Capítulo 11: Oportunidad
El final del horario de clases fue anunciado por la campana resonando por toda la escuela, Ashia guardó sus cosas con premura sin ocultar su alegría desbordante y la prisa por irse.
–Ashia, espera –la rubia teñida la detuvo antes de que sus pies avanzarán más rápido–. ¿A dónde vas?
–Pues al auto con papá.
–Vale, pero ¿no quieres ir a pasear? Vamos al centro comercial, a comer un helado las tres.
–Ah, me gustaría Isabella, pero primero debería pedir permiso a papá…
–Ay vamos, ya no somos niñas, ya somos más adultas.
–Sí, pero seguimos siendo menores de edad, además con esto de mi perdida de memoria estará preocupado. Les diré qué, le pediré permiso para mañana ¿qué dicen?
Las tres amigas le abrazaron con emoción aceptando encantadas, haciendo que ella subiera aún más su ánimo para correr con más energía para llegar con su padre y contarle su felicidad.
–¿Ir mañana a pasear?
–Sí, ¿me dejarías ir?
–Eh… Claro, pero bajo unas reglas. Yo las llevaré allá y me daré mis vueltas para recogerlas. ¿Sí?
–¡Por supuesto! ¡Gracias papá! –su sonrisa inquieta era notoria haciendo reír al padre– Por cierto… le di las galletas a Dylan…
–¿En serio? ¿Y qué les pareció?
–Le gustaron, dijo que estaban buenas…
–Claro que lo estaban, me robé una y estaban muy ricas. –ambos rieron.
–También… me dijo que me veía muy bonita… –empezó a jugar con sus dedos, pintando sus mejillas y teniendo una sonrisa tímida, el padre no la veía por tener su atención en el camino, al menos hasta que escuchó las siguientes palabras que el joven le había dedicado a su hija– y que mis labios rojos le eran tentadores… –su voz fue bajando a quedar en susurro.
Ojos casi como platos al voltearla a ver y notando la fascinación en el actuar de su niña, sus órbitas se intercambiaban entre mirar su sonrojes y sonrisa contenta, y en el camino adelante sin saber en qué pensar o responder por estar anonadado.
–Ese Dylan… ¿Te llamó la atención?
–Es muy lindo, su cabello es rubio claro, casi blanco y sus ojos son azules como un intenso mar… Usa un pendiente de luna y estrella en su oreja derecha, es muy inteligente, educado y divertido, también le gustan los poemas.
–Se ve muy ilusionada… –tragó saliva con nerviosismo al ver como suspiró diciendo esa última línea– ¿Ashia?
–Lo siento… –el padre se detuvo frente a su casa y miraba extrañado al verla llorar– Su madre murió cuando era niño, y dijo que la extraña, me da tristeza…
–Ay hija… –volvió tragar con nerviosismo por preguntar– ¿Por qué? –tenía miedo de recibir una respuesta.
–No lo sé… –secaba sus lágrimas mirándolo afligido– Papá… ¿por qué mamá no me visitó en el hospital? –su padre soltó un suspiro pesado.
–Ella… no es de ir ahí, no le gustan mucho, pero preguntó por ti. Sí.
–¿Y por qué no me llama?
–Ha estado ocupada.
–¿Con qué? ¿Ella también trabaja? ¿Qué hace? ¿También es editor como tú?
–Hija, tranquila, ya habrá tiempo para contestar tus dudas. Ahora ve adentro, yo iré después ¿sí?
Ella sonrió cuando él pasó su mano para limpiar sus mejillas y luego besarla en la frente, ella le regaló un beso en su mejilla, bajó del auto tomando su mochila y caminando hasta la puerta entrando a la casa. El padre la observó sonriente hasta que entró, ahí borró la sonrisa y cambió por enfado al igual que su ritmo al respirar. Tomó su teléfono y espero a que a quién marcaba contestara.
–¿Qué quieres Jason? –habló una voz femenina con molestia.
