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Capítulo 36: Ángel caído

Frío en su interior que cada vez lo va sintiendo más, dolor en su cuerpo que se extiende más allá de lo físico y perfora su mente, rezo que ruega por su perdón, perturbación en su corazón y agonía que lo hizo despertar con sudor en su cuerpo y agitación en su aliento. Un techo le cubría con algo de negrura, su alrededor era algo oscuro por la noche que le arriba. No conoce el espacio, está seguro que en Edén no se encuentra ya que ninguna casa tiene ese aspecto tan peculiar. Trató de llevar su cuerpo al frente, pero el dolor en su espalda le detuvo de poder sentarse. Con la poca luz proveniente de la línea dejada por la cortina visualizó vendajes en sus brazos, llevó sus manos a inspeccionar su cuerpo trayendo consigo la sorpresa de una vestimenta que no era la suya.

Pantalón de color crema con sensación de algodón y una camisa holgada de mangas arriba de los codos se hayan cubriéndolo. Tocó su frente sintiendo los vendajes de su cabeza, así como el punzón del ardor en su espalda. Con dificultad se levantó tratando de no caer por la pesadez de su ser buscando una forma de encender algo que le diera más luz, hasta que accidentalmente tocó un interruptor que encendió los focos del candelabro antiguo en el techo de la habitación, pareciendo en descripción de lo que su madre le contaba en los cuentos de príncipes. Un sonido en la puerta avisaba de la intromisión de alguien, causando un sobresalto en el joven peliblanco que se dio la vuelta con preocupación y retroceder sin mucho trecho cuando sus piernas flaquearon haciendo que cayera soportando su peso en sus débiles brazos.

–¡Oh Dios! ¿Estás bien? –el joven que cargaba una charola de comida pasó con apresuro a ponerla en la mesa para agacharse junto al contrario para tomarlo por el brazo.

–¡¿Quién eres?! –espetó zafando el agarre del muchacho que se encogió de hombros– ¡¿Dónde estoy?! –Vida miró a su alrededor estando alterado por estar alerta de posibles enemigos.

–Tra-Tranquilo, está bien, tú caíste en mi patio, para ser más específico, caíste en la piscina.

–¿Piscina? –miraba desconfiado al chico pelirrojo de ojos diferentes que deducía no pasaba la mayoría de edad en los humanos– ¿Qué es piscina?

–¿Eh? Bueno, es un espacio donde hay agua… Esto de explicarte es difícil. De cualquier forma está bien, te saqué de ahí y te traje a mi habitación. Vamos, estás herido –intentó acercarse, pero el peliblanco prácticamente gruñó desconfiado. El muchacho suspiró masajeando el puente de su nariz–. Mira, fue un shock verte caer con todo y alas –Vida se sorprendió al escucharlo–, te las curé también y luego estás desaparecieron. Pude haber llamado a la policía, pero siendo lo que seas, no creo que sea buena idea para ambos. Y si piensas que te quiero hacer daño, ni siquiera hubiera considerado tratar tus heridas –el mayor tragó nervioso encogiéndose de hombros–. Voy a ayudarte a volver a la cama ¿de acuerdo?

Con sigilo, el muchacho se acercó y ayudó al peliblanco a volver estar dentro de las sábanas mirando al techo con el ceño fruncido. El chico revisó los vendajes para cerciorarse de que estuvieran bien y luego ayudó de nuevo al mayor para sentarlo al respaldar de la cama y entregar la bandeja de comida. Alimentos que Vida degustó con cuidado al ser observado por el menor que estaba sentado de brazos cruzados en una silla al lado de la cama.

–¿Quieres más? –Vida negó y el contrario asintió tomando la bandeja– Descansa un poco ¿sí?

–Mis collares…

–¿Collares? Están en el primer cajón. Son cuatro ¿no? –el mayor asintió abriendo y sacando esos objetos a la vez que los miraba triste– Descansa por favor.

