Capítulo 9 «Inicio de milagros»
Edward
«Ahora sí perdió la cabeza. No sé ni cómo mirar ahora a la condesa. ¡Dios mío, qué vergüenza! ¿En qué estaba pensando Jane al hacer eso?», pienso mientras apoyo mis manos en la barandilla de la escalera y dejo que la frustración corra por mis venas. Ella no debería haberme humillado de esa manera.
La casa está completamente iluminada, pero una vez que atraviesas el gran portón, todo se vuelve oscuro y silencioso. La única luz del camino es el resplandor de la luna llena. Me preocupa que Jane se fuera en un estado tan lamentable.
La tormenta que se reflejó su mirada me dejó helado. Una secuencia de sentimientos recorrió sus ojos grises. Rabia, furia e impotencia encabezan la lista del remolino de sentimientos. Vi como el gris de sus ojos se oscureció hasta casi ponerse negros.
—¿Por qué la trataste de esa manera en frente de todos?
—Deja de defenderla, Thiago —me giro para encararlo–. No sabes la vergüenza que he pasado gracias a Jane.
—¿Y nunca te detuviste a pensar el por qué? —replica alterado cruzándose de brazos en el pecho.
—Con ella no todo siempre tiene una razón. Sabes que ella es así —respondo tajante.
–En eso se equivoca, su Excelencia —dice una voz femenina.
—Lady Elizabeth —hago una reverencia con la cabeza.
—Lo que dice Thiago es verdad —recalca, y detrás de ella salió mi pequeña con sus ojos hinchados y enrojecidos por tanto llorar.
—Lexie —murmuro abatido y doy dos pasos para acercarme a ella, pero se alejó como si me tuviera miedo—. ¿Qué le ha ocurrido?
—La condesa es lo que ocurrió —responde mi amigo malhumorado y frunzo el ceño confundido.
—No digo que Jane actuó bien —intercede Elizabeth—, pero lo hizo por una buena causa.
—¿A qué se refiere? —pregunto exasperado.
—Hace un rato Lexie chocó con la condesa, y sin querer, le vertió un poco de su bebida en el vestido. La condesa la reprendió y la pequeña comenzó a llorar —cierro fuertemente mis manos en puños—. Jane la vio llorando y dijo que se encargaría del asunto.
«¿Qué he hecho?», pensé apenado y paso la mano con frustración por mi cabello.
—¿Dónde está Jane? —pregunta Thiago mirando a mi alrededor—. Creí que estaban aquí afuera.
—Se ha marchado —explica Lady Elizabeth. Ella y Lexie deben de habernos escuchado discutir.
—¿Se fue? ¿Sola? —grita Thiago alterado.
—¡Ella fue la que lo decidió! —exclamo alterado y fuera de mí mismo—. Bajó los escalones y se fue.
—¿Y en ningún momento se te ocurrió detenerla? —pregunta, frustrado— Edward, en esta semana han asaltado por esos caminos —explica preocupado y maldigo por lo bajo.
—¿Por qué no me lo habías dicho antes? —pregunto indignado.
—Ni que salieras tanto de la casa como para que supieras esos detalles.
—Necesito que lleves a Lexie a casa, Thiago —ordeno y bajo los escalones de dos en dos.
—¿A dónde va? –grita Elizabeth.
—Tengo que ir a buscarla. Puede pasarle algo en el camino —contesto un poco asustado.
—Como le pase algo a Jane, ¡no te lo perdonaré! —grita Thiago.
Necesito encontrarla. ¿Pero cómo? No debe haber caminado mucho, aunque con la rabia que se fue, dudo que cualquiera que se le atraviese en su camino salga ileso. En mi desesperación para encontrar una solución, veo una cara conocida al llegar al portón de la enorme hacienda.
—Hola, James —sonrío forzosamente.
—Su excelencia —hace una reverencia con la cabeza—, ¿en qué puedo servirle?
—Necesito un caballo. El más rápido que tenga la condesa —me mira atónito y gruño al ver que estoy perdiendo tiempo.
