
Bakugo soltó una risa amarga en algún punto, dejándose caer en el colchón de su habitación.
¿Su primer recuerdo?
A veces sentía las lagunas en su cabeza, las imágenes borrosas de las cosas que antes fueron grandes e inancazables cuando era realmente pequeño, o los regaños de su madre —los más recurrentes en su memoria, debía decir—. Pero sus primeros recuerdos, de los más nítidos que tenía, probablemente sean sus años de infancia, esa época donde era un niño inocente que jugaba a diario con Deku en el jardín de infantes o en la casa del otro.
Quizás era la primaria, donde había sido uno de los idiotas más grandes. Tiempos donde Bakugo había disfrutado pasar sobre el resto por el simple hecho de poseer un quirk más poderoso. En esos momentos donde su mejor amigo no había desarrollado su propio quirk, y algo dentro de él había cambiado al observar sus manos. Porque Katsuki Bakugo tenía una particularidad excepcional, pero Izuku Midoriya no. Él ya tenía un futuro prometedor si se esforzaba lo suficiente, entonces, ¿qué podría decir la gente a su alrededor si seguía juntándose con un perdedor como Deku? Tal vez fue ahí cuando las cosas comenzaron a cambiar entre ellos. Al principio simplemente empezó a alejarse e ignorarlo, con el tiempo llegaron los abusos, tanto verbales como físicos.
Tiempos donde fue un completo bastardo, seguramente.
Bakugo tenía muchos primeros recuerdos, pero no parecía haber ninguno donde la felicidad pudiera superar el desprecio y la amargura que siente hoy en día por sí mismo. Miles de recuerdos, pero ninguno que ahora, como futuro héroe profesional, pudiera cambiar, arreglar o tratar de hacer algo al respecto.
Su primer recuerdo, entonces, ¿cuál sería?
Si Bakugo en verdad pudiera elegirlo, no cabría duda que su primer recuerdo sería cuando aquella oxigenada cabellera roja atravesó la puerta el primer día en la U.A. Si pudiera elegirlo, entonces sería el día que Kirishima se acercó a él por primera vez, no por conveniencia o egoísmo, sino el de un interés sincero y desinteresado de conocerlo. Cuando le sonrió con aquella peculiar dentadura o el día que estuvo ahí, a su lado, sin miramentos o prejuicios.
Kirishima no solo ocupaba gran parte de sus mejores y más resguardados recuerdos, sino que también eran los primeros donde sentía que podía ser él mismo sin la necesidad de sentirse juzgado, temido o despreciado. Era algo que podía responder sin necesidad de pensarlo, simplemente cerrando los ojos y verlo era suficiente, porque los mejores meses de su vida contenían dos simples y asfixiantes palabras:
Eijiro Kirishima.
Tal vez era muy pronto para decidirlo, después de todo solo tiene dieciséis años —todo un futuro largo y prometedor por delante—, pero desde su perspectiva, los mejores meses de su vida comenzaron cuando lo conoció. Ya no había forma de negarlo. Kirishima siempre había sido una bola deslumbrante que irradiaba felicidad donde quiera que estuviera —un sol con piernas, podría decirse—. Era sonrisas amistosas y puños retadores siempre listos para la acción. Kirishima era destellos segadores y felicidad instantánea, era bullicio acojedor y emoción latente.
No había forma de expresar lo que significaba para él, porque Eijiro era muchas cosas, y recién en este momento es donde Bakugo es capaz de darse cuenta y aceptar lo que significa Kirishima en su vida. Pero poco puede hacer al respecto, a decir verdad, en estos momentos.
La mañana había sido por demás rara, y no era para menos. Bakugo jamás, en su sano juicio, hablaría abiertamente sobre sus problemas internos o sus sentimientos. Mucho menos con alguien como Deku... pero lo hizo, de algún modo.
Claramente no estaba en sus mejores cinco sentidos.
