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34

Hay momentos en los que la mente calla lo que el corazón siente, pero cuando menos lo esperamos los pensamientos traicionan.

Tras mi última charla con Noah, mi vida se había vuelto algo monótona, me sentía como un náufrago perdido en la marea alta, sin una brújula que pudiera orientarme en ninguna dirección, a pesar de las opciones que bien podía tomar, pero que me parecían arriesgadas y poco adecuadas. Estaba estancada y no sabía qué hacer para dejar atrás esa sensación de desorientación y aturdimiento, era por eso que trataba de mantenerme ocupada en el día, y he de confesar que los resultados eran buenos; la mayor parte del tiempo las distracciones funcionaban y me olvidaba de todo, pero a ratos me acordaba de lo que le dije y de lo mal que lo traté, a pesar de que intentaba no darle importancia al final mi mente volvía a repetirme que era una jodida insensible.

Y eso no era todo, porque además de sentirme una desgraciada también estaba enfadada porque él no me había venido a buscar y no había dado rastro de vida en las últimas cuarenta y ocho horas, tal vez tenía sus razones para estar furioso conmigo y lo entendía, pero eso no disminuía mis nervios y preocupaciones. Ya comenzaba a preguntarme cosas que no me gustaban nada: ¿Y si al final Noah no me volvía llamar? ¿Y si después de aquella discusión desaparecía de mi vida? ¿Y si ya no quería nada conmigo?

Respiré entrecortadamente y saqué de mi cabeza esas pequeñas dudas que me atormentaban constantemente.

No, Noah no podía alejarse de mí, me había dicho que me necesitaba y que aceptaría mis condiciones, seguramente aparecería en cualquier momento y nos reconciliaríamos en algún lugar privado.

«O tal vez se busque a otra que esté dispuesta a darle lo que tú no puedes ofrecerle», opinó mi subconsciente y la idea me sobrevino de golpe, acompañada de una descarga gélida y fría. La molestia que me produjo ese pensamiento me revolvió el estómago.

Perdí la concentración y dejé de correr tan bruscamente que por poco me voy de cara contra el suelo. En ese pequeño descanso respiré agitadamente e hice algunos estiramientos de rutina, alzando los brazos y estirándome hasta tocar las puntas de mis tenis con las yemas de mis dedos; en el proceso me limpié las gotas de sudor de la frente y me ajuste la coleta improvisada que me había hecho antes de comenzar con mi rutina de ejercicio matutina.

Llevaba más de media hora corriendo a los alrededores del campus con mi ropa deportiva puesta; la ropa era de color rosa y se ajustaba a mi figura como una segunda capa de piel, marcando adecuadamente las líneas de mis curvas. No podía negar que había elegido ese conjunto deportivo para verme provocativa y sensual ante las miradas de los chicos que se paseaban por el campus.

Antes de retomar mi entrenamiento, saqué mi teléfono móvil del bolsillo de mis pantalones deportivos y le subí el volumen a la canción que se estaba reproduciendo en los audífonos inalámbricos, después devolví el celular a su sitio y me puse en marcha, trotando con constancia, sin detenerme a mirar nada que pudiera distraerme.

Dejaba atrás el área arboleada que rodeaba los caminos empedrados del campus y me adentraba a las amplias áreas verdes que dejaban ver arbustos grandes y robles pequeños que apenas y lograban cubrir una mínima parte del césped con su sombra.

El corazón golpeaba mi pecho a cada zancada que daba, una seguida de otra. Sentía mi cuerpo vibrando de adrenalina, estaba acalorada y me sentía sofocada, pero no quería parar, no debía detenerme sin antes sentir que mis piernas no daban para más.

A pesar de que las plantas de los pies me punzaban, yo corría, pisaba el césped y me apoyaba en él para dar otra pisada más, y otra y otra. Tenía tanto calor que podría detenerme y esperar que la lluvia se cerniera sobre mí para refrescarme y purificar mi cuerpo con su frescura, pero todavía me quedaba energía para diez vueltas más, así que no pararía.

Iba pasando junto a las canchas deportivas —la de fútbol y la de la lacrosse— cuando alguien pronunció mi nombre en lo alto y tuve que detenerme. Me volví con impaciencia en esa dirección y visualicé a Tara acercándose con un par de botellas de agua en las manos.