—No puedo hacer eso sin permiso de la condesa, señor.
—De ella me encargo después. Si por alguna casualidad te despide, ven a buscarme. Arthur necesita un poco de ayuda —el mozo aún me mira con dudas.
—Espéreme aquí —desapareció en la penumbra.
—No te demores —digo en susurros.
Al cabo de un rato, estoy cabalgando a galope buscando como un loco por el camino a la impertinente, pero valiente institutriz. Ella intentó decírmelo, pero me encontraba tan... cegado que dije algunas cosas de las que ahora me arrepiento.
Alexia siempre me lo reclamaba. Cuando yo decía cosas bajo la ira, al final terminaba arrepintiéndome. Ella siempre decía que era necesario escuchar las dos partes de la historia para sacar conclusiones y tomar decisiones.
Recorro el camino desesperado y no encuentro rastro de Jane. Así que temí lo peor. Por ser tan cabezota y terco es que me pasan estas cosas. Entro a casa prontamente y me dirijo hasta su habitación. Abro la puerta abruptamente y veo encima de su cama el vestido que había utilizado esta noche.
El armario está abierto de par en par y todas las cosas que había comprado para ella están en su lugar. No había señales de ella por ningún lado. Ni siquiera entré a la recámara, bajo las escaleras lo más rápido que puedo y casi tropiezo con Arthur.
—¿Dónde está Jane? —pregunto desesperado.
—Salió con Arthur.
«¿Cómo pudo caminar tan rápido, llegar a casa y ya estar de camino a la ciudad en tan poco tiempo? Si hasta vine a caballo para intentar retenerla», pienso exasperado.
—Dijo que tenía que ir a la ciudad —responde, pero me mira frunciendo el ceño—. Edward, ¿qué pasó en Netherfield? Ella llegó un poco descompuesta.
—Espero poder arreglarlo. ¿Salieron hace mucho? —negó con la cabeza—. Gracias.
Salgo de casa desprendido por el camino que lleva a la ciudad lo más rápido posible. No puedo dejar que se vaya de aquí. Lexie no me lo perdonaría nunca, y yo tampoco. A lo lejos diviso el otro carruaje de la casa. Agito al pobre animal para que acelere el paso un poco más. La cara de Arthur y Jane es pura sorpresa al verme llegar.
—¿Todo bien, señor? —pregunta Arthur.
—¿Le pasó algo a Lexie? —añade Jane asustada. Se rasca el brazo izquierdo con rapidez.
Tiene puesto el vestido color crema con el que llegó a mi casa hace unos días. Su cabello aún sigue suelto en finos tirabuzones negros y sus ojos aún están un poco enrojecidos.
—Todo está bien, Arthur. Tranquila, Jane, Lexie está bien —soltó el aire que al parecer contenía.
—Si todo está bien, ¿qué necesita, señor? —pregunta Arthur.
—Por favor, Jane —ella me miró—, no te vayas —suplico.
—Pero... —levanto mi mano para que callara.
—Se lo que dije y lo siento mucho —veo como Arthur aprieta los labios para no soltar la carcajada—. No debí juzgarte sin antes conocer todos los hechos —me bajo del caballo con premura y me acerco al carruaje—. Por favor, Jane, regresa a casa.
Esto no puede ser más humillante. Arthur se recostó al espaldar y cubre su boca con la mano. Como le cuente esto a alguien, lo mato.
—Yo no iba a irme —dijo ella finalmente y yo suelto el aire que ni sabía que contenía—, necesitaba ver a un médico y Arthur se ofreció a traerme —trago en seco y bajo la cara por la vergüenza–. Tenía pensado hablar con usted mañana sobre todo este asunto.
«¡Me lleva la que me trajo! He hecho el ridículo... de nuevo», pienso humillado y carraspeo.
—Duque —elevo mi mirada y choco con sus ojos grises enrojecidos pero serenos—, no se va a librar tan fácil de mí. A pesar que fue un poco injusto conmigo, le pido perdón por mis acciones.
