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Capítulo 19: Semana con mamá

La hora de tutoría avanzó con normalidad, Dylan explicaba los temas sin retirar su sonrisa y mirada cariñosa a la joven nerviosa que evitaba el contacto visual con el contrario, aunque eso era todo lo que él hacía dado que no quería ser un pesado en el tema de su enamorada. Cuando las horas de instituto terminaron, la joven se retiró con prisa para llegar a su casa y pasar con su abuelo, pero vio a su padre recogiendo el césped cortado de la casa del mayor y a él también juntando otro poco de maleza.

–¡¿Empezaron sin mí?! –dijo inflando un cachete y frunciendo el entrecejo ocasionando la risa al par de hombres.

–Así adelantamos más –respondió el padre acercándose a besarle la cabeza–. Josef preparó agua de naranja, toma un poco y puedes venir a ayudarnos a terminar de recoger el césped.

–Sí… ¡Ahora regreso!

Corrió cambiando su expresión a una de alegría para regresar con unos jeans azules claros, tenis y una camiseta roja, su cabello lo recogió en un chongo. Empezó a ayudar a retirar el resto de la maleza dejando toda la casa despejada y haciendo un poco más de limpieza dentro de la morada. La noche les arribó, habían almorzado en la casa del anciano y ahora la cena estaba siendo preparada por él también.

–Quedó exhausta. –mencionó el anciano entregando un plato de comida al hombre sentado en el extremo del sofá largo con su hija durmiendo en su regazo.

–Sí, pero me gusta verla más animada.

–¿Y qué es lo que te pasa? Pareces decaído y no creo que sea sólo por el cansancio físico.

–Después del accidente… ella parece diferente.

–Perdió la memoria, es normal.

–Sí, debería, pero todo en ella cambió. Antes no sabía cocinar y ahora parece toda un chef cuando usa un cuchillo, odiaba las zarzamoras y ahora le encantan, y muchos detalles más que me hacen…

–¿Qué te hacen qué? ¿Pensar que no es tu hija?

–No lo sé… –Jason frotaba sus ojos con dolor– Debería sentirme muy feliz, pero siento que… soy un mal padre. Como si quisiera que la antigua versión de Ashia regresara aún cuando ella no era tan libre.

–Sientes que no ayudaste lo suficiente a la antigua Ashia y que ahora no lo harás con esta nueva versión. Eso es normal, pero lo estás haciendo, permaneciendo a su lado y protegiéndola como un excelente padre.

–Gracias, usted me ayuda mucho con sus palabras.

–Lo menos que puedo hacer por lo que tú y tu hija han hecho por mí. Ahora come, prepararé las raciones para que te la lleves a casa y que mi nieta coma cuando despierte.

–Gracias –mencionó comiendo, una vez terminó, movió suavemente a su hija para despertarla–. Mi vida, vamos. Te cargaría a casa pero estoy cansado.

–Estoy bien –ella rió por el comentario, frotó sus ojos para así despedirse del mayor y regresar a su casa–. Me daré un baño y me iré a dormir.

–¿No quieres cenar?

–No, estoy muy cansada, gracias.

–Descansa hija.

–Igualmente papá

La joven subió a sentarse en el escritorio de su habitación, ahí se recostó con los brazos apoyando su cabeza, su idea era descansar un poco antes de meterse a la ducha, sin embargo, ella cayó en sueños casi vividos donde su vista protagonizaba vistas increíbles e irreales de paseos atravesando el cielo nocturno notando por momentos una silueta que se marcaban por el toque de la luz de la luna y que dejaban ver unas enormes alas, también habían pesadillas, unas donde una voz aterrada gritaba desquebrajada en un espacio negro, y otros sueños más dulces de un paisaje vivo en verde, flores y animales a su alrededor, y la imagen de una mujer rubia siendo reflejada que luego se ocultó para que su vista diera paso a una manzana que poco a poco se marchitaba en una mano pálida, también veía la espalda de un chico peliblanco…

La joven despertó con el día que la saludaba con los rayos del sol dando a su rostro, se reincorporó sabiendo que se había quedado dormida ahí, sin embargo, unas gotas cayeron a la superficie de la mesa, ella llevó su mano a tocar su mejilla para darse cuenta que sus ojos derramaban lágrimas.

–¿Por qué estoy llorando? –musitó para sí misma mirándose en el espejo.

×~×~×~×~×

Ashia buscaba una explicación en su mente sobre la razón por la que había llorado y el porqué había soñado lo que soñó, se mantenía sonriente mientras desayunaba con su padre para no preocuparle. Cuando ya era su hora de irse, su padre la acompañó a la puerta encontrando a Lucas esperando en la puerta para caminar con ella hasta la escuela, cosa que hicieron con el pelirrojo tomando su mano y hablando de la relación que habían tenido antes del accidente.

Caminatas a la escuela de ida y vuelta, a veces escapes para algún lugar a besarse, o simplemente chateando por teléfono hasta tarde, el chico hablaba con ternura atrayendo algunas miradas, entre ellas estaban las de Dylan y Sam, el rubio con cierto recelo en su rostro fácilmente distinguible aunque Ashia no se había dado cuenta de que él la había visto despidiéndose de su novio con un beso corto en los labios.