En menos de un minuto ella ya estaba frente a mí, ofreciéndome uno de los envases. Se veía tan sonriente y tranquila que daba envidia. Yo llevaba cuarenta minutos dando vueltas y vueltas a los alrededores como una loca solo para mantener ocupada mi mente que aprovechaba cada oportunidad para conspirar en contra mía.

—Llevas ya un buen rato haciendo esto, debes estar agotada —dijo ella tranquilamente, tendiéndome la botella—, Vamos, tómala, si sigues así te deshidrataras por tanto esfuerzo físico.

Por el tono que empleó me di cuenta de que no me estaba preguntado si pensaba tomar la botella, más bien me lo estaba exigiendo. Le dirigí una sonrisa de agradecimiento y tomé la botella, la abrí sin problemas y bebí su contenido sintiendo el líquido refrescante bajándome por la garganta y rehidratando mi cuerpo acalorado y flamante.

Al ver que no apartaba la botella de mis labios, Tara me observó con un atisbo de preocupación y enseguida apoyó su mano sobre mi hombro.

—¿Está todo bien? Te he visto dar mil vueltas sin descanso por esta misma zona, corrías y corrías absorta en tu mundo y sin prestar atención a nada, creí que tal vez te pararías a tomar un respiro, pero te seguiste de largo y comencé a preocuparme, así que fui a la cafetería y te traje esto —levantó la botella que tenía en su mano y siguió hablando—, Nunca te había visto tan acelerada. Ash, ¿ocurre algo? Si no quieres hablarlo está bien, pero por favor detente a beber agua o terminarás teniendo una insolación.

Inspiré largas bocanadas de aire y seguí bebiendo agua hasta que mis labios volvieron a recuperar su textura habitual, al poco tiempo mi corazón recobró su ritmo normal y solo hasta ese momento me dispuse a hablar del tema.

—Someterme a mis habituales rutinas de ejercicio me sienta bien, no le veo el problema —alcé los hombros para restarle importancia a ello—, Y no me pasa nada, es solo que hoy es un buen día para descargar mi energía en algo productivo, ya sabes a qué me refiero, esta escultural figura tiene que mantenerse intacta —intenté bromear con lo último, pero a mi amiga no le hizo gracia alguna.

Tara me miró seria y se cruzó de brazos para demostrarme que no estaba de acuerdo, de hecho, no se le veía nada conforme con mi explicación.

—Te propongo algo, hagamos esto juntas y me cuentas qué te tiene tan frustrada.

Era obvio que no se había creído mis excusas y que quería sacarme la verdad sí o sí, así que me tomé su proposición como una oportunidad excepcional de contarle el lío que tenía en la cabeza desde hacía días.

—Ok, sigamos entonces —respondí yo y tiré de su brazo para que avanzara junto conmigo, siguiendo el mismo camino por el que ya había pasado por más de diez veces seguidas.

Tara fue detrás de mí y al poco tiempo se acopló a la par de mis pasos, siguiendo mi ritmo y rendimiento. Algo bueno de esa situación era que podríamos hablar y al mismo tiempo aprovechar el tiempo ejercitando los músculos y perdiendo calorías. Yo sabía que Tara no era fan del entrenamiento físico, o al menos no en la práctica; no podía decir que era mala o pésima en los deportes, a decir verdad, era de las mejores en actividad física, pero indudablemente prefería matar el tiempo en el salón de ciencias, haciendo experimentos con sus compañeros frikis, al igual que yo prefería entrenar con las porristas.

A pesar de que ella llevaba su ropa casual y de que no venía preparada para ejercitarse, se veía genial e impecable, como si no le importase lo que los otros pudieran pensar de ella. Agradecía enormemente su compañía y su disposición de correr conmigo, pues aquello demostraba que era una amiga excepcional y confiable.

—¿Y bien? ¿Vas a contarme dónde anda metida mi amiga Ashley? Yo no la veo por ninguna parte —comentó ella agitada, apartándose el cabello revuelto de la cara.

—En realidad, ella está metida en un buen lío —confesé mientras disfrutaba del soplo del viento frío sobre mi rostro, recorriendo y acariciando mi piel ardiente.

—Existen dos tipos de líos: los que involucran temas extracurriculares o los más frecuentes, líos sentimentales. ¿En cuál estás metida?

