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Capítulo 33: Un momento de calma

Muerte… –Voz femenina que llamaba con burla a la distancia. La joven de cabello y ojos negros levantó sus párpados para ver que yacía en medio del campo de la última guerra en la que estuvo.

Esto es lo único que haces, lo único para lo que naciste y lo único por lo que vas a existir… –Cenizas, tierra maltrecha, plumas manchadas, llamas esparcidas, sangre en sus manos y ropa y a sus pies, lágrimas corriendo y la voz de reconocía perfectamente le apuñalaba el corazón como una flecha envenenada.

La felicidad no es algo que sea para ti. –Otra voz se hizo presente, esta vez una masculina y ronca, ahora el lugar era diferente, estaba sentada en un valle lleno de flores, su vestido verde esmeralda oscuro sin mangas ni tirantes dejaba al descubierto la unión donde sus alas convergían en su espalda. Ella podía ocultarlas, pero jamás las escondió cuando esas plumas negras eran su felicidad y orgullo, alas tan fuertes para cruzar la tormenta más fiera, y tan suaves que hasta la seda sentiría celos, podrías jurar que la oscuridad era propiamente de ese plumaje que incluso los cuervos admiraban más que cualquier brillo. Ella misma se acunaba a dormir o simplemente a descansar en ellas, volar tan alto como quisiera hasta traspasar las nubes, danzar en el aire junto a las aves e imitar a los que caen en picada para capturar a los peces, pues ella entraba de lleno al agua conteniendo un poco la respiración para luego sumergir y seguir jugando con el líquido sin que sus alas tuvieran problemas de haberse mojado, pues tan sólo con un impulso podía elevarse de nuevo salpicando el rocío formando un pequeño arcoíris en el movimiento.

Pero ese día en que oyó esa voz atrás de ella en su campo favorito de flores, una sensación helada recorrió su espalda, su vista se giró a visualizar al hombre de ojos blancos en una expresión vacía, una al igual que el espacio al que fue obligada a entrar con cadenas que la aprisionaron con grilletes en sus muñecas, tobillos y su cuello, además de las cadenas que le rodeaban y estrangulaban sus alas haciendo que sus plumas fueran el sinónimo a cabellos alborotados.

–¡Por favor! ¡Me duele! ¡No más! –ella no sabía el tiempo que llevaba dentro de aquel oscuro lugar donde lo único que la iluminaba eran esas cadenas con algo de tenue brillo que sentía le quemaban– ¡No he hecho nada malo!

–¿Nada malo? –el hombre se sentó en cuclillas a sostener y alzar con una mano la cara hecha a mares de lágrimas– Tu mera existencia ya es algo malo.

–Por favor… No más…

Sonrisa vil en sus labios admirando el sufrimiento en sus ojos, fue a su frente y dejó un largo beso para luego soltar su cara y pararse detrás de ella, en su mano materializó una espada cuya hoja era ondulada, el mero hecho de pensar en hacer lo que iba a hacer le era más gratificante que haberle hecho pasar corriente eléctrica a todo su cuerpo, darle azotes, hundir su cara en agua o hacer que esa cadenas hirvieran hasta dejarle marcas, heridas que algunos verdugos eran mandados a curar lanzándole cubetazos del agua de las fuentes, obligándola quedar desnuda, todo sin dejar de ser encadenada, una vez curada le cubrían con un vestido que llegaba a tapar su pecho para continuar siendo torturada, pero solo era Consciencia el único que la castigaba, le había llamado su juguete favorito, y ahora tenía un nuevo juego para ella.

Ahora más que nunca Muerte deseaba poder ocultar sus alas, pero las cadenas que la aprisionaba no le permitía hacer uso de sus poderes. El mayor no dejaba de sonreír, jaló a extender una ala apretando la cadena y colocando el acero en la base del ala.

–No… ¡Por favor! ¡No mis alas!

–¿Las amas?

–¡Sí! ¡Se lo suplico por favor! ¡Todo menos eso! –un alarido resonó en el espacio e incluso fuera de este cuando la hoja rebanada con lentitud y algo de dificultad para cercenar la extremidad.

El rechinar de la fricción de las cadenas, grito desgarrador, lágrimas que no paran, tensión en su cuerpo y sangre empapando la tela blanca y cubriendo su espalda, pero todo eso a Consciencia solo le provocó placer hasta dejar sangre y plumas desperdigadas en el suelo y en su cara, teniendo en una mano su espada ensangrentada y en la otra una ala negra maltrecha, así de orgulloso estaba parado frente a ella con la consciencia apenas presente por el dolor y ardor, pues en su boca también yacía con sangre.

–¿Por qué? –preguntó con voz ronca luego de haber desgarrado su garganta de tanto gritar sus súplicas ignoradas– ¿Por qué?

Estaba aburrido…

×~×~×~×~×

Ramé se levantó de golpe mirando el agua cristalina que tenía enfrente, era una mañana tranquila con los pájaros cantando y el viento soplando, en su rostro las lágrimas reinaban, en su boca el aliento forcejeaba por entrar, su corazón latía desbocado y su cuerpo temblaba a horrores con sólo recordar como la sonrisa sádica de su bisabuelo resplandecía de forma siniestra con la poca luz proveniente de las cadenas. Se abrazó a sí misma para llorar.

–¡Admiración! ¡¿Dónde estás?! ¡Admiración! –apretaba sus párpados mientras clamaba por el mayor.

–¡Ramé! –él llegó soltando los frutos que cargaba en brazos para correr a abrazarla junto con sus alas– Ya, calma, estoy aquí.

–¿Dónde estabas?

–Lo siento, fui por comida.

Ella soltó su llanto siendo consolada por su amado que la acomodó a quedar recostados de un árbol. Admiración no podía contener sus lágrimas al verla tan afligida por ese recuerdo que ella le confesó. Besos en su cabeza y caricias en su cabello era todo lo que podía hacer por su Ramé.

Continuaron abrazados de esa manera hasta el anochecer, Admiración le había estado hablando con alegría y suavidad a la vez que comían algunas nueces y fresas. Él había logrado calmarla y ahora ambos sonreían. Ambos han estado viviendo en ese bosque de manera tranquila, lejos de todos excepto de Vida, quien les visitó una vez para entregarle a la joven sus guantes y se había arrodillado para rogar perdón, aunque sabía que no podría obtener nada, sólo quería hacerle ver que en verdad estaba arrepentido, también confesó a su tío la verdad de lo que le hizo, haciendo que su enojo apareciera para recibir algunos golpes por parte de Admiración, golpes que Ramé tuvo que detener ya que Vida no se defendía.

–Admiración…

–¿Sí? Mi Ramé.

–Gracias.

–¿Por qué?

–Por aún quererme. –él rió bajo subiendo la cara de la chica tomándola con delicadeza por el mentón.

–¿Por qué dejaría de querer algo que es lo más hermoso del mundo?

Ella sonrió mirándole a esos ojos grises que le ofrecía todo con nada, y así unió sus labios a los de él, sintiendo la dicha de nuevo a pesar de que el cielo amenazaba con rugir una vez más con ferocidad.

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