Capítulo 25 «De paseo»
Jane
—Buenos días —susurro en los oídos de Lexie y la pequeña abre sus ojos con lentitud. Sus dos esferas azules me miran aún con sueño, pero no evitó que una sonrisa apareciera en sus labios.
—Buenos días, Jane —murmura adormilada y sus brazos me rodean.
—Te propongo algo —se separa de mí y pasa sus manitos por su delicado rostro–, el día es precioso para pasear en el jardín. ¿Te apetece desayunar conmigo?
Sus labios se curvaron en una bella sonrisa.
—Perfecto. Vamos a prepararte.
Unos minutos después, Lexie y yo bajamos los escalones en dirección a la cocina.
—Buenos días —dice el Duque luego de besar a su hija en la cabeza— ¿Dónde van tan temprano?
—A Lexie le apeteció desayunar en el jardín —contesto mientras acaricio la cabeza de la pequeña. Los ojos negros del Duque me miran con curiosidad—. ¿Desea unirse? Hay suficiente espacio para los cinco.
—¿Cinco? –preguntan ambos al unísono y yo sonrío de soslayo.
—Quería cabalgar un rato con Zafiro y Luna, si usted lo permite, su Excelencia —los labios del Duque se fruncen en una línea fina y yo aprieto los míos para no dejar escapar la carcajada.
—Jane, querida, aquí tienes todo listo —interviene Chloe con una enorme cesta de frutas, dulces y una manta azul cielo—. Arthur y James te esperan en las caballerizas. Edward, querido, buenos días. Me alegro que hayas decido acompañarlas.
El Duque quiso hablar, pero el constante parloteo de la cocinera no lo dejó
—Sabes que no me gustan que unas jovencitas indefensas estén solas por ahí.
—¿Jane indefensa? —increpa el Duque por lo bajo y frunzo el ceño hacia él.
—Toma, querida —Chloe me entrega la canasta—. Voy por Arthur para decirle que ensille a Diamante —el Duque quiso decir algo nuevamente, pero Chloe le dio la espalda—. Disfruten la mañana.
La cocinera desapareció por el pasillo dejando a un Duque confundido, a Lexie con el rostro desencajado y a mí con la palabra en la boca.
—Esto... mejor me cambio de ropa —habla él finalmente y sube las escaleras.
—¿Entendiste algo de lo que pasó? —pregunta Lexie confundida.
—Cariño, con el tiempo me di cuenta que en esta casa todos están locos —reímos a carcajadas hasta llegar a las caballerizas.
—Buenos días —habla Thiago y besa mi mejilla—. Princesita, me alegra que decidieras salir de esa horrible casa —Lexie sonríe y Thiago también—. Ve con Arthur, te está esperando con Luna.
La pequeña asiente y se retira. Thiago quita de mis manos la enorme canasta y suspira por lo bajo.
—¿Qué ocurre? Como me digas que no pasa nada, tú y yo vamos a tener una larga conversación —sus ojos color café me miran preocupados y eso me alarmó—. Thiago, habla de una vez.
Dejó la canasta en el suelo y se recuesta a una columna de madera con los brazos cruzados en el pecho.
—Se trata de Elizabeth. Anoche escuché una conversación de William y John. Cierto conde la está pretendiendo.
—¿Y eso que tiene? Es una chica joven, bonita, inteligente y con un sentido del humor inmenso.
—Es que...
—Lo que pasa es que cierto conde se te adelantó —boqueó como pescado fuera del agua—. No puedes engañarme, tus ojos no mienten y los de ella tampoco. ¿Por qué no hablaste con John?
—No soy nadie, Jane.
—Thiago, te voy a ser sincera. John te aprecia mucho, y estoy completamente segura que te daría la mano de su hija con los ojos vendados. Aun no comprendo cómo eres tan rápido para dar mensajes y tan lento en el amor.
—Jane...
—No, Thiago. Pueden cortejarla miles, pero ella es la que decide. ¿Hablaste con ella?
—Ella lo intentó —lo dijo en un susurro casi ininteligible y golpeo mi frente.
—¿Qué pasa con ustedes los hombres cuando se cierran de mente? Ahora mismo, vas a tomar el caballo más rápido que puedas, y vas directamente con John Warner.
—Pero...
—Pero nada, Thiago. Lucha por lo que quieres, para que en un futuro no te arrepientas.
