Capítulo 3 «Enfado sin razón»
Edward
Me esperaba cualquier cosa menos esto. Mi hija decía sus primeras palabras a una desconocida. ¡Una desconocida! No sé si llorar por la emoción o gritar de impotencia. «No te vayas». Solo la trajo anoche a casa, ¿cómo y en qué momento se conectaron mi hija y esta joven? Solo fue decirle que la chica se iba y corrió por las escaleras como si su vida dependiera de ello. Nunca había reaccionado de esa manera.
—¿Qué ocurre? —las palabras de la joven me sacan de mis pensamientos—. ¿Por qué todos nos miran así?
La confusión se posa sobre sus ojos grises. Ella no comprende la magnitud detrás de esas tres palabras.
—¿Desea quedarse? —intervengo desesperado por una respuesta.
—¿Disculpe? —habla con dudas.
—Por favor, hazlo por ella —añado con voz casi quebrada—. Te lo suplico.
Por el rabillo del ojo veo como Amelia me mira asombrada y los ojos de Thiago recaen en mí. Hasta para mí, escuchar esas palabras de mi boca, es una completa sorpresa.
—No veo que haya ningún problema —respondió la joven y acarició la cabeza de Lexie.
—¿Sabes leer, escribir, de pintura y bordado? —pregunto nuevamente. Esta es la entrevista a una institutriz más inusual que he hecho en mi vida.
—Me defiendo bastante bien en las primeras tres, pero no me pongan a tejer. Necesitaría vendas en las manos el día entero —deja escapar una tímida sonrisa y sus ojos grises brillan con... ¿alivio?
—Para mí es suficiente —añado calmado, y por primera vez en años, mi niña me miró y sonrió hacia mí.
—¿Por qué todos nos miran así? —volvió a preguntar la joven.
—Porque es un milagro —responde Amelia y la muchacha frunció el ceño sin entender—. Lexie nunca ha hablado.
—Esperen un momento. ¿Qué? —sacudió su cabeza y nos mira estupefacta— Eso es imposible, ella fue la que me guio hasta la casa.
—¿Ella habló contigo? —pregunta Amelia asombrada.
—La encontré en la carretera y le pregunté si estaba perdida, ella me respondió que sabía cómo llegar, pero tenía miedo —Lexie sigue aferrada a la cintura, pero baja su cabeza—. Así que me ofrecí a traerla, llovía mucho y estaba demasiado oscuro. No iba a dejarla sola.
—Te lo agradezco —camino hacia ellas y me agacho hasta la altura de mi pequeña— Lexie, ¿quieres que...? Disculpa, no sé cuál es su nombre.
—Jane —respondió—. Me llamo Jane.
Asiento y poso mi mirada en el rostro de Lexie.
—¿Quieres que Jane sea tu institutriz? —mi pequeña sonrió una vez más y asintió varias veces.
Las lágrimas quieren salir otra vez al ver su desesperación. Hasta sonriendo, se parece a su madre.
—¿Está seguro de eso? —preguntó Jane aún dudosa.
—¿Por qué la pregunta?
—Pues, no tengo ninguna carta de recomendación ni soy de familia aristocrática o algo por el estilo —añade mirándome fijamente, así que me levanto y le pregunto:
—¿No había dicho que sabías de...?
—Se lo esencial —me interrumpió y elevó su mentón, orgullosa.
—Con eso es suficiente —añado intentando controlar mi descortesía.
Si por ver a mi hija sonreír tengo que aguantar a esta mujer tan altanera, pues tendré que soportar.
—Amelia, necesito que prepares la misma habitación donde se quedó la señorita la noche pasada.
—No hay problema, señor –respondió sonriendo.
—Lexie —la niña me miró y tragó en seco—, tú y yo tenemos algo qué hablar.
Ella asintió con lentitud. Le dio un último apretón a Jane y caminó a mi lado sin rozarme o tomarme de la mano al menos.
Camino con pasos pequeños mientras le observo asombrado. Nunca recibí de su parte un beso, un abrazo o incluso me ha dejado sostener su diminuta mano. ¿Cómo una desconocida pudo ganarse el cariño y las primeras palabras de mi hija tan rápido?
Caminamos con lentitud por los sombríos pasillos de la casa en dirección a la biblioteca. Necesito hablar con ella en un lugar que sea familiar. Abro la enorme puerta de madera oscura y ella camina con la cabeza gacha hacia el sofá cerca de la ventana.
—Muy bien cariño, tenemos que hablar —ella se sentó y yo me agacho hasta su altura—. Necesito saber por qué saliste de la casa.
Su silencio fue lo único que conseguí de ella.
—¿Quieres hablar de ello? —negó con su cabeza y suspiro apesadumbrado— ¿Sabes que estuvo mal lo que hiciste?
Asintió y sus cabellos rubios en tirabuzones se mueven con suavidad.
—¿Jane te dijo que estuvo mal que huyeras de casa? —asintió una vez más— ¿Te gustó que se quedara?
Al escuchar esta pregunta, elevó su cabeza y veo como una sonrisa se posa sobre sus delicados labios. Un latigazo de dolor recorrió mi columna vertebral.
—No lo hagas más, mi niña. Pasamos un buen susto. ¿Me prometes que no vas a escapar de nuevo? —asintió sin dejar de sonreír— ¿Quieres quedarte en la biblioteca?
Asintió nuevamente y suspiro frustrado.
—Te dejo, cariño —beso con lentitud su coronilla y acaricio su rostro—. Te quiero mucho.
