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Capítulo 27 «Caja de Pandora»

Jane

¿Saben cuál es la peor parte de ser una institutriz? Yo les voy a decir: Aguantar las reprimendas de mi superior sin poder elevar la cabeza, ser la última en almorzar para que todos estén tranquilos, y la última en acostarse para que todo esté preparado. Ah, pero como yo me llamo Jane, hago todo lo contrario.

Si tengo que decir las verdades a alguien, lo hago. Mi madre me mataría si supiera que sigo haciendo de las mías y que mi lengua no ha sido anestesiada con el paso del tiempo. Almuerzo junto al Duque evitando que Lexie haga algún desastre y para rematar, mis obligaciones terminan una vez que la pequeña duquesa está durmiendo. Todos felices y contentos, pero como todo en esta vida, ninguna felicidad es eterna.

Y ahora tengo que sumar a un pretendiente tedioso aristocrático, con ganas de morir ahogado por una picadura de abeja porque sus neuronas no funcionaron lo suficientemente bien para saber que, tocar un panal de abejas revueltas es señal de peligro.

Mis piernas queman y mi respiración aún sigue entre cortada por la carrera que hicimos alejándonos de los insectos molestos. Todo porque Gregory «tenía curiosidad». ¿Nunca le enseñaron apicultura? No pongo los ojos en blanco porque mis energías están enfocadas en recibir todo el oxígeno que puedo.

—¿Estás bien? —pregunta Gregory con cordialidad

—Eso debemos preguntarle a Tom —añado con sorna y veo como el pobre hombre cae de bruces en la hierba completamente agotado—. Eh... creo que está bien... a medias.

La risa de Gregory se escucha en todo el paraje y comienzo a calmar todo el mal genio acumulado en mi cuerpo desde esta mañana, gracias al Duque.

—Jamás he corrido tanto en mi vida —alega Gregory aún inclinado hacia adelante con las manos apoyadas en sus rodillas.

Por el rabillo del ojo veo como Tom eleva su mano enseñando su pulgar.

—Es capitán de la guardia, sir Willmort. Si usted está tan oxidado, no quiero imaginarme a sus tropas.

—Nosotros solo cargamos armas y disparamos, no hay necesidad de correr —añade él divertido.

—No me diga que ninguno de sus hombros ha escapado de algún padre horrorizado por quitarle la virtud a su preciosa hija, ¿no? —comento con sorna.

—En ese caso —se eleva en su lugar y respira profundo—, más le vale atravesar el país, o tendrá una boda que pagar.

—Jane —interviene Tom jadeante—, ¿podemos descansar? Mi cuerpo no es tan ágil como hace 10 años atrás.

Los tres nos dirigimos hacia nuestros respectivos caballos y con ayuda de Gregory, subo en la montura de Zafiro.

—Creo que es mejor regresar a casa —opina Gregory. Golpeo su mano cuando intenta tocarse el lugar donde fue picado por la abeja—. Auch, Jane.

—Eso no se toca. Esperemos que Chloe o Amelia tengan algo para eso, o Kurt Willmort querrá asesinarme.

De camino a casa, bordeamos una hilera de bosques desconocidos para mí.

—Esa área solo es transitada por el Duque —explica Tom al ver mi ceño fruncido—, nadie se ha atrevido a sobrepasar el cañón.

—¿El cañón? —preguntamos Gregory y yo al unísono.

—Así es como se le dice a esa ladera —sigue explicando—. Las leyendas dicen que ahí murieron dos amantes y desde entonces, todo está embrujado.

Dejo escapar una carcajada cínica.

—Es verdad, por ahí pasa uno de los ríos más grandes de la zona. Las olas son inmensas y los arrecifes peligrosos. Si quieres esconderte algún día, ese sería el lugar perfecto.

—Dato curioso —indica Gregory—, lo único que hay en verdad, es un enorme risco cubierto de piedras en el fondo con aguas traicioneras. Ningún barco ha entrado o salido con vida.

—Lo pintan terrorífico —añado y sonrío.

—No, Jane. Ni se te ocurra —aclara Tom—, esa sonrisa tuya no indica nada bueno.

Yo me encojo de hombros y seguimos nuestro camino. Al llegar a las colinas cerca de la enorme mansión del Duque, Tom detiene a su caballo. Su ceño fruncido y sus labios apretados me dicen que la visita no es grata.

—¿Todo bien? —pregunto con curiosidad. No creo que Lady Victoria requiera de un ejército para venir a la mansión.

—Al parecer, el regente decidió aparecer —contestó Gregory y abro mis ojos alarmada.

«No puede ser. Es imposible que Erick me haya traicionado de esta forma», pienso alarmada.

—Eso solo significa una cosa: sabe que Alexia no está entre nosotros y quiere sacarle dinero al Duque nuevamente.

—¿Cómo? —preguntamos el capitán y yo al unísono, pero el terror que llena mi cuerpo comenzó a esfumarse un poco.

—No me sorprende —añade Tom y sonrío de soslayo.

—Me preocupa grandemente que hayas sonreído así dos veces, Jane —alega Gregory y dejo escapar una carcajada.

