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Capítulo 57: Despierta del dulce sueño

El sonido de la lluvia contra el impactar del suelo y el agua del lago era lo único que se escuchaba. Las gotas resonaban haciendo eco, junto a ello, el corazón desbocado de hombre joven de cabellos oscuros se encontraba enigmático.

¿Qué era esa criatura que traspasó su mente? Tal cual la había imaginado se presentaba a su vista, y ¿por qué? ¿Con qué razón? ¿Qué debería hacer?

Escaneó el resto de su cuerpo cuando antes se había enfocado en su cara, pese a que su imaginación era lo que la había traído, no sabía si era real o quizá había enloquecido al fin. Su largo cabello debajo de las caderas caía por enfrente ocultando parte de su figura desnuda.

Una vez que terminó de recorrerla hasta los pies volvió a sus ojos negros y su sonrisa inocente, entonces reaccionó, tomó su mano y la llevó hasta su cueva dónde algunos animales como venados, pájaros y leones esperaban a que la lluvia cesara. El fuego estaba encendido, la acercó a que se sentara frente a él sobre una cama de hojas cubiertas por un manto de piel de oso. Ofreció otro de lobo para cubrir su cuerpo y calentarse, luego se sentó a observarla con curiosidad, ladeando su cabeza por verla sonreír.

No había palabras, no tenía en voz, sólo en la oscuridad cuando estaba con Scurus creía que era el único lugar en el que podía dejarlo salir. ¿De qué sirve cuando eres el único que existe? Pensaba. Cuando llevas una vida solitaria sin nadie que te escuche, la voz parece un recurso innecesario, pero ahora tenía a alguien igual y diferente a la vez, alguien que mostraba algo más que los animales con los que por años ha convivido. Sonrió y se acercó, colocándose justo a su lado, ilusionado tomó su mano, pues ya no estaba solo, ahora tenía compañía, su compañía, a ella (o eso creía él).

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Días y noches pasaban en compañía, solos, escuchando a los grillos y búhos o dando paseos por dónde sea. El hombre admiraba y contemplaba a la mujer sonriente, se acercaban a juntar sus sienes con ternura tomados de las manos, sintiendo los latidos mutuos. ¿Qué más podría ser perfecto? Pensó él. No sabía de dónde había sacado esas palabras ni cómo sabía qué eran lo que significaba, pero ahí estaban, como por arte de magia las ordenó en su interior.

Comunicación, era su siguiente trazo, hablar para entenderse más y mejor. Con sorpresa se vio cuando antes pensaba que sólo en la oscuridad podría expresarse. Debe ser porque está frente a la dueña de sus ilusiones, sin embargo, parecía que ella no entendía lo que decía.

—Me hace feliz tenerte  conmigo —expresó nervioso por segunda vez al no haber obtenido respuesta. La mujer ladeó su cabeza, observó a los lados como si buscara algo, volvió a sonreír y movió sus labios.

—Me alegra estar aquí también.

Él seguía sonriendo, pero en su corazón algo le decepcionaba, la voz que la mujer tenía, no era la que en el abismo había escuchado. No es ella, pensó.

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El tiempo pasó, seguían juntos y unidos. Habían hecho cambios, ya no vivían en cuevas, ahora tenían un espacio hecho de cuatro paredes de madera y techo de rama de palmeras, afuera y cerca de su hogar, tierra arada y sembrada. Ambos vivían en calma, trabajando, paseando a pie o volando —él con sus alas doradas, ella con la oscuridad en su espalda—, y durmiendo juntos.

—Te amo —dijo la mujer abrazada al cuerpo del hombre luego de haber hecho el amor.

—Y yo a ti —respondió acariciando sus cabellos—. ¿Cómo es allá arriba? —ella le miró extrañado, él observaba el cielo nocturno a través de la ventana.

—Oscuro, a veces frío.

—Suena solitario —ella afianzó el abrazo cerrando sus ojos.

—Lo es.

Ambos durmieron, él soñaba, a veces solo era él en un gran espacio oscuro recordando la voz de aquella que escuchó primero, otras visiones eran las memorias vividas con su mujer, pero la mayoría se reflejaba a masas de seres como él y ella, sentía sus sueños reales, lejano y cerca a la vez…

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Durante el día, ambos se encontraban recogiendo su cosecha para comer, ella tarareaba sacando del subsuelo los bultos amarillentos crecidos ahí, él hacía lo mismo sin cantar, fue entonces que al subir la vista, los vieron, a aquellos que en un principio llegaron por pocos y conforme al tiempo eran más, seres a los cuales acogieron, ayudaron y enseñaron, todos de alas negras.

Más cimientos de madera y piedra se erigían con el tiempo, donde antes había un solo ser ahora eran varios, pero el primero de ellos notaba algo, pues desde la aparición de la segunda, los lapsos de intensa negrura fueron desapareciendo, ya no encontraba ni escuchaba a quien tantas noches abismales le acompañó. Deseaba saber de ella, de la razón por la que ahora había muchos con su esencia.

Día y noche pedía una respuesta a su señora Luna y a su señor Sol, pregunta que no era contestada hasta que juntos los astros se reunieron con él estando solo contemplando a la lejanía el pueblo que alguna vez solo residía en sus sueños. Llegaron Leuksna y Solis presentados como una unión en el cielo, pintando todo en negro como una imitación de los momentos en los que Scurus aparecía.

—¿Dónde está ella? ¿Qué le ha pasado?

—Mi hermana enfermó —resonó la voz femenina de sonar armónico, pero esto a él no le importaba, sino el significado de esas palabras—. En su lecho decidió dejar un regalo.

—Espera…

—Esos seres —ahora sonaba una voz varonil, apagada como si el alma le faltara—, ella les heredó algo de sí, puedes verla manifestarse en sus alas.

