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Capítulo 7«El baile»

Jane

No voy a decir que jamás en mi vida he estado en un lugar parecido, rodeada de todo tipo de personas, etiquetas y pomposos trajes, porque mentiría; pero a pesar del tiempo, sigo pensando que es un completo derroche de dinero. ¿Cómo pueden existir personas así? Esto es ridículo y me veo ridícula. La cara del Duque al verme cuando bajé las escaleras fue suficiente para saber que este no es mi lugar.

Desearía haberme quedado en casa leyendo algún libro que me robé de la biblioteca. Creo que voy a desmayarme. Mis manos sudan y mi cabeza está palpitando. Trago en seco y una diminuta mano acaricia la mía: Lexie. Estoy haciendo esto por ella. Vi su anhelo por salir de casa, aunque ella a veces lo niegue.

—¿Crees que todo va a estar bien verdad? —pregunto temerosa y ella solo asintió

—Vamos, es hora de entrar —añade el Duque con voz gruesa sin mirarnos.

«¿Este hombre no podía haber dejado la escoba de cactus en casa?», pensé frunciendo el ceño.

Si este lugar es magnífico por fuera, las palabras para describir el interior se me quedaron atascadas en la garganta.


Varias arañas penden del techo dando mucha claridad. Una enorme escalera de mármol gris y blanco se alza frente a nosotros al fondo. Se sube por ambos lados y se unen en el centro. La riqueza, el dinero y el derroche, es notable en este lugar. ¡Y qué decir de los lujosos vestidos y trajes de... creo que voy a desmayarme por el mareo!

—No dejes que estas cosas te asusten, Jane —susurra Thiago en mi oído—. La primera vez siempre te causa impresión. En la segunda... ya no tanto. La tercera vez, tomas tu misma la copa de la bandeja.

—Thiago, te lo suplico. Necesito que sea una velada tranquila —añade el Duque.

—No seas aburrido, Ed... Duque —Ambos se miraron y el aludido asintió—. Está bien. Me comportaré lo mejor que pueda, pero si me buscan las cosquillas, no respondo por mis actos. —El duque asintió levemente—. Atención. Lady Cotorra se acerca. —Lexie sonrió y yo también ante el comentario.

—Thiago —habla con voz recriminatoria el Duque.

—–Perdón —el aludido hizo rodar sus ojos.

—Jovencito, es de mala educación hacer eso en lugares públicos —dice una señora un poco mayor con voz recriminatoria al acercarse a nosotros.

—Lady Victoria —interviene el Duque cortésmente y hace una reverencia.

—Oh... mi querido Edward, viniste— le planta un beso en cada mejilla—. Esta pequeña debe ser Alexandra —la niña hace una pequeña reverencia–. La has educado bien —añade con desdén. Esto no me gusta para nada.

—Lady Victoria —comienza a hablar el duque–, esta es...

–Mira a quién tenemos aquí –interrumpe la señora con voz jovial.

«Dios mío, te la llevas o te la mando», pienso estupefacta.

Miro al Duque, y por su mandíbula tensa, me parece que a él tampoco le gustó la interrupción de cierta señora exuberante.

—Mira, querido Edward, espero que recuerdes a Lady Rose Bennett —la señora acerca a una chica a nosotros.

Su piel es tan blanca como la porcelana. Su cabello rubio está recogido en un precioso peinado bien ajustado. Si fuera yo, mañana amanecería con un buen dolor de cabeza. Un vestido azul marino le hace contraste con sus ojos azules.

El corsé adorna con plumas de pavo real el diminuto busto de esta chica. Pobre animal. Si supiera donde terminaron sus plumas, hubiera corrido por su vida para que no lo mataran.

Tuve que apretar los labios para no reírme de su exuberante nariz. Parece la de un tucán. Si mi madre oyera mis pensamientos en este momento, me mataría.

—Mucho gusto, Lady Bennett —el Duque toma la mano de la joven y le posa un beso en el reverso de su mano.

«¡Uy, qué caballero!», pienso con ironía.

—El placer es mío, mi lord —contestó ella con voz aguda.

«Tierra, trágame y escúpeme en donde quieras. O me sacan de aquí o voy a soltar la risa de un momento a otro», pienso divertida y coloco la mano en mi boca con disimulo. «Por Dios Santo. Su voz es como si chirriaran metal contra metal».

—Vamos, querido —lady Victoria lo toma del brazo y me da un pequeño empujón alejándome como si fuera poca cosa—. Hay otras personas que quiero que conozcas.

La vieja cotorra y la nariz de tucán se retiran llevándose al Duque casi obligado.

—No te preocupes —explica Thiago—. Ella es así con cualquier fémina que se encuentre a 50 metros del Duque. Y más cuando esa —señala con el pulgar a la otra acompañante—, está por aquí.

—¡Qué mujer más grosera! Y después viene ella hablando de modales. Aunque lo compadezco teniendo de compañía la noche entera a «Lady Rose Bennett» —intento imitar la voz de la condesa. Thiago y la niña se ríen por lo bajo.

—Tú y tus ocurrencias, Jane —murmura nuestro acompañante mientras niega con la cabeza.

—¿Jane, eres tú? —alguien me llama a mis espaldas y me giro. Era una joven. ¿Dónde la he visto? Ah... ya sé.

