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38 CAPÍTULO


× × ×

El rescate


No sé cuánto tiempo me tomó regresar. Ni siquiera estaba segura de haber recorrido el mismo camino que había tomado para ascender.

Nada más bajar el primer escalón de las ruinas el corazón me había comenzado a martillear nervioso, una súplica de mi propio cuerpo de que me diera prisa, de que terminara con todo esto de una vez. Y así había hecho, había corrido todo lo que mis piernas agotadas me permitían hasta llegar aquí.

El sol de medio día se colaba entre la espesura de los bosques para iluminar en la distancia la destartalada cabaña que yacía sola en medio de un claro tan pequeño que incluso resultaba ridículo llamarlo así.

Sostuve mi cuerpo agitado contra él mismo tronco que me había ocultado en mi huida, me asomé ligeramente para poder comprobar si el rebelde llamado Keylan aún se encontraba en el lugar.

Lo dudaba. No solo por el silencio sepulcral que inundaba todo, si no porque era estupido permanecer ahí.

Si no seguía buscándome por la montaña debía de haberse marchado.

Cerré los ojos y me permití descansar un corto instante, solo el suficiente como para poder volver darle a mis pulmones la capacidad de respirar sin que la acción doliera y ardiera en mi garganta.

Tragué saliva para tratar de aliviar la angustiosa sensación de sed.

El suave crujido de las ramas sobre mi me hicieron alzar la mirada.

En las ramas sobre mi cabeza, mis dos compañeras iniciales de viaje me observaban nerviosas.

—Iros —Susurré en dirección a ambas hadas —Gracias por todo.

Las pequeñas criaturas sonrieron dulcemente antes de alzar su vuelo y esconderse aún más alto en la copa del árbol.

Mi mano libre, la que no sostenía el pequeño fracaso de madera con el remedio que aquel anciano me había dado, hurgó entre las telas del corsé que comenzaba a sentirse demasiado pesado sobre mi cuerpo y sacó el pequeño cuchillo que había llevado conmigo.

El metal brilló bajo los reflejos de la luz solar a medida que salía de mi escondite.

Solo debía de entrar, agacharme junto a Thalor para darle unas gotas de la pócima entre mis manos. Y puede que yo tomara otra, la idea de desmayarme de agotamiento mientras huíamos no se veía exactamente atractiva.

Cautelosa y casi sin respirar caminé hasta la puerta entreabierta de la cabaña, mis dedos rozaron muy vagamente la puerta antes de empujarla solo lo suficiente como para permitirme ver en el interior.

Vacío, a excepción del cuerpo de Thalor en el suelo.

Un agónico suspiro quedó atrapado en mi garganta al ver su aspecto. Había empeorado desde mi huida, su piel de por sí ya pálida ahora era casi de un tono grisáceo y sus labios habían perdido su color rosado casi por completo.

Me lancé hacia él al instante.

Dejé caer el cuchillo junto a mi y apresurada abrí el pequeño frasco, coloqué una mano bajo su cabeza y la alcé ligeramente para ayudarlo a tragar.

Tan solo un par de gotas cayeron sobre su lengua y este, como si pensara que se tratara de agua o algo semejante ansiosamente se enderezó inconscientemente en busca de más. Aparté rápidamente el frasco de sus labios y lo observé dudosa, sentí los músculos del brazo que sostenía a Thalor arder.

Llevé el frasco a mis labios y di un sorbo casi arrepintiéndome al instante.

Thalor abrió los ojos en el mismo instante en el que yo tosía con fuerza sintiendo como el horrible sabor amargo del líquido bajaba por mi garganta.

—¿Qué...?—El lord se sostuvo contra mi, aún con el rostro pálido y la piel sudorosa observó a nuestro alrededor —¿Dónde est...estamos?

—En una cabaña en el valle de Tharondaal —Su gesto no cambió, pero su mirada descendió hasta su costado y a las vendas que se habían llenado de sangre a estas alturas. Un quejido adolorido brotó de sus labios —Debemos marcharnos, ahora.

