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6

—¿A dónde me estás llevando? ¿Vas a secuestrarme?

—No es un secuestro si has venido conmigo voluntariamente.

La respuesta de Liam me hace poner los ojos en blanco aunque una sonrisa emerge lentamente en mis labios. Esa forma que tiene de utilizar el sarcasmo tan rápidamente para evitar meterse en líos la he visto antes y sigo sin ser inmune a ella.

Liam conduce su Mercedes Maybach entre las ajetreadas calles de Nueva York hacia un destino incierto para mí. Llevo diez minutos de reloj insistiéndole para que me diga a dónde vamos o qué vamos a hacer, pero él mantiene el misterio. Asegura que la noche será mucho más divertida si no sé qué es lo que vamos a hacer. La verdad es que me da igual lo que vayamos a hacer, solo quiero lo que me ha prometido: dejar de sobrevivir y empezar a vivir.

—Si no me dices a dónde vamos ahora mismo, llamaré a la policía y les diré que el todopoderoso Liam Hale me está secuestrando. ¿Vas a dejar que ellos juzguen si es verdad o no?

—Deja a la policía en paz que esta noche les necesitamos más bien lejos —responde con una pequeña risa y una fugaz mirada en mi dirección—. Está bien, te estoy llevando a mi casa para cambiarnos. Yo no pienso andar por ahí esta noche con un traje de cinco mil pavos y dudo que tú vayas a estar cómoda con esos tacones y un vestido.

—Espera, espera, ¿por qué voy a cambiarme en tu casa? ¿Y qué demonios vamos a hacer, robar un banco?

—¿A ti no se te acaba la cuerda nunca?

—¡Responde!

Mi insistencia provoca que una carcajada emerja de su estómago y me quedo mirándole sin discreción alguna. La tenue luz que ilumina el interior del coche es suficiente para que yo pueda apreciar sus rasgos, delicados pero a la vez masculinos. En la oficina siempre recoge su pelo castaño en un moño tras la cabeza, pero en cuanto hemos entrado en el coche se lo ha soltado. Con el pelo castaño enmarcando sus facciones parece más joven y está mucho más guapo.

—Vamos a mi casa porque necesitamos ropa normal que no llame la atención. No te ofendas, pero dudo que tengas algo que no sea de marca y de colores completamente planos —responde con una sonrisita mientras dirige una mirada evidente a mis uñas acrílicas.

—¿Me estás llamando pija? ¡Acabas de decir que tu traje cuesta cinco mil dólares, dudo que tú tampoco tengas ropa acorde con esa definición!

—¿Por qué te ofendes si no te he dicho nada malo? ¡Pensaba que te encantaba ir siempre fabulosa!

Las carcajadas que continúan escapando entre sus labios hacen que la tarea de mantener el ceño fruncido y fingir enfado sea prácticamente imposible. Tiene tanto carisma que rezuma por sus cuatro costados haga lo que haga, haciendo imposible que nadie pueda estar enfadado con él. Además, en parte tiene razón; no tengo ropa cómoda que no llame la atención y no sea de marca. Lo que me sorprende es que él sí la tenga.

Liam pronto aparca en un garaje parecido al mío junto con otros coches de lujo. Antes de que pueda salir del Mercedes por mi cuenta, él ya ha abierto mi puerta y me ofrece la mano para ayudarme.

—¿Y por qué voy a tener que cambiarme en tu casa? ¿Es que eres CEO de día y drag queen de noche, por eso tienes ropa de chica? —pregunto tras tomar su mano. A él no parece importarle cogerme de la mano y yo no tengo ninguna prisa por apartarla, así que caminamos así hacia el ascensor.

—¿Es que nadie te ha dicho nunca que no existe ropa de chico o de chica, solo ropa? Te voy a dejar un chándal mío, algo que te pueda valer teniendo en cuenta que eres una canija.

—Como quieras, Caótica Caleidoscópica. No hace falta que respondas a lo segundo, estaba claro que eres una drag queen.

—¿Cómo has descubierto mi nombre artístico? ¿Es que te colaste en mi show de ayer en secreto?

Liam me da un suave empujón cuando entramos en el ascensor, riendo conmigo. Me sorprende ver que tiene una personalidad tan distinta a cuando estamos en la oficina, pero a la vez me encanta. Soy perfectamente capaz de mantenerme profesional dentro y ser su amiga fuera, como si fuésemos cuatro personas distintas.

