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22

Mi puño impacta contra la puerta con tanta fuerza que me hago daño, pero la adrenalina propiciada por la fragua candente en mi interior no me deja sentir otra cosa. Tengo que hacer acopio de toda la fuerza de voluntad que tengo para no abrir la boca todavía porque sé que, en cuanto diga algo, empezaré a gritar como una enferma mental.

Nadie me abre durante un largo minuto, pero eso solo hace que mi ímpetu crezca y golpeo con todavía más fuerza, añadiendo a la orquesta corporal unas fuertes patadas que quedan parcialmente ahogadas por mis mullidas zapatillas de casa rosas. Es tal mi tesón que cuando la puerta al fin se abre, casi golpeo a la persona que aparece tras ella.

—¡¿Qué coño haces, puta loca?! —chilla la rubia oxigenada que recuerdo haber visto de refilón por el balcón, mirándome como si fuese una psicópata.

Al ver que no es mi objetivo, no tardo ni medio segundo en apartarla de un empujón parar abrirme camino al interior de la casa. La aspirante a modelo casi me saca una cabeza, pero trastabilla cuando le empujo.

—Tú, lárgate de esta casa ahora mismo, primer aviso —gruño, tratando de no hablar a gritos a pesar de que ganas no me faltan.

—¡¿Pero quién te crees que eres para...?! —Sin tan siquiera dejar que termine la frase, agarro su brazo y arrastro su cuerpo hasta el descansillo, ignorando sus chillidos y pataleos como si no fuera más que una mosca cojonera.

Sin dedicarle una mirada más al obstáculo que es esa mujer, cierro la puerta en sus narices, dejando que cualquier ruido emitido fuera de esta casa no sea más que una música de fondo. No voy a dejar que más obstáculos se interpongan en mi camino.

Como un huracán de pura rabia, camino hasta el salón y veo esa inconfundible figura de pie frente a mí, con intención de caminar en mi dirección. No soy capaz de fijarme en su expresión y lo que esta refleja acerca de sus sentimientos, solo seguir en pos de mi objetivo.

—¿Qué coño te crees que ha-...?

Mi mano impacta contra su mejilla con tanta fuerza que no puede ni terminar la frase, frenando en seco. Toda la ira en mi interior ha ido desde mis pies hasta la punta de mis dedos, impactando contra su rostro con toda la fuerza de mi ser. Es un bofetón para callarle, pero también para sacar parte de esa rabia que bulle en mi interior.

—¡¿Quién coño te crees que eres, puto gilipollas con menos cerebro que un mejillón?! —bramo, tan cabreada que ni siquiera me doy cuenta de que he cambiado el idioma del inglés al castellano—. ¡¿Dónde está la cocaína?! ¡¿Dónde?!

—¡¿Pero qué dices?! ¡Háblame en mi puto idioma y para de tratarme así en mi propia casa!

—¡Cocaína, gilipollas! ¡Co-ca-í-na! ¡¿Es que las putas drogas te han matado tantas neuronas que ya ni siquiera entiendes a la gente cuando te habla?! —respondo a voz en grito, esta vez en inglés.

—¡¿Y a ti qué coño te importa lo que yo haga con...?!

Antes de que pueda terminar la pregunta, mi mano abierta impacta contra su mejilla de nuevo, empezando a dejar una marca roja por los golpes. Ace ni siquiera se inmuta más allá de parecer cada vez más cabreado, pero mis golpes consiguen el cometido deseado: callarle la boca.

—¡En cuanto encuentre todas las putas drogas te las voy a meter por el culo tan adentro que te van a salir por la garganta! —chillo completamente fuera de mi ser antes de ir directamente a la mesa del salón, donde le he visto desde mi balcón.

Sobre esta veo el inconfundible polvo blanco y en mis ojos prácticamente puedo sentir las llamas que inundan todo mi cuerpo. Sin esperar un solo segundo, alargo los brazos para coger la bandejita sobre la que está la cocaína, pero Ace agarra mi antebrazo con firmeza, fulminándome con la mirada.

—Ni se te ocurra tocar esa mierda, Alexa.

Sus iris azules están particularmente ahogados por la crecida de sus pupilas, efecto inconfundible de la droga, y me transmiten enfado. Si estuviera en mis cabales me pensaría dos veces cómo es adecuado tratar con alguien bajo la influencia de la cocaína, pero ahora mi cerebro solo ve un objetivo: tirar la droga.

—Mírame.

Sin pensar un solo segundo, alzo mi pierna izquierda para coger mi mullida zapatilla de casa rosa y pegarle en el brazo hasta que deja de agarrarme. Sí, tal vez me estoy aprovechando de que sé que Ace jamás me levantaría la mano para conseguir lo que quiero de la forma más rápida, pero me da igual. El fin justifica los medios y este imbécil se merece todas las tortas que nadie le ha dado el último año por hacer el gilipollas.

