Capítulo 4 «No todo es lo que parece»
Jane
«Todo estaba de maravilla. Ah... pero tenía que llegar el señor mandón para arruinarlo todo. Solo nos estábamos divirtiendo y bailando. ¿Cuál es su problema?» pienso molesta, mientras subía los escalones hacia la habitación de Lexie para ver si ya duerme. Aunque con un padre como el que tiene, con tan malas pulgas, es preferible quedarse encerrado en la habitación todo el santo día.
Después de arropar a la pequeña y darle un beso en la frente, me dirijo a mi habitación justamente frente a la de la pequeña Lexie.
Me acerco al ventanal de cristal y me deleito en el baño de luz de la luna llena en una parte del jardín dejando al resto en la penumbra. ¿Cómo podía ser tan hermoso y aterrador al mismo tiempo? Frunzo el ceño al notar el rumbo de mis pensamientos. Ahora mismo no sé si me refiero a la vista que tengo desde mi habitación, o al bruto que tengo por jefe. Resoplo, fastidiada.
Mi madre decía que yo era demasiado sincera, y justo ahora me doy cuenta que tenía razón. Cuando era joven, me metí en muchos problemas por ser tan respondona. Más de los que puedo recordar. Tuve que morderme la lengua esta noche para no decirle en su bonita cara, los miles de improperios que me pasaron por la cabeza o mañana estaría de nuevo en la calle. He estado sola más tiempo del que puedo recordar, y la vida me enseñó que nada se consigue de manera fácil.
Algo me atrajo a esa carretera en mitad de la noche a pesar de la lluvia torrencial que cayó. Cuando vi esos grandes ojos azules en ese cuerpo tan pequeño, arrinconada bajo la sombra de un frondoso árbol, supe que algo tenía que hacer. Es un secreto que guardo con la pequeña Alexandra. Espero que con el tiempo hable con su padre y le cuente la verdad. Mis brazos aún están adoloridos, pero por defender a esa pequeña, haría lo que fuera. Debo hacerlo por ella y por mí.
No sé en qué momento me quedé dormida, pero cuando abrí los ojos, los primeros rayos de sol se adentraban por la ventana recordándome que ya es hora de trabajar. Abro suavemente la puerta de la recámara de Lexie y su lenta respiración me dice que aún duerme plácidamente. Bajo las escaleras y el aroma hizo que mi estómago rugiera.
—Ya despertó —anuncia Thiago con voz gritona.
—¿Y tú como lo sabes si no ha llegado? —pregunta Amelia.
—Su estómago —responde él y escucho una leve sonrisa.
Asomo la cabeza en la cocina y saludo con la mano.
—Buenos días, Jane —habla Chloe—. Veo que Thiago te conoce mejor que todos nosotros.
Frunzo el ceño y luego sonrío.
—Te odio, Thiago —dije sonriendo y me adentro en la enorme cocina.
—Yo también y no te lo digo —rebate con sorna y todos reímos en la cocina rodeados de un ambiente agradable.
—Buenos días —habla un sonriente Tom y le da un pequeño beso a Chloe en los labios.
—Por favor, Tom. Jane está en la cocina —protesta Amelia.
—Ni que fuera la primera vez que viera un beso —responde Arthur entrando en la cocina—. Jane, querida, ¿qué edad tienes?
—Tengo 25 —respondo y Arthur deja escapar una carcajada.
—Perdiste, Thiago —interviene Tom y sonríe—. Te toca limpiar los establos hoy.
—Déjame ver si entendí bien —intercede Chloe y se limpia las manos en su delantal, dejando ver una sonrisa—. ¿Hicieron una apuesta por la edad de Jane?
—Ustedes son imposibles —añado negando con la cabeza.
—Vete acostumbrando, Jane. Estos dos siempre son así —aclara Amelia.
—Buenos días para todos —las sonrisas cesaron y la tensión inundó la enorme cocina. La presencia del Duque se hace sentir en aquel lugar.
—Buenos días, Señor –respondieron todos y yo solo inclino la cabeza.