El apartamento de Liam es muy parecido al mío, del mismo estilo moderno y abierto que es tan característico en Nueva York. Mis ojos analizan cada mínimo detalle que compone el piso y acaban centrándose en los marcos de fotos que veo sobre las repisas. Le veo a él con su padre, a él graduándose, a él de vacaciones... En todas aparece con una enorme sonrisa en el rostro y siempre acompañado, aunque nunca por su hermano mayor. Ver tantas fotos provoca que un rincón de mi cabeza recuerde otro ático en el que jamás vi una sola foto de ningún tipo, ni mucho menos familiar. Siento un pinchazo en el pecho al pensar en dos hermanos tan similares siendo tratados de forma radicalmente distinta.

—Ven, vamos a encontrar algo que te sirva.

La voz de Liam me saca de mi ensoñamiento y me apresuro a seguirle escaleras arriba, tratando de suprimir ese sentimiento de pena que atenaza mi corazón. Liam avanza hasta una de las primeras puertas y la abre, dejándome ver lo que a todas luces es un dormitorio de invitados.

—No sé si puedo hacer peticiones, pero me gustaría no parecer un saco de patatas con brazos y piernas —solicito cuando abre el vestidor, revelando ropa de hombre que dudo me vaya a quedar bien.

—Es imposible que puedas parecer un saco de patatas te pongas lo que te pongas.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Ya sabes lo que quiero decir —responde antes de lanzarme un chándal negro que atrapo al vuelo—. En cinco minutos te espero abajo, saco de patatas—. Antes de que pueda responder nada, Liam ya está saliendo por la puerta y dejándome sola en la habitación.

¿Me ha llamado guapa? Por lo menos ha dicho que tengo buen cuerpo, o eso creo. Una estúpida sonrisita de colegiala empieza a abrirse paso entre mis labios y me pego una bofetada mental. ¿Desde cuando un hombre me llama guapa y pierdo las formas como una niña de quince años?

Tardo menos de un minuto en ponerme el chándal, doblando los extremos de las mangas y el pantalón para que no me quede largo. No puedo evitar soltar un bufido al mirar mi reflejo en el espejo, confirmando que, en efecto, parezco un saco de patatas.

—¡Liam! ¿Tú has visto cómo me queda esto? ¡Parezco una niña pequeña! —me quejo al bajar las escaleras, mirándole con lo que espero sea un amenazador ceño fruncido.

—Estás absolutamente adorable —responde riendo mientras camina en mi dirección, envolviendo mi cuerpo entre sus brazos como si yo fuese un peluche—. Eres como un osito de peluche suave y gruñón.

—¿A que el osito te clava sus garras, idiota?

Liam rompe a reír antes de cogerme de la mano y hacerme girar como una bailarina, guiándome de vuelta hacia la puerta. Él lleva puesto un sencillo chándal gris que podría encontrar cualquiera en una tienda normal, pero lo que más destaca es su pelo: se ha puesto una especie de bandana que cubre la parte superior de su cabeza mientras el resto del pelo queda suelto. Es una imagen radicalmente distinta a la que veo en la oficina, pero no por ello menos atractiva.

Cuando entramos en el ascensor, me fijo en que Liam no pulsa el botón del garaje, sino el de la calle, y me giro para mirarle con una ceja alzada.

—¿Pretendes que vayamos andando por Nueva York hacia quién sabe dónde por la noche? Estás empezando a asustarme.

—¿Quién dijo que vamos a ir andando? —pregunta con una sonrisa ladeada mientras salimos del edificio y giramos hacia algo que para mí no es más que una mera decoración de la ciudad: una boca de metro.

—¿Vamos a ir en metro pudiendo ir en coche? Si quieres robar un banco, yo creo que esta no es la manera más ideal.

Liam se limita a mantener esa sonrisa misteriosa mientras compra un bono de metro para poder pasar a través de las puertas. Él ya tiene uno propio, así que apenas tardamos cinco minutos en subirnos a un vagón.

Sé que va a sonar muy esnob, pero hace años que no me subo en ningún medio de transporte público. Había olvidado la variedad de gente que puedes encontrar, especialmente a medida que avanzamos por la línea hacia nuestro destino. No me desagrada en absoluto, pero me sorprende que alguien como Liam prefiera moverse de esta manera a coger el coche.

Los minutos transcurren en silencio ya que yo estoy demasiado ocupada tratando de adivinar cuál es nuestro destino final. Le hago un par de preguntas a Liam, pero desisto cuando veo que va a mantener ese hermetismo. Por suerte, no tardo en descubrirlo.

—¡¿El Bronx?! —susurro con los ojos como platos cuando veo que el tren coge la ruta hacia ese barrio.

—¿Qué? ¿No te gusta?

