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—Siempre me ha dado urticaria entrar en este sitio, pero este año creo que me va a dar una embolia aquí mismo.

Suelto mis gruñidos al aire, pensando en voz alta más que dirigir la pregunta a alguien en concreto. Mis amigas asienten a mi alrededor, mirando a las personas que caminan por distintas partes del campus.

—Te entiendo, tía —interviene Brooke mientras mira a un grupo de chicas menores que nosotras con asco—. Además, si yo fuera tú, le metería un puñetazo a todos esos estúpidos que te siguen mirando de esa forma, como si estuvieran riéndose de tu ruptura con Ace. ¿Es que tienen doce años?

Si bien es verdad que al principio estuve bastante hermética en cuanto a mi ruptura se refiere, no tardé demasiado en explicarle a mis amigas todo lo que había ocurrido. Sabía que ellas podrían ayudarme con solo estar a mi lado y, como amigas mías que son, merecían saberlo. Su reacción fue la que cabía esperar y me costó sujetar a las tres chicas para evitar que se lanzasen en una misión homicida contra mi ahora exnovio. Ser completamente transparente con ellas también trajo beneficios que no me esperaba, como apoyos para cortar el circo de miradas y cuchicheos que se formaba a mi alrededor sin sentido alguno. Entiendo el morbo del cotilleo las primeras semanas, pero han pasado nueve meses y hay gente que todavía me observa como si fuese a romper a llorar en cualquier momento.

—Déjales, sus vidas están tan vacías que tienen que ocupar su tiempo con cualquier cosa importante —respondo con desinterés—. Creo que le echan más de menos ellos que yo.

—¿Y quién iba a echar de menos a ese idiota? Cuanto más lejos esté de esta ciudad, mejor para todos.

Las palabras de Cher me hacen asentir al estar de acuerdo con lo que dicen, pero una parte en mi interior se rebulle ante mi nueva vida. Caminar por este lugar una vez más cuando la última vez que lo hice caminaba de la mano con el que creía era el amor de mi vida. Los recuerdos amenazan con pinchar mi pecho de nuevo, pero, por fortuna, ya ha salido el callo.

Hace tiempo que dejó de dolerme esta situación.

—Sinceramente, si decide volver a Nueva York o nos volvemos a encontrar en cualquier otro contexto, tampoco me importa. Hemos roto y he avanzado, lo que decida hacer con su vida ya no es mi problema. No voy a seguir con él en la cabeza toda la vida.

—Tía, ¿pero qué harías si vuelve a mudarse? Porque hasta donde tenemos entendido, no ha vendido el ático, simplemente lo ha dejado vacío.

—Haría exactamente lo que hice la primera vez que le vi entrar en esa casa: maldecir a todos los dioses que puedan existir en el mundo y tratar de que nuestras vidas coincidan lo mínimo posible —respondo a Gigi con un suspiro de resignación—. Que le haya superado no quiere decir que estaría contenta cruzándomelo cada dos segundos en la terraza, tampoco soy una idiota masoquista.

—Hombre, también está la opción de tirarle una maceta por el balcón cada vez que le veas.

—¡Brooke!

—Cariño, aquí todas estamos ofreciendo nuestras propias soluciones. No hagas de menos las que se me ocurren a mí —responde la aludida a su novia con una sonrisa inocente.

—Paso, no merece la pena meterse en más líos legales por otro hombre. Suficiente tengo con tener que lidiar con el estúpido de Travis y el juicio que se nos viene encima.

—Bueno, tía, piensa que apenas quedan unos meses para librarte de eso. Solo tienes que esperar hasta principios de diciembre, presenciar cómo ese idiota recibe la paliza jurídica de su vida y, con suerte, acaba entre rejas por muchos años —interviene Cher.

—A ese también puedes intentar lanzarle una maceta a la cara aunque en ese caso sería un poco más complicado.

—¡Deja ya las macetas!

La cómica discusión entre la pareja me hace soltar una risotada, imaginando en todo momento a Brooke con un arsenal de macetas a la espalda para tirárselas a la cara a todo aquel que le incordie.

Esto es todo lo que necesito: charlar con mis amigas y reírnos un rato de cualquier chorrada. Así fue como me ayudaron a superar lo de Ace mucho más rápido y de forma menos dolorosa. Al principio era muy duro para mí tan siquiera hablar sobre él y mucho menos contar con detalle lo que ocurrió aquella tarde que se marchó de mi casa tras soltar todas esas cosas tan horribles como inverosímiles. Al cabo del tiempo, sentí la imperiosa necesidad de compartir lo que había ocurrido con mis amigas y reconfortarme con su sola presencia.

