Capítulo 6 «La invitación»
Edward
A veces desearía no ser el Duque, tantas responsabilidades y papeleo. La peor parte es esa, el papeleo, aunque creo que trabajar con las cuentas e impuestos es la parte más complicada. Un día de estos mi cabeza va a reventar, me voy a volver loco.
Eso sin contar que Jane a veces agota toda mi paciencia. Solo lleva dos días y ya me ha desafiado, contestado, retado y gritado. ¿Acaso no sabe cuál es su lugar? Ni siquiera Thiago o Arthur, que son cercanos a mí, se atreven a levantarme la voz; y ella, sin embargo, lo ha hecho. Y no solo una, sino ¡tres veces! Si me lo cuentan, no me lo creo.
El día estaba perfecto para pasear, pero nubes grises se van formando nuevamente a medida que avanzaba la mañana. Los ojos de Jane me recuerdan esas nubes. Grises con matices claros y suaves. Matices suaves como seda. ¿Acabo de comparar a Jane con seda? Anteriormente dije que me volvería loco. Rectifico, ya me estoy volviendo loco. Jane, con las malas pulgas que tiene, no se acerca ni a 90 millas a ser como la seda.
A través del cristal diviso que el carruaje se acerca. Debe haberse sentido abrumada en una ciudad nueva y grande, solo espero que el encargo realizado esté a la medida de ella. Es tan delgada, que si agarra con sus manos un arma de fuego se le caería o no sabría qué hacer con eso. Sonrío al pensar en la institutriz con una espada en mano.
Ambos llegan a la puerta principal, Thiago la ayuda a bajar y la sostiene un poco más. Las manos de Jane están sobre los hombros de mi amigo y lo mira fijamente. Ah... ya entendí todo. Ella cayó en las redes del adorable donjuán Thiago. Mis ojos no pueden separarse de las manos de Jane. ¿Por qué no lo suelta de una vez?
—Edward, por Dios, ¿no me estás escuchando? —la voz de Arthur hace que le mire confundido.
—Perdona, Arthur.
—Llevo casi cinco minutos intentando llamar tu atención —se cruza de brazos en el pecho.
—No te escuché, lo siento —regreso mi mirada a la puerta principal pero ya no se encontraban allí y frunzo los labios en una línea fina— ¿Qué necesitas? —pregunto y me acerco a la mesa.
—Llegó esta invitación para ti —me señala con el mentón un sobre color crema en mi mesa.
—¿Otra más? —pregunto abrumado y caigo desplomado en el sofá que tengo cerca de la ventana.
—Como Duque es necesario tu asistencia y esta vez no tienes escapatoria, Lady Victoria estará presente como anfitriona y ya sabes lo... persistente que puede llegar a ser.
—No es tan mala —añado en su defensa.
—Yo nunca dije eso. Puedes dejar a Lexie con Jane, y disfrutar de la velada —bufo resignado ante esa opción.
«Lexie es la razón por la que no asisto a esos horribles bailes», pensé derrotado. «Es la perfecta excusa para ausentarme o irme temprano».
—No puede ser tan malo —comenta sentándose a mi lado.
—Pasa una noche entera con la condesa a tu lado, y veremos si no cambias de opinión —añado con ironía y mi amigo sonríe de soslayo.
—Desde hace tiempo que no bromeabas. Me alegro mucho.
—Yo siempre bromeo —digo y poso mis ojos sobre él.
—Lo que usted diga... Duque —dice con ironía— ¿Se puede saber por qué tenemos que decirte así? Todos nos conocemos desde que teníamos cinco años de edad, Edward.
—Es por Jane, siempre intenta irse por encima de mi autoridad y no me gusta —explico y resoplo fastidiado. El silencio de Arthur me preocupó... solo un poco—. Cuando sepa cuál es su lugar, todo volverá a la normalidad.
Me levanto para no seguir la línea de esa conversación y me asomo una vez más por la ventana.
—El baile es hoy en la noche —murmura cuando se coloca a mi lado—. Tienes que rehacer tu vida de nuevo, Edward. Tú y Lexie lo necesitan.
Palmea mi hombro con suavidad y se retira dejándome pensativo.
—¿Y si no quiero rehacer de nuevo mi vida? —susurro por lo bajo.
Tengo que darle esta noticia a Jane y a Lexie. Abro el sobre y este no solo contiene la invitación.