—¿Cómo me has traído aquí? —No me molesté en detenerme para seguir nuestra conversación, me incorporé y le indiqué con un gesto apresurado que colocara su brazo sobre mis hombros para poder ayudarlo a levantarse —¿Qué ha pasado con Arcova? ¿Dónde...

Sus palabras murieron en sus labios y fueron reemplazadas con un sonoro quejido que se convirtió casi en un rugido cuando ambos nos pusimos finalmente en mi.

El aire escapó de mis pulmones cuando casi todo su peso recayó sobre mí y tuve que forzar a mi cuerpo a enderezarse para no caer ambos al suelo.

Mi corazón martilleaba acelerado dentro de mi pecho, no sé si gracias a la pócima de horrible sabor o a la propia adrenalina de la situación.

—No hay tiempo para darte explicaciones —Agité mi cabeza para apartar los mechones húmedos y sucios de mi cabello fuera de mi rostro —Debemos irnos, ya. Él no debe de estar demasiado lejos.

Nos empujé a ambos hacia la puerta, Thalor daba la poca energía que esa pócima había despertado en él para tratar de caminar aunque esto era apenas posible.

—¿Keylan? —Asentí.

Ambos salimos al exterior, pero no pasaron ni siquiera tres segundos antes de que Thalor volviera a casi desplomarse obligándome a sostenerlo aún con más fuerza y morder mis propias mejillas para acallar los gruñidos adoloridos que yo misma quería soltar.

Cada pequeña fibra de mi cuerpo está ardiendo.

—Vamos —Rugí con la voz entrecortada y ronca—Vamos, no puedes desmayarte, necesito que sigas despierto.

Thalor trató de incorporarse pero sólo necesité un rápido vistazo a su rostro para saber que su estado debía de ser mucho peor del que creía. Las lágrimas de rabia y frustración se acumularon en mis ojos pero no me permití derramarlas.

Mordí el interior de mis mejillas y cargué su peso sobre el mío. Mis piernas temblaron y pronto sentí el regusto a hierro de la sangre en mis labios pero sin embargo no me detuve, con la mano que no rodeaba a Thalor saqué de nuevo el pequeño frasco de entre las telas de mi vestido. No dudé antes de darle un largo trago y dejar el líquido deslizarse por mi garganta sin pensarlo.

El corazón me bombeó tan violentamente al instante que pensé que iba a estallar, pestañeé varias veces para asimilar el dolor punzante bajo mis costillas pero cuando estaba dispuesta a dar un paso al frente, una fuerte carcajada masculina me hizo detenerme.

—Oh por Karch, no creo que hayas hecho eso —Mi mirada fue corriendo a nuestra derecha y en efecto, ahí estaba él.

Keylan, recostado contra uno de los árboles, su daga entre sus dedos con la que jugaba despreocupadamente como una señal amenazante de lo divertida que encontraba la situación. De lo sencillo que era lidiar conmigo para alguien como él.

—Eso ha sido un error, cielo —El castaño se incorporó y caminó lentamente en nuestra dirección.

Me giré ligeramente y como pude dejando que el cuerpo casi inconsciente de Thalor se deslizara por un grueso árbol hasta el suelo de nuevo. Segundos después me encontré a mi misma sosteniendo de manera temblorosa el cuchillo que yo misma había robado al escapar.

Los ojos de vivo color verde del rebelde observaron casi con fascinación mi arma, la manera en la que el acero temblaba incontrolablemente entre mis dedos.

—¿Nunca te han dicho, cielo, que está mal robar? —Murmuró con un tono burlón mientras mantenía aquella insoportable sonrisa en sus labios.

Bufé y mostré los dientes mientras retrocedía todo lo que el maltrecho cuerpo de Thalor me permitía.

—No des un paso más —Advertí tratando de ocultar el temblor en mi voz.

Él por supuesto hizo caso omiso a mis palabras y siguió avanzando. Su pose desgarbada y él obvio entretenimiento en todas sus facciones enviaban una ola de rabia que me recorría las venas.

