Capítulo 15: Mi Ramé
La noche estaba a punto de llegar a su fin, su azul oscuro poco a poco iba perdiendo su intensidad para dar paso a las pinceladas anaranjadas del alba, y junto a la llegada del día también lo hacía un cuerpo siendo cargado por dos grandes alas doradas, el de cabello plateado y ojos grises aterrizaba en el último punto donde había visto y besado a su Ramé. Cuando tocó suelo sus alas desaparecieron y luego volteó para ver el fondo de nubes ahora con más luz que no le satisfacía aunque ese algodón blanco y esponjoso antes le era una de las mejores cosas en las que podía dormir o simplemente pasar el rato.
Su mente le recordaba la primera vez que interactuó con la que en aquel entonces veía como su sobrina, él vestía ropas de lino blanco, sus hermanos vestían igual y sus hermanas usaban un vestido blanco de mangas largas hasta las muñecas, ninguno de ellos usaban calzado; estaba sentado sobre una nube mirando arriba a los espacios azules por los huecos que había, sintió que era observado y puso a sus ojos a mirar alrededor, hasta que visualizó agachada y detrás del borde de la fuente, a esa chica que lucía de dieciocho años, que si bien no confiaba en ella, no podía negar y reconocía perfectamente la curiosidad en sus ojos negros.
–No te escondas, eso es grosero –dijo con voz firme ocasionando un encogimiento de hombros por parte de ella y que trató de esconderse mejor–. Se supone que tenías que salir. Niña, sal.
Sin embargo lo único que obtuvo fue su huida del lugar dejándolo confuso. Durante las reuniones de la merienda antes del almuerzo, todos estaban reunidos en la mesa redonda, Inapetencia había preparado sándwiches y té junto a su hermana Amor, también habían galletas, ahí todos observaban a la joven en medio de su madre adoptiva y su abuela, pero con ella estando pegada a la pelirosa y con su mirada a sus manos que podían verse por la mesa de cristal.
–Niña –la joven dio un pequeño salto al escuchar la voz gruesa de su bisabuelo–. No seas grosera y mírame –su temblar apareció y sus lágrimas también, todos la miraban con compasión, pues aunque no tuvieran confianza, entendían el miedo que su abuelo le podía ocasionar–. Que me mires. –demandó con voz irritada y la mirada enfadada.
La subida de su voz logró que se levantara y comenzara a correr mostrando su terror, Amor se paró con el reproche en sus ojos a Consciencia y fue tras su hija junto a sus hermanas y Humildad, Admiración se dedicaba a observar la escena y a su sobrino Vida que posaba una pequeña sonrisa de diversión. Él también se retiró a mirar apartado como la joven se aferraba a su madre y como era consolada por los que la rodeaban.
Un día él volvió a sentir la mirada de alguien que le observaba sentado en sus nubes, por instinto miró a la fuente sin que nadie estuviera, pero esa sensación de ser vigilado no se iba y siguió buscando con la mirada hasta que visualizó a la misma joven curiosa detrás de un árbol, el de ojos grises no entendía tal acción por parte de ella, ¿qué era lo que tanto la cautivaba como para mirarlo a escondidas? Esta vez levantó la mano para saludar y la acción de huir de ella se hizo presente una vez más agrandando su confusión. Las caminatas por la tarde eran parte de su rutina diaria, en uno de esos paseos pudo ver como interactuara con los alces que se le acercaban sin temor, al contrario, se mostraban cómodos siendo tocados y abrazados por la chica, esa tarde él se quedó observándola sonreír como nunca la veía, también dormir plácidamente con mariposas revoloteándole.
Así pasó el tiempo, cada que sentía que era observado, sabía a la perfección que se trataba de su sobrina que ya se había adaptado a todos los demás, cocinaba con Inapetencia, ayudaba en sus trabajos a Obra, escuchaba las pláticas de Castidad, acompañaba en sus recorridos a la ciudad a Humildad y Generosidad, gustaba de ser adiestrada por los conocimientos de Paciencia, ni que hablar de la gran cercanía con su madre y abuela, a excepción de Vida y en especial de Consciencia, toda la familia la adoraba, pero Admiración, no sabía dar una opinión cuando no había pasado tiempo con ella, ni siquiera había escuchado su voz que no fueran las súplicas de cuando fue encerrada, lo único que conocía de ella era que lo espiaba con una gran curiosidad y que huida al ser descubierta.