Moví mi cabeza hacia ambos lados para estirar mis ligamentos y relajar las zonas de mi cuerpo que comenzaban a tensarse.

—Ninguna, digamos que es un lío catastrófico por un chico —dije sin más para descargar todo lo que me guardaba, aunque sabía que me arrepentiría de hacerlo.

—¿Un chico? Eh, ¿acaso estamos pensando la misma persona?

Tara se giró hacia mí y alzó las cejas repetidas veces con picardía.

Me mordí el labio y resoplé resignada, dándole a entender que estaba en lo correcto. Esa chica pelirroja me leía la mente.

—Creí que tú y Noah no salían más —expresó confundida, disminuyendo el ritmo que seguíamos en secuencia.

—Tú lo has dicho, ya no estábamos saliendo, lo dejamos por unos días, pero al final... todo se complicó y terminamos envueltos en este maldito caos —le expliqué sin rodeos, con las manos sobre la cabeza. Ella abrió los ojos de par en par, impactada por la noticia.

—Pensé que dirías que terminaron envueltos entre sus sábanas —expuso en un tono de complicidad y las dos rompimos en un coro de carcajadas que atrajeron la atención de los estudiantes que dejábamos atrás mientras tratábamos y continuábamos con el calentamiento.

Al superar el ataque de risa, entrecerré los ojos y le guiñé un ojo antes de retomar la conversación.

—Pasaron ambas cosas, vale, ya lo hemos hecho tantas veces que no las puedo contar —confesé para cotillear y desviar su atención del tema principal.

—Vaya, vaya, querida, y yo que pensé que te lo tirarías y a la primera de cambio lo cambiarías por otro más bueno.

—Pensaba hacerlo, pero de algún extraño modo siempre que intento dejarlo algo me trae de vuelta, lo de nosotros se ha convertido en un ir y venir constante que me tiene seriamente mal. De verdad, que ya no sé qué hacer para regresar a lo de antes.

Estaba diciendo gran parte de lo que pensaba e igualmente estaba omitiendo gran parte de la verdad.

—¿Con lo de "antes" quieres decir a los tiempos en los que pasabas de chico a chico y de boca en boca? A la mierda con eso, tú ya has encontrado al chico que pone tu mundo de cabeza, no me digas que vas a dejarlo por otro que seguramente será nada en comparación de lo que te hace sentir él.

—No he hablado con él en dos días y no me importa si lo veo o no, me da lo mismo, porque casualmente la última vez que hablamos no quedamos en buenos términos —me apresuré a especificar para que Tara no mezclara las cosas, ya tenía demasiado con Logan como para que ahora Tara también se armase una película en la que yo estaba perdidamente enamorada de Noah.

—Entonces no entiendo el problema o el lío, si dices que no te importa pues déjalo estar y punto —me aconsejó, deteniéndose un segundo a beber un trago de agua, una vez más se aclaró la garganta y añadió—, ¿O me cuentas esto porque el verdadero lío es que estás de lo más enganchada a él y no sabes cómo liberarte?

Negué rotundamente con la cabeza y expulsé el aire de mis pulmones hacia afuera para recobrar el aliento.

—El problema que tengo es que no sé qué demonios está pasando conmigo, porque en este poco tiempo sin tener noticias suyas me he sentido asfixiada, me pone mal su ausencia y no entiendo la razón, ¿vale? Y esto de pensar cada jodido segundo en él me está enloqueciendo, es enfermizo, es intoxicante y no es sano.

Exploté con la voz entrecortada, probablemente Tara no entendió ni media frase porque hablé tan rápido que ni yo misma comprendí las estupideces que estaba pronunciando.

—Estás loquita por sus huesitos, ¿a qué no? —concluyó ella, chocando adrede su brazo con el mío.

Yo rodeé los ojos y me puse seria al instante.

—No me vuelve loca, es solo que... echo de menos su persistencia, ya me he acostumbrado a quedar con él, estamos liados a lo grande ¿sabes? No somos nada, pero lo pasamos bien juntos y... extraño eso, es absurdo que siquiera me plantee decir esto, pero... Joder, cuánta falta me hace, nunca creí que llegaría a decir esto, te lo juro.