—Parece que el bosque se ha llevado a la dulce princesa humana, ¿quién sois, su hermana malvada? —Se burló mientras comenzaba a caminar de lado a lado, como si yo fuera una presa que se molestaba en entretener antes de atacar.

—¿Qué quieres de nosotros? —Cuestioné harta —¡Si vas a hacer algo, hazlo ya!

Estaba agotada, estaba rabiosa y no podía soportar sus juegos estúpidos ni un minuto más.

Thalor necesitaba ayuda.

—¿Acaso sabes usar una de esas? —Sus ojos señalaron al arma entre mis manos, yo tragué saliva —Deberías soltarla, no queremos que acabes herida por una tontería, ¿no?

El rebelde amenazó con avanzar y yo me deslicé hacia ala derecha, alejándome más de él, y de Thalor ahora.

Reafirmé mi agarre sobre la daga y la alcé a la altura de mi rostro. Casi podía escuchar la voz de Nethan indicándome todo lo que estaba mal con mi postura. Mi mano contraría se alzó a la altura de mi pecho y mi mano no se volvió un puño.

—Oh —El gesto del castaño se transformó con sorpresa —Al parecer me equivocaba. Es un arma pequeña, eres rápida por lo que es buena para ti.

Él dio un paso al frente, y por alguna razón, esta vez decidí no retroceder.

Apreté mis dientes y mantuve mi mirada clavada sobre él. Un hormigueo incomodó y desagradable bailaba en la punta de mis dedos.

—¡Responde a mi maldita pregunta! —Insistí en un grito ronco y adolorido.

El castaño cruzó ambos brazos sobre su pecho.

—Has sido toda una experiencia, cielo —Rodé los ojos con fastidio ante el maldito mote —¿Realmente creías que no me había enterado de tu huida? ¿Qué no te escuché robar el cuchillo o empujar la puerta? —El alma se me cayó a los pies y el aliento quedó atrapado en mi garganta —¿Crees que no te escuché subir la montaña?

Los nudillos en mis manos se tornaron blancos y la sangre llenó mi boca cuando apreté la carne de mis mejillas entre mis dientes.

Si él realmente lo había escuchado todo, si sabía que había tratado de huir, ¿por qué no me había parado? ¿Por qué no me había vuelto a empujar dentro de la maldita cabaña?

El tal Keylan dio un paso al frente.

—¿Quieres saber lo que quiero? —Su sonrisa se ensanchó aún más, pero esta vez no era diversión, no era entretenimiento. Había una fascinación implícita en su gesto —Quería ver esto, quería ver si volverías a por él. Por eso te dejé marchar, por eso te dejé creer que dormía.

El aire escapó de mis pulmones con un jadeo.

Las lágrimas quemaron en la parte trasera de mis ojos.

—Si vas a matarme, termina de una vez —Estaba harta, estaba malditamente harta de él y sus juegos —¡Hazlo!

Mis piernas temblaban, mis manos temblaban, incluso estaba segura de que mis párpados también estaban temblando. Estaba agotada, no podía más.

El dolor en mi pecho, la manera tan violenta en la que latía mi corazón, la velocidad incontrolable de mis latidos.

Y sin embargo, cuando se lanzó en mi dirección, no me dejé morir.

Mis músculos reaccionaron por sí solos y cuando sus brazos me rodearon, inmovilizando mi cuerpo casi por completo, no pude evitar patalear y sacudirme con violencia. El único brazo que quedó libre de su agarre se hizo con la daga y rápidamente lo usé para apuñalar su brazo obligándolo a soltarme.

Él emitió un gruñido cuando el acero traspasó el cuero de su chaqueta y se bañó con el rojo de su sangre, mi cuerpo empujó el suyo y rápidamente retrocedí para quedar frente a frente de nuevo.

De nuevo en sus labios una sonrisa.

Pero nada de eso importó, y él rápidamente colocó sus ojos sobre mi cuando una voz se alzó sobre los árboles, sobré el silencio del bosque.

—¡ALYA!