–¿Qué carajos crees que quiero, Erika? Ashia salió del hospital hace tiempo y tú no te presentaste ni un maldito día. Está preguntando por ti y sinceramente no se me ocurre nada qué decirle del porque su madre actúa tan desinteresada con ella.
–El mes que me toca tenerla ya viene, ¿qué no puedes esperar para deshacerte de ella?
–¿Tú crees que quiero que se quede contigo siendo cómo eres? Cuando nació no quisiste amamantarla, tuvo que tener una madre sustituta, tampoco dejas que te abrace o de un beso, odias que te diga mamá. ¿Para qué carajos peleaste por tener custodia compartida si no haces lo que se debe?
–Porque es mi hija –respondió con burla ocasionan que el hombre apretara con su mano el volante.
–Erika, ella no recuerda nada, aprovecha esta… oportunidad si quieres llamarle así, para darle un recuerdo grato de una relación madre e hija.
–Hasta fin de mes.
–¡Erika! –golpeó el volante con rabia al haber sido colgado por ella. Lanzó con enojo su celular al copiloto y pasó sus manos por su cabello– Maldita sea contigo Erika… Nuestra hija tiene luz en sus ojos, no se la quites otra vez.
×~×~×~×~×
Mientras tanto, Isabella llegaba a casa encontrando a un chico de cabello rojizo y corto, con pantalón de mezclilla, tenis blancos y una camiseta pegada, sus ojos marrones y unas cuantas pecas debajo de sus ojos y pasando a lo largo de su nariz, traía a su espalda una mochila café claro junto a un balón de basquetbol colgada en su red. El muchacho estaba sentado en las escaleras y se levantó enseguida al verla llegar.
–Isa, ¿Qué pasó? ¿Cuándo vas a hacer que nos veamos?
–Ay, ya cálmate, Ashia me mandó un mensaje hace rato, vamos a ir a un centro comercial mañana después de la escuela y ahí la podrás ver.
–¿En serio? ¡Qué bien! –dijo con entusiasmo habiendo formado un puño y apretándolo triunfante.
–Te deseo suerte para convencerla, ya conoció a Dylan y parece que le ha flechado.
–Carajo, pero ya verás que no será así, cuando le diga lo que somos se olvidará de ese tonto.
–Eso espero –rodó sus ojos apartándolo para poder pasar y entrar a su casa–. Hasta mañana Lucas.
–¡Gracias Isabella!
×~×~×~×~×
Dylan llegaba a su casa, pasó la puerta de la entrada dejando su mochila en el sofá carmín de la sala y pasando a la cocina tomando una manzana del frutero de la encimera porcelánica con estilo de mármol blanco, la lavó y se volteó recostándose del espacio a comerla mientras sonreía recordando la cara iluminada de Ashia.
–¿Y esa cara? –mencionó un hombre de cabello castaño y corto, ojos marrones, vistiendo pantalones negros bombachos, botas negras y una camisa negra de tirantes dejando ver sus músculos, tanto su piel como su ropa estaba cubierta de grasa de motor y traía un trapo con el que limpiaba la suciedad de las manos.
–Hola padre, recordaba algo lindo.
–Muy lindo mirando que pareces hipnotizado –rió junto a su hijo que mordía su fruta–. ¿Y quién es la afortunada?
–¿Por qué crees que es una chica?
–Yo ponía esa misma cara de idiota cuando se trataba de tu madre. ¿O debo pensar que es un chico? Tu amigo Sam no es mala elección tampoco. –comentario que hizo al muchacho casi ahogarse con la merienda.
–Nop, es una chica –el padre carcajeó dejando el trapo a un lado–. Su nombre es Aisha.
–Ah, tu alumna.
–Sí, mira, me hizo galletas. –el padre tomó una.
–Están buenas.
–Sí...
El padre sonreía al verlo con la mirada baja teniendo su manzana cerca de los labios sonrientes, lo cuales se relamía sin saber si era debido a que saboreaba la fruta o deseaba saborear otra cosa.
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