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Capítulo 3

SOUR

Siempre, después de una paliza antes de dormir, mi cuerpo termina todo adolorido en la mañana. Puede que no sienta mucho cuando me llegan los golpes, pero justo ahora mi espalda duele tanto que me cuesta levantarme. Estoy boca abajo, de lo contrario me ardería la espalda. Trago saliva dándome cuenta de que el dolor de mi lengua ya no era el mismo que anoche.

Tocan a mi puerta, estaba tan débil que ni una palabra salió de mi boca, solo un quejido seguido de un suspiro.

—Soy yo—Era la voz de mi mamá.

—¿Quién es yo?—pregunté riendo un poco. Paré porque dolía.

—¡Ay, Sour!—la escuche quejándose mientras abría la puerta. Su expresión de disgusto desapareció cuando me vio.

Lo más rápido que pude me giré para que no pudiera ver más mi espalda. Le sonreí, pero por dentro estaba esforzándome por no quejarme del dolor que sentía.

—Muéstrame tu espalda, hijo—Me mostró una pomada. Siempre uso la misma pomada para mis heridas siempre. Le sonreí y extendí mi mano. —Voltéate.

—Yo me la pongo, tranquila.

—Sour.

—Mamá—le digo serio. Extendí más mi brazo para que me diera la pomada. —Estoy bien. Mejor ve a despertar a Jelly, tienes que llevarlo a la escuela.

—Hijo... no me gusta verte así.

—Pues, cierra los ojos—tomé la pomada de sus manos y me puse de pie, me estaba dirigiendo al baño.

—Sour. Lo siento. Hablaré con él.

—No lo hagas, me dirá que soy una niñita o algo... lo empeoraras. ¿Sabes lo que puedes hacer? —le dije mientras abría la puerta del baño. —Divorcio. El cual nunca llegará.

—Sabes porque no puedo.

—Si lo sé. Ve y despierta a Jelly antes de que se te haga tarde. Yo me encargo de mi espalda— Entre al baño sin verla.

Cerré la puerta detrás de mí sin más. Me preparaba para ponerme lo que trajo mamá cuando vi mi cara. Tenía el ojo morado. Debí haber puesto hielo ayer. Solo esperaba a que no me preguntaran.

Papá no suele dejar marcas que la gente pueda ver. A veces suelo faltar a la escuela cuando estas cosas pasan, pero ahora no era una opción, ya que tenía un castigo que cumplir.

Me sentía como la mierda. Me pusieron a lavar y a pintar las paredes de las escaleras el fin de semana por estar fumando en un área escolar libre de humo. Caminando por los pasillos me encontré con la cara de Claudia. Hoy estaba peinada con el pelo trenzado, se veía tierna. Su mirada era extraña, en cuando notó mi presencia fue hacia mi. Le sonreí a pesar de que ella fue la que me delató.

—¿Te encuentras bien?—me preguntó poniéndose en frente de mí.

—¿Porque preguntas?

—Es que, escuche que no entraste a la primera clase porque fuiste a la oficina del director y...—se detuvo, tenía una expresión distinta a la de hace un segundo. Estaba asustada. —¿Qué te sucedió en la cara?

No paré de sonreír. Solo seguí como siempre y le puse una de mis manos en su hombro.

—Nada de qué preocuparse, ni siquiera lo recuerdo. Anoche estuve con los muchachos y las cosas se salieron de control, tal vez alguno me golpeó y no me di cuenta hasta esta mañana.

—Perder el conocimiento así es peligroso.

—¿Ya sabes lo que quieres? Ganaste la apuesta ayer, ¿Lo recuerdas?—No estaba dispuesto a hablar de eso. Ella estaba muy confundida y en su mirada noté que estaba molesta por cómo cambié de tema. Negó con la cabeza y yo le sonreí acercando mi cara. —Sigue pensando entonces, nos vemos.

Me giré para irme. No estaba dispuesto a hablar sobre mi cara, era vergonzoso y denigrante. Solo me concentré en estar en mis asuntos hasta la salida.

Estaba por irme, tenía que ir a la casa de Boris por mi ropa, ayer no fui, se me olvido. Y cuando pensé que tendría un día normal, Claudia apareció.

Al principio me parecía una chica guapa e interesante, pero desde que me delató y comenzó a espiarme ya me parece una molestia, uno grande y problemática.

—Ya sé que quiero—dijo en frente de mí.

—Que bien. Anota lo que quieres y ponlo en mi casillero. Mañana lo revisaré y algún día te lo daré—le dije tomándola de los hombros. La puse a un lado para comenzar a caminar, pero me llama. Esta no se cansa. —¿Qué?

—Lo que quiero no es nada material.

—¿Entonces qué quieres?—pregunte volteando a verla. Estaba nerviosa, apretaba constantemente los puños.

—Un día.

—¿Qué?

—Un día contigo.

Me empecé a reír. No pude evitarlo. Le escuchaba muy absurdo. ¿Quién querría pasar un día conmigo? ¿Acaso me conocía? Debe de saber que no soy una buena compañía.

—¿Qué te parece tan gracioso?—me preguntó cruzando los brazos. Yo de verdad trate de tomarla en serio, pero me resultaba imposible dejar de reír.

—Piensa bien en lo que quieres y me dices mañana. No hay prisa—le dije dispuesto a irme, pero ella me vuelve a frenar.

—Un día contigo es lo que quiero.

—¿Porque?—Así se quedó callada.

—Tengo mis razones...

Apreté los labios, ya había desperdiciado mucho tiempo con ella. Asentí y la vi.

—Está bien. Me sales barata. Mañana nos vemos.

—Quiero que sea hoy.

Pase mis manos por mi cara en cuanto termine de escucharla. ¿Acaso estaba loca? Hoy tenía cosas que hacer. La vi, tenía una expresión rara, como asustada. Se notaba que ni siquiera ella sabía lo que hacía. Pero después sonreí. Encontré una excusa perfecta para que me dejara en paz.

—Está bien. Vamos— La guié hasta mi moto la cual ella vio con miedo. —¿Nunca te habías subido en una?

Negó. Estaba triunfando. La iba a hacer sufrir hoy.

—No te preocupes. Solo he chocado una vez—Ahogó un grito. Subí y la invité a subirse atrás.

Claudia estaba asustada. A este paso, ni siquiera se atreverá a subirse a la moto, solo dirá que se irá y se ahorrará muchos malos ratos. Vi cómo volteó hacia atrás. Estaba ahí Ana Cecilia del 104... ¿Que estaban tramando estas dos? Al parecer, la mirada de su amiga le dio la valentía que necesitaba para subir a la moto. Sonreí por la incógnita. Este día sería muy divertido.

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