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La Bienvenida de la Realeza

Capítulo 6: La Bienvenida de la Realeza

La primera luz del amanecer iluminaba el horizonte cuando Anne y Nereo finalmente llegaron al castillo. Anne se detuvo en seco al verlo, incapaz de ocultar su asombro.

El castillo se alzaba majestuoso, con torres blancas que parecían tocar el cielo y detalles de un azul profundo que brillaban como zafiros bajo los primeros rayos del sol. Todo a su alrededor parecía cobrar vida con el despertar del día: pequeños arroyos serpenteaban por los jardines, reflejando la luz en destellos cristalinos; fuentes adornadas con esculturas que representaban criaturas acuáticas lanzaban delicados chorros de agua al aire; y un lago de aguas tranquilas extendía su superficie como un espejo frente a la entrada principal, rodeado de lirios y sauces llorones cuyas ramas se mecían suavemente con la brisa.

Anne dio un paso adelante, sus ojos recorriendo cada detalle, como si quisiera grabarlo en su memoria.

-¿Es esto... un sueño? -murmuró, sin apartar la vista del castillo.

Nereo, que parecía menos impresionado por el paisaje, simplemente ajustó su ropa, todavía húmeda por su magia de agua.

-No, es bastante real. Aunque no puedo culparte por pensarlo.

Anne lo miró de reojo, con una ceja levantada.

-¿Tú vives aquí?

Nereo asintió, comenzando a caminar hacia el puente que cruzaba el lago y conducía a la entrada principal.

-Sí, pero no como alguien importante, si es lo que estás pensando. Soy solo un guardia.

Anne lo siguió, todavía con la mirada perdida en los detalles del lugar.

-Un guardia, dice. -Sonrió con una pizca de sarcasmo-. ¿Es eso todo? Porque después de lo que hiciste anoche, diría que un título como "guardián del reino" te quedaría mejor.

-Muy generoso de tu parte. -Nereo lanzó una mirada rápida por encima de su hombro, con una expresión casi divertida-. Pero no. Sólo un guardia real.

Anne soltó una carcajada suave, algo más relajada tras la noche que habían pasado.

-Eso suena lo suficientemente impresionante para mí. Aunque admito que es un poco extraño verte tan humilde después de todo lo que hiciste.

Nereo no respondió de inmediato, limitándose a mantener su mirada fija en el camino.

-No hago esto por títulos, Anne. Es mi deber.

-¿Siempre tan modesto? -bromeó Anne, aunque algo en el tono de Nereo la hizo sentir que quizás había una verdad más profunda detrás de sus palabras.

Cuando llegaron a la entrada del castillo, dos guardias vestidos con armaduras ornamentadas los esperaban. Sus armaduras reflejaban la luz del amanecer, y sus cascos estaban decorados con detalles que recordaban olas y corrientes. Ambos saludaron a Nereo con respeto al reconocerlo.

-Nereo -dijo uno de los guardias, inclinando ligeramente la cabeza-. Los reyes han estado esperando tu regreso.

-Una larga noche. -Nereo se limitó a responder, cruzando los brazos-. Los noctámbulos salieron en horda. Nos retrasamos por eso.

El otro guardia asintió, aunque su mirada se desvió hacia Anne, examinándola con curiosidad.

-¿Quién es ella?

-Una... invitada. -Nereo hizo una pausa, como si considerara la palabra adecuada antes de responder. Luego, giró hacia Anne-. Ahora estás bajo la protección del castillo.

Anne arqueó una ceja, sin estar del todo segura de cómo interpretar el comentario.

-Vaya, qué honor. ¿Siempre eres tan protector o es algo que reservaste para mí?

Nereo no respondió, simplemente le indicó que lo siguiera mientras los guardias les abrían las puertas. Al cruzar el umbral, Anne sintió un cambio en el aire.

El interior del castillo era aún más impresionante que el exterior. La luz del sol atravesaba vitrales de colores que proyectaban patrones danzantes en las paredes y el suelo de mármol. Una ligera brisa parecía moverse por los pasillos, acariciando suavemente su rostro, y el sonido del agua fluyendo resonaba como un murmullo constante, relajante y casi hipnótico.