El corazón se me detuvo por completo durante un segundo. Porque quizás lo estaba imaginando, porque quizás estaba tan agotada que comenzaba a escuchar cosas.

—¡ALYATHY! —Era su voz, las lágrimas descendieron por mis mejillas.

—¡THALOR! ¡ALYATHY! —Otra voz más, otra voz que reconocía perfectamente.

Mis ojos fueron al rebelde frente a mí, a la manera en la que su mano derecha estaba bañada en sangre de la propia herida tan solo centímetros más arriba.

—No bajes la guardia —Su gesto se transformó en una mueca seria —Yo y mis hombres no nos alejaremos, él no nos dejará perderte el rastro. No después de lo que hiciste.

Lo observé durante unos segundos y esta vez la que sonreí fui yo mientras abría los labios y gritaba.

—¡REEGAN! ¡REEGAN AQUÍ! —El sabor de la sangre de mi boca descendió por mi garganta —¡ESTOY AQUÍ!

El sonido creciente de los caballos cabalgar se hizo más fuerte. Yo volví a gritar, y sin embargó, Keylan estaba inmóvil frente a mi.

Sus ojos abiertos por completo y en su rostro una expresión casi ilegible. No sé cuantos segundos pasaron, cuando fueron los que él tardó en finalmente darse la vuelta y salir corriendo entre la maleza.

Muchos menos sé cuantos segundos pasaron hasta que sentí el bosque agitarse a mi alrededor y me obligué a darme la vuelta.

Reegan bajó de su caballo incluso antes de que este se detuviera. Saltó y con una agilidad imposible comenzó a correr en mi dirección.

Y quizás fuera la sorpresa o el alivió, pero cuando su aroma me envolvió por completo mientras sus brazos hacían lo mismo, mi corazón se detuvo por completo. El aire quedó atascado en mi garganta y mis piernas se rindieron. Mis manos se aflojaron y la daga cayó rápidamente al suelo.

Lloró porque finalmente se ha acabado. Reegan se aleja solo unos centímetros y me observa con el ceño fruncido mientras ambos caemos al suelo delicadamente. Sus labios se mueven peor o no puedo escucharlo.

No puedo respirar. Me duele el pecho y la cabeza me da vueltas.

Balbuceo pero no sé lo que digo.

Observó en silencio como su gesto se transforma en una mueca de horror y cuando una de sus manos, las que recorren mi cuerpo en busca de heridas, se hunde ligeramente bajo el final de mi corset, esté saca el pequeño frasco.

Lo veo llevarlo a su nariz y cuando parece darse cuenta de lo que es, su expresión se rompe por completo.

Sé qué grita, por qué lo veo alzar la mirada y clamar por algo, por alguien. Sé que lo que sea que está pasando es grave, porque rápidamente el rostro moreno de Thyran también aparece sobre mi.

Ambos se ven aterrados.

Lloro, porque duele. Porque no sé qué está pasando pero se siente como si me estuviera muriendo. Porque estoy agotada, y por qué el miedo, a pesar de estar ahora en los brazos de alguien que sé que me tiene a salvo, no ha desaparecido.

Las manos de Reegan toman mi rostro, y su tacto se siente helado. Él también está temblando. Y si no fuera porque mi visión era tan borrosa que apenas podía ver su rostro de manera clara, juraría que incluso él tiene los ojos bañados en lágrimas que no se permite derramar.

Sé que susurra algo y ese algo es para mi, pero no puedo escucharlo. Lo único que puedo percibir es un silencio estremecedor, uno que me hiela los huesos y me tensa el cuerpo por completo.

Puedo ver la luz dorada iluminar sus krohemitas. Puedo ver su cuerpo entero estallar en una luz cegadora que me envuelve por completo. Puedo sentir su magia viajar a través de mis venas como un río de lava ardiente que me hace gritar. Y sin embargo, nada parece cambiar.

Mi pecho arde. Todo mi cuerpo arde.