He de decir que incluso me vino mejor de lo que yo esperaba en un principio, porque ellas me ofrecieron su ayuda incondicional y un millar de consejos para superar una ruptura dolorosa que, al fin y al cabo, eso era lo que había sucedido. Lenta pero inexorablemente me apartaron de los brazos tóxicos de la fiesta desenfrenada y el alcohol que solo me sumían en un profundo pozo negro. También me hicieron parar de ver a los hombres como meros objetos sexuales y frenar el odio injustificado que poco a poco crecía en mi interior hacia el género masculino. Me guiaron poco a poco hacia la idea de centrarme en mi trabajo, en la universidad y en hacer borrón y cuenta nueva, cosa que considero he hecho de forma efectiva.

De no haber sido por ellas, todavía seguiría anclada en mi terraza, mirando lánguidamente al ático vecino, esperando ver una luz encenderse.

—Tengo un caso nuevo para ti, señorita Arden.

Ni siquiera alzo la mirada cuando escucho esa voz, ahora desgraciadamente familiar. Me ha costado una semana, pero por fin he conseguido que William deje de llamarme por mi nombre y se limite a decir señorita Arden. Se ve que el sentimiento de culpa fruto de veintiún años de abandono le impedía tratarme con la profesionalidad que correspondería a la oficina.

Para mi enorme desgracia, el socio mayoritario del que soy asociada es precisamente el señor William Arden. Tras tres visitas infructuosas a la oficina de recursos humanos donde traté por activa y por pasiva de cambiar este hecho, decidí asumir mi nueva situación lo más estoicamente posible. Maldije al destino en todos los idiomas que conozco, pero jamás permití que se me notase ni un ápice mi descontento con la situación. Incluso he ignorado los patéticos intentos de William por acercarse a mí, pasando por alto en todo momento la profesionalidad que requiere el ambiente de trabajo. Paradójicamente, he tenido que ser yo la que más de una vez ha tenido que llamarle la atención por llamarme por mi nombre o tratar de tener conversaciones no relacionadas con la oficina.

—¿Para mí? ¿Va a ser el primer caso que lleve por mi cuenta? —pregunto sin disimular el entusiasmo a pesar de mi negativa a mirarle.

—Así es, enhorabuena —responde con una cálida sonrisa—. Bueno, voy a tener que supervisar tu trabajo, pero vas a tener que tratar con el cliente estrechamente en todo momento.

—¡Claro, por supuesto! ¿Y de qué se trata? ¿Es algún caso complicado, tal vez un problema de espionaje industrial o algo así?

—Desgraciadamente, no es conveniente que tu primer caso sea algo complicado. Es un cliente nuevo que acaba de montar su empresa, aunque ya tiene un nombre muy conocido y viene pisando fuerte. Es una firma muy importante.

—Muchas gracias por su confianza, señor Arden.

Mis palabras son una forma delicada de dar por terminada la conversación. A pesar de ello, William se queda unos segundos parado frente a mi cubículo, como si fuese a decir algo más, pero mi fría indiferencia le hace desistir y marcharse por donde ha venido.

—Bueno, bueno, Arden, enhorabuena por tu primer caso. ¿Qué empresa te va a tocar hundir?

El comentario que oigo a mi espalda me hace reír suavemente antes de girarme. Trevor me mira con una sonrisa de oreja a oreja, guiñándome un ojo amistosamente. Apenas llevo una semana en esta oficina, pero él y yo encajamos desde el primer minuto. No nos asusta lanzarnos pullas y bromear, y cada día somos más cercanos. No tengo muchos amigos hombres, así que agradezco un poco de variedad de vez en cuando.

—Supongo que lo que querías decir es "¿Qué empresa te va a tocar lanzar al estrellato?". Y todavía no lo sé, tu gen de maruja sin causa me ha impedido tan siquiera abrir el informe.

—Perdona, pero no tengo ningún gen de maruja, se llama ser un buen amigo. ¡Venga, abre esa carpeta y enséñame de una vez quién va a ser tu primer cliente!

Tanta insistencia, junto con mi propia ansia por saber quién va a ser mi primer cliente, hacen que casi tire los papeles por encima de mi pequeña mesa. Consigo rescatarlos antes de que caigan y leo rápidamente todo lo importante.

—Parece ser que es una nueva empresa recién instalada en Nueva York, una especie de filial. Se llama Infinity Label, ¿has oído hablar de ella? A mí no me suena para nada.