El muchacho salió de la habitación, cruzó los corredores y bajó hasta la cocina, su mansión mantenía un estilo renacentista mezclado con lo moderno y extravagante, toda decoración elegida por su madre. El chico dejó la charola en la mesa y cambió los trastes sucios por otros limpios y con comida, también llevó un vaso con agua y un par de píldoras en una servilleta para llevar todo junto de nuevo arriba hasta una puerta antes de la que había salido. Pasó hasta la mesa con espejo donde dejó la bandeja mientras dibujaba en sus labios una sonrisa y se acercaba a besar la frente de la joven pelirroja de cabellera ondulada y larga.

–Despierta, Lía. –llamó con suavidad recibiendo los ojos negros de la chica.

–¿Qué hora es?

–Ya es de noche, pasado de las ocho.

–Ya veo, dormí toda la tarde.

Ella rió acomodándose a quedar sentada, tomando el medicamento que el chico le extendió. Una joven de veinte años, piel pálida y delgado cuerpo yacía ahí con sonrisa delicada y sus ojeras notables. Regresó el vaso y el chico le pasó su comida.

–¿Qué fue el ruido de la tarde?

–Uhm… Un ángel caído. –la chica rió ante el comentario.

–Vaya ocurrencias las tuyas.

–Bueno, un tipo cayó de quién sabe dónde a la piscina, así que lo ayudé y está en mi habitación.

–¿Mamá lo sabe?

–¿Cuándo se va a enterar? Ella nunca está, papá tampoco, prefiere largarse con cualquier amante por ahí, sabes que solo se aparece cada maldito mes, a nuestros medios hermanos les da igual prácticamente lo que nos pase…

–Cálmate.

–¿Cómo me voy a calmar cuando parece que nadie se preocupa por nosotros? Soy el único que te cuida y no me quejo, lo hago porque te amo, hermana, pero me da rabia que nuestros padres ni siquiera se dignan a pararse por aquí.

–Está bien –su sonrisa que enmarcaba su rostro provocaban al menor una en respuesta–. ¿Me dejarás conocer a nuestro ángel caído mañana? –el chico asintió y la joven sonrió más feliz mientras veía a su hermanito llevando su comida dejada a la mitad por falta de apetito.

–Descansa Lía.

–Descansa Sam.

×~×~×~×~×

La mañana siguiente Sam pasaba a revisar los vendajes del caído del cielo, apenas tocó y pasó la puerta, el mayor estaba tratando de huir por la ventana.

–¡¿Pero qué haces?! ¡Estas herido! –corrió a rodear con sus brazos el abdomen del contrario y jalarlo de nuevo a la cama– Dios, estás loco amigo.

–No somos amigos, no me conoces y yo a ti tampoco.

–Vaya gruñón que eres. ¿Así agradeces a tu salvador?

–Gracias, ahora déjame ir.

–No hasta que te recuperes.

–Esto es secuestro. –ambos se miraron entrecerrando los ojos.

–Estás a salvo aquí, no te preocupes.

–¿Cómo puedes saber que estoy a salvo? No sabes ni lo que soy.

–Confía en mí. Ahora, quédate en cama por favor, traeré el desayuno, y no escapes.

Vida se halló confuso, no sabía a dónde había parado ni quién era ese muchacho al igual que la otra persona que estaba en la habitación de al lado. Parecían humanos, pero no concibe identificar sus existencias y estaba seguro que no tenían una manzana en su árbol. A esto le quedaban dos opciones, tenían que ser Cazadores, algo que desechó en cuanto sintió la peculiar forma de trato del menor, o que quizás tenían una unión a alguno de sus tíos para que le ocultaran su existencia. De cualquier forma su presencia en esa casa estaba protegida de su bisabuelo, pero a la vez era un peligro si consideraba las otras opciones. Aún así prefirió hacer caso al joven humano que le tendió una mano sin pedirlo, mínimo la cortesía de agradecerle adecuadamente debía dársela al insistir en ayudarlo.

La puerta se abrió haciendo que sus ojos se pusieran rápidamente para verlo pasar, pero entró con alguien más por delante que tenía en sus piernas la bandeja con comida. Los ojos de Vida se abrieron más para visualizar a una joven pelirroja de ojos tan oscuros como los de Ramé, su piel pálida y figura un poco más delgada que la de ella, sin embargo, era empujada de su silla de ruedas hasta tenerla a su lado.