—Alya, por favor —Su voz viaja a mí, pero sus labios no se abren, él no dice nada, sin embargo puedo escucharlo, en mi mente, en mi pecho. Puedo sentirlo llenarme por completo —Por favor, quédate. Quédate conmigo.

Su magia quema. Me hierve por dentro y me hace gritar.

Me sacudo, porque es insoportable, pero sus brazos me retienen.

Su gesto se arruga con dolor y su cabeza se agacha hasta que su frente queda pegada a la mía.

Cierro los ojos y lloro. Sollozo y suplicó que pare. Peró se que no me escucha, que no puede hacerlo porque ningún sonido brota de mi garganta.

No sé cuánto tiempo transcurre bajo esa tortura, no sé tiempo paso llorando y cuanto tiempo permanezco entre sus brazos, cuanto pasa su rostro pegado al mío. Pero cuando finalmente todo se diluye en un mar de sensaciones confusas, él aún no me suelta. Él no deja de susurrar para mi.

Y mientras el dolor se desvanece lentamente dejando en su lugar una sensación casi acogedora y dulce, su voz se vuelve algo entendible, un murmuró ronco y casi rasgado.

—Te tengo —Quiero levantar mis manos para limpiar las lágrimas que amenazan con deslizarse por sus mejillas, sus ojos dorados brillan con una ternura que amenaza con partirme el alma—Te tengo. Estás a salvo. Te tengo.

Pero no soy capaz de hacerlo. Al igual que tampoco soy capaz de mantener los ojos abiertos durante un segundo más. Estoy agotada, y por fin, mientras sus brazos me arrullan con suavidad, soy capaz de dejarme ir.



× × ×


Cuando me despierto, no hay bosque a mi alrededor. Ni silencio ni quietud.

Apenas abro los ojos, hay demasiada luz.

Puedo sentir la calidez de una fina sábana cubrir mi cuerpo, el mullido colchón donde debo de estar tumbada se siente como el mismísimo paraíso.

Hay voces, voces que no reconozco del todo pero me son familiares. Hay agarre o, el sonido de la madera crujiendo y golpes pesados. Hay un olor que no reconozco del tono en el aire, aunque no es del todo desagradable.

Me esfuerzo por tratar de abrir los ojos, pero en cuanto el primer rayo de sol me golpea el rostro me obligo a cerrarlos.

Tengo el cuerpo destrozado, y la prueba es que cuando intento alzar un brazo para bloquear aquella estridente luz dorada, mis músculos se niegan.

Entreabro los labios, prorrumpió tengo la boca tan seca que es casi enfermizo.

Agua. Quiero agua.

No sé si balbuceo algo, o simplemente me muevo, pero antes de siquiera poder darme cuenta la luz que golpeaba mi rostro se bloquea a la vez que una masa se posa sobre el colchón junto a mi.

—¿Alyathy? —Un cosquilleo me recorre la piel cuando sus dedos apartan con suavidad el cabello de mi rostro y su piel roza la mía.

Vuelvo a forzarme a abrir los ojos. Y esta vez la luz es suave, aunque eso no evita que mi mirada escueza.

Él está ahí.

Su figura está en vuelta por la luz que golpea sus espalda. Y quizás es porque aún no soy consciente del todo, o simplemente sigo atontada pero de aquella manera, Reegan se parecía a una obra de arte.

—¿Estás bien? —Su voz es un susurro dulce, casi como si este pensara que hablar alto me provocaría algún tipo de dolor añadido —¿Te duele algo? ¿Puedes respirar bien?

Frunzo el ceño cuando de nuevo, trató de levantar mis brazos para soñar mis ojos.

—Me duele todo —Susurró con la voz ronca y entrecortada por la sequedad en mi garganta —Agua...—Suplicó.

Él se gira y estira los brazos hacia la pequeña mesita al lado de mi cabeza. Hay un vaso pequeño que enseguida llena y tiende en mi dirección. Observó el brazo avergonzada y luego mi mirada escala hasta la suya.

No necesita que hable para que me entienda.