En cuanto me suelta, corro a coger la bandeja y prácticamente vuelo hasta el lado opuesto del enorme salón para meterme en el baño, prácticamente haciendo malabares para evitar derramar un solo grano blanco, cerrando la puerta con pestillo. No tardo ni medio segundo en asegurarme de que todo el polvo blanco acaba en el váter, desapareciendo de inmediato cuando tiro de la cisterna. Incluso froto la bandeja con agua para no ver una sola mota blanca en la superficie antes de abrir la puerta con la cabeza alta. Casi me doy de bruces con su pecho desnudo que se mueve rápidamente debido a su respiración acelerada, probablemente debido a la mezcla de la falsa euforia con el cabreo.

—¡¿Por qué coño has hecho eso?! ¡¿Quién te crees que eres para meterte en mi vida y decidir lo que hago o dejo de hacer?! —me grita en cuanto aparezco, dejando salir su propia rabia—. ¡¿Por qué no te quedas en tu puta casa follándote al idiota de mi hermano como llevas haciendo todo este puto año?!

Esta vez no es mi mano la que reacciona, sino mi pierna derecha que tiene un objetivo claro impulsado por el fuego de mi interior: sus partes nobles.

Con un rodillazo tan certero como potente, Ace se dobla sobre su cintura dejando escapar un quejido sordo. Tal vez le he dado tan fuerte que la posibilidad de que mini versiones de él habiten en la tierra alguna vez ha quedado extinguida, pero le he frenado y con eso me vale.

—¡A la ducha, ahora mismo! ¡El agua fría te va a quitar toda la tontería de encima!

Como Ace no parece capaz de hacer nada ahora mismo, consigo empujar su enorme cuerpo dentro del baño y abrir el grifo de la ducha. Por desgracia, no tarda en recomponerse del dolor e intentar apartarme para salir del baño.

—¡Qué me dejes vivir mi puta vida tranquilo, joder! ¡¿No es lo que querías?! ¡¿Que te dejara en paz?! ¡Deseo concedido! —grita, dándome empujones sin llegar a utilizar ni un cuarto de la fuerza que podría.

No puedo evitar empujarle de vuelta, tratando de meterle en la ducha aunque sea con los pantalones de baloncesto que lleva puestos. Mientras que él se limita a tratar de caminar aunque yo esté bloqueándole el paso, yo sí que le empujo y empleo toda mi fuerza. Por mucha rabia que tenga acumulada, mi energía no es infinita y un nuevo sentimiento se une al inmenso enfado de mi interior: la desesperación.

—¡Nunca voy a dejarte en paz, ¿entiendes?! ¡Si crees que voy a quedarme aquí viendo cómo tiras tu vida por la borda cuando parece que soy la única que se preocupa por ti, lo llevas claro! ¡Mi Ace nunca haría las gilipolleces que estás haciendo tú!

Mis gritos quedan entrecortados por los sollozos iracundos que hacen temblar todo mi cuerpo, a punto de romper a llorar debido a la impotencia. Mi cabeza me insta a romperle la cara a base de puñetazos, pero el pequeño rincón de cordura que queda en mi mente me frena, de ahí sentirme impotente.

En cuanto pronuncio la última frase, Ace para de caminar para echarme del baño y se queda tan quieto que termino cayendo sobre su pecho por la fuerza que hago. Apenas tardo medio segundo en separarme de su cuerpo y mirarle como si le hubiera crecido otra cabeza.

—¿Qué has dicho?

Ace formula la pregunta con calma, sin rastro de enfado o nerviosismo en la voz. Siento que alguien ha vertido un enorme cubo de agua sobre la hoguera ardiente que era él y ahora solo quedan brasas.

—¡Que eres un idiota!

—No, después de eso. Después de lo de que nunca vas a dejarme en paz.

Sus palabras me hacen recordar las que he formulado hace apenas unos segundos, fruto del más puro enfado y enajenación. Hasta ahora no me había dado cuenta de lo que he dicho sin pensar, fruto de mi corazón y no de la cabeza. Mi cabreo me grita que ni se me ocurra repetirlo, pero parece ser que, por una cosa o por otra, es lo único que ha logrado calmarle, así que tengo que continuar por la vía de la sinceridad.

—Que parece que soy la única que se preocupa por ti y que mi Ace no era tan gilipollas como tú —murmuro mirándole con el ceño fruncido, sintiendo como las lágrimas nublan ligeramente mis ojos.