—¿Gustarme? Yo... Eh, no.... —balbuceo sin saber muy bien qué responder antes de negar con la cabeza para despejarme—. ¡¿Qué demonios hay en el Bronx que requiera nuestra atención a estas horas?!

—¿Qué pasa, la princesita tiene miedo?

Su reto en forma de pregunta, junto con la forma que tiene de alzar la ceja mientras me mira con ironía me hacen negar con la cabeza enérgicamente. No me da miedo, al menos no mucho, es más una cuestión de pura curiosidad. ¿Qué se le ha perdido a él en ese barrio?

—¿Miedo? Ya quisieras —bufo y le imito en el mismo instante en el que se levanta para bajarse del metro—. Solo preguntaba por saber, nada más que eso.

Liam se limita a reírse por lo bajo antes de ofrecerme la mano para caminar juntos. Teniendo en cuenta que no tengo ni idea de a dónde vamos, la cojo al instante y miro a mi alrededor para tratar de adivinar nuestro destino.

Al salir de la boca de metro, me sorprende ver lo animada que está la calle. Veo gente de todas las etnias, estilos y edades por la calle haciendo todo tipo de actividades; desde esperar la cola a la puerta de una discoteca hasta jugar un partido improvisado de baloncesto en unas canchas cercanas. Me choca mucho ver tanta actividad aquí porque Manhattan a partir de las ocho de la tarde, exceptuando las zonas más turísticas, parece una ciudad fantasma.

Liam gira en una calle y se para frente a lo que parece una gran nave abandonada. En lugar de pararse frente a la puerta principal, que se encuentra tapiada por maderas y metales en distintos estados de descomposición, me guía por un callejón a la izquierda del edificio. Apenas me da tiempo a sentir el miedo en la boca de mi estómago, porque una puerta se abre a nuestra derecha y entramos al oscuro edificio.

—Liam, no es por darte la razón, pero esto me está empezando a dar un poco de mal rollo —balbuceo agarrando su mano con más fuerza de la que creo.

—Stevie, deja de hacer el idiota y enciende la luz que la pobre está a punto de mearse encima.

El comentario que suelta Liam entre risas viene directamente seguido por otra carcajada desconocida y una luz. Frente a nosotros hay un chico algo mayor que yo vestido con ropa ancha y un durag oscuro que tapa su cabeza rapada, deshaciéndose en carcajadas. Me recuerda a cualquier rapero de los noventa en cuanto a su estilo se refiere y la verdad es que me encanta.

—Tío, eres un puto coñazo, uno ya no puede ni divertirse —responde el chico antes de girarse para mirarme y doblarse en una reverencia burlona que termina agarrando mi mano—. Señorita, permítame presentarme: soy Stevie Schillens aunque todos estos idiotas me llaman Stevie "Chillin" porque siempre estoy traaanquilísimo. —Stevie me besa el dorso de la mano con pompa y ceremonia, y no puedo evitar reírme.

—Encantada de conocerte, Stevie. Yo soy Alexa Arden y mi apodo no es tan guay como el tuyo ni de lejos. Puedes llamarme Lex.

—Tonterías, solo con esa flipada de uñas eres más guay que cualquiera de los que estamos aquí. ¿Te ha dicho Hale a qué habéis venido a mi querido barrio? —pregunta haciendo un gesto hacia el pasillo tenuemente iluminado frente a nosotros.

—No, no me ha dicho nada. Espero que no queráis secuestrarme porque me caéis los dos demasiado bien como para empezar a odiaros ahora.

—¡Nada de secuestros! Aquí no va a pasar nada ilegal... Bueno, matizo: no va a pasar nada ilegal que no sea divertido. ¡Vámonos!

Stevie enciende la linterna de su móvil para iluminar nuestro paso y yo camino junto a Liam entre suaves risas. No tengo ni idea de qué hacemos aquí o por qué alguien como Stevie conoce a alguien como Liam, pero la noche promete ser divertida.

—¿Qué? ¿Sigues convencida de que pretendo secuestrarte? —pregunta Liam en un susurro.

—Mmmmm, no, ya no. Stevie es demasiado gracioso para contribuir en algo así. Estoy dispuesta a esperar unos segundos a ver qué demonios tenéis entre manos vosotros dos.

Liam sonríe con petulancia en el mismo momento en el que su amigo se para frente a otra puerta, girándose un breve segundo para observarme con una expresión misteriosa. A pesar de que está cerrada, oigo música alta mezclada con la algarabía propia de una fiesta proveniente de la habitación contigua.

—Teniendo en cuenta tus antecedentes, creo que esta noche te lo vas a pasar en grande. —Antes de que pueda responder a Liam, Stevie abre la puerta, revelando lo último que esperaba encontrarme esta noche.