—¿Infinity Label? —pregunta Trevor con curiosidad, mirando los papeles que estoy sosteniendo por encima de mi hombro—. Sí, he oído hablar de ella. Es una filial de una empresa muy grande, ahora mismo no caigo de cuál porque ni siquiera está basada en Nueva York.

—¿Te acuerdas de la empresa pero no sabes de dónde sale? ¿Y eso?

—Bueno, digamos que he leído ese nombre en la prensa rosa neoyorquina más que en las revistas de negocios. Resulta que el jefe es nuevo en la ciudad y está bastante cotizado entre las señoritas de buen ver.

—¿Señoritas de buen ver? Dios, cada día estoy más convencida de que tienes noventa y siete años —río al mirarle con una ceja alzada—. Mierda, ¿eso significa que voy a tener que tratar con un idiota colocado por sus padres que se preocupa más por las chicas que por los negocios?

—Lex, ni siquiera sabes quién demonios está al frente de la empresa. ¿Qué tienes en contra de los hombres de los que habla la prensa rosa neoyorquina? Tú mejor que nadie sabes que no son más que aves carroñeras.

—Ya sabes lo que tengo en contra de ese tipo de chicos.

A pesar de mi cabezonería y reticencia al conocer los nuevos detalles de mi cliente, sé perfectamente que no me estoy basando más que en prejuicios, fruto de mi última relación. Ace era un hombre de negocios al que la prensa rosa perseguía sin descanso, así que no puedo evitar que ese tipo de perfil me produzca un rechazo automático. Ahora no me quito de la cabeza la posibilidad de que mi nuevo cliente sea alguien como Ace Hale y sería como la cereza sobre un pastel de sorpresas desagradables que parecen abundar en esta oficina.

—Sabes tan bien como yo que estás siendo injusta. No puedes pensar que todos los hombres jóvenes que se dediquen a los negocios tengan que ser sí o sí como tu ex. No te viene bien generalizar, ni para tu propia salud, ni para hacer un buen trabajo aquí.

—Lo sé, mierda, ¡lo sé! —gruño tirando los papeles sobre mi mesa y recostándome sobre el respaldo de mi silla con actitud infantil—. No puedo evitarlo, ya lo sabes. Llevo cuatro años rodeada de ese tipo de chicos y cuando por fin encontré uno que parecía distinto, resultó que era bastante peor que el resto. Mi cerebro no para de gritarme que esté en guardia con ese tipo de hombres.

—Eso tendría sentido si tuvieras un interés romántico con él, pero vais a tener una relación estrictamente profesional.

Sus palabras me hacen soltar un suspiro, sabiendo que cualquier posible esqueleto de argumento que cruce mi cabeza no va a servir para nada en absoluto. No tengo por qué prejuzgar a un hombre con el que me voy a limitar a trabajar. Podría ser el idiota más grande del planeta y tendría que serme completamente indiferente porque ni siquiera pretendo entablar una amistad con él.

—Bueno, parece que voy a reunirme con él esta tarde para comentar los objetivos que tiene con respecto a su recién iniciada sucursal, así que saldremos de dudas en breve.

—Tú tranquila, mantén la cabeza fría y recuerda que tienes que trabajar con él, no tirártelo encima de la mesa de reuniones. A no ser que esté bueno, claro.

—¡Trevor! —río soltando una bocanada de aire, el nudo de nervios de mi estómago desaparece de un plumazo.

—¡Es lo que siempre dices, estoy aprendiendo directamente de ti!

—¡No voy a tirarme a mi primer cliente!

—Ya, claro. Llámame cuando estés de rodillas bajo la mesa de su despacho.

—Eres imposible.

Nuestras mal disimuladas risas escapan de mi pequeño cubículo cuando Trevor abre la puerta y se marcha para continuar con su trabajo. Al comprobar la hora en mi teléfono móvil me doy cuenta de que ya es el momento de comer, lo cual inmediatamente me hace olvidarme de continuar leyendo la información sobre mi nuevo cliente. Gracias a Dios ya tengo las nociones básicas y la reunión de hoy me brindará el resto de datos que necesite saber acerca de Infinity Labels y su jefe.

Mientras me como un sándwich de la máquina, mi cabeza se encuentra muy lejos de mi deprimente comida y mi cubículo. Espero causar buena impresión y no tener ningún problema con mi primer cliente. Lo último que necesito después de verme forzada a trabajar con mi padre desaparecido es llevarme mal con la primera persona para la que voy a trabajar. A pesar de saber que Trevor tiene razón, sigo sin querer que sea un niño de papá. Ese tipo de personas son siempre muy difíciles de tratar, especialmente en los negocios, así que no quiero más que un hombre normal y corriente.