—Lo tienes prisionero en tu juego, eh —repuso Tara con diversión dando brincos como una niña de seis años cuando recibe un regalo—. Ashley Smith está locamente eclipsada por Noah, mi mejor amiga Ashley está locamente eclipsada por Noah ¡Oh dios mío, esto está para morirse!

—Deja de bromear. Ya te dije que él y yo no somos nada, es más, si él no quiere volver y arreglarlo me parece bien, por mí puede desaparecer y será como si nunca lo hubiera conocido, fin del problema, asunto resuelto —expresé con la poca seguridad que me fue posible reunir.

—Ok, no voy a contradecirte, Ash, si dices que no te importaría volver a verlo ni saber nada más de él, voy a guardarme mis opiniones, pero esta vez no sé si intentas mentirme a mí o si quieres mentirte a ti misma.

Sus palabras fueron como un duro golpe brusco y directo a mis narices, se sintió como chocar con un muro de piedra inquebrantable. Ese muro de la realidad me recibió con ganas, porque en los cinco próximos minutos me quedé sin habla.

—Hablo en serio —detuve nuestra caminata y me volví para observarla fijamente—, Noah a mí me da lo mismo, tienes que creerme —la agarre por lo hombros y la zarandee en un arrebato desesperado—, No me hace sentir nada, no pienso en él y no lo necesito para estar bien, esos son solo disparates que la gente supone.

Tara se me quedó mirando en silencio, impresionada por mi reacción, pero se recuperó casi enseguida y se apartó delicadamente asintiendo con la cabeza.

—Vale, te creo —dijo con calma, dándome un par de palmadas en el brazo.

Solté el aire que estaba conteniendo y me sentí acogida por el alivio que experimente al escuchar esas tres palabras, ahora solamente me hacía falta la parte más difícil, convencerme a mí misma de que yo también me lo creía.

Volví a concentrarme en los acontecimientos que tuvieron lugar en mi vida las semanas anteriores; encuentros ocasionales con Noah, charlas amistosas con Logan, platicas de chicas en el dormitorio, horas de estudio en mi habitación, momentos imborrables con Noah, besos apasionados con Noah, los abrazos de Noah, las caricias de Noah, las palabras dulces de Noah y... ¡STOP!

«¿Qué demonios estoy haciendo? Se supone que debo sacarlo de mi cabeza y no meterlo más en mis pensamientos. Maldición, debo de concentrarme o perderé la cabeza.»

Las dos íbamos caminando hacia la parte baja de las gradas con intención de tomar un breve descanso, yo escuchaba a Tara hablar de un encuentro que había tenido con un chico, al parecer las cosas se habían puesto explosivas porque habían terminado enrollados entre las columnas de casilleros y un par de chicas los habían encontrado en pleno...

—Señorita Smith —la voz conocida del profesor Grant logró conseguir toda mi atención.

Lo observé a escasos metros de distancia, se encontraba sentado en una de esas bancas de fierro que estaban dispersas por todo el campus. Llevaba un suéter de lana de color azul y unos jeans negros que se ajustaban a su tonificado cuerpo, dejando entrever los músculos que se ocultaban bajo su ropa. El profesor estaba sosteniendo su carpeta de trabajo, lo que me pareció muy intelectual y profesional, no dejaba lugar a dudas de que estaba comprometido con su trabajo al cien.

Había levantado una mano para anunciar que él me había llamado y casi al instante la había bajado para no atraer las miradas de los demás estudiantes que pasaban junto a él.

Sin poder controlar mi emoción, sonreí y le devolví el saludo con un ligero movimiento de mano.

Me lamí los labios y mantuve mi mejor sonrisa mientras grababa en mi memoria lo sensacional que se veía y lo apetecible que se veía también. Me encantaba ese hombre.

—¿Conoces al profe de Filosofía? —preguntó Tara junto a mi oído en un susurro casi inaudible y yo asentí a modo de respuesta.

—Y pienso conocerlo a detalle. Míralo, se ve tan ardiente y tan atractivo con esa ropa y con ese pelo rubio tan reluciente, me muero por acariciarlo mientras susurro sobre su oído las muchas cosas que me gustaría hacer con él —ladeé mi cabeza y lo contemplé embobada, como una estudiante de secundaria que no puede disimular su crush con su profe.