Así, una mañana, el peliplateado se dirigía más temprano que otras veces a su lugar favorito para pasar el rato en sus nubes, conforme se acercaba podía notar que alguien estaba en la orilla de la ciudad, se encontraba de rodillas apoyada del borde y extendiendo un brazo como queriendo alcanzar algo, aquella sobrina adoptada era quien efectuaba la escena. Admiración se apresuró con temor, pues era fácilmente distinguible que ella podría caer de ahí.
La joven se esforzaba por alcanzar el algodón blanco, faltaba muy poco para que su mano pudiera tocarlo, sin embargo, la mano que tenía apoyada al filo del vacío resbaló haciendo que su cuerpo se balanceara al frente para caer de la ciudad.
–Te tengo –la voz apacible de Admiración se presenció a su espalda junto a la presión que sus brazos hicieron al rodearla de la cintura y alejarla del peligro–. ¿Qué pensabas que estabas haciendo?
Ambos se sentaron frente a frente en el pasto al lado de ese borde de concreto. Esperaba la respuesta de ella, pero se mantenía cabizbaja, aunque con un ligero movimiento en sus ojos al lado de donde casi cae.
–¿Querías escapar?
–¡No! –temblar en su respuesta junto al correr de sus lágrimas.
–Cálmate, por favor dime qué planeabas hacer, casi te caes –ella se secaba sus lágrimas con las mangas largas de su vestido–. ¿Por qué siempre me estás observando? –su pregunta hizo que le mirara apenada– ¿Cuál es tu curiosidad? –pasó unos momentos en los que se decidió a hablar con tranquilidad y suavidad en su voz.
–¿Son suaves? –dijo mirándolo a los ojos.
–No te entiendo.
–Ese algodón… ¿Son suaves?
–¿Algodón? Ah, te refieres a las nubes –asintió con entusiasmo–. ¿Todo este tiempo has estado espiándome porque deseas subirte a las nubes?
–Lo siento… –el mayor se carcajeó sacando un poco lágrimas de risa, la joven lo veía confusa ladeando su cabeza.
–Si quieres subir solo dímelo.
Dijo con sonrisa amable levantándose y ofreciendo su mano a la joven quien la tomó con timidez. Sus mejillas se pintaron de un leve rojo cuando el mayor la tomó en brazos cargándola como princesa, luego sacó sus alas doradas alimentando el asombro de la chica al verlas para así llevarla hasta su nube preferida.
–Aquí puedo dormir muy a gusto, las suaves corrientes de aire son una exquisitez, además me da una buena vista al azul del cielo y durante la noche las estrellas es un gran manto –decía mientras acomodaba a la chica a soltarla, ella tomó con delicadeza sus alas observándolas como si las analizara a profundidad–. ¿Te gustan? –asintió frotando las plumas en su cara con alegría.
Luego de un rato ambos se pudieron acostar en la nube observando el tono azul del que hablaba su tío junto a la brisa fresca y relajante del viento, él admiraba esa sonrisa tan feliz de la joven siendo tan sencilla por una pequeña cosa, consideraba si era posible que pudieran quitarle el puesto a su hermano Humildad.
–Es hermoso…
–¿Verdad que sí?
–Sí, estoy feliz de estar aquí, y agradecida por lo que la señora Amor me ha dado, al igual que todo el cariño de sus demás hermanos.
–¿Señora? Oye, ella te acogió, puedes llamarla mamá.
–Pero… no quiero manchar su nombre diciendo que soy su hija…
–¿Mancharla? ¿De qué hablas?
–Mi nombre es Muerte –el hombre pudo notar el pesar con que lo mencionó–, traigo conmigo el sufrir… Soy algo malo nacido por venganza.
–No te gusta tu nombre ¿verdad? –era imposible que la chica pudiera detener sus lágrimas. Él miraba con ternura a esa joven llorona, tomó su mano cubierta por los guantes e hizo que cruzaran sus miradas– ¿Conoces el dicho “No hay mal que con bien no venga”?
–No…
–Eres igual, Muerte –aunque lo dijo con gentileza, ella tragó con un nudo cuando no soportaba ser llamada así–. Tú eres enigmática, tu existencia es tan caótico como una belleza al mismo tiempo, Ramé, es lo que eres, es quien eres. Nuestra Ramé, mi Ramé. –asombro que logró detener sus lágrimas llenando su ser con felicidad y calma.
«Gracias» susurró con una sonrisa que le inundaba de calidez sintiendo que su ser comenzaba su recorrido al lugar idóneo para existir en completa calma, armonía y felicidad.
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