Epílogo
Edward
Ha pasado más de un año. El tiempo se me hizo eterno, los minutos se alargaron y las horas solo me torturaban con el recuerdo de sus gritos de agonía y auxilio. ¿Lo peor de todo? No hemos encontrado rastro de Jane... Jena McHall. Toda Inglaterra la está buscando, pero es como si ella se hubiera esfumado, así como los asaltantes.
Los Cola Roja, esa banda que me tuvo de cabeza durante una temporada también se esfumó. No se ha sabido de ellos en meses, desde aquel fatídico día que ella fue raptada. Lexie casi enferma de tanto llorar y la angustia de todos en casa es notable a día de hoy. Esa chica de mentón altanero y respuestas rápidas, dejó un vacío en nuestro corazón. Ni siquiera prestaron atención a que ella cambió de nombre, es posible que hayamos conocido una parte falsa de ella, pero a ellos no les importa, ¿y honestamente? A mí tampoco.
El rey Luis, alto monarca de Inglaterra, perdonó mi agravio y la discusión de ese día con Philip. Su hijo buscaba a su prometida, Gregory a la chica que cortejaba y yo... a la mujer que amo. Gregory la sigue buscando hasta debajo de las piedras y yo intento mantener mi mente ocupada. Dicen que la esperanza es lo último que se pierde, pero de ese sentimiento solo queda en mí una leve sombra que poco a poco se está esfumando.
Veo la nieve caer con lentitud y los copos se posan sobre el jardín que con tanto esmero ella cuidó antes de desaparecer. «¿Dónde estás?», pienso absorto en los rayos que iluminan la nieve en el alféizar de mi ventana.
La puerta golpea abruptamente a mis espaldas y gruño por lo bajo.
—¿Qué ocurre? —pregunto colocando el cuño en la última carta.
—Aparecieron de nuevo —contestó Arthur a mis espaldas y abro mis ojos alarmado.
—¿Dónde? —pregunto levantándome de la silla y saliendo al pasillo con paso rápido.
—A tres horas de aquí. En la villa de Carlington.
—Eso es muy cerca de los Warner —añado mientras bajamos las escaleras y me detengo—. Lexie está ahí.
Todos salimos a galope en dirección a Carlington. Mi hija finalmente salió de la habitación y decidió pasar unos días con Elizabeth y Thiago, esa joven pareja que se casó hace un par de meses luego de gastar parte de sus recursos buscando a la loca institutriz durante meses.
Tres horas de camino fueron convertidas en dos a todo galope. Llegar a casas abruptamente no es mi estilo, pero la vida de mi hija corre peligro, y eso para mí es suficiente.
—¿Dónde están? ¿Qué ha pasado? —pregunto cuando cruzo el umbral de la casa de Lizzie—. ¿Dónde está Lexie?
—Tienen retenida a la mitad del condado —contesta Lizzie con angustia—. Lexie y Jonás están ahí, Edward —añade con ojos bañados en lágrimas— ¿Qué haremos?
Con frustración paso la mano por mi cabello y camino de un lado para otro.
—Tenemos que ir, podemos hablar con el principal de ellos —opina Gregory haciendo su entrada—. La villa es demasiado grande y solo tengo a pocos hombres conmigo.
—Yo voy —inquiere Thiago.
—No —ordeno—. Iré yo, Gregory, tenemos que planear estoy muy bien. Lexie y Jonás están ahí.
—Lo siento mucho, Ed —interviene Thiago y pongo la mano en su hombro dándole un pequeño apretón.
—Esto me pasa por dejarla sola una vez más. Vamos a rescatarla.
Cabalgamos lo más rápido que podemos, pero al llegar todo el molino está en llamas. Enormes flamas se elevan hacia arriba mientras los ciudadanos corren de un lado para otro despavoridos.
El menor de los Jonás corre a nosotros con ojos aterrados y Gregory lo sube a su grupa cuando llega a su caballo.
—Allá —grita uno de los hombres de Gregory señalando hacia la derecha un grupo de personas cabalgando en caballos oscuros con largas capas rojas. Una cabellera rubia está en una de ellas desmayada.
—¡Lexie! —grito con todas mis fuerzas y le lanzo a galope detrás del maldito bandido que se lleva a mi hija.
El grupo de asaltantes se divide en pequeñas porciones, pero yo sigo con la mirada en mi hija sin perderla de vista. Cuando se adentran en el bosque, maldigo por lo bajo. El grupo que sigo vuelve a dividirse, pero esta vez en jinetes de seis. Quien sea que lleve a mi hija, la tiene bien agarrada evitando que no caiga por la rapidez del galope. El grupo vuelve a dividirse en parejas de dos.
—¡Lexie!
Por más que grite, el jinete no se detiene y mi hija no despierta. La desesperación corre a la misma velocidad a la que bombea mi corazón. Mi pecho comienza a oprimirse y el aire a faltarme. Diamante se eleva en dos patas y yo termino entre la maleza. Algo la asustó, pero el fuerte golpe en mi cabeza nubla mi vista hasta que todo se vuelve negro.
Despertar rodeado de insectos y sábana de nieve no es lo mejor, pero al menos mi caballo sigue a mi lado. Intento levantarme, pero un leve mareo hace que detenga mis movimientos abruptos. Diamante se acerca a mí, tomo sus bridas con los ojos cerrados y presionando mi sien derecha.
—Vamos, muchacha. Debemos ir por Lexie.
Con torpeza subo a mi caballo y seguimos en la búsqueda. Ahora estoy completamente desorientado porque no se hacia dónde se fueron.
—Preciosa, dependo de ti. Llévame a mi pequeña.
Mi caballo comienza a caminar con paso lento por el bosque. La oscuridad comienza a formarse sobre nuestras cabezas. Una tormenta se acerca levantando la nieve a mi alrededor y yo no he encontrado a mi hija. Diamante sale finalmente a un enorme paraje. Cerca del borde contrario a mí, veo una manta roja.
Al acercarme, veo que encima de la manta, está Lexie cubierta protegiéndola del frío. Bajo rápidamente de mi animal y me acerco a mi hija. Respira profundamente dormida y suspiro aliviado. Por el rabillo de ojo derecho, veo como alguien se va cabalgando y lanzo un disparo hacia el bosque haciendo que el caballo se eleve en las patas traseras y la capa que cubre la cabeza del captor, caiga sobre su espalda. Sus ojos me miran fijamente y cubre su cabeza nuevamente antes de corren hacia el bosque con un galope veloz.
—¿Jane?
La aventura continuará...
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