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Capítulo 18: ¿En qué me he metido?

La noche ya había arribado y la cena ya estaba lista, la joven esperaba frente a la ventana a que el señor llegara, su padre la miraba sonriente con su vestido amarillo de tirantes gruesos y brillo en la parte de la falda, su cabello estaba recogido en una coleta y su listón blanco que nunca le faltaba.

–¿Crees que al señor Sanders le guste la comida? –preguntó entusiasmada yendo hacia él con el sonar de sus zapatillas de piso también amarillos.

–Seguro que sí –hubo un pequeño silencio antes de que decidiera lanzar su pregunta–. Hija, ¿estás segura de haber aceptado un noviazgo con ese muchacho?

–Yo… quiero intentarlo…

–Pero no estás segura.

–No.

–Entonces es mejor que no sigas con esto. Si él te quiere de verdad, sólo debe reconquistarte.

Ashia se mantenía cabizbaja por las palabras con las que su padre la ponía a pensar, aunque dejó de hacerlo una vez el timbre sonó yendo a ver que el anciano estaba en la puerta con pantalones gris oscuro, una camisa azul de mangas largas y su cabello y barba peinada, sostenía en sus manos un plato con pay de manzana.

Ashia tragó saliva un poco como si ese hombre le recordara a alguien, sólo su voz la sacó de su pequeño trance.

–El pastel estaba bueno, hice este pay para ustedes.

–Ah… ¡Sí! –volvió a su alegre sonrisa invitándole a pasar. Escuchar la voz y su tono relajado y amable había hecho que ese sentimiento de susto se le hubiera ido– ¡Papá! ¡El señor Sanders ya llegó! ¡Y trajo pay de manzana!

Su pequeño salto era evidente mientras avanzaban a la cocina, Jason estrechó la mano con el viejo y un abrazo, Ashia sirvió la comida y juntos empezaron degustar el platillo en una velada familiar. La joven hablaba con elocuencia y alegría contagiando a los adultos que también respondían a la plática amena incluso después de que hace un par de horas ya habían terminado de comer el postre.

–Muchas gracias, Jason, Ashia. Le han dado a este viejo cascarrabias una noche divertida.

–¿Qué está diciendo señor? –la chica cruzó los brazos armando un puchero con sus labios– Usted aún es joven y es divertido.

El anciano rió por las palabras gentiles. –Gracias por el cumplido, mi pequeña damita –reverenció con la mano y cabeza baja para luego reír otra vez junto al par–. Pero en verdad, me han dado un poco de luz que hace años no sentía.

–¿Por qué sus hijos y nietos no lo visitan? –el padre tomó la mano de su hija mirándola preocupado.

–Ashia, no es… –el anciano le interrumpió.

–Está bien, me gusta que su hija sea directa con sus dudas –miró con sonrisa triste y la mirada afligida en dirección a la joven que esperaba curiosa la respuesta–. Maté a mi esposa. –los ojos de la menor se abrieron con incredulidad de sus palabras.

– ¿La… mató…?

–Sí, ella tenía cáncer, luchó por mucho tiempo contra él con una fuerte alegría ante la adversidad y la vida. La admiraba y aún amo por ello.

–¿Por qué dice usted que la mató?

–El dolor, mi niña. Ella seguía sonriendo a todos, pero en la intimidad de nuestro hogar, cuando estaba conmigo se desahogaba diciendo que ya estaba cansada y que solo quería dormir. Ya no quería luchar más, quería morir en paz, no en un hospital. Así que contraté a un doctor que nos asistiera con tratamiento para que estuviera tranquila esperando su hora en nuestro casa, que era dónde deseaba morir.

–Usted… le cumplió su último deseo… –la chica derramaba las lágrimas que el señor se reservaba– Eso no es matar…

–Mis hijos no lo vieron igual y se apartaron de mí y alejaron a mis nietos.

–¡Eso es injusto! –la voz elevada de la menor que frotaba sus ojos ocasionó la sorpresa de los mayores– Su esposa sufría y usted sólo quería que dejara de hacerlo por amor y compasión. Dejar a alguien vivir más por miedo a ya no verlo físicamente ¡es egoísta! –el padre se levantó a abrazarla y ella se aferraba dejando salir su llanto.

–Ya, Ashia, tranquilízate.

–¡Es que es triste! ¡Y ese egoísmo me enoja! –el anciano se levantó pidiendo permiso al padre para acercarse a su hija– Usted no hizo nada malo. –dijo con voz temblorosa, el mayor secaba sus lágrimas a la vez que besó su cabeza y la abrazó.

–Gracias por tus palabras, pequeña. –la joven lo abrazó calmando su llanto.

–¿Puedo ser su nieta?

–Por supuesto.