Salí de la biblioteca con una encomienda: hablar con Jane, pero primero necesito dar un paseo y aclarar las ideas. Al entrar en los establos, me encuentro a Jane cerca de uno de mis caballos. Uno en específico.
—¿Qué hace usted aquí? —dije molesto y ella se gira al escucharme. Nadie toca mis caballos excepto yo o Thiago.
—Disculpe, señor. No era mi intención —murmuró bajando la cabeza y apartándose a un lado.
«¿Y la altanería de hace un rato dónde se quedó?», pienso confundido y sacudo mi cabeza.
Te hice una pregunta, Jane, y exijo la respuesta —añado en un tono más autoritario de lo normal. Este lugar es sagrado para mí y Alexia.
—Salí a caminar y terminé en las caballerizas. Desde pequeña siempre me han gustado los caballos —contesta en susurros mirando hacia el frisón negro que tocaba hace un instante y una sonrisa amarga se posa en sus labios.
—¿Sabe cabalgar? —pregunto manteniendo la dureza en mi voz.
—Un poco. No le dediqué todo el tiempo que hubiera deseado —explica con un tono de anhelo—. ¿Cuándo puedo comenzar con mis labores?
—En este momento, Lexie te espera en la biblioteca —ella inclinó su cabeza y se retiró de los establos.
La calma que había allí fue interrumpida por el relincho de Diamante. El mismo caballo que acariciaba Jane antes de encontrarla.
—Tranquila, muchacha —acaricio la cabeza y detrás de la oreja donde le gusta—. ¿A ti también te gusta Jane?
El caballo asintió y sonreí de soslayo.
—No puedo creer que también me hayas cambiado por una extraña —digo con sorna y golpea sus patas traseras con su larga cola oscura—. Vamos a dar una vuelta.
Ensillo la yegua y salgo a cabalgar para despejar un poco. Por ser Duque, mis tierras son bastante extensas y debo tener más cuidado. Los sauces llorones, las rosas rojas, blancas y negras, todo eso fue idea de Alexia para el jardín que rodeaba la casa. A medida que Diamante apresura su trote, siento la humedad en mis mejillas.
Se dice que los caballos pueden percibir los sentimientos de sus dueños, y lo comprobé al notar como Diamante comenzó a correr a paso veloz hasta llegar al río. Este lugar de paz que solo conocemos mi caballo y yo. Ni siquiera Alexia tenía conocimiento de este lado del paraje. Amarro la yegua al tronco de un sauce llorón y me recuesto al árbol.
Las nubes pasan con lentitud en el cielo azul despejado, el aire azota las hojas del árbol donde estoy y escucho el sonido de las piedras chocar en el fondo del río. Este lugar me trae un sentimiento de tranquilidad inimaginable. Después de la muerte de Alexia, comencé a venir más a menudo. Si dejo libre a Diamante, es posible que ella sola venga hasta aquí.
—Definitivamente me estoy volviendo viejo, Diamante. Me duele el cuerpo entero y hemos hecho el mismo recorrido de siempre. ¿Crees que hice bien en contratar a Jane aún sin saber su vida? —elevó su cabeza— No me digas. ¿También quieres que me case con ella?
Elevó su cabeza nuevamente y sonreí a carcajadas por la ironía de la proposición.
—Debo estar volviéndome loco. Estoy hablando con un caballo que no me comprende —me empujó con su hocico por el hombro y sonrío de soslayo—. Oh, de verdad entiendes lo que digo.
El tiempo pasó veloz y la noche comienza a caer. Ya es hora de volver, pero simplemente no quiero. Esas cuatro paredes me asfixian. A pesar de tener a Thiago a mi lado, me siento un poco solo en ese lugar. Me estoy volviendo viejo y melodramático.
Cabalgo hacia mi propia prisión de piedra y lo que me encontré... no tengo palabras para lo que encontré en mi propia casa. Música, baile, risas. Sentí como si mi cuerpo rechazara todas esas cosas. ¿Cómo puede ser posible que ellos estén tan felices? Dejé a Diamante en su lugar y con paso seguro me dirijo al pequeño grupo que rodeaba una fogata.
—¿Qué rayos está pasando aquí? —las risas cesaron al instante al igual que la música— ¿Quién rayos les dio permiso para esto?
Todos bajaron sus cabezas... menos Jane. Cruza los brazos en su pecho y eleva el mentón.
—¿Tú hiciste esto? —todos abren paso a medida que los atravieso y me acerco a ella intentando que mi aura de molestia al menos la roce.
—Chicos, esto terminó —dice ella mirándome fijamente. Todos se retiraron con la cabeza gacha y sin mediar palabra.
—Jamás en tu vida me desafíes en frente de mis empleados —aprieta el mentón y asiente con la cabeza.
—Buenas noches... Duque —inclinó su cabeza y se retiró—. Amargado —dijo por la bajo, o eso creo.
«¿Por qué estoy tan molesto?», pienso intentando comprender la cólera que me embargó por completo.
Cierto, desde hace un tiempo casi nadie sacaba tiempo para estas cosas. Desde la muerte de Alexia, este lugar se volvió un poco triste y desolador. A penas salgo de mi habitación a no ser que sea un negocio demasiado importante. ¿En serio ella me llamó amargado o mis oídos me jugaron una buena broma?
Aprieto el puente de mi nariz con fuerza, mi cabeza late y lo único que viene a la mente es una impertinente institutriz. Esto va a ser más largo y agobiante de lo que pensé, solo espero no arrepentirme de esta decisión.
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