-Es... hermoso -murmuró Anne, sin poder contenerse.

Nereo caminaba delante de ella, pero sus pasos eran ligeros, como si conociera cada rincón del castillo como la palma de su mano.

-Te acostumbrarás.

Anne lo alcanzó, todavía examinando los detalles del lugar.

-No estoy segura de poder acostumbrarme a algo así. Es como estar en un cuento de hadas.

Nereo esbozó una sonrisa leve, casi imperceptible.

-¿Un cuento de hadas? Es curioso que lo llames así, considerando lo que pasó anoche.

Anne se detuvo, su expresión cambiando ligeramente.

-Tienes razón. -Hizo una pausa antes de añadir, en un tono más suave-. Gracias por lo de anoche, por cierto.

Nereo giró hacia ella, estudiándola con sus ojos serenos.

-¿Eso es respeto que escucho?

Anne soltó una risa breve, algo incómoda.

-Tal vez un poco. Pero no te emociones. Lo de anoche fue impresionante, sí, pero sólo tengo un poco más de respeto por ti porque lograste que no terminara como... bueno, uno de esos espectros.

-Con eso me basta.

Anne rodó los ojos, aunque no pudo evitar sonreír. Había algo en Nereo, en su calma, que empezaba a intrigarla. Quería saber más, pero él seguía siendo un muro de secretos, y eso la frustraba tanto como la intrigaba.

-¿Alguna vez hablas de ti?

Nereo miró hacia adelante, como si estuviera ignorando la pregunta.

-No es necesario.

Anne se detuvo de nuevo, frunciendo el ceño.

-¿Y si quiero conocerte mejor?

Nereo finalmente giró hacia ella, su expresión imperturbable.

-¿Por qué?

-Porque no todos los días un guardia real salva tu vida y te lleva a un castillo de ensueño, ¿no crees?

Nereo suspiró, una mezcla de resignación y diversión.

-Está bien, Anne. Pero te advierto que no hay mucho que contar.

Anne sonrió, satisfecha por el momento. Aunque sabía que obtener respuestas de Nereo sería un desafío, estaba dispuesta a intentarlo.

El interior del castillo continuaba revelando su magnificencia mientras Anne y Nereo avanzaban por los pasillos. La arquitectura era una obra de arte en sí misma: arcos altos decorados con intrincados mosaicos que representaban escenas mitológicas, paredes cubiertas de tapices tejidos con hilos plateados y dorados, y cristales suspendidos que refractaban la luz en colores etéreos. Fuentes de agua brotaban elegantemente de los muros, llenando el aire con un murmullo suave y relajante.

Anne no podía evitar detenerse a cada paso, sus ojos recorriendo con asombro cada detalle.

-Esto es... -murmuró, casi sin palabras.

-Solo un castillo -respondió Nereo, con una indiferencia que la desconcertó.

-¿Solo un castillo? -Anne lo miró incrédula-. Vives aquí todos los días y ni siquiera te detienes a mirar todo esto.

-Te acostumbras -respondió Nereo, encogiéndose de hombros mientras continuaba caminando.

-Ti icistimbris - Bufó.

Finalmente, llegaron a un par de puertas dobles enormes, adornadas con incrustaciones de nácar y perlas. Nereo empujó las puertas con ambas manos, y estas se abrieron con un suave chirrido, revelando un salón gigantesco.

El suelo era de mármol pulido que reflejaba como un espejo las columnas que sostenían el techo, decoradas con motivos acuáticos. En el centro, una fuente monumental arrojaba delicados chorros de agua que parecían bailar al compás de una música invisible. Al fondo de la sala, en dos tronos tallados con motivos de coral y conchas, estaban sentados los reyes del reino.

La reina Ethelinda, conocida como Ethel, era deslumbrante. Su cabello negro caía en suaves ondas hasta la cintura, y portaba una corona que brillaba con zafiros azules. Sus ojos eran profundos, como dos océanos que escondían secretos, y su sonrisa era cálida pero cargada de autoridad.