No supo cuánto tiempo pasó, pero Bakugo estaba seguro que había estado gran parte de la tarde hablando con el patético de Midoriya al respecto. Y, para qué negarlo, con su madre igual. Buscando el consejo de alguien que pudiera ayudarlo a arreglar aquella situación de una vez por todas.
En esas horas que habló con ambos Bakugo fue capaz de descubrir muchas cosas sobre sí mismo que antes desconocía —o simplemente se había negado a aceptar—. Y no va a mentir, tiene miedo. Quizás esta era otra estrellita que agregarle a la lista de recuerdos de Kirishima; porque Bakugo siente que tiene miedo por primera vez en su maldita vida.
Eran tal vez las 20:43 según su celular. E impulsado por el apoyo incondicional de su madre y el otro nerd, Bakugo se dijo que habían cosas que simplemente no podían aplazarse. O no durante más tiempo.
Bakugo se tomó un momento para pasarse una mano por el rostro antes salir de la habitación, como una forma de manifestar —y tal vez controlar también— el creciente nerviosismo que le había atacado. Encontró el pasillo oscuro y vacío y solo le costó dar un par de pasos para pararse frente a la puerta de su compañero. Al acercarse, Bakugo nota los músculos de los brazos pesados junto a su cuerpo, completamente tenso. Su cuerpo se sacude por la sensación, pero no retrocede. Esto no es algo a lo que deba temerle, pero el pensamiento negativo de que Kirishima no desee perdonarlo todavía revolotea en su cabeza. Demasiadas probabilidades, y de pronto no se siente tan confiado de continuar.
Quizás fue un jodido idiota la mayor parte del tiempo. Con sus padres, con sus compañeros y, más especialmente, con Kirishima. Nunca se ha parado a pedir una disculpa en su vida, pero siempre hay una primera vez para todo y, en esta ocasión, le toca a Bakugo dar el paso.
Dio un par de toques en la puerta con los nudillos, demasiado suave para perturbar la tranquilidad de cualquier persona, incluso demasiado bajo para sentirlo. Bakugo se prometió ser completamente sincero por una vez en su jodida vida y dejar atrás esa estúpida fachada arrogante y autosuficiente. Esperó pacientemente aunque pasaran los minutos. Su estómago se retorció de los nervios, pues sabía que Kirishima estaba en la habitación. Tocó de nuevo.
—Sé que estás ahí —afirmó Bakugo. No fue agresivo con las palabras, pero si modeló su voz lo suficiente para que pudieran escucharlo del otro lado —. No me jodas Kirishima, te escuché caminar hace un momento —hizo una pausa para relamerse los labios —. Solo... solo abre la puerta.
Sin embargo, no hubo ningún movimiento dentro de la habitación. Bakugo suspiró, entendiendo que Kirishima no quería verlo, y cuando estuvo a punto de darse la vuelta e irse, la puerta se abrió con lentitud. Eijiro se asomó con duda del otro lado, reconociendo la silueta de Bakugo a mitad del pasillo, apretándose contra la madera como si la puerta pudiera protegerlo.
Kirishima parpadeó una cantidad incontable de veces e hizo una mueca con los labios, para después suspirar de manera profunda: —¿Bakugo? Creí que estarías durmiendo, ¿qué estás haciendo acá?
No fue agresivo al preguntar, pero Katsuki encuentra los ojos renuentes del pelirrojo y descubre que tampoco es la visita nocturna que esperaba recibir aquel día. Bakugo se tragó el nudo innecesario en su garganta. Su pecho se oprimió de forma dolorosa, devolviéndole la misma inseguridad que había sentido cuando salió de su habitación. Pero él era Bakugo Katsuki, y arrepentirse no era una palabra que anduviera en su vocabulario.
Reforzó su postura e infló el pecho con más valor del que podía haber obtenido jamás, aferrándose a las palabras de aliento de su madre y Midoriya, pues sentía que las necesitaba. Dio un paso al frente, con cuidado de arruinar algo entre ellos más de lo que ya estaba, y preguntó:
—¿Podemos hablar?
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