Ace asiente y traga saliva, apartando la mirada de mis ojos antes de centrarla en el agua de la ducha, que sigue corriendo. Sin decir una sola palabra más, Ace se coloca bajo la alcachofa, dejando que el agua caiga sobre su cuerpo aunque tenga puestos los pantalones. Veo cómo respira hondo, relajándose poco a poco gracias a la ducha fría y el silencio. Según tengo entendido, los efectos a corto plazo de la cocaína apenas duran media hora, así que con suerte, ya se le estará pasando, eso si no se ha metido una cantidad considerable.

Tras unos minutos extraños en los que hago de policía mientras él se ducha con ropa, Ace cierra el agua y coge una toalla para secarse. No hace falta que me diga nada para darme la vuelta medio segundo y dejar que rodeé su cintura con la toalla, dejando la ropa mojada a secar en el radiador. Sí, ya nos hemos visto desnudos, pero esta no es la situación ideal para volver a hacerlo.

—¿Puedo ir un segundo a vestirme? Puedes vigilarme si quieres, pero no tardo nada —pregunta y yo me limito a asentir, siguiéndole de cerca hasta su habitación pero quedándome fuera para respetar su privacidad.

Apenas tarda unos segundos en salir, esta vez vestido con un sencillo chándal negro. Todavía tiene la irritación pintada en el rostro, pero no parece tan lleno de energía como hace unos minutos. Por experiencia tras haber visto a decenas de gilipollas de Hayden ponerse hasta las cejas de coca, sé que los efectos a corto plazo de la cocaína mejoran si se bebe agua y se come algo, por lo que dirijo toda la fuerza de mi enfado hacia el próximo objetivo.

—Siéntate en el sofá y espérame un segundo sin hacer ninguna idiotez.

—¿Vas a dejar de darme órdenes de una puta vez o...?

—¡Cállate o te doy otro rodillazo, te lo juro por lo que más quieras!

Ace y yo nos fulminamos con la mirada, pero parece rendirse por el momento, porque hace exactamente lo que le digo. Con dagas en los ojos, le miro una última vez antes de ir a la cocina y volver con una jarra de agua y un bocadillo grande sobre una bandeja. Al dejarla frente a él, ni siquiera me siento, solo le miro desde arriba con todo el fuego de la rabia refulgiendo tras mis iris verdes, como una profesora frente a un alumno conflictivo.

Ace me ignora mientras toma sorbos de agua y le da un par de buenos bocados a su bocadillo, claramente hambriento después de toda la energía consumida en un intervalo de tiempo tan corto. Yo no estoy dispuesta a dejar que actúe como si no pasara nada, por lo que sigo tratando de asesinarle con la mirada a medida que transcurren los minutos.

—¿Vas a seguir actuando como mi madre o podemos tener una conversación como dos adultos?

—¿Vas a seguir actuando como un adolescente gilipollas que se cree que por ponerse hasta el culo de coca es el pavo más guay del cole?

Mis palabras parecen tocar una fibra sensible porque Ace se levanta con el ceño fruncido, encarándose conmigo a pesar de estar separados por la mesita de café. Yo no flaqueo, es más, cruzo los brazos y alzo la barbilla para continuar mirándole.

—¡No tienes ni puta idea de lo que estás hablando, Alexa! —me gruñe, alzando la voz y tensando la mandíbula—. ¡¿Es que te crees que sabes más que nadie y puedes ir dando lecciones de vida?! ¡¿Qué te da derecho a decirme lo que está bien o está mal?!

Con un rápido gesto, alargo el brazo para tomar su muñeca y levantar la manga de su sudadera para revelar la frase marcada con tinta en su piel: "choose life". Siento las lágrimas volver a mis ojos, fruto de la rabia y la impotencia al sentir que estoy hablando con una persona que no conozco.

—¡Elige la vida, Ace! —respondo a voz en grito, señalando las palabras con la uña mientras él trata de zafarse de mi agarre, pero no pienso permitirlo—. ¡¿No eres tú la misma persona que me dijo que Trainspotting marcó tu filosofía de vida?! ¡¿Una película sobre superar las adicciones y elegir la vida en el sentido más sencillo de la palabra, pase lo que pase?! ¡Porque ya no pareces el mismo hombre que se tatuó una frase con ese significado para no olvidarla jamás, ¿sabes?!

—¡La vida puede cambiar, Alexa! ¡No es un camino recto y sencillo en el que tus convicciones no pueden variar, se puede cambiar de opinión!

Mientras grita esas excusas estúpidas y sin sentido, veo rastros de tinta nueva justo encima de las palabras, señal de que se ha tatuado algo nuevo en algún punto de este año, lo cual no solo me hace querer saber qué es, sino que provoca que un nuevo pensamiento nazca en mi cabeza. Si no recuerdo mal, este es el brazo en el que tiene tatuada la calavera sosteniendo las cartas de póquer, por lo que me sorprende que lo haya alterado.