—No te preocupes, Jane —me alejo un poco y paso la mano por mi nuca con nerviosismo al sentir el calor que cubre mi rostro. La primera vez que pido perdón y ocurre esto–. ¿No podías esperar hasta mañana? —no sé si pregunté molesto o preocupado. Ella sonrió de soslayo y rasca su brazo.
—Cuando venía caminando, tomé un atajo y rocé mi brazo con una planta. Al parecer me hizo alergia. Tuve que cambiarme. La manga del vestido había quedado destrozada y no quería dañar el resto de las prendas —deja escapar una sonrisa y por mi cuerpo fluyó... ¿calma? ¿Lo que estoy sintiendo ahora es alivio?
—Ah... claro —por esa razón no deja de rascarse el brazo. Aclaro mi garganta—. Si ese es el caso, pueden seguir su camino. No lleguen demasiado tarde.
—Sí, señor —Arthur aprieta los labios conteniendo la risa y el carruaje comenzó a moverse.
Cuando se perdió el coche de mi vista, golpeé mi frente con la palma de mi mano varias veces.
—Pero si es que soy imbécil o tonto. Eso me pasa por sacar conclusiones adelantadas. Dos errores en una noche. Parece mentira que esto me pase justamente a mí —coloco las manos en mi cintura y resoplo–. Esto debe ser castigo divino.
Después de pasar la vergüenza de mi vida, regreso a casa con un trote lento. En la sala principal me esperan Thiago y Amelia.
—Como Jane se haya ido por tu culpa, te juro que...
—Jane está bien —interrumpo su reprimenda en tono cansado—. Al parecer se rozó el brazo con algo y le hizo alergia. Tom la llevaba al pueblo para que el médico le hiciera un diagnóstico —los hombros de Thiago se relajaron y su mandíbula se destensó.
—Menos mal —dice mi amigo y suspira aliviado.
—Si todo está bien, ¿por qué traes esa cara, Edward? —pregunta Amelia. Se acercó a mí y tocó mi frente—. No tienes fiebre, pero tu cara tiene las mejillas rojas.
—No es nada. No se preocupes —me defiendo y subo las escaleras.
«Y yo creyendo que la frialdad de la noche me ayudaría un poco. Como se enteren de lo ocurrido, se van a estar riendo de mí hasta que Lexie cumpla la mayoría de edad», pienso entre avergonzado y asustado.
Vigilo pacientemente hasta que Jane y Arthur llegaron de la ciudad. Por la claridad que aporta la puerta principal, veo que ella ya tiene un mejor semblante. Suspiré aliviado y el cansancio me embargó. Ha sido una noche de muchas emociones fuertes. Muy fuertes para mi gusto.
A la mañana siguiente me levanto antes que los primeros rayos de sol atraviesen por la ventana de mi habitación, como siempre. Decidí dar una vuelta por el prado con Diamante y regresé para la hora del desayuno. Todos sonríen en la cocina. Asomo la cabeza sin que se dieran cuenta. Jane no había bajado aún.
—Buenos días... Duque —grita Amelia a mis espaldas y todos se giran para verme medio asomado a la puerta. Aclaro mi garganta y me cuadro de hombros.
—Buenos días para todos —añado sin más remedio.
—Edward, ya que Jane no se ha levantado, tenemos algunas dudas sobre lo que pasó anoche —añade Tom en tono divertido.
Este es el momento donde la punta de mis botas se ven muy interesante. Si saben a lo que me refiero.
—No sé de qué estás hablando, Tom —dije lanzando amenazas silenciosas con la mirada.
—Oh, vamos. No seas aguafiestas —añade Chloe y sonríe—. Según Thiago, saliste disparado cuando te enteraste de lo ocurrido entre Victoria y Jane.
—Eso... sin contar lo que pasó cuando intentaste que Jane «se quedara» —indica Arthur con sorna.
—¡Ay, por favor, déjenlo en paz! —habla Tom sonriendo.