—¿Por qué lo...?
—Estamos listos —interviene James.
—El Duque se unirá a nosotros —añado—. ¿Puedes preparar a Diamante?
—Claro.
—¿Cómo sigue tu esposa? —pregunto.
—Está mucho mejor. Amelia y Chloe nunca la dejan sola —contestó James y una sonrisa apareció en sus labios, así como el brillo de sus ojos.
—Me alegro mucho —por el rabillo del ojo, noto que Thiago me mira con el ceño fruncido.
Su pregunta fue cortada y él no tiene pensado dejar el asunto ahí. Minutos después, el Duque, Lexie y yo, salimos a cabalgar con paso lento. Padre e hija van delante de mí sonriendo mucho y yo solo puedo admirar la preciosa pintura delante de mí. Mi tiempo se está agotando, pero al menos cumplí mi promesa.
Nos detuvimos en un claro rodeado de árboles frondosos y altos. El Duque carga sobre sus hombros a su pequeña y se alejan un poco del lugar donde preparo el desayuno. Chloe se esmeró con las frutas y los dátiles. Estoy tan abstraída de mi función que ni siquiera noto cuando ella se acerca hasta que una pequeña flor blanca aparece frente a mí.
—Es preciosa, muchas gracias, Lexie.
La pequeña me entrega la flor y corre hacia su padre nuevamente, este la carga en volantas dándole varias vueltas en el aire con el impulso. La sonrisa de ambos se mezcla con el suave viento que recorre el claro y despeina mi cabello. La añoranza me embarga al recordar a mis padres y mi gente. En momentos como este, desearía no pensar en mi loco impulso por salir de aquel desastre que se había formado por un pequeño error.
Después de desayunar, Lexie recuesta su cabeza en mis piernas y saco un libro de la enorme cesta de picnic. EL Duque se gira hacia nosotras apoyado en su codo derecho.
—¿Alguna vez has deseado la libertad? —leo yo mientras acaricio el cabello de Lexie— Mi libertad radica en mi felicidad, y mi felicidad es estar a tu lado todos los días de mi vida.
Esas palabras se me clavaron en la cabeza y dejo el libro a mi lado. Lexie se había quedado dormida y suspiro por lo bajo.
—Es algo curioso, ¿sabe?
—¿A qué se refiere? —pregunto con curiosidad.
El Duque se levanta y se acomoda a mi lado.
—La libertad a la que se refiere el autor en ese libro.
—¿Nunca ha sido libre? —pregunto confundida sin saber el rumbo de esta conversación.
—Muchos califican la libertad cuando hacen lo que desea y lo que más aman.
—En eso se basa ser libre —añado mirando la lejanía—. Serlo no implica soltarse o dejarse llevar, sino disfrutar dentro de la celda.
—Yo pensaba que ser libre era salir a recorrer el mundo.
—Yo digo que no. La libertad puede ser un lugar, un objeto, un arte...
—... una persona —concluyó él y fijo mis ojos en los suyos.
—Mientras se disfrute lo que se hace con quien se desea, siempre será libertad. No hay necesidad de salir de casa cuando, dentro de esas cuatro paredes, encuentras todo lo que necesitas.
Sus ojos negros me estudian con detenimiento.
No voy a mentir. En estos momentos estoy profundamente hipnotizada por la mirada penetrante del Duque. Hay algo en él que me causa curiosidad. Ese algo, es lo que tiene de cabeza y con la mente confundida. Nuestra conexión fue rota por una voz conocida.
—Buenos días, su Excelencia.
—¿Willmort? –pregunta el Duque girándose hacia el capitán.
Aprovecho que está de espaldas a mí y pongo los ojos en blanco.
—Sé que debería haber enviado una misiva, pero el asunto que quiero tratar con usted es muy urgente para mí.
—Capitán Willmort —intervengo—, ¿no podía dejar ese asunto para después? El Duque necesita descansar y quiere pasar tiempo con su hija.
—Comprendo. Perdone mi impertinencia, Su Excelencia, pero es algo que le incluye a usted —añade él y gruño por lo bajo—, y a su institutriz.
—Elevo mis ojos hacia él y lo amenazo con la mirada más mortífera que puedo —su Excelencia, quiero pedirle permiso para cortejar a su institutriz.
«Me lleva la que me trajo», protesto en mi fuero interno.
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