A su lado estaba el rey Frey, cuya presencia imponía respeto. Su cabello negro, igual al de Ethel, estaba peinado hacia atrás, dejando ver un rostro firme y elegante. Llevaba una armadura ligera de tonos plateados y azulados, que relucía bajo la luz natural que entraba por los ventanales.

Anne se detuvo en seco, sintiéndose diminuta ante la grandeza de ambos.

-Nereo. -La voz de Ethel resonó en el salón como un canto dulce y poderoso-. Bienvenido de regreso.

Nereo inclinó ligeramente la cabeza, acercándose a los reyes con pasos firmes.

-Majestad Ethel, Majestad Frey. He cumplido mi deber.

Ethel sonrió, inclinándose un poco hacia adelante.

-Y lo has hecho con excelencia, como siempre. Nos preocupaba que la noche fuera particularmente peligrosa, pero sabíamos que estarías a la altura.

Anne parpadeó, sorprendida. ¿Ellos sabían lo que había pasado? Dio un paso al frente, sin poder contener su confusión.

-Disculpen, ¿ustedes sabían que... que yo...?

Frey levantó una mano, calmándola con un gesto elegante.

-Sabíamos que estabas en el camino. -Su voz era profunda y tranquila, con un tono que transmitía sabiduría y poder-. Y sabíamos que Nereo estaría allí para asegurarse de que llegaras aquí sana y salva.

Anne los miró a ambos, sin poder ocultar su asombro.

-¿Pero cómo...?

Ethel se levantó de su trono con gracia, sus pasos resonando ligeramente en el mármol mientras descendía hacia Anne.

-Anne, querida -dijo, con una sonrisa tranquilizadora-. Todas tus preguntas tendrán respuestas, pero antes, debemos recibir el día como se merece.

Frey también se levantó, uniéndose a su esposa mientras hacía un gesto hacia una puerta lateral que llevaba a un salón más pequeño y acogedor.

-Ven. Acompáñanos. Un té es el mejor inicio para una conversación esclarecedora.

Anne vaciló un momento, pero Nereo le hizo un gesto sutil, como si le indicara que debía confiar en ellos. Finalmente, siguió a los reyes mientras estos se dirigían hacia el salón contiguo.

El nuevo espacio era igual de impresionante, aunque más íntimo. Una mesa redonda estaba cubierta con un mantel bordado, y sobre ella descansaba un juego de té exquisito hecho de cristal azul. Las ventanas abiertas dejaban entrar una brisa fresca y el sonido de los arroyos que rodeaban el castillo.

Ethel ocupó un asiento junto a Frey, mientras Nereo se posicionaba discretamente a un lado, como si estuviera acostumbrado a mantener una distancia respetuosa.

-Por favor, siéntate, Anne -invitó Ethel, señalando una silla cercana.

Anne lo hizo, todavía algo incómoda pero fascinada por la calidez que irradiaban los reyes.

-Es un honor estar aquí -dijo finalmente, aunque su voz revelaba su nerviosismo.

Ethel sirvió una taza de té y se la ofreció con una sonrisa.

-El honor es nuestro. No todos los días recibimos a alguien que ha sobrevivido a una noche con los noctámbulos.

Anne tomó la taza con manos temblorosas, sintiendo que sus dudas y curiosidades se intensificaban con cada momento que pasaba.

-¿Entonces saben exactamente lo que pasó anoche?

Frey asintió, cruzando los brazos mientras estudiaba a Anne con interés.

-Sabemos más de lo que imaginas, Anne. Y por eso, estamos aquí para asegurarnos de que entiendas todo lo que necesitas saber.

Ethel tomó su propia taza de té, su mirada fija en Anne con una mezcla de amabilidad y misterio.

-Este es solo el comienzo, querida. Lo que viene después es mucho más importante.

Anne tragó saliva, sintiendo que algo mucho más grande estaba por revelarse.

Ethel observó a Anne con una sonrisa amable mientras colocaba su taza de té sobre la delicada mesa de cristal. El silencio en el salón era interrumpido únicamente por el murmullo del agua en los arroyos cercanos.

