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Capítulo 30 «¿Corazón o razón?»


Edward

La enorme catedral colonial se eleva frente a mí. El sol se refleja en sus cristales de colores cegando mis ojos. Trago en seco y una mano en mi espalda me insta a subir las escaleras.

—Es hora, compañero —añade Thiago mientras me impulsa hacia adelante.

Todo está completamente decorado de blanco y dorado. Las bancas de la iglesia están adornadas con rosas blancas y el pasillo está cubierto por una larga alfombra roja. Todos los presentes se levantan una vez que hago aparición en la entrada principal.

—Nos vemos en el altar —murmura Thiago y camina por el largo pasillo primero que yo colocándose al lado de Elizabeth y Jane.

Un hermoso vestido azul cielo cubre su cuerpo. Las velas de la estancia se iluminan en las pequeñas piedras que cubren su pecho y hombros. Su cabello está recogido en un sencillo peinado y algunos de sus cabellos caen en su rostro. Me cuadro de hombros y camino con paso firme pero no logro apartar mi mirada de sus ojos grises. Hoy están más claros de lo normal. Como si fueran esas nubes grises que anuncian el acercamiento de una tormenta.

Al llegar al altar, no me giro hacia los invitados, sino que dejo mis ojos puestos en ella. Nuestra conexión es rota cuando Gregory toca su mano, ella lo mira y asiente. El enorme órgano comienza a tocar y escucho ovaciones de las personas detrás de mí. Lady Rose debe estar caminando hacia mí, pero no puedo girarme hacia ella. Algo no me deja.

Un nudo se forma en mi garganta a medida que escucho el avanzar de la melodía de nupcias. Jane mira hacia el frente y miro hacia mi izquierda. Mi futura esposa ya está a mi lado y dejo escapar un largo suspiro.

El padre comienza a dar su discurso sobre el matrimonio y todo lo que él conlleva. Mis oídos no escuchan nada, el sudor recorre mi cuerpo y la indecisión en mi cabeza está martillando mi sien una y otra vez. Por el rabillo del ojo veo a Thiago sonriente, así como a Elizabeth, pero la tristeza que cruza los ojos de Jane y mi hija me tienen nervioso.

Es normal que esto pase. Ya estuve casado una vez, pero esta opresión en mi pecho, esta indecisión me está corrompiendo por dentro. ¿A qué le hago caso? ¿Sigo a mi corazón o a la razón? En ese momento las palabras de Jane se adentran en mi cabeza.

Duque, ¿qué es más fuerte para usted? ¿La responsabilidad o el amor? ¿Su posición o su corazón? No me responda a mí.

La responsabilidad y mi posición como jerarca son esenciales.

—¿Lady Rose Bennett, acepta a Edward Kellington, Duque de Netherfield?

—Acepto —dije ella y trago en seco.

¿Está hablando su corazón o su cabeza? —esa frase de Jane martillea mi cabeza una y otra vez.

—¿Edward Kellington, acepta a Lady Rose Bennett como su esposa? ¿Promete amarla y respetarla? ¿Estar con ella en la salud y la enfermedad todos los días de su vida hasta que la muerte los separe?

El silencio se hizo en la enorme iglesia.

¿Está hablando su corazón o su cabeza?

¿Su Excelencia? —habla el cura intentando llamar mi atención y elevo mis ojos hacia él.

—¿Disculpe? —frunce el ceño confundido y limpia su garganta con un leve carraspeo.

—¿Edward Kellington, acepta a Lady Rose Bennett como su esposa? ¿Promete amarla y respetarla? ¿Estar con ella en la salud y la enfermedad todos los días de su vida hasta que la muerte los separe? —reitera una vez más.

Duque, ¿qué es más fuerte para usted? ¿La responsabilidad o el amor? ¿Su posición o su corazón? No me responda a mí.

La responsabilidad y mi posición como jerarca son esenciales.

¿Está hablando su corazón o su cabeza?

¿Su Excelencia? —la que interrumpió mis recuerdos esta vez fue lady Rose— ¿Todo está bien? —fijo mis ojos en ella y trago en seco.

—Edward, ¿qué estás haciendo? —pregunta Thiago en mi oído y trago en seco nuevamente.

Aflojo la cravatte blanca en mi cuello y miro hacia el lugar de Jane. Frunzo el ceño al no verla en su lugar. Giro mi cuerpo hacia la entrada y veo como su silueta se pierde en el brillo de afuera. Miro a mi amigo y hacia los invitados. La condesa me mira estupefacta desde su lugar y el murmullo comienza en la enorme iglesia. Miro a Rose y tomo sus manos entre las mías

—Eres una mujer hermosa, refinada y joven con una vida por delante. No mereces estar con una persona como yo —sus ojos me miran alarmados a través de su velo—. No puedo casarme contigo cuando mi corazón pertenece a otra. Mereces ser feliz, Rose. Pero tu felicidad no es a mi lado.

Beso su mejilla y corro por el pasillo ignorando las miradas penetrantes y los desmayos dramáticos.

Al salir, la luz del sol me ciega nuevamente. Coloco mis manos encima de mis ojos y veo como Jane está hablando con el chofer de uno de los carruajes.

—¡Jane! —exclamo lo más alto que puedo y ella gira su rostro hacia mí— ¡Jane! —Bajo las escaleras lo más rápido que mis pies me dejan para reunirme con ella—. ¿A dónde vas, institutriz?