—Definitivamente, tienes algo con los rubios —exclamó ella y yo le sonreí con picardía—, Pero ni hablar Ashley, te puedes meter en líos por encapricharte con un profesor.

Volví mi cabeza hacia ella y le dije en voz muy baja:

—Nada va a impedir que termine por enrollarme con él si eso es lo que quieres decir, estaría loca si lo dejara pasar, tan solo obsérvalo, está chulísimo en todos los sentidos, es un encanto.

—Y es mayor que tú, y estaría mal porque los profesores no deben relacionarse en esos términos con sus alumnas —reiteró con firmeza y severidad.

Tara a veces se ponía muy exasperante con sus discursos de moral, pero yo nunca daba mi brazo a torcer.

—Ese es el caso... yo no soy su alumna, pero creo que él podría enseñarme muchas cosas en privado.

Me mordí el labio y comencé a imaginar una escena donde los dos hacíamos muchas cosas prácticas sobre su escritorio.

—Olvídate de esa locura, Ashley —me advirtió ella, obviamente yo la ignoré, sin despedirme la dejé atrás y seguí mi camino hacia el sitio en el que el profesor aguardaba por mí.

Todavía a algunos metros de distancia pude escuchar la voz de mi amiga llamándome, pero eso no me hizo detenerme, al menos no hasta que estuve a medio metro de distancia del guapísimo profesor, quien acababa de incorporarse de la banca en la que estaba sentado anteriormente.

—Señorita Smith, es un gusto saludarla, llevaba días sin verla, debo confesarle que no he podido resistirme y tuve que atraer su atención para informarle que hay una plaza libre en mi materia para el año que viene —se explicó con imparcialidad, moviendo constantemente sus manos.

La expresión corporal se le daba bien, me gustaba en especial ese momento en el que sobresalían las venas de sus antebrazos, dándoles un toque varonil a sus pálidas manos.

Asentí y me pasé los dedos por los labios con detenimiento, noté como su mirada recayó en mis labios y después fue bajando para examinar mi cuerpo. Podía ver entre líneas que tenía un interés especial por mí, lo delataba su respiración agitada, su voz ronca y la manera apresurada que empleaba para pasarse las manos por el pelo y la nuca.

Me hacía sentir como una diosa cuando se detenía a mirarme así, daba la impresión de que lo paralizaba y lo seducía y yo estaba encantada de provocar ese efecto en él.

No todos los días el profesor más atractivo se fija en ti, así que cuando lo hace hay que aprovechar la grandiosa oportunidad que la vida te está dando.

—¿Quiere que yo ocupe esa plaza? Estaría encantada —afirmé entusiasmada, llevando una mano a mi pecho para hacerme la sorprendida—, Gracias por tomarse el tiempo de pensar en mí, profesor Grant.

Sus labios formaron una sonrisa preciosa que enloqueció mis hormonas a rabiar. Sus ojos castaños me mantuvieron la mirada mientras su mano derecha trazaba un camino de su mandíbula a su cuello.

—Usted no es fácil de olvidar, créame —confesó con la voz más ronca de lo normal.

Me volví completamente loca ante la intensidad de ese comentario; sentí cosquillas en el estómago y dentro del pecho, extendiéndose por todo mi sistema.

Sentí mis mejillas ardiendo y solo en ese momento fui consciente de que me había ruborizado con su cumplido inesperado.

—Es usted todo un caballero, estaré encantada de que usted sea mi maestro de Literatura —reconocí ilusionada y conseguí robarle una sonrisa derrite corazones.

Sentí las olas de calor invadiéndome desde muy adentro, desestabilizando mi lado racional.

Todos susurraban y murmuraban a nuestro alrededor como si sospecharan la complicidad que nos rodeaba y nos envolvía con un velo invisible. Sus miradas insistentes aguardaban el momento en el que alguno de los dos se aproximase hacia el otro para plantarle un beso suave sobre los labios, nosotros por supuesto no éramos tan irrazonables para hacerlo, pues sabíamos de sobra que todos lo verían mal.

Desvié mi mirada a mi reloj y al levantar la cabeza me mostré seria y apenada.

—Me gustaría seguir esta conversación, pero tengo clase en pocos minutos y si no me voy ahora llegaré con retardo, espero encontrarlo pronto en los pasillos para aclarar mis dudas.

