Capítulo 26 «Cortejo imprevisto»
Edward
Si las miradas mataran, Gregory Willlmort estaría tres metros bajo tierra, no por la mirada trazadora de Jane, porque estoy completamente seguro que a mis espaldas ella está haciendo muñecos vudú para repeler al capitán, sino la mía. «¿Está hablando en serio?», pienso confundido. «¿No se suponía que en la fiesta de anoche ella le dijo que no? Hombre que se respete, se larga a la primera señal de negativa». Lo peor del caso es que algo se está formando dentro de mí. Un sentimiento desconocido que no me gusta para nada.
—Mejor hablemos de esto en casa, más cómodos —añado yo y me levanto de la manta en el suelo.
Unos minutos después, estamos de regreso a casa sumidos en el silencio. Al llegar, Arthur toma a Lexie y la sube a su habitación ya que aún está dormida.
—Capitán Willmort, hablaremos con más comodidad en mi despacho —añado y le muestro el camino por las escaleras. Una vez acomodados en mi lugar de confort, nos sentamos en el sofá de cuero uno frente al otro.
—Perdone mi rapidez, su Excelencia, pero no podía dejar pasar este asunto —explica él mirándome fijamente con el mentón alto y hombros relajados.
—¿Por qué cortejar a una institutriz? —pregunto tajante intentando aparentar imparcialidad.
—Jane no es cualquier mujer, su Excelencia. A estas alturas usted debe tenerlo muy claro.
—Por favor, Willmort, no haga perder mi tiempo —increpo con voz grave y en tono amenazante.
—Jane es una mujer asombrosa. Institutriz o no, tenga dote o no, es mi deseo cortejarla como la dama que es.
«Él no acaba de decirme que la trato como una cualquiera, ¿verdad? Nah, él no dijo eso», pienso por lo bajo.
—Sé que es algo repentino porque las pocas veces que la joven y yo nos hemos encontrado, ha sido algo... —dejó las palabras en el aire y enarco una ceja—. Ha sido algo vergonzoso para mí como hombre y capitán de mi escuadrón. Pero le juro, su Excelencia, que eso ya es historia. Soy un hombre completamente renovado con otros ideales.
«No golpeo mi frente para no parecer insolente. ¿Quién le dijo a este hombre que puede llegar a cortejar a mi institutriz?», pienso confundido. «¿En qué momento Jane pasó a ser de mi propiedad?», resoplo por ese estúpido pensamiento. «Me estoy volviendo loco. La institutriz está acabando con mi existencia».
—¿Tiene algo en contra de mi petición, su Excelencia?
—¿Qué dice su padre?
—Él quedó encantado con ella en el baile de anoche.
«¿Es en serio? Ni siquiera Kurt Willmort tiene cerebro», pienso estupefacto mientras parpadeo.
—Si usted no tiene ningún problema, quisiera comenzar hoy.
—¿Ya? —digo perplejo.
Mi voz salió como un chillido y la boca de Gregory se curvó en una sonrisa amplia.
—Claro. No tengo tiempo que perder.
—¿Qué pasa con sus superiores?
—Su Excelencia, por su loca institutriz, soy capaz de dejar hasta mi puesto en la guardia —contesta con honestidad y se levanta de su lugar estirando la chaqueta.
—¿Por qué lo haría?
—Ella lo vale —con esas palabras, se retira de mi despacho dejándome perplejo, asombrado y... con los celos corriendo por mis venas.
Llegó la tarde, pero yo sigo en mi oficina ajeno nuevamente al exterior. Unos suaves toques en la puerta me traen nuevamente a la realidad.
—Adelante —contesto sin mirar.
—¿Papá? —giro mi cabeza rápidamente hacia la puerta y mis ojos se posan en mi pequeña.
—¿Todo bien? —pregunto y ella niega desde la puerta— Ven aquí —me acerco nuevamente al sofá y doy dos palmadas a mi lado donde ella se sienta— ¿Qué ocurre?
—¿Jane en verdad se va? —dice ella sin mirarme y elevo su mentón.
—¿Por qué dices eso?
—Escuché a Chloe comentando que Gregory está cortejándola, y que, si se casan, ella tendrá que irse. Yo no quiero que se vaya —dice la última frase con un puchero.
—Puedes ir a visitarla cuando lo desees —intento tranquilizarla, pero algo en mí me dice que tampoco quiero dejarla ir.
—Ella prometió que siempre estaría conmigo y nunca me dejaría sola.