La enormidad de la sala contigua se ve disimulada en gran parte por el hecho de que está llena a rebosar de gente. El único lugar en el que no hay personas es el centro, ocupado por un gran cuadrilátero elevado. Parece un gimnasio abandonado que ahora se emplea única y exclusivamente para montar fiestas masivas, porque ahí es exactamente donde nos encontramos: en una fiesta.

—¿Una fiesta? Vamos, ¿tanto secreto para esto? ¡Pensé que íbamos a hacer algo más emocionante —me quejo como una niña pequeña.

—Ah, ¿pero quién te ha dicho que esto es todo? —responde Liam con esa sonrisa misteriosa tan característica suya—. La noche es muy larga y está llena de oportunidades. ¿Quieres una copa?

—¿Qué clase de pregunta es esa?

Stevie y Liam consiguen abrirse paso hasta la enorme barra de bar improvisada y pedir una copa para cada uno. Me sorprende ver cómo, cada dos segundos, alguien nos para para saludar a Liam con efusividad. Parece que esto es bastante habitual y todo el mundo aquí se conoce bastante bien.

—¡Stevie! ¡¿Pero cómo se te ocurre ocultarme que nuestro queridísimo bebé pijo por fin ha llegado?! ¡Eres un imbécil! —Me giro en el mismo instante en el que los gritos femeninos se sobreponen al ruido que domina la sala, pero no consigo distinguir de dónde provienen.

Antes de que pueda encontrar el origen de esa voz, un huracán arco iris se abalanza sobre Liam y le cubre por completo, haciendo que esa hermosa carcajada emerja desde el fondo de su estómago. No tardo en darme cuenta de que esa cantidad de colores brillantes son realmente largas trenzas africanas. Aunque la mujer que está abrazando a Liam queda de espaldas a mí, puedo ver que tiene un cuerpo escultural tapado escasamente por un top verde brillante y unos pantalones cortos. Siento un pinchazo de celos en el estómago cuando veo lo bien que encajan ambos, pero trato de ignorar ese sentimiento por todos los medios.

—Iman, te dije que iba a venir con una amiga esta noche, ¡no seas dramática! —responde Liam entre risas.

—¡Ay, es verdad! ¡¿Dónde está tu amiga, por qué no me la has presentado todavía?! —pregunta ella antes de darse la vuelta en mi dirección, envolviéndome en un abrazo al instante—. Tú tienes que ser Alexa, ¿verdad? ¡Encantada, yo soy Iman! Liam no ha parado de hablar de ti desde que te conoció.

—¿Ah, sí? —pregunto mirando a mi amigo con una sonrisa burlona mientras él niega con la cabeza vigorosamente—. ¿Y qué os ha dicho de mí? Espero que solo cosas buenas.

—A ver, no voy a ser yo la que destape sus vergüenzas aquí mismo, así que solo diré que eres todavía más guapa de lo que él había descrito.

Las palabras de Iman hacen que Liam empiece a protestar, especialmente cuando rompo a reír. No sé qué le habrá contado sobre mí a sus amigos, pero puedo deducirlo viendo las reacciones que tienen.

—La verdad es que deberíamos cobrar al niño pijo por soportar tanta cháchara sobre ti —apostilla Stevie, recibiendo un codazo por parte de su amigo.

—¿Os habéis confabulado todos para intentar humillarme o es que solo queréis tocarme las narices? ¡Dejad de soltar tonterías y empezad a beber, que dentro de nada comienza el show!

Liam pide una ronda de chupitos y acabamos con ellos en menos de lo que se tarda en inspirar una vez. El alcohol y la música me animan al instante, haciéndome mover el cuerpo sin apenas ser consciente de ello. Frente a mí veo a Liam taladrándome con esos profundos ojos azules, recorriendo mi cuerpo como si estuviese admirando una obra de arte. Sé lo que quiere y no tengo que pararme a pensar demasiado para darme cuenta de que yo también quiero lo mismo. La tensión entre nosotros crece cada minuto y quiero dejarme llevar por una vez en la vida.

Nuestros cuerpos acaban unidos en apenas medio segundo, moviéndose en sintonía como si solo hubieran sido creados para ello. Mis manos rodean su cuello y le miro directamente a los ojos, esas orbes azules que tanto he querido evitar durante estas últimas semanas.

Dios, ¿cómo pude evitar esos hermosos zafiros durante tanto tiempo?

—No sé si esto es buena idea —susurra Liam sin apartarse.

—Yo tampoco —respondo antes de inclinarme para unir mis labios con los suyos.