«¿Por qué todos estaban tan tensos? ¿Será por lo de anoche?», pienso.
—Dejen de holgazanear, hay mucho trabajo por hacer —ordena con voz grave y se retira de la cocina con paso firme.
—Dejen de holgazanear. Hay mucho trabajo por hacer —intento imitar su voz y todos se cubrieron la boca para reírse—. Ese hombre tiene el carácter de un bulldog hambriento en noches de cacería.
—¡Ay, por Dios, Jane! No sé de dónde sacas esas cosas —habló Amelia sujetándose el estómago e intentando controlar las carcajadas.
—Ya déjenlo —interviene Chloe más serena—. Jane, este es el desayuno de Lexie. Debes de subírselo.
—¿Ella no baja a desayunar? —pregunto y todos negaron con la cabeza—. Es una lástima. Hace un día precioso para estar en el jardín
Tomo la bandeja en las manos y subo las escaleras tarareando una canción que mi madre siempre me cantaba por las noches. Abro la puerta suavemente y camino de puntillas porque Lexie aún sigue durmiendo en forma de ovillo. Coloco la bandeja de plata en la mesita cerca de su cama y susurro en su oído.
—Buenos días, Lexie. Es hora de levantarse —la pequeña se removió en su cama y unos ojos azules somnolientos me miran con ternura—. Vamos, peque. Tienes que comer.
Lentamente se sentó en modo indio y dejo la bandeja en sus piernas.
—Hace un día precioso, ¿no quieres salir? —negó con la cabeza y come su desayuno con lentitud—. ¿Qué quieres hacer? ¿Pintar? —Negó nuevamente con la cabeza y suspiro.
—Perdón que las interrumpa. Jane, el Duque quiere verte —la voz de Amelia llegó desde la puerta.
—¿No sabes qué necesita el gran señor? —pregunto con ironía y ella sonrió.
—No, solo mandó a buscarte. Te espera en la cueva, en la segunda planta al final del pasillo.
—¿La cueva? —enarco una ceja y sonrío—. Gracias, Amelia.
Asintió con la cabeza antes de retirarse de la habitación.
—Parece que tu padre quiere verme, nos vemos luego. Deja la bandeja en la mesita. Luego paso a buscarla —beso su frente y me encamino a enfrentar a la bestia.
Al llegar a la enorme puerta de madera oscura, paso las manos por la falda de mi vestido desgastado y doy dos pequeños toques en la puerta con los nudillos.
—Adelante —dijo su voz desde adentro y entro a la cueva.
Este lugar por dentro es inmenso. A la derecha, una enorme mesa de cedro tiene varios documentos apilados de manera ordenada. A la izquierda hay un estante lleno de libros y rollos seguido de un enorme sofá que parecía ser muy cómodo... y caro. Frente a mí hay un enorme ventanal de cristal desde el techo hasta tocar el piso. El Duque Kellington está parado a la derecha mirando por la ventana.
—Acércate, Jane. No muerdo. —sonrío por lo bajo.
Este hombre puede ser altanero, pero al mismo tiempo sociable. Me confunde.
—¿Qué necesita, señor?
—En una hora Thiago va a llevarte al pueblo, necesitas comprar ropa nueva para ti y utensilios para trabajar en casa con Lexie. Lienzos, pinturas, tinta. Si necesitas algo más, solo tienes que decírselo a Thiago —explica, pero mantiene la mirada perdida en la lejanía.
—¿Algo más? —pregunto.
—Solo eso. Puedes retirarte.
—¿No era más fácil decírmelo en la cocina? —una vez que dije las palabras, me muerdo el labio inferior.
—Jane, voy a decirte una cosa —se giró hacia mí finalmente con su mirada endurecida—. Jamás... en tu vida... vuelvas a desobedecerme o a rebatirme una orden. Aunque le duela a Lexie, yo mismo te llevo a la ciudad y me encargo que nunca regreses. ¿Entendido?
Una batalla de miradas comenzó entre nosotros.
—¿Entendido? —preguntó nuevamente.