—¿Qué está haciendo? —mira por encima de mi hombro.

—Lo más fuerte para mí es mi corazón

—Espere... ¿Qué? ¿De qué está hablando?

—La pregunta que me hiciste ese día. Quiero ser libre, Jane, pero quiero ser libre junto a ti —la empujo dentro del carruaje—. A la mansión Kellington.

El chofer asiente aún confundido y yo entro al carruaje. Jane aún me mira alarmada sin entender nada de lo que pasa.

—¿Dejó a Lady Rose en el altar? —comienza a golpear mi hombro de forma histérica— ¿Qué rayos le pasa? La pobre estará en boca de todos.

—¡No me interesa! Lo que quiero es a ti y hoy fue que lo entendí.

—¿El día de su boda? Los hombres no aprenden. ¿Qué va a ser de ella? Será la burla de la sociedad. ¿Y usted? ¿Qué hay de usted? No puede salir de su boda y... —interrumpo su perorata probando sus labios con torpeza en un abrupto beso.

Sus labios se mezclan con los míos y se mueven a la perfección. Me separo de ellos con dolor y noto que ella tiene sus ojos cerrados. Su pecho sube y baja con lentitud y abre sus ojos con lentitud.

—¿Sabes que hablas demasiado cuando estás nerviosa? —alego divertido y una sonrisa aparece en los labios de ella.

—Es su culpa.

—¿No me diga? —comento con ironía.

—Es en serio. ¿Por qué esperó tanto?

—Aún no lo sé —contesto y me encojo de hombros.

—Ya quisiera verle la cara a la condesa Victoria —cubre su boca ocultando la carcajada ruidosa que brota de sus labios.

—Me encargaré de ella cuando la vea de nuevo.

—No quiero ni imaginar lo que... –nuestra conversación fue interrumpida cuando una flecha atraviesa el carruaje. El terror su alojó en los ojos de ella.

—¡Avance! —grito y golpeo la parte delantera.

La velocidad a la que va le carruaje hace que Jane termine en mi regazo y la cubro cuando otra flecha impacta justamente donde ella estaba sentada. Ella se encoje de miedo y yo gruño por lo bajo. Desde aquel día no se supo más de ellos. ¿Tienen que aparecer justo ahora? El carruaje se detuvo abruptamente y la puerta fue arrancada. Sacan a Jane del carruaje y yo detrás de ella.

Son demasiados cubiertos de negro y una capa roja es lo único diferente en su atuendo. Todos contra mí y ella cuando logra zafarse de su captor. El chofer está inconsciente a un lado del camino. Jane es muy buena defendiéndose, pero sigue siendo mujer. Termino en el suelo polvoroso siendo golpeado y pateado por los malditos asaltantes mientras ella grita.

—¡Alto! —escucho como grita desesperada— ¡No le hagan daño! ¡Paren! —su voz se quiebra con cada grito de auxilio—. ¡Paren, por favor!

Entre las piernas de mis captores veo como ella forcejea cuando la suben a los hombros de uno de ellos y golpea la espalda. Intento levantarme, pero una bota impacta en mi rostro.

—¡Bájenme! ¡Edward! —grita una vez más.

—Jane —digo con un hilo de voz y la vista nublada.

—¡Suéltenme, maldita sea! ¡Edward! —grita nuevamente.

Antes de volverse todo negro veo como ella sigue forcejeando en la montura de su captor y miro sus ojos grises bañados en lágrimas.

Abro los ojos lentamente e intento moverme, pero me duele cada parte de mi cuerpo. A mi mente llegan los últimos recuerdos. Jane. Intento incorporarme, pero una mano lo evita: Thiago.

—¿Qué rayos pasó? —pregunto y hago un gesto de dolor.

—Te encontramos completamente golpeado e inconsciente a un lado de la carretera.

—¿Dónde está Jane?

—No hay rastro de ella hace dos días.

—¿Dos días? ¿Llevo tanto tiempo inconsciente?

—Créeme, colega. Creímos que demorarías más en despertar —añade y la puerta se abre. Arthur me mira con ojos alarmados y temí lo peor.

—¿Qué ocurre? —pregunta Thiago.

—El rey está aquí —contesta y elevo mis cejas hacia arriba, pero el dolor en mi rostro hizo que gimiera. Arthur es apartado haciendo que el propio rey Luis y su hijo Philip se adentren en mi habitación.

—¿Philip? —pregunta Thiago sorprendido—. ¿Cuándo regresaste?

—Hace par de semanas —contesta el joven príncipe mirándome fijamente con sus ojos negros—. Todo está bien, querido primo, pero tenemos algo que hablar con el Duque.

—Thiago es casi mi hermano —me incorporo como mejor puedo mientras mi cuerpo protesta por el movimiento—. Si tiene algo que hablar puede decirlo frente a él.

—Comprendo —interviene Luis y nos quedamos solo nosotros cuatro en la fría habitación—. Edward, el asunto que quiero tratar contigo es delicado.

—Por favor, dejémonos de formalismo. Una persona especial para mí está desaparecida.

—Por eso mismo venimos a verte —intercede Philip—. Venimos por Jena McHall.

—¿Quién? —preguntamos Thiago y yo al mismo tiempo.

Luis y Philip se miran entre sí.

—Una chica de ojos grises, lengua suelta y carácter prepotente —frunzo el ceño ante la descripción de Philip—. Estamos en busca de Jena McHall, mi prometida.

—Repitan eso —añado estupefacto.


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