-Dime, Anne, ¿qué te pareció tu primera impresión de nuestro hogar? -preguntó la reina, sus ojos brillando con genuino interés.

Anne vaciló un momento antes de responder.

-¿Quiere que le responda con sinceridad? -dijo, su tono directo pero respetuoso.

Ethel se echó a reír, una risa cristalina que llenó el espacio como un eco encantador.

-¡Por supuesto! -respondió, mirándola con diversión-. Me encanta tu carácter, Anne. No todas las personas tienen la valentía de hablar con tanta franqueza en mi presencia.

Anne relajó ligeramente los hombros, sintiéndose un poco más cómoda.

-Pues, es... impactante, en el mejor de los sentidos. Nunca había visto algo tan majestuoso, y es casi abrumador. Cada rincón parece contar una historia... es simplemente fascinante.

-Me alegra escuchar eso -dijo Ethel, tomando otro sorbo de té-. Aunque no esperaba menos de ti.

La reina se inclinó ligeramente hacia adelante, observando a Anne con una mirada inquisitiva.

-Y dime, ¿cómo fue Nereo contigo? ¿Se comportó como un buen guardia?

Anne arqueó una ceja y giró la cabeza hacia Nereo, quien permanecía de pie a un lado, con los brazos cruzados y una expresión neutral.

-¿De nuevo quiere que le responda con sinceridad? -preguntó Anne, su mirada fija en Nereo.

Ethel soltó otra carcajada mientras el guardia real desviaba la vista con una ligera mueca de exasperación.

-¡Por supuesto, querida! -respondió la reina, divertida.

Anne volvió a mirar a la reina.

-Fue... eficiente. Aunque algo callado, diría que cumplió muy bien con su deber.

Ethel sonrió, satisfecha con la respuesta, y giró la cabeza hacia Nereo.

-Nuestro Nereo siempre ha sido así, ¿no es cierto? Silencioso pero sumamente eficiente. No esperaría menos de él. Es uno de los mejores guardias que hemos tenido en este reino.

-Majestad -respondió Nereo, inclinando ligeramente la cabeza con respeto.

El rey Frey, quien había permanecido en silencio hasta ese momento, tomó la palabra, su voz profunda llenando el espacio.

-Anne, tal vez sea hora de que entiendas mejor dónde te encuentras. Lo que has visto hasta ahora es solo una pequeña parte del Eterno, nuestra tierra. Es un mundo paralelo al humano, con algunas similitudes superficiales, pero con diferencias abismales.

Anne lo miró con atención, intrigada.

-¿El Eterno? -repitió lentamente- Nereo había mencionado algo del Eterno, ahora que lo pienso.

-Así es. -Frey asintió con gravedad-. El Eterno está dividido en cinco reinos, cada uno vinculado a uno de los elementos naturales fundamentales: agua, tierra, fuego, aire y oscuridad. Nosotros somos los soberanos del Reino del Agua, el cual estás visitando ahora mismo.

Ethel intervino, sus ojos brillando mientras hablaba.

-Cada reino tiene una cultura y tradiciones únicas, basadas en su elemento. A lo largo de los siglos, algunas cosas de nuestras culturas se han filtrado accidentalmente al mundo humano. Por ejemplo, ¿te suenan nombres como la Pachamama, Poseidón o incluso algo como El Niño?

Anne asintió lentamente.

-Sí, claro. La Pachamama es la madre tierra, y Poseidón es el dios del mar. Pero... ¿El Niño? ¿No es un fenómeno climático?

Ethel cambió de expresión al instante, su rostro adoptando una mezcla de alarma y seriedad.

-El Niño no es solo un fenómeno. -Su tono se volvió bajo y casi tembloroso-. Es una fuerza descontrolada que ha causado estragos en tantas tierras, tanto aquí como en el mundo humano. Su influencia puede ser devastadora: huracanes, inundaciones, tempestades que arrasan con todo a su paso.

Anne se inclinó hacia adelante, su curiosidad mezclada con una creciente inquietud.

