Misterioso Horror, Misterioso Pavor
Capítulo 1: Misterioso Horror, Misterioso Pavor
La noche era espesa, negra como el abismo, apenas iluminada por la pálida luz de una luna desganada que parecía esconderse tras las nubes. El viento silbaba con un tono funesto, arrastrando consigo el susurro de hojas muertas que parecían lamentar su caída. En mitad de aquella pradera interminable, un hombre corría, tambaleándose, con la respiración pesada y la mirada desorbitada. Estaba herido, su costado derecho sangraba profusamente, dejando un rastro rojo y viscoso sobre el pasto que poco a poco perdía su verdor.
Tropezó, cayó de rodillas, pero no se permitió el lujo de descansar. Con un jadeo ahogado, se levantó y continuó, arrastrando una pierna como si cada paso fuera un castigo. La desesperación le deformaba el rostro. El sudor frío empapaba su frente, mezclándose con la suciedad y la sangre. Sus labios temblaban, no por el frío de la noche, sino por el miedo puro, ese que le perforaba el pecho y le nublaba la razón.
Detrás de él, algo se movía. No emitía sonido alguno, pero estaba allí, acechándolo. La pradera, tan vasta y abierta, parecía volverse un lugar opresivo, casi como si el propio aire conspirara contra él. Las sombras crecían, alargándose de formas antinaturales, avanzando como dedos que querían atraparlo. El hombre giró la cabeza brevemente mientras corría, y lo vio: no una forma, no una figura concreta, sino la ausencia de todo. Era como si la noche se hubiera materializado en un ente, un vacío que absorbía la vida.
Las plantas marchitaban bajo su paso, sus hojas se volvían negras y se desintegraban como cenizas. Los insectos caían de los tallos y morían al instante, sus cuerpos diminutos atrapados en una danza final de agonía. El hombre no entendía qué era aquello, pero sabía que era la muerte. La sintió en sus huesos, en su pecho, en el aire que se volvía más denso con cada paso que daba.
Tropezó de nuevo y esta vez no pudo levantarse de inmediato. Se arrastró como pudo, hundiendo los dedos en la tierra húmeda y fría.
-¡Por favor! -gritó, su voz quebrada y ahogada por el terror-. ¡Alguien... ayúdeme!
El eco de sus súplicas se perdió en el vacío. Nadie iba a ayudarlo. Lo sabía, pero seguía gritando, como si el sonido pudiera mantenerlo vivo un poco más.
El aire a su alrededor cambió de pronto. Un escalofrío le recorrió la espalda, y entonces lo sintió: una presencia detrás de él, cerca, tan cerca que su aliento se congeló. No se atrevió a girarse, pero sus ojos se llenaron de lágrimas. Un sollozo escapó de sus labios.
-No... no... -balbuceó, clavando las uñas en el suelo como si pudiera sujetarse a la vida.
La entidad no necesitaba apresurarse. Cada paso era un dictamen, una sentencia que la tierra misma parecía aceptar sin resistencia. Los bordes de la pradera se teñían de un negro enfermizo que avanzaba con ella, devorando la vitalidad de todo a su paso. El hombre sintió el cambio antes de verlo: el aire se volvió más pesado, su aliento más dificultoso. La sombra se extendía hacia él como un manto de oscuridad, y él supo que el final estaba cerca.
Su mente, nublada por el pánico, lo empujó a un último acto de supervivencia. Se dio la vuelta, gateando hacia atrás, tratando de alejarse de aquella figura que ahora era apenas visible en la penumbra. Una silueta apenas delineada por un fulgor tenue, como una sombra tangible, una forma imposible que no obedecía a las leyes de la naturaleza.
-¡No me mates! -gritó con desesperación-. ¡Por favor, no...!
Pero la entidad no se detuvo. No hubo palabras, ni advertencias, solo el avance constante de algo que no tenía intención ni misericordia, sino un propósito puro y absoluto: destruir.
El hombre cerró los ojos, temblando, esperando el final. La oscuridad lo envolvió por completo, y por un momento todo quedó en silencio. El viento cesó, los insectos callaron, y el mundo pareció contener la respiración.