—Eres Lizzie, ¿cierto? —digo un poco insegura. Soy pésima para los nombres.

—Sí, soy Lizzie Warner.

—Hola, Lizzie —habla Thiago... ¿nervioso?

—Thiago —intercambiaron miradas y pude ver el brillo del que mi madre siempre me ha hablado. Ese brillo que solo viene agarrado a una palabra: amor

—¿Tu hermano está bien? —intervengo.

Estos dos se están comiendo con la mirada. Necesito hacer algo antes que alguna vieja chismosa y cotilla se dé cuenta. Pero, si me pusieran a elegir, me decantaría por tener a Lizzie como duquesa que a Lady Nariz de Pingüino. Aunque su corazón ya está atrapado por otra persona.

—Sí. Se quedó en casa —responde con cortesía, pero es notable el dolor en su voz—, le dolía el pecho. Llegaste en un buen momento, y eso siempre lo recordaré.

Mira con curiosidad mi mano unida a la de Lexie y continua.

—¿Está es la hija del Duque? —la pequeña asintió y Lizzie se agachó hasta la altura de la niña—. Mucho gusto. ¿Lexie, cierto? —la niña asintió—. Mi nombre es Lizzie —la pequeña se esconde detrás de mí.

—Es un poco tímida —habla Thiago y ella le sonríe con ternura a la pequeña.

—Mi hermano menor es igual. Al menos ella sale de su habitación —añade con pesar y se levanta del suelo.

—¿Cómo sigue Jonás? —pregunta Thiago. Me siento un poco extraña en este preciso momento al no saber de qué hablan.

—A penas sale de su habitación. Desde lo ocurrido con mi madre, ha estado muy cohibido —explica abatida—. Tuve que arrastrarlo a este evento casi a la fuerza.

—Hum, eso me recuerda a cierta personita —habla Thiago y la cabeza de Lexie se asoma–. Tengo una idea. Si mañana no tienen nada que hacer, podemos ir a tu casa Jane, Lexie y yo. Claro, eso si la pequeña duquesa dice que sí.

—Lexie —la aludida me mira y me agacho hasta su altura—, mañana queremos dar un paseo con Lizzie. ¿Quieres ir con nosotros? —me miró por unos instantes y asintió.

—Hecho. Dile a John que mañana estamos en su casa —habla Thiago emocionado.

—Vamos, no nos quedemos aquí plantados —habla Lizzie—. Tengo algunas personas que presentarte, Jane, y si Lexie quiere, también se nos puedes unir. ¿Qué dices? —le pregunta a la pequeña y esta asiente.

Recorrimos el lugar y como era esperado, la exuberancia es una palabra que se queda corta en este lugar. Entramos a uno de los grandes salones. Arañas gigantes cuelgan del techo para dar iluminación a este enorme salón. Los ventanales al igual que en la casa del duque, van desde el techo hasta el suelo. Las columnas tienen enredaderas esculpidas en toda su superficie con rosas rojas en relieve.

Los invitados estaban en su máximo esplendor con sus peinados y vestidos muy, pero que muy exagerados, y varios caballeros están trajeados con su uniforme. Uniforme que tiene al menos diez medallas relucientes en el pecho. El nivel de exquisitez aquí es supremo. En el centro, las personas que no están sentadas, bailan contentas al compás de la música.

Lizzie conoce a la mitad de las personas en el salón y Thiago conoce a la otra mitad. Todos son muy agradables, al menos de frente. Lexie comenzó a relajarse poco a poco, pero mostró curiosidad cuando nos encontramos con Jonás, el menor de los Warner. La pequeña se alejó de mi mano y se acercó a él. Le tocó el hombro y ambos sonrieron.

—Vaya. No fue tan mala idea después de todo —susurra Thiago en mi oído—. El bruto de nuestro jefe está entrando en el salón.

Al girar el rostro, mis ojos chocaron con los de él. Una sonrisa aparece en mi cara al percibir la incomodidad del Duque con Lady Bennett recargada en su brazo sin soltarlo.

—¿Sabes bailar?

—¿Por quién me tomas, Thiago? —pregunto sonriendo—. Sabes lo que pasa en estas fiestas. No puedes bailar con la plebe o serías el hazme reír de todos.

—Pruébame —contesta con sorna y yo sonrío de soslayo.

—Tú y tu ego tan alto. Lexie, voy a bailar un rato. ¿Puedo? —la pequeña asintió y me sonrió—. No te muevas de aquí.

—No te preocupes, Jane. Yo me encargo —interviene Lizzie y sus ojos se desviaron hacia mi compañero de baile.

—Muy bien, Thiago. Intenta seguirme.

—Oh... ¿quién es la del ego alimentado ahora? —sonreímos y nos unimos en el centro.

Bailar es otra cosa que se me da bastante bien. Mi madre se encargó de hacerlo divertido. Ir hacia atrás, hacia los lados, cambiar de pareja, ir hacia adelante, bailar por el centro y bailar junto a tu pareja nuevamente. Todo muy sencillo.

De momento, unas manos grandes y fuertes me agarraron y no me soltaron, ni siquiera cuando tenía que cambiar de pareja: el Duque.





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