-¿Está diciendo que ese fenómeno tiene origen aquí?

Frey asintió, su rostro solemne.

-Así es. El Niño es una manifestación que se origina en nuestro reino, pero su alcance va mucho más allá. Es una de las razones por las que mantenemos tanto cuidado con la estabilidad de nuestro mundo y sus conexiones con el tuyo.

Anne trató de asimilar lo que escuchaba, su mente procesando las palabras de los reyes.

- Aveces ese niño puede ser muy caprichoso...- Expreso Ethel.

-Entonces... ¿todo esto, los reinos, las culturas, incluso los fenómenos naturales, están conectados de alguna manera?

-Exactamente, querida. -Ethel asintió con suavidad-. Y tú estás aquí por una razón muy especial, aunque es algo que iremos revelando con el tiempo.

Anne miró a ambos reyes, su mente aún llena de preguntas, pero con una sensación creciente de que había algo mucho más grande de lo que podía comprender en ese momento.

La atmósfera en la sala cambió de inmediato cuando la reina Ethelinda mencionó la palabra "crisis". El aire, que antes parecía ligero y tranquilo, se volvió denso, casi opresivo. Incluso el sonido del agua en las fuentes y los arroyos pareció menguar, como si el castillo entero guardara un silencio respetuoso por lo que estaba a punto de ser dicho.

Ethel fijó su mirada en Anne, sus ojos reflejando una mezcla de preocupación y gravedad.

-Anne, hay algo que debes saber -comenzó con un tono solemne-. El Eterno, nuestra tierra, está enfrentando una crisis devastadora, una que amenaza con destruir el equilibrio que hemos mantenido durante siglos.

Anne parpadeó, sorprendida por la seriedad de la reina.

-¿Qué tipo de crisis?

-Una crisis causada, como muchas antes, por el Reino de la Oscuridad -continuó Ethel, su voz casi temblando-. Y, más específicamente, por su actual gobernador, el rey oscuro Astrophel.

El nombre resonó en el aire como una campanada funesta. Nereo, que permanecía de pie, tensó ligeramente los músculos de los hombros al oírlo, como si el simple sonido del nombre trajera consigo un peso que todos en la sala podían sentir.

Frey intervino, su voz profunda y medida.

-Astrophel es una figura que ha sido temida por todos los reinos desde hace siglos. Su crueldad no tiene límites, y su ambición, menos aún. No hay rey ni reina que no tiemble ante la posibilidad de enfrentarse a él.

Anne sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

-¿Por qué es tan temido? -preguntó, con un hilo de voz.

Ethel la miró fijamente, inclinándose un poco hacia adelante.

-Porque su magia, la magia oscura, es la más peligrosa y devastadora de todas las que existen en el Eterno.

Frey asintió, añadiendo con gravedad:

-Todos los Eternos poseemos magia vinculada a nuestro elemento natural. Nosotros, los habitantes del Reino de Agua, dominamos las corrientes, las mareas y las lluvias. Los del Reino de Tierra manipulan montañas, bosques y la fertilidad del suelo. Los de Aire pueden controlar los vientos y las tormentas, y los de Fuego, las llamas que iluminan o destruyen. Pero el Reino de la Oscuridad... su magia no solo destruye. Corrompe, consume, extingue.

Ethel tomó la palabra, su rostro mostrando una mezcla de miedo y determinación.

-Astrophel puede manipular las sombras, entrar en las mentes de sus enemigos, sembrar el caos con solo un pensamiento. Su presencia misma inspira terror, y su poder crece con el miedo que provoca.

Anne sintió que el nudo en su estómago se apretaba aún más.

-¿Y nadie puede detenerlo? -preguntó con un tono casi desesperado.

Ethel negó lentamente con la cabeza.

-No sin arriesgar la vida de miles, quizás millones, de inocentes. Cada reino tiene miedo de enfrentarse directamente al Reino de la Oscuridad. Por siglos, hemos sido intimidados y sometidos por la amenaza constante que representa.