Un escalofrío recorre mi cuerpo y siento que no querría estar en ningún otro sitio ni haciendo cualquier otra cosa. Mis labios se mueven contra los suyos con pasión y deseo, bebiendo cada gota de su esencia. Noto sus manos recorrer mi cuerpo, adorando lentamente todas las partes que me conforman y yo sonrío contra su boca, atrapando su labio inferior entre mis dientes brevemente antes de separarme.

—¡Señoras y señores, acérquense al cuadrilátero! ¡Va a dar comienzo el show!

La voz proveniente de la megafonía evita que podamos comentar nada acerca de lo que acaba de ocurrir, aunque yo tampoco tenía nada que decir. Con una sonrisa en el rostro, tomo su mano y dejo que me guíe hasta el centro de la sala, justo frente al cuadrilátero. El alcohol me nubla la mente y tardo un minuto en darme cuenta de lo que está a punto de ocurrir.

—¿Quién va a pelearse?

—Hoy toca el Martillo contra la Furia Mexicana. Yo voy a apostar por la Furia, es uno de los mejores luchadores. ¿Te atreves a poner pasta por alguno tú también? —me reta Liam con una sonrisa, dejando su brazo alrededor de mi cintura.

—Venga, replico tu apuesta porque confío en ti, pero como pierda dinero, me debes una cena.

—Hecho —responde estrechándome la mano antes de llamar a un chico que anda dando vueltas por el cuadrilátero, dándole mil dólares. Yo replico su gesto, dando gracias a Dios por llevar tanto dinero en efectivo siempre en la cartera. Ventajas de ser una niña rica, supongo.

—¡Señoras y señores! ¡Desde la fría estepa rusa, entrenado por osos y alces...! ¡Quiero ruído para el Martillo!

—No te creas una palabra, ni siquiera es ruso. Se llama Clarence y es de Queens —aclara Stevie en un susurro, haciéndome reír.

El Martillo sale al cuadrilátero con los típicos pantalones de lucha libre, provocando ovaciones y abucheos a partes iguales. Yo aplaudo, dejando que la euforia del momento invada mi cuerpo.

—¡Y en la otra esquina del cuadrilátero, recién llegado del cártel mexicano... la Furia de Mexico, cabrones!

—Y ese es Pedro, el hijo del dueño del restaurante mexicano de la esquina. El único cartel que tiene es el de dos por uno en tacos.

—Eres peor que un coro, ¿eh? —respondo a Stevie entre carcajadas.

La Furia Mexicana aparece en el otro lado, gritando para intimidar a su oponente. Veo a lo que supongo es un improvisado árbitro explicándoles las reglas de esta pelea clandestina a ambos oponentes antes de que choquen los puños y se separen. El silencio precede a la cuenta atrás y en el mismo instante en el que suena la campana, ambos oponentes se abalanzan sobre el contrario.

El Martillo es el primero en golpear, optando por un gancho directo a la mandíbula de mexicano. Yo suelto un grito al ver cómo impacta con fuerza en su cara, animando al hombre por el que he apostado. Ni siquiera conozco a ninguno de estos dos hombres, pero la euforia del momento me tiene completamente enganchada. La adrenalina se mezcla con los chupitos y ahora mismo estoy en una nube.

—¡Vamos, Furia! ¡Dale lo que se merece!

La Furia no tarda en recomponerse y, haciendo honor a su nombre, empieza a soltar una sucesión de patadas difícilmente esquivable. Puedo ver que el Martillo tiene mucha fuerza física, pero está claro que el mexicano tiene más agilidad y no tarda en tumbarle en el segundo asalto. La victoria provoca que una felicidad inmensa me invada y empiezo a saltar y gritar, abrazando a Liam como si hubiese sido yo la vencedora. Este se inclina para besarme antes de recibir el resultado de nuestras apuestas, cantidad nimia para gente como nosotros.

—¡¿Qué tal, canija?! ¡Te veo contenta! —ríe Liam antes de volver a besarme, provocando que rompa a reír contra su boca.

—¡Eufórica, estoy eufórica!

Eso es todo lo que siento en sus brazos, contagiándome de la alegría compartida que se respira en la enorme sala.

Euforia.

Bueno, bueno, BUENO... ¡Hola!

Ha sido un capítulo largo y lleno de emociones, ¿qué os ha parecido? ¿Habéis compartido las emociones de Alexa?

Y... ¡TENEMOS UN SEGUNDO PRIMER BESO! Se ve que nuestra pequeña Lex tiene algo por los hermanos Hale... (comprensible, también me pasa).

¿Qué opináis? ¿Qué os ha parecido lo que ha ocurrido?

Me despido por aquí, cielitos...

Os leo! ❤️

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