Duque de Netherfield:
Anhelo que podamos vernos esta noche, mi querido Edward. Tengo muchas cosas que contarte, y me complacería presentarte a una persona que me ha acompañado gran parte de mi viaje por la enorme Europa. Pienso instalarme una temporada en la casa grande. Te espero sin falta. No me falles. Lady Victoria
Si hay una persona que puede ser gentil, fría y demasiado habladora al mismo tiempo, esa sería la condesa Victoria. Ha sido mi tutora toda la vida. Ya está entrada en los 60 años, pero siempre ha velado por mí y por los míos. La relación entre Alexia y yo nunca estuvo en sus planes, pero tampoco me ha desamparado.
Desde hace casi 4 años no la veo. Vio nacer a Lexie, pero no soltó ni una lágrima por la muerte de Alexia a pesar que ambas habían comenzado a sobrellevarse. No tengo más remedio que asistir a estas fiestas aburridas, aunque prefiero quedarme en la soledad de mi casa.
De mi pequeño habitáculo, camino en dirección a la tercera planta. Era necesario avisarle a Lexie sobre el evento de esta noche, y casi tropiezo con mis propios pies al escuchar unas sonrisas. Sigo el melodioso sonido y este me llevó hacia la recámara de mi pequeña. La puerta está un poco abierta y vislumbro de quién proviene semejante melodía: Jane.
Por lo poco que veo, tiene uno de los vestidos del pedido que realicé. Camina de forma graciosa haciendo reír a Lexie. Hace gestos exagerados con la mano, y reverencias excéntricas que a Lady Victoria le provocarían dramáticos desmayos. No quisiera imaginarme su rostro cuando vea la nueva institutriz de Lexie. Risas llenan la pequeña habitación y yo sigo embelesado como un adolescente en la puerta intentando que no me descubran. Jane puede ser testaruda y tozuda, pero hace reír a Lexie y eso es lo importante.
—¿Quieres intentarlo? —pregunta la institutriz risueña. Mi hija solo asintió y se puso a su lado— Muy bien, sígueme la corriente.
Jane se irguió, cuadró sus hombros y caminó de un lado al otro contoneando sus caderas de manera muy exagerada. Saluda de manera excesiva con su mano derecha y la reverencia que hizo delante de Lexie le provocó tal risa a mi pequeña, que sentí como mis ojos se humedecen.
El vestido color frambuesa se ajusta a los delgados brazos y torso de Jane. El diseño cae de manera sencilla hasta llegar casi al suelo. Las pequeñas flores doradas brillan con la mínima luz que incidiera sobre la suave tela. Su cabello castaño oscuro está recogido en un peinado poco elaborado.
—Vamos, Lexie. Es tu turno —incita a mi pequeña y esta hizo lo mismo que Jane—. Muy bien. Lo estás haciendo fenomenal.
Unos hoyuelos aparecen en el rostro de la institutriz cuando sonríe al ver con la delicadeza que mi querida hija intenta hacer los gestos estrambóticos. Me retiro un poco para darles privacidad y no romper ese momento feliz, ya le avisaré en otro momento. En mi camino hacia la sala de estar, me encuentro con Thiago, Amelia y Arthur.
—¿Y esa cara? —pregunta Amelia frunciendo el ceño.
—¿Qué sucede? —inquiero.
—¿Todo bien, Edward? —pregunta Thiago.
—Yo estoy bien —contesto aún confundido— ¿Por qué lo preguntan?
—Solo... tienes algo distinto —responde Amelia. Sacude su cabeza.
—Arthur nos contó sobre la invitación de la condesa —con esas palabras de Thiago, mi estado de ánimo bajó drásticamente.
—Definitivamente, esa era tu cara en la mañana —ironiza Amelia y me señala con un dedo.
—Lady Victoria llegó de su viaje por Europa y nos invitó a un baile en su casa —explicó y Arthur, enarca una ceja hacia mí cuando se nos une.
—¿Nos? —añade Arthur con sorna— Dudo grandemente que esa mujer nos quiera por los alrededores de su «adorada morada» aquí en Netherfield.
—¿Ya le avisaste a Jane? —pregunta Thiago— Creo que estaba con Lexie.
—¿Y tú cómo sabes eso? —inquiero intrigado más de lo normal.
—Relájate, hombre —mi amigo levanta sus manos en señal de rendición—. Solo la ayudé a llevar las cosas que compró en la ciudad.
—Amelia, en unos minutos avísale a Lexie y a Jane de los planes de esta noche —ordeno y me retiro.
—Aunque Jane se las puede arreglar muy bien sola —el comentario de Thiago hizo que me escondiera en el primer rincón más cercano para escuchar.
«¿Y yo desde cuando espío las conversaciones ajenas?», pienso mientras afino el oído.
—¿A qué te refieres? –pregunta Arthur intrigado.