Con sumo cuidado toma mi cabeza y con un movimiento lento me ayuda a incorporarme solo lo suficiente como para permitirme beber. Me terminó el vaso en segundos, él vuelve a rellenarlo y hace lo mismo una vez más.

Cuando finalmente, tras un medio vaso más, mi sed cesa, Reegan vuelve a dejarme contra las mullidas almohadas una vez más.

El silencio se interpone entre ambos pero no me enfoco en ello, si no en lo que me rodea.

No estamos en el palacio de cristal. Eso es sencillo de identificar, ya que las paredes que nos rodean ahora son de un fuerte color anaranjado casi amarillento y de piedra gruesa y rugosa.

El olor que no lograba identificar se me hace presente de nuevo, pero cuando mi mirada recae en una sábana polvorienta que cubre algún mueble en la esquina de la inmensa habitación no me cuesta reconocerlo. Polvo.

Huele a polvo, y a Reegan.

—¿Dónde estamos? ¿Qué es este lugar? —Cuestiono mientras mi mirada asciende hasta las vigas que sostienen los doseles casi transparentes de la inmensa cama en la que me encuentro.

Los tallados en las maderas son exquisitos, en una fiel representación de las ramas de un árbol que ascienden casi hasta la altura del techo.

—En Hibarul —Responde Reegan mientras mantiene su mirada fija sobre mí —Estamos en la antigua capital, en el palacio en la montaña.

—¿Arcova? —Mi mirada regresa al rey, y a juzgar por el gesto apenado en sus facciones, sé que no hay buenas noticias al respecto.

—El palacio casi se derrumba por completo. Hubo una segunda explosión que derrumbó los cimientos del puente de piedra natural —La saliva se acumula en mi boca y tragó de golpe. La explosión que me había sacudido a mi y a Thalor. La que me había librado de una muerte segura —Será imposible regresar durante un tiempo. Esta era la mejor opción.

—¿Thalor está...?—Es casi un instinto enderezarme por mi cuenta, movimiento del que me arrepiento al instante cuando mi cuerpo se encoge sobre sí mismo del dolor.

Los brazos de Reegan me rodean un con cuidado, me ayudan a reclinarme sobre el cabecero de la cama.

—No deberías forzarte —Hay un ligero tono de reprimenda en su voz, uno que se deja ver bajo la densa preocupación —Thalor está bien, está recuperándose en una habitación contigua.

Un suspiró pesado y sincero escapa de mis labios. Dejó que mis hombros caigan y mi cabeza se deslicé hacia atrás.

—Oh gracias a Karch —Siento la emoción golpearme con fuerza y no puedo evitar sentir como mis ojos se humedecen pero de alegría esta vez —Pensaba que no lo lograría —Devuelvo mi atención a Reegan y no escondo mi nerviosismo—Cuando desperté y lo ví sangrar de esa manera...oh dios, pensé que moriría.

Reegan extiende su mano y rápidamente limpia la lágrima que logra deslizarse por mi mejilla. Su mano sin embargo no se aporta después de ello y por el contrario acuña mi mejilla con dulzura.

—Está bien, ambos estáis a salvo ahora mismo —Sonrió y no me escondo cuando me inclino más hacia su caricia, cuando cierro los ojos y me enfoco en la calidez de su tacto—Estás bien.

—Estaba tan asustada —Abro los lentamente para mirarlo, para observar el brillo de su mirada dorada —Cuando nos separamos, cuando Thalor me llegó consigo y te quedaste allí...yo...

—Cuando escuché la segunda explosión pensé que habías muerto —Su voz me corta, y la tensión, la sinceridad que percibo en sus palabras me hace quedarme estática —Pensaba que Keylan os había alcanzado pero luego os vi caer por la cascada, a ti y a Thalor —Tragó saliva mientras la mano que él sostiene contra mi rostro se desliza suavemente hacia mi cuello en una caricia que pone mi piel de gallina —Y por primera vez en mucho tiempo, tuve miedo.

—¿Miedo? —Cuestiono con un simple hilo de voz.