—¡¿Entonces por qué te has tatuado algo nuevo justo arriba y no te has tapado la frase?! ¡Si no continuaras pensando lo mismo, te habrías tapado ese tatuaje cuando te añadiste eso! —digo entre bocanadas de aire debido al esfuerzo, ya que trato de subir más su manga para ver el tatuaje nuevo, pero Ace intenta taparlo como puede.

—¡Mis tatuajes no son asunto tuyo!

Mi paciencia termina por agotarse y le clavo las uñas en la mano, provocando que suelte un grito y la aparte de un plumazo, dejándome levantar la manga por completo para ver el tatuaje.

La calavera sigue exactamente igual, pero hay una alteración frente a ella, en lo que sería la otra mano del esqueleto, recientemente añadida. En esta, solo sostiene una carta, la reina de corazones, pero el color huye de mi rostro cuando veo el dibujo que sustituye a la usual imagen: una mujer con una corona sobre su cabeza, mirándome con una mirada penetrante con los ojos que conozco mejor que nada, mientras sostiene un cetro con la mano rematada por largas uñas en punta.

La reina de corazones soy yo.

El nuevo descubrimiento me deja completamente fuera de juego y soy incapaz de hablar por primera vez desde que he entrado en esta casa. Ace deja escapar un suspiro, rindiéndose ahora que parece estar todo sobre la mesa aunque yo todavía no entiendo nada.

—Creo que este sí es asunto mío —consigo decir con un hilo de voz.

Ace vuelve a sentarse y se pasa las manos por el rostro, como un hombre derrotado al que ya no le quedan más argumentos que esgrimir en la conversación. Por alguna razón, su actitud me incita a sentarme junto a él a una distancia prudencial, pero con el cuerpo girado para mirarle.

—Este último mes no has parado de repetirme que no quieres escuchar nada de lo que yo tenga que decirte, así que no sé por qué ahora de repente estás tan interesada en saberlo todo.

—Porque hasta hace veinte minutos no tenía ni idea de que te habías convertido en un cocainómano que ha decidido dejar que su vida vaya a la deriva.

—No soy un adicto, Alexa. No me meto coca todos los días ni me parto el tabique esnifando hasta la harina de la cocina —gruñe Ace, aunque esta vez su voz no desprende enfado, sino tristeza—. Solo... Solo recurro a ella en momentos completamente imprescindibles. Lo tengo todo bajo control.

—No hay ni una sola situación que pueda excusar tu consumo de cocaína y si no fueras un adicto, casi adicto o como quieras llamarlo, lo sabrías. El Ace que conocí jamás habría pronunciado esas palabras.

Él suspira de nuevo y niega con la cabeza, insistiendo con su tozudez característica a pesar de que en el fondo sabe que tengo razón.

—Paso de intentar explicarte nada cuando ya me has dejado bien claro que no quieres escucharme. No merece la pena que invierta mi tiempo y energía en alguien que no desea comprenderme.

Ace vuelve a apartar la mirada para seguir comiendo, dejando a un lado su actitud beligerante. Parece cansado, derrotado, y no entiendo absolutamente nada de lo que ha pasado desde que nuestros ojos se cruzaron en ese cuadrilátero. El enfado por lo que me ha hecho no ha desaparecido y dudo que lo haga en algún momento próximo, pero no comprendo la deriva que ha tomado la vida de alguien tan centrado como Ace y no hay cosa que más odie que no entender algo.

Y supongo que, por muchas cosas que hayan pasado, Ace nunca ha dejado de importarme.

—Quiero entenderte, Ace. —Mis palabras escapan entre mis labios en forma de susurro y, con lentitud, coloco mi mano sobre el tatuaje de mi rostro en su antebrazo—. Cuéntamelo todo.

—¿Todo? Define todo.

—Quiero saber todo lo que pasó desde que cogiste esa llamada en Ibiza hace un año hasta el día de hoy.

¡HOLAAAAA!

ESTE HA SIDO INTENSITO, ¿EH?

No sé si os esperabais que Alexa se pusiera modo Kung Fu Panda con Ace al descubrir lo de la cocaína, pero pocas tortas me parece que le ha dado 😂😅.

¿Qué os ha parecido el torbellino de cosas que acaban de pasar? ¿Qué creéis que va a contar Ace?

Aunque ya he repetido por activa y por pasiva que este y todos mis libros están dedicados a RM_Brown, tengo que especificar que este capítulo (y el siguiente) en especial van para ella. Todo para ti, novia de Ace 🤍

Os leo! ❤️

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