Dejé cierta insinuación en mis palabras con la esperanza de que captara el mensaje que le había dado entre líneas.

Sabía que si queríamos hablar más cómodamente teníamos que perder de vista a los pares de ojos que estaban de lo más interesados en nosotros y en nuestras acciones.

—En ese caso me daré a la tarea de frecuentar los pasillos para encontrarla, señorita Smith. Váyase tranquila —me hizo una señal con la cabeza apuntando directo a las instalaciones—, En un momento la veo —dijo al final en voz más baja, la única que le logró escuchar fui yo y se acumuló tanta emoción en mi pecho que casi grité a los cuatro vientos porque estaba clarísimo que el profesor había captado mi indirecta.

—Vale, hasta luego y gracias —exclamé en un tono alto y claro para que los demás perdieran el interés en nuestra conversión. Funcionó, la mayoría siguieron su camino y retomaron la conversación con sus amigos.

—No fue nada —respondió él y volvió a sentarse en el extremo de la banca, a continuación, abrió su carpeta y fingió que leía los papeles que llevaba dentro.

Disimulé mi sonrisa y comencé a avanzar rumbo a la entrada (en forma de arco) que conducía a uno de los corredores principales.

Subí el peldaño de las escaleras, miré a los pocos estudiantes que conversaban a más de diez metros de distancia y avance a pasos lentos, fingiendo que miraba a través de los amplios ventanales, los cuales dejaban paso a la luz del día, iluminando el pasillo de un color blanco reluciente que hacía contraste con las paredes blancas.

El viento soplaba con fuerza y se adentraba del exterior, provocando que una brisa constante me acariciase la espalda. Estaba a medio camino del estrecho pasillo cuando una mano fuerte me agarró del codo con determinación y firmeza.

Sonreí con suficiencia y me fijé si nadie estaba mirando en esa dirección, al comprobar que no era así tomé esa oportunidad para dejar de fingir y plasmé mi expresión más coqueta antes de girarme.

Cuando me volví hacia el profesor, noté que estaba sonriéndome de esa manera enigmática que me electrizaba la piel. Él me contemplaba como si me considerase la chica más atractiva que jamás haya visto en su vida y eso me gustaba.

—Qué casualidad de lo más interesante, no esperaba cruzarme con usted otra vez —exclamó él en un tono de falsa sorpresa—, Tendrá que disculparme, pero puede que la haya seguido accidentalmente.

Yo coloqué la mano sobre mi mejilla y me mordí la uña del dedo pulgar antes de decir algo al respecto.

—Puede ser que yo le hubiese estado esperando —confesé con mi sonrisa más radiante y vi que sus pupilas se oscurecieron notablemente.

—¿Qué quiere decir exactamente, señorita Smith? —cuestionó con cautela, frunciendo el entrecejo, como si realmente no comprendiera mi confesión, aunque ambos sabíamos que sí que la entendía.

Todavía su mano se mantenía en mi brazo y, a decir verdad, la fina tela de mi chaqueta me permitía sentir su contacto cálido y podía adivinar la delicadeza con la que sus dedos hacían círculos en mi antebrazo.

—Quise decir que no pude marcharme sin antes decirle que estoy muy ansiosa de tomar sus clases —admití con una mirada juguetona e irresistible y, a modo de coqueteo, sujete su corbata entre mis dedos y tiré de ella para acercarlo a mí —, ¿Usted también está ansioso? —me le acerqué un poco más hasta que nuestros alientos se mezclaron y las telas de nuestras ropas entraron en contacto—. Realmente no puede resistirse, ¿estoy en lo cierto?

Sabía de sobra que estaba jugando con fuego y que si no tenía cuidado me quemaría y tendría que enfrentar consecuencias catastróficas, pero por ese hombre pondría las manos en el fuego, claro que lo haría.

—Me resulta imposible, usted señorita es realmente encantadora, tiene una belleza sinigual.

Su voz se escuchó hermosa y angelical, su efecto fue tan intenso que me derritió como miel de abejas. Me mordí el labio y bajé la vista descaradamente hacia los suyos: rosados, suaves y apetecibles.

—Tal vez debería tomar algunas clases particulares con usted —propuse descaradamente, mostrándole al fin mis verdaderas intenciones. Enredé su corbata entre mis dedos y le dediqué una sonrisa coqueta y traviesa.