La alarma de mi móvil me saca de mis pensamientos, indicándome que es el momento de dirigirme hacia la Infinity Labels. Hago una visita exprés al baño para comprobar que todas mis prendas de ropa están en su sitio, así como mi maquillaje, antes de subirme a mi coche. A pesar del tráfico, no tardo más que quince minutos en llegar al enorme edificio, sede de Infinity Labels. Es la primera muestra de lo poderosa que es esta empresa a pesar de ser una filial, lo cual hace que mi estómago se remueva debido a los nervios. Trato de respirar hondo al mostrar mis credenciales en recepción y subir hasta el último piso en ascensor.

Las puertas se abren para revelar un único pasillo con una mesa tras la que hay una despampanante mujer que perfectamente podría estar modelando para cualquier firma de alta costura.

—Buenas noches, mi nombre es Alexa Arden. Soy la nueva asociada enviada por Cravath & Sullivan.

—Ah, señorita Arden —sonríe ella, mostrando dos filas de relucientes y perfectos dientes—. Pase, por favor. El señor Hale la está esperando.

Hale.

El apellido golpea algo en mi interior como si me hubieran dado un puñetazo directamente en la boca del estómago. "No puede ser, no puede ser él" repito en mi cabeza como una salmodia, agarrándome a ese pensamiento como a un clavo ardiendo. Él no se dedica a esta clase de negocios, lo suyo es el mundo del ocio nocturno. Además, ya ni siquiera vive en esta ciudad y ese apellido lo tendrán miles de personas en el país, millones en el mundo.

¿Cuál es la probabilidad de que sea Ace Hale?

—Muchas gracias.

Las palabras salen automáticamente de mi boca en forma de suave murmullo. Mi cerebro me obliga a caminar hacia la enorme puerta de madera al final del corto pasillo que, sin embargo, me parece increíblemente lejana. Los segundos que pasan me parecen horas cuando por fin agarro el pomo de la puerta y la abro lentamente.

Frente a mí hay un hombre que se encuentra hablando por teléfono de espaldas, mirando la ciudad a través de los enormes ventanales que tiene en lugar de paredes. Su postura es calmada pero elegante y se nota que, para él, el traje es una segunda piel. No consigo escuchar lo que dice, pero su voz me resulta familiar, así como la forma que tiene de moverse.

"Basta ya, estás haciendo el idiota. Para de obligarte a pensar que es él cuando está más que claro que no. Le habrías reconocido entre mil hombres de espaldas y este hombre no es Ace Hale."

Mi cabeza tiene razón. Reconocería a Ace en cualquier parte y este hombre no es él. Tan solo es mi estúpida mente tratando de jugarme malas pasadas para que crea ver lo que no hay. No sé si estar cabreada o aliviada.

—Te dejo, acaba de llegar mi cita de las cuatro.

Vuelvo a la realidad cuando consigo entender las palabras que salen de su boca y alzo la mirada para enfocarla en el hombre que se aproxima hacia mí con el brazo extendido. Lo primero que buscan mis ojos es la rosa abierta en el dorso de su mano, un vestigio de otro Hale, pero se encuentran con piel completamente lisa.

Definitivamente, este hombre no es Ace Hale.

No puedo evitar suspirar con alivio antes de estrechar su mano y alzar la mirada con una sonrisa que no tarda en helarse en mi rostro. El color huye de mis mejillas y siento como si alguien acabase de empujar mi cuerpo desde un rascacielos y el suelo se aproximase peligrosamente rápido.

Esos estúpidos ojos azules no podrían pertenecer a nadie más.

—Señorita Arden, es todo un placer conocerla. —La voz suena muy lejos de mí mientras siento cómo me hundo cada vez más en los pozos color zafiro que nunca será capaz de olvidar—. Soy Liam Hale, dueño de Infinity Labels y socio mayoritario de Hale Enterprises.

Liam Hale. Hale Enterprises.

Mierda.

¡OTRA BOMBA!

Bueno, bueno, ¿voy a dejaros respirar en algún capítulo? La respuesta es: no.

¿Qué os ha parecido? ¿Os esperabais esta aparición repentina? Pero la pregunta más importante:

¿Cómo creéis que será Liam Hale?

⚠️ POR CIERTO ⚠️: en el apartado de preguntas y respuestas que tengo en mi perfil (el libro en mi apartado de obras) he publicado un capítulo con datos curiosos sobre Serendipia y Euforia. Hay un par de pistas sobre el futuro de Euforia 😉 así que pasaros a leer!

Os leo!❤️

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