P R Ó L O G O
꧁☆☬ P R Ó L O G O ☬☆꧂
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La hierba, de un verde vivo y casi mágico, se aplastaba a medida que sus pequeños pies caminaban sobre ella. Corría alejándose de la ostentosidad del que era su hogar. Estaba harta de aquel palacio de enormes pasillos y empinadas escaleras, de oscuras habitaciones y relucientes suelos de blanco mármol. Le cansaba vivir encerrada y arrastrada de un lado a otro por su institutriz pero, hoy era un día distinto.
Observó sobre su hombro mientras seguía su camino rumbo a la misteriosa hilera de árboles no muy lejana. Su abuela solía hablar sobre él, sobre como nadie debía de atreverse ni siquiera acercarse a un par de metros, sobre todo ella. Le había advertido tantas veces que incluso aún, sin ella presente, podía escuchar su voz diciendo que no se le ocurriera acercarse. Pero, Olga, su nodriza, contaba tantas historias sobre lo que se escondía en las tierras más allá de este que no podía evitar necesitar acercarse. Tan solo unos metros, solo echar un vistazo.
Podía escuchar a los pájaros cantar a la lejanía, donde el verde de los campo se entrelazaba con el azul cielo y entre medias se creaba un paisaje de oscuridad y madera.
La institutriz la había perdido de vista en uno de los cambios de ala de camino a la biblioteca para su clase de literatura, y ella, rápida como nunca, había aprovechado para salir corriendo, como si fuera un cervatillo huyendo de su cazador.
Siempre había querido saber qué había más allá de aquel enorme bosque, si los cuentos que Olga le había contado eran realidad y no solo sueños. Quería conocer a las hadas, y a los señores del cabello de oro que tenían poder en sus venas.
Quería conocerlo todo, necesitaba hacerlo.
Decenas de veces le habían advertido de lo peligroso que era cruzar la frontera sin permiso, que monstruos horribles se la llevaría y jamás podría regresar, que una niña pequeña como ella iría a Kenderwarf, pero no lo creía. Ella conocía a Karch, lo había hecho mediante las historias de Olga, había escuchado todas y cada una de ellas, y no era posible que un Dios bueno y gentil como él creara algo tan horrible como la gente decía que era el bosque.
Y corrió, tanto que sentía sus pies se entumecieron mientras bajaba los pequeños escalones que separaban la puerta trasera de la muralla con el enorme campo de margaritas que llenaba el espacio hasta el amplio bosque. Podía ya percibir aquel cántico, el susurro del viento que chocaba contra su rostro mientras corría, el mismo que azotaba su ventana en las noches y trasladaba sus sueños a lugares que nunca había visitado. Eran casi como recuerdos, extrañas visiones de un tiempo que no pertenecían al suyo, recuerdos de un cuerpo mucho mayor al suyo.
Sus sueños estaban llenos de rostros desconocidos pero que de alguna manera, resultaban familiares, y sabía que no los encontraría a este lado del bosque. Necesitaba cruzar, tratar de encontrarlos más allá.
Una sonrisa verdadera se asomó en sus labios pero esta apenas duró unos segundo, porque escuchó el relinchar de los caballos a su espalda y acto seguido una voz que le heló las venas.
—¡Alyathy Atte Wille detente ahora mismo! —La niña de cabello claro se petrificó en su sitio ante el rugido enfurecido de su padre a su espalda.
Sus músculos se tensaron pero, sin embargo, no se dio la vuelta y mantuvo su vista fija en aquella enorme y oscura hilera de árboles.
No faltaba nada, solo unos pocos pasos, una pequeña carrera y...
—Alyathy te ordeno que des la vuelta en este instante —Los ojos verdes de la pequeña brillaron, solo unos pasos.
Comenzó a correr apartando las altas hierbas de su camino, casi tropezando con su abullonado vestido, pequeñas espinas se clavaban en la tela y otras, las más altas, arañaban su rostro.
—¡Alyathy!
Con pequeños saltos logró aumentar su velocidad, y saltó y saltó, y escuchó el galope de los caballos acercarse pero, ella ya estaba ahí. Alargó su mano tratando de alcanzar la corteza del árbol al que se dirigía, el primero de la línea, sus dedos rozaron la libertad de la hierba durante unos segundos antes de que un fuerte brazo la tomara por la cintura y la alzara en el aire. Acto seguido cayó sobre unas fuertes piernas que no tardó en reconocer.
Y entonces, como si el tiempo se hubiera detenido por unos segundos, la melodía del viento se detuvo por completo, sus ojos, los cuales comenzaban a llenarse lentamente de lágrimas, se quedaron fijos en los árboles frente a ella.
Y gritó. Gritó porque la melodía en su interior, tras un segundo de pausa estalló en un millón de notas que clamaban por ella, que le suplicaba que llegara a su encuentro. La niña se sacudió y pataleó en el regazo de su padre, tratando de luchar por escapar del brazo que la sostenía.
El hombre de brillantes ropajes y de curtido rostro miró a su hija con claro enfado y gran preocupación pero ella no se molestó en mirarlo de vuelta. Siguió llorando,suplicando por que la dejara ir.
—Alyathy —La llamó con un tono más suave —Detente, cielo, por favor.
No, no le haría caso, no lo miraría. No dejaría de pelear.
Simplemente no podía comprenderlo ¿Por qué todo el mundo odiaba ese lugar? ¿Por qué nadie se acercaba si a ella la llamaba de manera tan insistente?
Quería saber la respuesta, necesitaba hacerlo.
—Cielo -Su padre la giro sobre sus piernas, y le bloqueo la visión del bosque, obligándola a mirarlo solo a él. —Alyathy, cielo, mírame, por favor.
La niña no encontró otra opción. El pulgar, duro y calloso de su padre limpió las lágrimas que descendían por sus mejillas sin control, y aunque su deseo era alejarse de su toque, no pudo evitar sentirse reconfortada al ver que el rostro de su padre solo estaba bañado con preocupación, sin una gota de enfado.
Como si de alguna manera la comprendiera.
—Sabes que no debemos acercarnos al bosque —Habló el hombre acariciando esta vez el mentón de la niña —Está prohibido para todos en esta tierra y en las que llena el bosque. Nadie cruza, nadie entra.
En su interior quiso protestar pero no habló, pues era lo suficientemente lista para saber que no la dejaría ir, que no la soltaría y que seguramente la encerrará junto a la institutriz en su alcoba si lo hacía.
—Alya, eres mi hija, la princesa de Aquion. Algún día te convertirás en reina —El rey acarició su cabello y ella dejó escapar un último sollozo —Con esa carga debes aprender a obedecer. Las tierras que colindan con el bosque puede que sean tuyas algún día y debes aprender a cuidar de ellas, eso implica conocer nuestra historia y el cómo no repetirla —Ella se acomodó en los brazos de su padre y observó como este daba la orden de regresar —Algún día comprenderás mis palabras —Prosiguió su padre —Y espero que ese día, comprendas que todo lo que hago es por vosotros.
No dijo palabra, se dejó arrastrar sobre ese caballo de nuevo hacia el castillo.
Sintiendo que aquella melodía volvía a apagarse poco a poco dentro de ella. Resignandose a que nunca lograría encontrar la razón de porque ese bosque la llamaba. Para cuando llegaron a los jardines del palacio los susurros del bosque desaparecieron y cualquier esperanza se quedó encerrada en lo más profundo de su corazón.
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