—Y lo hará, ella se quedará aquí —pongo mi mano en su corazón—. Ella siempre va a estar ahí, así como mamá.
—¿Puedo contarte algo?
—Claro que sí, mi niña —da un largo suspiro y acaricio su mejilla.
—Esa noche me escapé de casa porque no quiero que te cases con Lady Rose —frunzo el ceño confundido por semejante confesión.
—¿No quieres a Lady Rose? Pero si ustedes han estados muy unidas en estas últimas semanas —ella resopló y miró hacia mi mesa—. Lexie, por favor, habla conmigo, mi niña.
Sus ojitos azules me miran nuevamente, pero ahora están cristalizados por las lágrimas.
—Ella es mala, en verdad no me quiere.
—¿Por qué...?
—No dejes que Jane se vaya —me interrumpe con voz quebrada—. Por favor, papá.
—Si ella se quiere ir, no puedo evitarlo —contesto por lo bajo con el pecho presionado.
Lexie se levantó y salió de allí corriendo con las lágrimas corriendo por sus mejillas. Derrotado, dejo escapar un suspiro y me acerco nuevamente a la ventana. La puerta golpea con fuerza la pared a mis espaldas.
—¿Me puede explicar que hizo ahora? —protesta una voz impertinente.
—Es mi hija, Jane.
—¿Me lo dice en serio? —me giro hacia ella y noto la frialdad en sus ojos grises— ¿Qué hizo para que ella llorara?
—Le dije la verdad.
—No me diga —la ironía en su voz comienza a gastar mi paciencia—. Finalmente reconoce que es una persona fría y sin sentimientos.
—No, Jane —digo intentando controlar mis impulsos—. Le dije que en algún momento te irías y yo no podría hacer nada para impedirlo.
Una sonrisa amarga aparece en sus labios, y mi pecho fue apuñalado por miles de agujas al mismo tiempo al escuchar mis propias palabras.
—Su Excelencia, a veces no hacemos las cosas que amamos no por falta de tiempo, sino porque la motivación se esfumó, la valentía se perdió o por el miedo al fracaso. Déjeme decirle una cosa. Usted es un Duque, así que puede impedir lo que le dé la gana. Solo tiene que hablar y será hecho.
—Jane, hay cosas que deseo hacer y no se puede. Hay cosas que deseo hablar y no puedo.
—Cuando se quiere, se puede, Su Excelencia.
—No siempre que se quiere, se puede. Yo deseo con el alma que mi esposa regrese a mi lado —un atisbo de tristeza recorre los ojos grises de Jane volviéndolos cálidos.
—Y, aun así, por amor a su hija contrató a una desconocida por el hecho de hacerla feliz. Usted me pidió ayuda para relacionarse con Lexie y así lo hice. No haga que mi esfuerzo sea en vano, Edward —frunzo el ceño al escucharla decir mi nombre por primera vez—. Los convencionalismos de la sociedad londinense están acabando con el alma de las personas, no deje que la suya muera junto a ellos.
La institutriz se retiró de allí dejándome mucho peor que como estoy. Mi cabeza retumba frustrada y mi cabello se despeina cada que paso mi mano con desespero.
—Te llegó esta misiva de la ciudad —interviene Thiago— ¿Todo bien, Ed?
—Solo preocupaciones —abro la pequeña carta y resoplo—. Cola Roja de nuevo.
—¿Otra vez? Se están moviendo muy al sur.
—Me preocupa que la lejanía de Luis les beneficie. ¿Nada de él? —negó con la cabeza— Prepara un carruaje para mañana y varias cartas a los condes y marqueses. Hay que hacer una reunión bien larga.
—¿Para la capital?
—Es lo más probable.
—Comprendo —al llegar a la puerta, se detiene— Edward, ¿en verdad estás de acuerdo con Gregory? —pongo los ojos en blanco— Olvídalo.
Después de estar reunido durante casi 4 horas con aquellos monarcas en el consejo, mi cabeza retumba de la frustración y lo único que deseo es resolver esta situación. La reunión fue dada por terminada y la situación caótica sigue igual. Cuando creo que no pueden existir más problemas, la cara de Thiago al verme salir de aquel edificio indica que no trae buenas noticias.
—¿Y ahora qué? —pregunto con tono de cansancio al llegar a mi carruaje.
—El regente está en Netherfield.
«Jane», pienso asustado ytomo el caballo de Thiago en dirección a la casa. El encuentro entre esos dosno será nada grato. ¿Lo peor de todo? Jane no estaba de buenas esta mañanacuando salí de ahí.
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