—Pero resultó graciosa tu cara cuando llegaste finalmente a casa. Tenían que haberle visto, chicos —añade Amelia y comienza a sonreír.
—De eso sí me acuerdo. Tenía la cara tan roja como un pimiento maduro —comenta mi mejor amigo.
«Voy a matar a Thiago», pienso y se me ocurren mil maneras de matarlo con una horquilla de Lexie.
—¡No digo yo! —exclama Arthur—. Primero pide que se quede y después pide perdón.
«Corrección. Los voy a matar a todos», pienso al respirar con profundidad.
—Que Jane llegara a esta casa, ha sido lo mejor que ha pasado en mucho tiempo —añade Amelia.
—Llegó hace solo tres días. Hizo que Edward de descerebrara, se molestara, la buscara, pidiera perdón y pasara la vergüenza de su vida —comenta Chloe y todos estallan en carcajadas. Yo no pude evitarlo y dejo escapar una sonrisa por lo bajo.
—Y debo añadir a la lista de Chloe que... después de tanto tiempo, Edward volvió a sonreír —con las palabras de Arthur, todos me miraron y sonrieron con afecto.
—Eso es cierto. Desde que Jane llegó a esta casa, no he dejado sonreír —habla Amelia.
—A esa chica se lo ocurren cada cosa que me dejan helado —comenta Thiago y tocan la puerta principal.
—Yo atiendo —abro la puerta y en el umbral me encuentro con James, el mozo que me entregó el caballo anoche—. Un placer verte nuevamente —veo un sobre color crema en sus manos— ¿Esa es tu carta de renuncia con la condesa Victoria?
—Esa es una de las razones por las que vengo a verle, su Excelencia.
—Por favor, no te quedes fuera —me aparto de la puerta y James me sigue hasta la sala de estar—. Espera aquí. Regreso en un instante —me dirijo hacia la cocina en busca de Arthur. Jane ya está entre ellos desayunando.
—Buenos días, Duque —habla la institutriz por lo bajo.
—Buenos días, Jane. —Frunzo el ceño al fijarme en su brazo izquierdo cubierto de puntos rosados—. ¿Cómo sigue su brazo?
—Ya está mejor —responde y sonríe con timidez—. Fue una reacción alérgica. El médico dice que en un par de días desaparecerán las marcas.
—Me alegro mucho. Arthur, por favor, necesito que vengas conmigo. Espero que te mejores, Jane —ella asintió y yo me retiro con Arthur hasta la sala de estar donde le da un apretón al mozo de Lady Victoria.
—Muy bien, Edward, ¿qué necesitas? —pregunta mi hombre de confianza.
—Por favor, siéntense —indico—. James —hago alusión para que hable.
—Le reitero mis buenos días, su Excelencia, y perdone que le moleste tan temprano.
—Un viejo amigo nunca es molestia —añado y mis labios se curvan en una sonrisa. ¿Acabo de sonreír? ¿De nuevo?
—Vine por tres cosas. La primera es devolver el caballo que utilizó anoche; la segunda es un mensaje de la condesa —me entrega el sobre que tiene en las manos—. En resumen, quiere reunirse con usted para mañana el almuerzo sin falta. Y la tercera es que... me quedé sin trabajo.
—Déjame ver si entendí —interviene Arthur—. Esa mujer te manda hasta aquí a buscar uno de sus caballos, entregar un mensaje de su parte, ¿y aun así te despidió? —niego desilusionado con la cabeza—. Definitivamente, a la condesa le corre sangre verde por las venas. —Arthur se recuesta al espaldar del mullido asiento y James bufa desde el sofá.
—No me queda de otra —James hundió sus hombros decaído.
—Para eso es que te necesito, Arthur —intervengo—. Necesito que le entregues el caballo y que prepares la casa que se encuentra al sur del valle. ¿Cuándo podrán mudarse tú y tu familia, James?
—¡¿Qué?! —exclamó el aludido sobresaltado—. Eso no es necesario, señor.