—Una hora después de dejar a Jane en casa de la modista fui a recogerla. La señora Darcy me entregó un mensaje, decía que había ido a dar una vuelta a la ciudad.
—¿Ella se fue sola a dar una vuelta? —interviene Arthur— Pero si no conoce los alrededores.
—Desde que vi a Jane, supe que era muy curiosa —añade Amelia.
—Eso no es lo más impresionante —habla Thiago y escucho su sonrisa ronca.
«¿Qué puede tener Jane de impresionante?», pienso con curiosidad.
—Tenían que haberla visto. Para cuando llegué, había terminado casi todo lo ocurrido —sigue mi amigo con su relato.
—¡Por Dios, Thiago, que mala costumbre! Cuenta la historia completa de una vez.
—Mira que eres desesperada, hermana —inquiere el aludido con sorna—. Lo que ocurrió fue...
—Thiago, ven aquí un momento —interrumpe Chloe desde la cocina. Todos bufaron, e incluso yo.
—Ya voy, Chloe —contesta el aludido—. Después les cuento.
«Chloe, ¿no podías haber interrumpido en otro momento?», pienso con... ¿dolor? «¿Desde cuándo soy tan cotilla? Contrólate, Edward, eres un Duque. Pareces una vieja chismosa».
—Amelia, dale el mensaje de Edward a Jane y Lexie —añade Arthur. Thiago ya se había retirado. Tuve que ir hacia otro lado, o los chicos podían descubrirme.
El evento comenzaría a las ocho. En la entrada estábamos Thiago y yo, el resto pidió disculpas. El único que aguanta estas cosas es Thiago. Ni siquiera sé cómo lo consigue. Lexie baja los escalones contenta con un vestido color rojo, ¿o es color carmín? ¡Ay, qué se yo! Las mujeres son las únicas que entienden de colores y estilos. Este vestido tiene pequeñas flores plateadas desperdigadas por toda la tela. Su cabello rubio está recogido en unas diminutas trenzas.
—Hola, cariño —me agacho hasta su altura— ¿Lista para irnos? —negó con la cabeza— ¿Jane viene con nosotros? —una sonrisa apareció en sus labios y asintió efusivamente.
—Lexie, te falta esto para terminar el peinado.
Alzo mi cabeza al escuchar la voz de la institutriz y no puedo creer lo que tengo frente a mí. «¿Esa es Jane? Madre mía». Frunzo el ceño ante este enigma femenino que tengo frente a mí bajando las escaleras. Ella se detuvo ante mi visible escrutinio.
Mis manos comenzaron a sudar y mi corazón late desbocado. El vestido de Jane es precioso, sencillo, pero honesto. El color blanco le realza sus ojos grises haciendo contraste con su cabello arreglado en finos tirabuzones castaños oscuros que caen en su rostro. Le ajusta en el torso y hasta los codos. El diseño cae en vuelos hasta el suelo y a la mínima luz se divisan diminutos diamantes incrustados en él.
—Cierra la boca o te van a entrar moscas, Edward —susurra Thiago en mi oído.
—¿Eh? ¿Cómo? —sacudo mi cabeza aún anonadado. ¿Qué estoy haciendo? Busco algo que mirar, pero mis ojos me traicionan. Lo único que quieren ver es a Jane. Se ve tan... diferente.
—Cierra la boca, imbécil, o se te va a salir la baba —reitera susurrando y aguantando la sonrisa.
—¿De qué estás hablando? —pregunto fijando mis ojos en él.
Por el rabillo del ojo, sigo de cerca los movimientos de Jane. Le coloca a mi hija algo en el cabello. Son como unas flores diminutas plateadas que combinan con el diseño floral del vestido de Lexie.
—Nada. Olvida lo que dije —replica mi amigo.
—Ya estamos listas —habla Jane casi en susurros y me aclaro la garganta con un leve carraspeo.
—Es hora de irnos o vamos a llegar tarde –respondo en tono seco.
El camino hasta la casa de la condesa no es muy lejos. A lo mucho, veinte minutos en carruaje. Al llegar, el lugar está lleno de personas, como siempre. Netherfield siempre ha sido un lugar donde las riquezas y el exceso son palabras muy comunes.
A Lady Victoria le gusta sentirse poderosa. No lo es tanto como yo, pero... ella cree que sí. Y es mejor dejarlo de esa forma. Además, le fascina tener todo controlado. Alexia me enseñó que no debo dejarle ver mis puntos débiles, o la condesa acabaría conmigo. Nunca comprendí sus palabras, y ahora ella nunca podrá explicarme.
Los cuatros nos encontrábamos en la imponente entrada principal. Por primera vez, como Duque de Netherfield, no sé cómo reaccionar.
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