–Así que usted es el ángel caído –rió bajo mostrando su sonrisa–. Es un gusto, soy…

–¿Ramé?

–¿Eh? –por impulso había respondido, cosa que le provocó tragar nervioso, pero la chica sonrió de nuevo– Lía Smith, él es mi hermano menor, Sam. ¿Cómo se llama? –Vida abrió su boca para responder a la pregunta, pero su nombre no era algo con lo que pudiera presentarse. El silencio mermó unos momentos antes de que los hermanos intentarán preguntar por ello.

–Demon… –habló cabizbaja y sin emoción, cosa que extrañó a los demás.

–Es un nombre extraño, pero me gusta. –con sorpresa observó a la joven que le dedicaba su sonrisa gentil.

Algo en el interior del chico de ojos dorados se estrujó al verla tan alegre como alguna vez tuvo la suerte de ver a aquella pelinegra que le regalaba gestos idénticos, vaya suerte estaba teniendo o quizás era el karma que venía a castigarlo de esa forma. Era como si le diera una bofetada gritándole que jamás se apartará de su memoria no importa a dónde vaya, esa chica y sus ojos abismales de pura dulzura te perseguirán por la eternidad. Vida apretó las sábanas en sus puños y tensó la mandíbula apretando sus dientes, y sus ojos, esos fueron otros que no aguantaron más la pena que apuñala con fuerza el corazón. Ya ni siquiera le importaba el punzón que este emergía a cada minuto u oportunidad que pudiera con la mas mínima provocación de un pequeño recuerdo de aquella dama oscura.

×~×~×~×~×

Vida caminaba por las corredores rumbo a la cocina, observaba cada detalle y acabado de la lujosa mansión siendo igual de impresionante que su antiguo hogar en las nubes, pero el estilo de la morada humana se hallaba más pretenciosa. Había pasado tres días desde que llegó ahí, se quedaba en la habitación del humano, pero en todo el tiempo apenas y escuchaba a más personas aparte de él y su hermana. Las voces más mayores se escuchaban que no pasaban los 30, y se aparecían durante la noche y por la mañana ya no estaban, suponía que esos eran los medios hermanos de los que escuchó al muchacho que le rescató, hablar.

Salió por la puerta de la cocina hasta un patio de verde pasto artificial y un espacio con agua que Vida deducía como un muy pequeño lago, peinó con su vista cada lugar hasta que más allá del lago, en un árbol de manzano estaba la joven pelirroja sentada en su silla y con libro en mano. Tragó nervioso dirigiendo sus pasos hasta quedar a distancia de ella.

–¿Nuestro ángel caído ya ha aprendido a andar sin alas? –Vida ladeó la cabeza sin comprender el comentario de la muchacha y el porqué le causaba gracia a ella.

–¿Y tu hermano?

–Está atendiendo una llamada de un amigo. Dime Demon, ¿no tienes a nadie a quien llamar? –él negó– ¿Familia? –frunció su ceño en preocupación a la vez que desviaba la mirada. Tiene familia, pero ahora no sabe qué pasó o si están bien.

–No tengo forma de comunicarme con ellos.

–Ya veo. Bueno, no te apresuramos ni nada, eres bienvenido aquí.

–Gracias. ¿Puedo preguntar por qué estás en esa silla? –ella volvió su vista a las páginas del libro, hubo un largo silencio antes de que se aclarara la garganta para háblale al joven.

–Nací enferma. Nunca he podido hacer esfuerzos, mi cuerpo es débil. De niña podía caminar, pero me cansaba mucho, luego empecé a usar muletas, luego andaderas, hasta que me tocó la silla. No hay una explicación médica formal para mí, sólo que mi deterioro es progresivo, en algún momento… quedaré postrada en cama sin siquiera poder mover un músculo, luego, es muy probable que mis órganos como mis pulmones, necesiten de soporte para llevar el oxígeno a mi cuerpo –suspiró–. Estoy muriendo en vida.

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