—Debería tomarlas lo más pronto posible —coincidió él con los ojos brillantes de deseo y emoción.

No estaba actuando muy discreto, de hecho, acaba de ser muy directo con esas últimas palabras. Qué va, me encantaba que me hablara de esa manera, con esa voz sensual y ronca que me endulzaba el día y adormecía mis cinco sentidos.

El ruido lejano de voces aproximándose nos obligó a tomar cierta distancia, pero sin llegar a romper el juego de miradas cómplices. Las chicas que pasaron por nuestro lado lo miraron descaradamente de arriba a abajo, y como no hacerlo si estaba tan bueno. Este hombre desprendía un aura inquietante y sensual que ni la chica más inocente podría ignorar; si no fuera porque estábamos en un pasillo concurrido yo ya me le habría lanzado encima y estaría quemándome las manos con el fuego que desprendía cada parte de su anatomía.

Me perdí por un instante en sus ojos de color avellana y por un segundo imaginé que eran los de alguien más, verdes como el color de las hojas en la primavera.

Entonces noté que los ojos que veía ya no eran los suyos, sino los de alguien más; esos ojos risueños y verdosos que me habían atrapado desde la primera vez que me crucé con ellos, esos ojos irrepetibles y únicos que solían perderse en los míos cada vez que nos mirábamos. La impresión fue tan fuerte que tuve que retroceder y observarlo bien para confirmar que el que estaba allí hablando conmigo era el profesor de filosofía, no Noah.

Sacudí mi cabeza y evité su mirada castaña durante algunos segundos, los suficientes para recuperarme del estado abstracto en el que me había sumido segundos antes.

—Le daré tiempo para que lo piense —le escuché decir y solo en ese momento mi atención se centró nuevamente en él.

—¿Cómo dijo?

Debía parecer una tonta preguntándole algo tan obvio, pero honestamente no le había prestado atención a lo que sea que había dicho anteriormente por culpa de mis confusos pensamientos.

Él apoyó suavemente su mano derecha sobre mi hombro y se inclinó ligeramente hacia mí.

—Dije que la plaza va a estar disponible en estas últimas semanas del año, todavía tiene tiempo para tomar una decisión —después de mencionarlo, se lamió sus labios carnosos y me sonrió alegremente.

«¡Genial, vaya ironía!»

Habíamos pasado de insinuarnos cosas al punto de partida donde él quería ser mi profesor y yo su alumna, meramente eso, y todo por culpa de Noah, quien aun sin estar presente se las arreglaba para meterse dentro de mi cabeza y terminaba arruinando mis planes. Justo en ese instante acababa de joderlo todo y ya no había modo de remediarlo.

«Suerte para la próxima», susurró una voz burlona en mi cabeza y tan pronto como la escuché quise ahorcarla con mis propias manos.

—Lo tomaré en cuenta.

Me forcé a sonreír y él asintió despacio antes de apartar su mano de mi hombro, dejando un vacío estremecedor en esa zona.

—Vale, ya no le quitaré más tiempo, vaya y tome sus clases correspondientes, ya tendremos nuestro momento el próximo año.

Sin pensar levanté mi mano y le rocé el brazo con los dedos para que notase mi interés genuino hacia su persona.

—Seguramente lo tendremos, pero mientras tanto me despido —concluí y en un movimiento rápido e impreciso me levanté de puntillas y le besé fugazmente en la mejilla.

No tenía idea de lo grave que pudo ser haberme dejado llevar por ese desliz si alguien nos hubiera visto, pero me aseguré de que nadie estuviera cruzando el pasillo antes de hacerlo, así que no me preocupaba más nada.

Su semblante se transformó de un segundo a otro, le había tomado sorprendido y estaba anonadado por mi atrevimiento, pero enseguida me mostró su perfecta dentadura acompañada de una sonrisa absolutamente magnífica.

—Ya nos encontraremos después. Hasta luego, señorita Smith.

Una vez dicho eso se volvió en la dirección contraria y emprendió su camino en la dirección opuesta a la que yo tomaría.

Me había arriesgado severamente y me había dejado llevar como una adolescente que estaba loca por él, pero valió la pena, porque la sensación de su piel contra la mía fue de lo más alucinante y sensacional.

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