Frey agregó, su tono más serio que nunca:

-Astrophel no es como otros reyes. No tiene piedad, no negocia, no perdona. Si un reino lo desafía, desata un torrente de oscuridad que consume todo a su paso. Pueblos enteros desaparecen en cuestión de días. No podemos permitirnos arriesgar a nuestra gentes.

Ethel suspiró, sus manos descansando sobre la mesa con una visible tensión.

-Es nuestra responsabilidad proteger a nuestros pueblos, Anne. Como reyes, hemos jurado no dejar que personas inocentes paguen el precio de su maldad. Por eso, hemos tomado medidas para mantener a Astrophel y su reino bajo control, aunque sea un equilibrio frágil.

Anne miró a los reyes, sintiendo una mezcla de admiración por su determinación y desesperanza por la magnitud de lo que describían.

-Pero... ¿qué es lo que él quiere? -preguntó finalmente.

Frey y Ethel intercambiaron una mirada antes de que el rey respondiera.

-Astrophel quiere lo que cualquier tirano desea: control absoluto. Quiere que el Eterno entero se incline ante él, que todos los reinos se sometan a su oscuridad.

El silencio volvió a llenar la sala, y Anne sintió como si el peso de las palabras de los reyes cayera sobre ella.

Frey y Ethel intercambiaron una mirada antes de que el rey respondiera.

-Astrophel quiere lo que cualquier tirano desea: control absoluto. Quiere que el Eterno entero se incline ante él, que todos los reinos se sometan a su oscuridad.

El silencio volvió a llenar la sala, y Anne sintió como si el peso de las palabras de los reyes cayera sobre ella.

Ethel intentó suavizar el momento, inclinándose hacia Anne con una sonrisa melancólica.

-Entendemos que todo esto puede parecer abrumador, querida. Pero eres fuerte, y hay mucho más que debes aprender. Lo importante es que sepas que estás en un lugar seguro ahora, con personas que te protegerán.

Anne asintió, aunque las palabras de la reina no lograron calmar la inquietud que se había instalado en su corazón. Astrophel. Ese nombre resonaba en su mente como una advertencia, una promesa de que lo que estaba por venir sería mucho más aterrador de lo que podía imaginar.

El silencio que llenó el salón tras la explicación de los reyes era tan pesado como el aire antes de una tormenta. Anne sintió un nudo en el estómago. Lo que acababan de contarle era, simplemente, demasiado para procesar. Ethel, con su usual elegancia, fue la primera en romper la tensión.

-Querida Anne -empezó la reina con un tono suave pero solemne-, entiendo que todo esto pueda parecerte abrumador. Pero hay algo más que debes saber, algo que explica por qué estás aquí y por qué te encontramos.

Anne frunció el ceño, inclinándose ligeramente hacia adelante.

-¿Qué es? -preguntó, con una mezcla de inquietud y curiosidad.

Ethel tomó aire, como si estuviera eligiendo cuidadosamente sus palabras.

-Cada 150 años, una profecía surge entre nosotros. Es una tradición que se remonta a los inicios del Eterno, cuando nuestros ancestros buscaban formas de proteger nuestros reinos de cualquier amenaza que pudiera surgir.

Anne ladeó la cabeza, su incomodidad evidente.

-¿Y qué tiene que ver eso conmigo?

Frey tomó la palabra esta vez, su voz resonante llenando el espacio.

-Esa profecía dicta la llegada de un protector, alguien que enfrentará cualquier amenaza capaz de desestabilizar el equilibrio de los cinco reinos. Y esta vez, Anne...

Ethel, con un brillo de emoción y preocupación en los ojos, completó la frase:

-La profecía ha hablado de ti.

El impacto de esas palabras golpeó a Anne como un torrente de agua helada. Se levantó abruptamente, señalándose a sí misma con incredulidad.

-¿De mí? ¿Se refieren a mí?

-Así es -respondió Ethel con firmeza, pero con un tono tranquilizador.

Anne comenzó a reír nerviosamente, negando con la cabeza.

-No, no puede ser. Debe haber un error. ¿Yo enfrentar a ese... Astrophel? ¡Ni siquiera tengo magia!