—Claro que es necesario. Además, creo que a Arthur le hace falta un poco de ayuda en las caballerizas. Puedo pagarte el doble de lo que te daba la condesa y lo sabes. No es una petición. Es una orden —por el rabillo del ojo, veo como Arthur sonríe y James asintió contento.
—Pueden mudarse hoy mismo si lo desean, James. Para la tarde todo va a estar preparado para ti y Emma —explica mi amigo.
—Muchas gracias. No sabe cuánto se lo agradezco. Camile está a punto de nacer y eso es una preocupación más.
—No sabía que Emma estaba embarazada —digo confundido.
—Desde hace un tiempo usted no sale de su hacienda, y yo no podía moverme de mi puesto de trabajo —Una puñalada fue clavada en mi corazón al escuchar esas palabras—. Mis disculpas, Duque —baja la cabeza, avergonzado–. No era mi intención molestarle.
—¿Molestarme? ¿Por qué me molestaría? Al contrario —elevó su cabeza y sus ojos me miran asombrados—, me alegro que seas franco conmigo.
Sonrío con sinceridad y me levanté del asiento.
—Ya saben qué hacer —ambos también se levantan—. Haz la entrega, James, y te quiero esta misma tarde mudándote con nosotros.
Los ojos del mozo comienzan a cristalizarse por las lágrimas.
«¿En verdad seré tan frío e inhumano como Jane cree? A mi modo de ver, no lo creo. Además, yo si quiero a mi hija y me preocupo por ella. ¿No la atenderé lo suficiente, y por eso escapó de casa?», pienso.
—Espérame en la entrada principal —interviene Arthur y sacudo de mi cabeza esos pensamientos extraños—, voy a buscar el caballo.
Arthur se retira y nosotros nos dirigimos a la puerta principal. Una vez que James tiene el animal en sus manos, Chloe grita el nombre de mi querido administrador.
—Me voy. La jefa ya me tiene trabajo —comenta Arthur divertido y entra a la casa.
—Me alegro que aceptaras el trabajo. Es un gusto tenerte entre nosotros, James. Las chicas van a estar contentas contigo y Emma por los alrededores —digo con sinceridad y le muestro una sonrisa cortés.
—El placer es todo mío, Duque —se sube encima del animal con maestría—. Me alegro que sonría nuevamente.
Mi sonrisa se congeló por la sorpresa de sus palabras. Me quedo en la entrada principal hasta que su silueta se pierde en la lejanía, pensando que no es la primera persona que me lo dice en el día.
Subo los escalones de camino a la habitación de Lexie, pero no se encuentra. Me extrañó un poco, así que me dirijo hacia la biblioteca, pero tampoco está. ¿Dónde podría estar? No creo que escapara de casa cuando Jane está por aquí.
Al bajar las escaleras con paso lento, observo que Thiago y Tom traen consigo unos lienzos, y la pequeña Alana va detrás de ellos con pinceles.
—¿A dónde se dirigen con eso? —pregunto curioso.
—Jane nos dijo que dejáramos esto en su habitación. Al parecer, a Lexie le apetece pintar —responde Thiago y se encoje de hombros.
—Lleven todo eso a la habitación contigua a la mía, en la segunda planta. Tiene la mejor vista del jardín y la fuente —le entrego las llaves a Tom— ¿Dónde están Lexie y Jane?
—En las caballerizas —responde Arthur que viene con otro lienzo en los brazos—. Las dejé hace un rato.
—Pero si a Lexie nunca le ha gustado estar por los establos —digo confundido—, le tiene miedo a los caballos.
—Jane hace milagros —añade Tom—. Lexie es una prueba de eso.
—Suban eso a donde les indiqué, Thiago. Avísale a Chloe que...
—¿Qué necesitas, querido? —interviene ella justamente.
—Que limpies la habitación contigua a mi dormitorio —explico—. Lleva un tiempo cerrado, demasiado tiempo.
—Muy bien, le avisaré a Amelia —responde y dirijo mis pasos a las caballerizas.
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