–Ay amigo, lo siento. –mencionó Sam tomando del hombro a Dylan.

–Uhm… Aún no me rindo. ¿Crees que le gusten los chocolates?

–Yo creo que sí. –ambos rieron encaminándose a sus clases.

Por los siguientes días hubo una gran calma en la vida de Ashia, se divertía viviendo con su padre, visitaba a su abuelo en las tardes y hacía sus tareas en la casa del anciano, además de recibir los consejos de un mayor, hablaba con sus amigas, conversaba y tenía paseos con Lucas, que aunque trataba de tener una mayor cercanía como un novio, la verdad era que la joven no se sentía cómoda más allá de tomarse de la mano o darse algunos pocos besos rápidos, lo que a veces provocaba que el contrario bufara irritado.

Por otro lado, con Dylan las cosas eran más sueltas, él no invadía su espacio personal excepto para despedirse besándola en la mejilla, le dedicaba miradas en una mezcla de niño inocente y sonrisa traviesa, hacían bromas que a veces tenían que tener un “shh” de la encargada de la biblioteca y en algunas ocasiones le acompañaba Sam por petición de su amigo para que la conociera, cosa que hizo que el pelirrojo y ella se hicieron amigos también.

Con eso la semana que pasaría con su madre llegó, Jason condujo hasta la mansión en donde Erika, la madre de su hija vivía, era un domingo por la tarde y el personal de seguridad los dejó pasar hasta la entrada. La chica miró en la puerta de doble hoja a una mujer joven que deducía tener unos 30, usando pantalón de vestir blanco con saco y una mascada azul, una Tablet entre sus brazos y usando lentes, tacones negros y su cabello rubio bien estirado y recogido en chongo y labial marrón.

–Wow, es muy bonita, ¿es mi madre?

–No, ella es Sofía, la asistente del marido de tu madre.

–Oh… –mencionó con cierta decepción, luego salió a la puerta una mujer con más edad que deducía tenía la misma que su padre, usando falda recta negra junto a una camisa blanca por dentro de un saco también negro y tacones cortos también oscuro, su cabello pelirrojo era corto y sin mucho brillo– Qué elegante… ¿Es mi madre?

–No –saludó desde el auto recibiendo una reverencia con la cabeza de la señora–, ella es Lucrecia, la ama de llaves y quien es la supervisora de los demás empleados.

–Ah… –ambos bajaron del vehículo, el padre cargaba la maleta de su hija, pero no subieron las escaleras, fue entonces que una mujer con falda arriba de las rodillas, zapatos de tacón delgado, una camisa de lino blanco, cabello castaño claro suelto y largo hasta la cadera, y bien maquillada, salió junto a la señora, la joven se acercó y con disimulo le preguntó a su padre– ¿Ella no es mi madre?

–Sí, ella es Erika, tu madre.

Me la imaginé diferente.

Ambos subieron hasta donde las mujeres, la señora Lucrecia saludó a la joven y tomó su maleta esperando a que la muchacha se despidiera de su padre.

–Nos estamos llamando ¿sí, mi vida?

–Por favor Jason, ella va a estar mejor que en tu casa –la madre resopló molesta y con actitud de superioridad–. Ve arriba, Aisha.

–Es Ashia.

–Claro, eso. Ahora ve arriba. –dijo como restando importancia, la menor miró a su padre con duda, pero dando una leve sonrisa– ¿Qué esperas? Ve.

–Sí, mamá. –la joven se despidió con cariño de su padre y siguió a la señora. Jason por su parte, lanzaba una mirada de reproche. La rubia al lado se apartó para hacer una llamada.

–Erika, te lo pido, actúa como una madre.

–A ver, a mí no me vas a venir a dar órdenes.

–Te lo advierto, si haces que ella vuelva llamarme llorando como la última vez, te juro que me encargo de que no la vuelvas a ver jamás. Tuviste suerte de que ese día ella perdiera su memoria.

–A mí no me amenaces, ahora lárgate. –ella entró a la casa azotando la puerta con vidrio en óvalo opaco.

Jason soltó bufido largo en enojo y volvió a su auto despidiéndose de la mujer rubia. Él conducía apretando el volante hasta llegar a su casa y entrar a la habitación de su hija a sentarse en la cama mirando una foto de ellos dos juntos estando de fondo de pantalla. Su mente rememoraba la última llamada que ellos dos tuvieron antes del accidente.

¡Papá! ¡No quiero estar más con mamá! ¡La odio!

Cálmate, hija, ¿qué ocurrió? ¿Dónde estás?

Estoy caminando de vuelta a casa para estar contigo, no pienso quedarme ahí con esos malditos…

¿Hija? ¡Ashia!

Escuchó un golpe fuerte al otro lado de la línea antes de que esta se cortase. A pesar de que reportó el incidente a la policía durante el tiempo que estuvo la chica en el hospital, no hubo nada que hacer. Sólo podía rezar por que todo estuviera bien y estar lo más comunicado con su hija.

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