—Entendido, señor —dije apretando los dientes y me retiro de aquel lugar con paso fuerte y las manos cerradas en puños.
Una hora después, estoy de camino al pueblo con Thiago. Mi hermoso día ha sido completamente arruinado por el tirano de mi jefe. ¿Por qué es tan amargado? ¿La muerte de su esposa le dañó tanto que solo da órdenes y ya? ¿Cree que por tener un título de noble le da el derecho de tratarme así? Es desesperante.
—Relaja esa frente, Jane. Se te van a marcar las arrugas entre las cejas —habla Thiago—. Hace un buen día, no hay razón para tener ese mal humor tan temprano en la mañana.
—Arg... es que no lo soporto, Thiago, es insoportable. Se cree que por ser Duque tiene derecho a mandar como se le plazca. Dios, parece que tuviera metido en los pantalones una escoba con espinas todo el santo día.
—Tienes que relajarte, Jane. Edward es un buen hombre.
—Sí, claro —añado con ironía—. Lo que te haga sentir mejor, compañero. Dirás un hombre amargado, engreído, odioso, tirano y para colmo mandón.
—Vaya. Nunca habían unido tantos sinónimos sobre el Duque Kellington en una oración. Con el tiempo te adaptas.
—¿Cómo era su esposa? Si era tan recia como él, te juro que me lanzo en el próximo acantilado.
—¿Alexia? Ella era un amor de persona. Muy hermosa, talentosa y siempre le llevaba la contraria. Tenías que ver sus peleas. Por más que Edward le rebatiera cada una de sus ideas, Alexia siempre salía ganando y con razón. Nunca fue una mujer que se dejara amedrentar por nada ni por nadie.
—Tan distintos y terminaron casados —resoplo elevando el flequillo de mi frente—. Parece mentira lo que me cuentas.
—Eran muy distintos y tan iguales al mismo tiempo que daban envidia. Cuando uno de ellos flaqueaba, ahí estaba el otro para ayudar en lo que fuera. Nunca había visto que Edward congeniara tan bien con una persona como Alexia. Ellos estaban destinados a estar juntos, lástima que ella se fue de nuestro lado tan pronto.
—Por la forma en que hablas de ella, es como si la admiraras.
—Y tienes razón. Con Alexia aprendimos que la felicidad no la trae el dinero sino los pequeños detalles. Y que, sin importar tu raza o clase social, a sus ojos, todos éramos iguales —se encogió de hombros despreocupado, pero sentí el dolor detrás de sus palabras.
—Desearía haberla conocido.
—Se hubieran llevado de maravilla. Con ella alrededor, siempre había una razón para sonreír. Así como contigo.
Nos adentramos en el bullicioso pueblo. Las calles están llenas de personas y mercaderes que caminaban de un lado al otro. Hay varios guardias esparcidos por toda la ciudad.
—¿Por qué hay tantos guardias? –pregunto.
—Dicen que para seguridad del pueblo. Yo digo que solo es para que las pobres doncellas tengan algo que mirar, además de mí —añade con sorna.
—¿Y a ti quién te alimentó ese ego? —pregunto divertida.
—Hay más tiempo que vida, Jane. Debo disfrutarlo al máximo. No quiero volverme como el tirano de Edward —ambos reímos a carcajadas y detiene el carruaje—. Esta es la tienda de vestidos, la mejor de la ciudad. Entrégale esta carta a la señora que dirige este lugar, todo está pagado. En la tienda de al frente venden lo que necesitas para Lexie. Te recojo en una hora aquí mismo —me ayuda a bajar del carruaje y regresa a su lugar.
—Gracias, Thiago. ¿Qué harás en ese tiempo?
—Si quieres que algo salga bien, tendrás que hacerlo tú solo sin que nadie se entere —me guiña un ojo con coquetería—. No te metas en problemas, Jane.
Enarco una ceja y deja escapar una sonrisa sonora antes de retirarse
«Lo dice como si yo fuera un desastre ambulante... ¿o sí?», pienso mientras entro a la enorme tienda.
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