—¿Sus alas?

—Una representación de ella, de su recuerdo para ti —expresaba la fémina con temple entristecido que trataba de no liberar más de lo que ya mostraba—. Impregnó a cada sueño de ella tras su partida con un deseo.

—¿Qué significa eso? ¿Acaso no la escucharé más? —la negación y oraciones en su voz se notaba con claridad, deseando que fuese una mentira o un mal sueño.

—Me temo que así será, muchacho —volvía a hablar el hombre con un nudo en su garganta.

—Mentiras… ¡No es verdad! —apretaba sus puños con rabia, lanzaba insultos cargados de rencor, sentía nuevas emociones que no se comparaban a una simple soledad— ¡¿Qué le hicieron a Scurus?!

—Nadie hizo nada, fue el destino si así quieres llamarle —las lágrimas corrían en las mejillas de aquel ser, sintiendo como si el vacío se hiciese más grande y profundo que le obligaba a cerrar sus ojos con fuerza, quedando de rodillas aprisionando entre sus manos la tierra y hierbas—. Ella dejó un regalo más para ti, mira.

Con desprecio lo hizo, sin embargo la confusión y curiosidad se atisbaron en cuanto una pequeña caja negra con bordes dorados estaba en el suelo pastoso frente a él. Algo que no entendía, pues sentía como si la presencia de quién añoraba tanto estuviera ahí dentro.

Cuando más perdido uno se siente, es cuando la soledad aparece, y en ella puedes conocerte, meditar o encontrar la calma, incluso las respuestas de lo que buscas o no. Eso era lo que significaba darle esa parte a él, que tuviera el recuerdo de lo que era estar juntos en el vacío, en su vacío. Dónde ellos se encontraron y conocieron. Esa oscuridad que ahora le acompañaría por la eternidad a él y a todos los sueños formando parte de ellos, que después de que la señora de plata y el señor de oro se retiraran, él se quedó con esa memoria, alejándose de todos, ignorando a cualquiera, dentro y fuera de esa caja, sintiendo y conocieron el abismo de adentro que lo carcomía desde su interior, alimentando un espacio de odio cuando debía ser de sana soledad, culpando a otros de que un sueño jamás se realizase, pero que igualmente daría aunque fuese un placebo, un milagro fantasioso.

Su mujer, que a pesar de que por años habían permanecido juntos, ahora se encontraban distantes, o mejor dicho, él se alejaba de los demás. Frecuentemente le veía exigir al cielo de día o de noche a que alguien le contestara, siempre terminando sentado apretando en su mano una pequeña caja. Su miedo se intensificó cuando sus ojos blancos ya no presentaban brillo, solo la irónica oscuridad cuando sometió con cadenas a uno de los seres que le cuestionaba preocupado por su actitud solitaria.

Dejó de ser el líder comprometido en pro de la solidaridad, para convertirse en un tirano que demandaba actuar con un código de estricta ética, con reglas impuestas sin oportunidad de replicar, pues ser que se revelaba, ser que era confinado en la caja para nunca más volver a ser visto.

—Cariño, ¿qué ocurre contigo? Estás matando a toda nuestra gente —mencionó preocupada y enardecida, su pueblo ya no era lo que alguna vez forjaron, ahora quedaban seres sin paz.

—Ellos no sirven —murmuraba al cielo observando con desdén a la dama de la noche—. Ella dejó un poco de sí, pero son imperfectos.

—¿Imperfectos? ¿De qué hablas?

—Se merece algo mejor, una verdadera imagen de su sueño. Y yo debo despertar, ella jamás volverá, no tiene caso que me haga la ilusión de que alguna vez la conoceré.

—¡¿De qué hablas?! —la mujer se acercó a tomarlo de los brazos para hacer que le viera, y lograr obtener un explicación, sin embargo, en sus ojos no la veía a ella. No, esa era una ilusión que ella misma se había creado, pensó. ¿En realidad jamás la había visto?— ¿Quién eres?

Él tomó su mentón sonriendo con malicia. ¿Quién era? Jamás habían usado nombres en realidad, aunque sabía que a eso no era lo que se refería la pelinegra de ojos abismales. Lamentaba hacerla romper su ilusión, ¿o eso era otra mentira? ¿En verdad sentía algo?

Se acercó a su oído mientras no quitaba su sonrisa guasona —Despierta de tu dulce sueño, cariño, la realidad nos espera.

Un bombardeo de palabras inundaron su mente, conversaciones alegres y tristes de él para alguien, pero no por ella ni nadie más, sino para una voz en la oscuridad, en el abismo, en el vacío. En cambio las que tuvo con ella, apenas y se notaba algo en comparación con la otra.

Ella diciendo Te amo, él contestando Y yo a ti. Mentiras, pensó inmediatamente mientras se arrodillaba tomando su cabeza deseando que las voces cesaran, mientras que el hombre se adentraba con otras voces a los seres restantes en su pueblo, voces cargadas de negatividad.

El legado de Scurus aumentaba en ellos, la oscuridad les invadía, pero a una más que a todas, ese abismo despertó lo que nadie deseaba, él sin saber activó su poder. La mujer bramó furiosa, su gente estaba perdiendo el hilo de razón por culpa de él.

—¡Consciencia! —ladró mirando como desaparecía de su vista.

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Estaba en el medio de un pueblo marchito, hombres y mujeres sin nombres que serían recordados sólo por una persona probablemente, pues dudaba que el hombre lo hiciera. Ninguno con vida. Mentiras, se decía una y otra vez. Eres un mentiroso, recriminaba. Ahora había quedado sola. Sonrió, comenzó a reír bajo para luego carcajear con estruendo en medio del lugar muerto, habiendo elegido a su Locura.

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