Capítulo 58: El amanecer llegó
Los ojos de la pareja recién casada contemplaba el cielo nocturno tras la ventana de su habitación, Admiración aferraba el cuerpo de su esposa besando su cabello por detrás. No habían palabras, no son necesarios cuando el sentimiento es tan claro, tan implícito que la compañía se siente como uno.
Esa es su unión, el lazo que los ata por completo en medio de esa oscuridad sin sentir perturbación, donde demuestran su afecto en un beso lento y pausado, como una balada que el hombre dirige y ella se deja guiar, donde se entrega como siempre, sin restricción. Se contemplan cada facción de sus rostros y sus cuerpos, enmarcando su recuerdo como el más perfecto arte insuperable, incalcable.
Porque aún si conocieran su futuro, el presente es el que les importa, la presencia unida, esperada, anhelada, tierna y pasional, todo cabía en el sentimiento de amarse, por esta vida, y la que tuviese.
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En medio del bosque sentado con la espalda pegada a la corteza del árbol, el joven de cabellos rubios posaba sus gemas ámbar en la señora del cielo y sus hijos, a pesar que la veía, en realidad no le prestaba atención, su mente divagaba a marcha forzada por querer ordenar sus pensamientos y sus siguientes acciones. Necesitaba recomponerse y ayudar a su familia, ayudarla a ella. Ya no podía seguir cautivo de su miedo, errores y crimen. Debía afrontarlo.
Desde la pesadilla de Locura, él no ha podido ejercer su poder, el temor le inmoviliza.
-Demon -Lía se acercó mirándole cómo sus lágrimas resbalaban por sus mejillas. Él la observó usando un vestido coral sin mangas y el cabello suelto. Le sonrió forzado con sus lágrimas volviéndose un poco más abundantes-. Estoy contigo -susurró sentándose a abrazarlo.
Él, quién jamás se había permitido ser tratado por tal afecto desde que su corazón infantil fue manchado, ahora permanecía doblegado ante caricias que si bien no le resolverían ni un problema, al menos le hacía sentir mejor al tener una compañía con la que se dejaba mostrar su dolor.
Estaba perdido, deseaba su respuesta rápido, en los planes para la lucha él no era considerado como guerrero, ni siquiera como carnada. Vaya existencia tan merecedora de importancia, se decía a sí mismo en su interior con sarcasmo, que después de tantos problemas que ocasionó lo sigan protegiendo, y que haya tenido la oportunidad de sentir la felicidad con alguien que lo ama como alguna vez fue amado por su amante, a veces, aunque le sonara egoísta, era injusto. ¿Puedo merecerlo? Se pregunta todos lo días.
-Lo siento -tomó el rostro de la pelirroja con ambas manos juntando sus frentes-. Te amo, te juro que seré mejor, por ti, por Ramé, por mi madre, mi familia, por mí.
Se besaron, con dolor, se aferraron con miedo de su futuro incierto, pero prometiendo ser fuertes por lo que sea que el destino depare. Esa noche Vida cambiaría mucho de lo que debía, y aprendería que el camino destrozado a veces es lo único que tienes para llegar al valle próspero, al mar libre.
Por ello, cuando el día llegó, él lo hizo también hasta quedar frente a la mesa donde todos desayunaban felices, aún felicitando con entusiasmo a los esposos. Vida se plantó frente a ellos, en especial frente a Ramé exigiendo una petición: dejarlo actuar en la batalla.
La sonrisa de todos se había esfumado por instantes con sorpresa, pero la de la joven pelinegra seguía intacta ante su determinación.
-Desayunemos, luego empezaremos -pidió tomando su tenedor para seguir degustando sus alimentos.
Lo hicieron, aunque no con tanta alegría que antes. Amor en especial tomaba la mano de su hijo con temor, ya que uno de ellos estuviera en esa guerra le preocupaba, ahora los dos aumentaba su mal sensación.
Una vez terminaron su comida, Ramé fue seguida afuera por Vida posándose frente a la chica una vez se detuvo para verle. No tenemos mucho tiempo. Dijo la joven sonriente. Así que haremos esto de la manera intensiva. Él estuvo de acuerdo.
Aprendería a mejorar el manejo de su poder, y para ello, Ramé sería agresiva si quería que estuviera listo para no ser atrapado por su madre.
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La brisa acompañando la madrugada que pronto llegaría a su fin, o tal vez debería decir el comienzo del fin, pues en la colina verde, el gran lago en medio del frondoso valle de rocas y pinos se alza en belleza cuando tras las montañas, el astro rey dueño del día aparece reclamando con su luz todo lo que toca.
En ese risco de pasto ligero dos muchachos se encontraban mirando al alba hacer su acto de presencia. Chico rubio con ojos de lanza dorada, su vestimenta de chaqueta blanca presenta bordes negros en la parte de las mangas en las muñecas y pintan las bifurcaciones del largo, con figuras como las llamas, al igual que sus botas a mitad de la pantorrilla. Su postura firme indica la determinación con la que está parado al lado de esa chica pelinegra y ojos abismales que contemplan la acuarela recién descubierta, vestida a juego con el muchacho, los colores de su traje eran el negativo del otro, por lo que la oscuridad reina en la tela.
Ambos están juntos, ambos pelearán unidos, ambos, son los mismos. Uno no puede negar al otro, eso es un hecho, pues se necesitan y complementan como fuego y agua, uno capaz de mitigar al otro o elevar su temperatura, ambos capaces de cambiar entre sí, y de esa misma manera están listos para esa mujer cuyas alas parecen ser el refugio de lo que el sol retrae con su presencia.
La mayor los ve, sonríe confiada al par de muchachos de miradas firmes, sus alas aletean con gracia mientras llega al centro del gran lago que antes de que el agua emanara, no era otra cosa que un cráter, y al fondo del vacío, escombros de alguna civilización que jamás se ha encontrado, rastros del pasado trágico, de su gente, ahora ella se posa en el agua cuál tierra sólida, extiende su mano, humo negro toma forma en una espada dentada de pronunciadas puntas, las miradas son claras, dan la bienvenida al que una vez fue su hogar y ahora, su campo de batalla.
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