Ethel intentó calmarla, alzando ambas manos en señal de paz.

-Sé que parece imposible, pero la profecía nunca se ha equivocado, Anne.

Anne, todavía atónita, se cruzó de brazos y miró a los reyes con los ojos entrecerrados.

-Siempre hay una primera vez para todo, ¿no creen?

Frey, con una mirada seria, respondió:

-No en este caso. Las profecías del Eterno han guiado nuestras decisiones por generaciones. Cada protector que han señalado ha cumplido con su propósito.

-¿Y qué propósito podría tener yo? -preguntó Anne, casi exasperada-. No soy especial. No tengo magia, no sé luchar, no tengo idea de cómo enfrentar a un rey malvado.

Ethel se levantó lentamente de su asiento y caminó hacia Anne. Con un gesto delicado, tomó sus manos entre las suyas y la miró directamente a los ojos.

-Anne, el hecho de que estés aquí, de que la profecía te haya señalado, ya dice mucho más de lo que tú misma crees. Quizás no lo entiendas ahora, pero hay algo en ti que es único, algo que Astrophel no puede prever ni controlar.

Anne sintió un nudo en la garganta, pero no pudo evitar replicar con sarcasmo.

-¿Y qué es eso? ¿Mi incapacidad de conjurar magia?

Ethel soltó una ligera risa, aunque su mirada permaneció cálida y comprensiva.

-A veces, las mayores fortalezas no provienen de la magia o la fuerza, sino del corazón, de la voluntad. Tú tienes algo que todos los protectores antes que tú han compartido: el potencial para cambiar el destino del Eterno.

Anne quería protestar, pero algo en las palabras de Ethel resonó en lo más profundo de su ser. Sin embargo, la incredulidad seguía siendo más fuerte.

-¿Y si están equivocados? -murmuró finalmente.

Frey se acercó a ambas, colocando una mano firme pero gentil en el hombro de Anne.

-La profecía no se equivoca. Pero incluso si albergáramos dudas, preferiríamos prepararte y apoyarte, porque la amenaza que enfrentamos no nos permite margen de error.

Anne bajó la mirada, su mente corriendo en mil direcciones.

-Esto es... mucho. No sé si puedo hacerlo.

Ethel apretó suavemente sus manos, como si con ese gesto intentara transmitirle algo de fortaleza.

-No estás sola, Anne. Tienes más aliados de los que imaginas, y estamos aquí para ayudarte a descubrir la grandeza que hay en ti.

Anne no respondió, pero el calor en las palabras de Ethel y la firmeza en la voz de Frey comenzaron a calar en ella. Aunque seguía sintiéndose abrumada, algo dentro de su corazón, pequeño pero constante, empezaba a encenderse: una chispa de determinación.

Ethel sonrió con gentileza, su tono era tan tranquilizador como la brisa del amanecer.

-Anne, entiendo que estés llena de preguntas, pero quiero que sepas que hemos pensado en todo. Si tu preocupación es la falta de magia, no te inquietes: ya tengo la solución en marcha.

Anne arqueó una ceja, inclinándose ligeramente hacia adelante.

-¿Qué tipo de solución? ¿Voy a tener que firmar un pacto o algo así?

Ethel rió con suavidad, negando con la cabeza.

-Nada de eso. El proceso es indoloro y llevará pocos minutos. Para mañana ya tendrás magia como cualquier Eterno.

-¿Magia ilimitada? -preguntó Anne, con una mezcla de curiosidad y desconfianza.

-Exacto. Pero, como te dije, hablaremos más de esto mañana. Por ahora, quiero que te pongas cómoda.

Anne suspiró, aunque la idea de obtener magia despertaba algo de emoción en ella. Sin embargo, algo más seguía rondando su mente.

-Está bien, pero tengo otra pregunta.

Ethel asintió con elegancia, invitándola a continuar.

-¿Cuánto tiempo voy a estar aquí? Porque, la semana que viene, tengo un examen de cultura y deporte. Y estudié un montón para rendirlo.