—Es una lástima que Alexia no esté, pero yo sí.

—Ay, no —añade Tom con tono lastimero. Muevo las bridas de Zafiro y corro a galope hacia la casa.

—Arthur, dile a Chloe que lleve a nuestro visitante a la sala de espera. Yo me encargo de él mientras el Duque llega de su viaje.

—¿Estás segura? —pregunta aún con dudas, pero yo asiento.

Dejo a Zafiro en manos de James y camino hacia la casa alisando la falda de mi vestido, dejo libre mi cabello y lo peino como puedo. Subo las escaleras lo más rápido que puedo y cambio las botas de cabalgar por unas más cómodas de casa, dignas de una señorita. Es hora de jugar a la dama y el regente... una vez más.

Abro las enormes puertas de la sala de estar y frente al lienzo, veo al regente ensimismado con la pintura. Su cabello ahora está cubierto en canas y su uniforme azul oscuro y pantalón crema siguen tan pulcros como siempre.

—Me ha hecho esperar mucho tiempo, Su Excelencia —dice de espaldas a mí.

—Espero que no haya sido en vano —contesto y noto como sus hombros se tensan al escuchar mi voz.

Con lentitud, se va girando hacia mí y sus ojos grises me miran asombrados.

—¿Tú?

—Me alegro verle de nuevo —inclino mi cabeza un poco y me acerco a él.

—¿Pero cómo... ? —dejó sus palabras en el aire.

—Sabía que se sorprendería, pero no creí que fuera tan exagerado.

—No entiendo nada.

—Ocurre lo siguiente. Usted va a salir por esa puerta y no regresará nunca más, Sir McAlister.

—¿En verdad tienes la osadía de pedir eso, muchacha?

—Claro que sí, y no sería la primera vez. Una vez más nos encontramos, y vuelvo a hacerle la misma petición. Si usted no quiere que ocurra otra desgracia, que su verdad oculta salga a la luz manchando su honra y futuro prometedor, le pido «encarecidamente» que se vaya de Netherfield y no regrese... jamás.

Sus labios se fruncen en una línea fina y sus ojos grises me taladran nuevamente con el mismo odio. No es algo que me sorprenda, aquella vez me dejé amedrentar, pero no cometo ese error dos veces.

—Estás muy equivocada, muchacha.

—El que está equivocado es usted. Sabe perfectamente que tengo las influencias suficientes para llegar a cualquier lugar —una amenaza fuerte, pero solo yo sé que es completamente vacía—. No haga perder mi paciencia, MacAlister. Sabe que mi familia es de sangre caliente y nos dejamos llevar por los impulsos.

—Lo vas a pagar bien caro, muchacha.

—Lo pagué bien caro esa noche y espero que usted haya aprendido también la lección. Más le vale no decir que me ha visto o aténgase a las consecuencias. Ahora, si es tan amable, le acompaño a la puerta —muestro una enorme sonrisa falsificada y escucho su gruñido por lo bajo.

Al llegar a la puerta principal, el regente sube a su enorme caballo blanco, y en la lejanía veo a un jinete que viene con paso veloz: el Duque.

—Espero que nos volvamos a ver, Sir MacAlister.

—Espero tener esa fortuna, pero en el infierno —añade con dientes apretados antes de dar la vuelta e irse junto a sus hombres.

El Duque y él se saludan con un asentimiento de cabeza. Intercambian algunas palabras y cada uno va por su lado.

—¿Todo bien? —pregunta Edward al llegar a mi lado.

—De maravilla —contesto con sinceridad.

Esta vez me salió bien el juego, pero no creo que exista otra oportunidad.

—¿El regente...? —dejó las palabras en el aire.

—Solo vino a saludar —contesto y frunce el ceño.

—Jane —interviene Gregory, señalando un apósito en su cuello—, todo está listo. Su Excelencia —hace una pequeña inclinación con la cabeza.

—¿Qué le pasó, Willlmort?

—Abejas —contestamos al unísono.

—Sir Willmort, quisiera enseñarle las nuevas rosas sembradas por la duquesa Lexie —el rostro del Duque se desencajó al escuchar mi petición y una sonrisa aparece en los labios del capitán.

—Sería un placer —contesta él y me brinda su brazo—. Su Excelencia.

Ambos nos retiramos con paso lento.

—¿Cómo hiciste para ahuyentar al Regente?

—¿Alguna vez ha escuchado sobre las influencias femeninas?

—¿Será solo eso o hay algo relacionado con usted, Jena? —detengo mis pasos y me alejo de su agarre como si quemara.

—¿Cómo me llamó?

—Así que es cierto —una sonrisa ladina aparece en sus labios—. Cuando la vi por primera vez, creí que mis ojos me estaban jugando una mala pasada.

Trago en seco y el miedo hace que mis manos tiemblen, pero él continua.

—¿Cuánto tiempo va a estar huyendo, Lady Jena? O prefiere que le diga...

—No se le ocurra —le amenazo con el dedo—. ¿Qué quiere a cambio por su silencio?

—Libertad —resoplo por lo bajo.

—Usted ya es libre, capitán. Puede ir a dónde desee.

—No, querida Jane. No del todo.




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