Él asiente y su mirada se desliza hacia su mano que sigue descendiendo ahora por mi hombro y mi brazo. Es solo cuando su mano llega a la mía y sus dedos se enredan con los míos que vuelve a mirarme a los ojos.

—Temí haberte perdido —El aliento muere en mis labios.

En mi camino de regreso a la cabaña desde el templo en la cumbre de la montaña había esperado muchas cosas, pero no esto. No a este Reegan, con el cabello despeinado, vestido únicamente con una camisa demasiado ancha para él que me permitía ver más piel de su torso de lo que debía y unos pantalones desarreglados. Y su rostro, estaba agotado, era sencillo de ver. No solo porque no había rastro de sus krohemitas por ningún lado, si no porque bajo sus ojos había dos grandes bolsas violetas que indicaban que apenas debía de haber dormido.

—Thalor logró sacarnos del agua, creo —Expliqué mientras era yo quien agachaba la mirada esta vez hacia nuestras manos entrelazadas —Desperté en una vieja cabaña, ambos estábamos heridos pero traté de curar sus heridas como pude, no tenía nada pero logré vendarlo, luego...—Me detuve un instante mientras sentía un escalofrío escalar por mi espalda —Luego llegó él.

—Keylan —Asentí.

Ignorando las punzadas de mis brazos, solté la mano de Reegan y me deshice de las sábanas con rapidez, tomé el final del camisón blanco y lo subí hasta dejar al aire mi pierna derecha, mi muslo a la vista.

La cicatriz era enorme y de un color rosado que me revolvió las tripas.

—No sé qué es lo que quería lograr, que es lo que quería de nosotros pero curó nuestras heridas —Mis dedos acariciaron la enorme cicatriz que ahora decoraba mi piel —Fue como si me quemaran viva, pensé que iba a morir mientras él...

Las palabras murieron en mis labios cuando los gruesos dedos de Reegan se colocaron sobre la cicatriz, casi junto a los míos. Se deslizaron a lo largo de esta hasta llegar a lo alto de mi muslo.

Mis ojos escanearon su rostro. Su ceño fruncido y la rabia que brillaba en sus ojos me hicieron estremecer. Estaba furioso.

—Si tan solo no te hubiera dejado sola...—Reegan apartó su mano y se levantó rápidamente de la cama —¡Tendría que haber ido contigo! ¡Es culpa mía!

—¡No! —Repuse rápidamente mientras bloqueaba con mi brazo la luz del sol que me golpeaba de nuevo —No es tu culpa Reegan, tenias que poner a todos a salvo, tu los retuviste y...

—¡Pero no a él! —Bufó mientras dejaba sus hombros caer, sus ojos volvieron a mi cicatriz y de nuevo juraría que estos se llenaban de lágrimas —A él más peligroso de todos ellos, al único del que realmente debía de protegerte...lo dejé ir. Lo dejé hacerte daño.

—No es tu culpa Reegan —Volvía a sentenciar, esta vez con un tono más duro y decidido —Thalor tampoco pudo detenerlo.
—Igualmente no debí de haberte dejado sola —Volvió a caminar hasta la cama, esta vez no se sentó, me observó simplemente agachando la mirada —Debí de haber ido contigo.

—Reegan, estoy bien —Mi mano se alzó y esta vez fui yo quien entrelazó nuestros dedos —Viniste a por mi, y eso es lo que cuenta ahora. Thalor y yo estamos bien, gracias a ti.

Él mordió sus labios con fuerza y finalmente volvió a agacharse, esta vez, arrodillándose junto a la cama.

—¡Reegan! —Murmuré borricada mientras me enderezaba ligeramente —Él mismo llevó nuestras manos entrelazadas hasta sus labios y con ellos dejó un suave beso en mi piel.

—Te juro que nada parecido volverá a suceder —Sus ojos dorados recayeron una vez más sobre los míos —Te lo juro Alyathy Atte Wille, por la memoría de mis antepasados. Prometo protegerte, siempre.

Sonreí.

—¿Siempre? —Reegan asintió, sin ningún resquicio de duda.

—Siempre.


× × ×

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