Un grito desgarrador atravesó la noche, un sonido tan lleno de dolor y terror que incluso los cuervos, en lo alto, abandonaron sus nidos. Pero nadie estaba allí para escucharlo, salvo la pradera, ahora marchita, y la sombra que se desvanecía en la distancia, llevándose consigo la vida del hombre.
La oscuridad comenzó a arremolinarse sobre el cuerpo inerte del hombre como si la noche misma cobrara forma. Aquello que lo había perseguido se materializó lentamente, emergiendo de las sombras con una presencia antinatural y sofocante. Una figura alta y delgada, envuelta en un manto de niebla oscura que se movía como si estuviera viva, apareció en el centro de la penumbra. Su rostro era un vacío, con ojos completamente negros que no reflejaban nada, como pozos infinitos de desesperación.
De su boca, entreabierta en un gesto que no era sonrisa ni amenaza, caía una sustancia negra, espesa y viscosa, que se derramaba lentamente al suelo. Al tocar la tierra, el líquido se evaporaba en un susurro sibilante, como si quemara la misma realidad. La figura se inclinó ligeramente hacia el cuerpo sin vida, con un movimiento fluido y etéreo, como si su forma no obedeciera a las leyes de lo físico.
El silencio era absoluto, roto solo por un leve crujido cuando la nebulosa que la rodeaba rozaba el suelo muerto, como si aún quedaran fragmentos de vida resistiéndose a su presencia. La entidad extendió una mano alargada y delgada, cuyos dedos terminaban en puntas afiladas y retorcidas. Tocó la frente del cadáver con una lentitud deliberada, casi ceremoniosa.
-Vacío... puro vacío -murmuró una voz distorsionada, baja y resonante, que parecía provenir de todas partes y de ninguna. Era un eco que vibraba en el aire, impregnándolo de una sensación de inevitabilidad.
La figura levantó el cuerpo del hombre con facilidad, como si no pesara más que una hoja seca. La nebulosa que la rodeaba se intensificó, remolinos oscuros se enredaron alrededor del cadáver, y algo comenzó a suceder. La carne del hombre, aún tibia, parecía disolverse en un polvo gris que flotaba hacia la figura, absorbido por la oscuridad que emanaba de ella.
La sustancia negra que caía de su boca se volvió más densa, goteando en un ritmo constante mientras el cuerpo era despojado de su esencia. Todo lo que había sido el hombre -su vitalidad, su alma, su desesperación final- era devorado, absorbido por la entidad como un banquete perverso.
-Todo termina... todo regresa al abismo -susurró la voz, gélida y monocorde, como una sentencia irrevocable.
Cuando el proceso terminó, el cuerpo no era más que un cascarón seco, un vestigio sin vida ni forma que la entidad soltó con indiferencia. Cayó al suelo con un ruido sordo, como una rama quebrada. La figura se quedó inmóvil un instante, como si contemplara el trabajo terminado, y luego su cabeza se giró lentamente hacia el horizonte. Algo, en la vasta noche, parecía llamar su atención.
Un sonido profundo, casi imperceptible, resonó desde el interior de la entidad, como si algo en su núcleo oscuro despertara. Su silueta comenzó a desdibujarse, regresando a su estado nebuloso. Antes de desaparecer por completo, una última frase surgió de aquella voz distorsionada, llena de un misterio aterrador:
-La noche siempre reclama lo que le pertenece.
El viento volvió a soplar cuando la figura se desvaneció, llevándose consigo la vida robada y dejando tras de sí un vacío palpable, una ausencia que incluso la misma naturaleza parecía temer. La pradera quedó sumida en un silencio sepulcral, y el cadáver del hombre, ahora seco y marchito, se deshizo en polvo, dispersado por la brisa.
La luna, tímida y distante, permaneció oculta tras las nubes, como si tampoco quisiera presenciar lo que acababa de ocurrir.
El
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Damos comienzo a un nuevo año y nuevos proyectos surgen ❤️
Eternos... Si pudiera dedicar esta historia sería a mí pequeña yo de 8 años, quien solía jugar todas las tardes luego de volver de la escuela con esta historia.
Y pensé, ¿Y si convertirnos aquel juego en una historia? Quien sabe...
3 proyectos, no, me corrijo, 4 son los de este año. Pero tiempo al tiempo que solo soy una persona jaja
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