Frey se rió por lo bajo, mientras Ethel mantenía su porte calmado.

-Unas dos semanas, aproximadamente. Después de eso podrás volver a tu hogar.

Anne rodó los ojos, dejando escapar un suspiro entre dientes.

-Genial, eso significa que no voy a poder rendir mi examen.

-Estoy segura de que será un sacrificio menor en comparación con lo que lograrás aquí, Anne -respondió Ethel, aunque no pudo evitar que su tono sonara un poco divertido.

Ethel se levantó con la gracia de una corriente de agua y continuó:

-Para asegurarnos de que estés bien atendida, he decidido asignarte una dama de compañía. Su nombre es Circe, y se encargará de cualquier inquietud o necesidad que tengas durante tu estancia.

Anne hizo una mueca entre disgusto y sarcasmo.

-Fantástico, un servicio VIP.

Ethel ignoró la ironía.

-Y, por supuesto, Nereo estará a tu disposición como tu guardia personal.

Anne volvió la mirada hacia Nereo, que hasta entonces había permanecido en silencio, con los brazos cruzados y una expresión neutral.

-Oh, no hace falta, de verdad. Estoy bien sola.

Nereo alzó una ceja, inclinando ligeramente la cabeza.

-No tienes otra opción, Ana.

Anne giró rápidamente hacia él, con los ojos muy abiertos.

-¡Mi nombre es Anne!

Nereo se encogió de hombros, sin inmutarse.

-Claro, Ana.

Anne frunció el ceño, dando un paso hacia él.

-¡Es Anne! ¿Cómo es tan difícil de entender?

Nereo fingió reflexionar por un momento.

-Ah, y yo me llamo Juan- Burló.

-¡¿Qué?! -Anne casi gritó, completamente exasperada- Estupido...

Ethel no pudo evitar una ligera risa ante la interacción, aunque rápidamente volvió a su papel de reina y alzó una mano para tranquilizarlos.

-Está decidido, Anne. Nereo será tu guardia personal. Ahora, él te llevará a tus aposentos para que puedas descansar.

Nereo hizo una ligera reverencia hacia Ethel antes de mirar a Anne con una media sonrisa burlona.

-Vamos, Ana.

-¡Es Anne! -repitió ella, siguiéndolo a regañadientes mientras salían del salón.

El pasillo estaba decorado con el mismo nivel de elegancia que el resto del castillo, pero Anne apenas lo notaba mientras refunfuñaba por lo bajo. Nereo caminaba delante de ella, completamente despreocupado.

-¿Siempre tienes que ser tan irritante? -preguntó Anne, cruzando los brazos.

-Solo cuando me lo ponen fácil, Anita.

Anne dejó escapar un gruñido frustrado.

-Te juro que un día de estos voy a encontrar la manera de ponerte en tu lugar.

Nereo miró por encima del hombro, sus ojos brillando con diversión.

-Suerte con eso, Ana.

Anne bufó, apretando los puños mientras continuaban su camino. Aunque la frustración era evidente en su rostro, en el fondo no podía evitar pensar que la traviesa sonrisa de Nereo, por irritante que fuera, le daba un aire más humano al misterioso guardia real.

Que

~~~

Anne acaba de descubrir la razón por la cual llego al reino del Eterno, lugar donde los 5 elementos naturales conviven (pero no en paz)

Conocimos a los reyes del reino de agua, la emblemática reina Ethelinda Lysandra Morvane de Valtor... Santo dios, lo que habrá sufrido esta mujer al escribir su nombre en la escuela 🥲 y el enigmático rey Frey Valtor, que tiene nombre corto gracias a dios.

Según los reyes, Anne fue profetizada para enfrentar y vencer al tirano Rey de la Oscuridad Astrophel, salvador que aparece cada 150 años.

¿Será que Anne lograra ser vencedora de tal batalla? ¿Acaso tendrá la suficiente paciencia para convivir con Nereo?

Debo decir que es uno de los capítulos más importantes 🤭 Que a futuro... Abrirá muchas preguntas.

Con esto y más, nos leemos el Martes ✨🖤

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