Ella hundió su rostro en el pecho del mayor aún un poco sollozante. El anciano sonreía sintiendo la gentileza que la chica emanaba, si bien él no se arrepentía de haber ayudado a su mujer a descansar en paz, tampoco era como que no sintiera la soledad de perder a sus seres amados, porque no solo su esposa se había ido, sino que el resto de su familia también al no comprender el dolor de aquel que prefiere la felicidad y paz de quién ama antes que la suya, pero que ahora recibía a alguien que lo comprendía, ahora habiéndose hecho su nieta.

×~×~×~×~×

–Buenas noches, Jason, mi pequeña nieta Ashia.

– ¡Buenas noches, abuelo! –dijo con una enorme sonrisa junto a un fuerte abrazo al anciano– Sabe, puedo ayudarle a arreglar su casa. ¿Está bien si paso mañana después de la escuela?

El señor rió. –Tranquila, no hay necesidad.

–Yo también ayudaré –habló el padre acariciando la cabeza de su hija–. No será una molestia ni nada así, además, yo también le tengo afecto, señor Sanders.

–Por favor, llámeme Josef.

–Entonces, Josef, ¿está bien si mañana pasamos a hacer arreglos?

–Gracias.

El mayor se fue, Jason cerró la puerta y miró a su hija sonriendo frente a él, sin embargo, ella volvió a llorar aferrándose a su padre sintiendo aquel sentimiento en el que por alguna razón que no comprendía, sentía saber con perfección aquello que su abuelo siente. De esa forma continuó en su cama hasta que quedó dormida aferrándose a acunar su dije de manzana que casi nunca se quitaba.

×~×~×~×~×

A la mañana siguiente, la chica pasó a visitar la casa del anciano antes de ir a la escuela, pidió a su padre ir caminando ahora que conocía mejor el vecindario y recordándole que le ayudaría en el arreglo de la casa cuando regresara del instituto y despidiéndose ahora como si el señor fuera su abuelo.

En las clases la joven ponía atención, aunque no del todo cuando pensaba en cómo le diría a Dylan sobre el regreso con su novio, ni siquiera había querido comentar nada a sus amigas, por lo que antes de su asesoría fue a buscarlo durante el receso yendo hasta su salón.

–Ashia –el joven sonrió al verla a un costado de la puerta esperándola–. Mira, Sam, ella es Ashia. –su amigo saludó con un apretón de manos y un beso en la mejilla.

–Así que eres la que le quita el aliento ¿eh? Jajaja, es un placer conocerte. –mencionó apenándola.

¿Quitarle el alimento? El placer es mío… eh… Dylan, necesito hablar contigo… ¿Tienes un momento?

–Por supuesto, vamos –se despidieron de su amigo para retirarse a una de las mesas de piedra bajo los árboles, Ashia estaba nerviosa mirando a los ojos del chico que le sonreía con dulzura–. ¿Qué quieres decime?

–Yo… quiero disculparme por todo lo que ha pasado. –el muchacho se extrañó por lo que dijo y su actitud diferente.

–¿De qué hablas?

–Ayer Lucas fue a mi casa para pedirle a mi padre que le dejara ser mi novio, me llevó un ramo de rosas… Parece que en verdad está enamorado de mí y yo…

–¿Volviste con él? –la joven tragó nerviosa apartando la mirada– Ashia, ¿a ti te gusta? ¿Yo no te gusto?

–Quiero… intentar recordar algo…

–¿Solo por eso? Ashia, mírame por favor –la chica subió a ver sus ojos dolidos–. ¿No puedes intentar recordar de otra forma?

–Perdóname Dylan… Gracias por el tiempo y apoyo que me diste. Si ya no quieres enseñarme no me opondré.

–No, seguiré ayudándote, de cualquier modo si apruebas el examen que te harán ya no tendrás que tenerme de tutor, volverás a clases normales.

–Lo siento Dylan, no quiero que te enojes conmigo.

–No estoy enojado contigo, lo estoy conmigo y con tu novio –se cruzó de brazos recostándose de la mesa con el ceño fruncido y tratando de cubrir su puchero–. Te quiero para mí– Ashia se sonrojó, cosa que el contrario notó y sonrió por ello ahora levantando un brazo y recostar su cabeza en él sonriendo pícaro–. Nunca creí que sería el tipo de hombre que querría robarse a la novia de otro.

–¿Q-Qué?

–Nada~ –se levantó feliz para ir a besarle en la mejilla y susurrar a su oído– Nos vemos luego, MI Ashia. –él se fue y la joven se quedó roja mirando a la superficie de piedra grisácea de la mesa.

¿En qué me he metido? ¿Y ahora que hago? –se preguntaba mientras su sonrisa tímida se asomaba sin darse cuenta mientras a lo lejos, Isabella y sus amigas estaba observando la escena sin haber escuchado la conversación a la vez que la rubia mandaba fotos a alguien más.

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