Capítulo 22 «La fiesta»
Edward
Nunca pensé que una persona pudiera decirme tantas cosas malas y las hiciera ver como algo bueno. Jane salió del salón como si la casa se estuviera quemando y yo, solo pude quedarme parado como un tonto en medio de la estancia con sus palabras sonando en mis oídos.
Esta chica de ojos grises es tan contradictoria que me confunde. Las mujeres son más complicadas que mis encuentros con el regente, y eso ya es decir demasiado.
¿Cuándo cambié tanto? ¿Cómo dejé que la amargura me comiera tanto por dentro? ¿Qué he hecho todo este tiempo? Si alguien no me lo dice, nunca me entero. ¿Lo peor de todo? Lo tenía en mis narices, todo el mundo me lo decía, pero era como si tuviera una venda en mis ojos.
—¿Edward? —la voz de Thiago llegas desde la puerta interrumpiendo mis vagas ideas— ¿Puedo entrar?
Asiento sin dejar de mirar la pintura, pero mis pensamientos se fueron con la institutriz.
—Es hermoso, ¿verdad?
—No me puedo quejar.
—Llegó una carta de Luis —le miro rápidamente y me tenso—, no tengo buenas noticias.
—¿Qué le pasó al príncipe?
—Milagrosamente el príncipe está bien.
—¿Entonces?
—Cuando lo encontraron... escapó.
—¿Qué estás diciendo, Thiago?
—No fue un secuestro como se pensó. Alguien lo ayudó a escapar.
—¿Pero qué...?
—Luis tampoco comprende nada. Han logrado controlar esta situación, pero una vez que se sepa la verdad, esto puede salpicar a todo el parlamento, y traerá consigo...
—... una revuelta en todo el país —caigo con peso en el mullido asiento y dejo caer mi cabeza en mis manos—. Esto es malo, Thiago. ¿Dónde fue avistado por última vez?
Al no tener respuesta, levanto la cabeza y veo como traga en seco— Thiago...
—Cerca de Francia —contestó y cierro los ojos con fuerza.
—Edward, querido —se escucha la voz cantarina de Lady Victoria en el pasillo.
—Ay, no —dijo Thiago con voz dolida.
—Aquí estás —se escucha el repiqueteo de los zapatos y el frufrú del vestido de la condesa a mis espaldas—. ¡Oh, qué bello retrato, querido! No sabía que habías contratado a un pintor para hacerlo.
—Lady Victoria —digo levantándome intentando aparentar normalidad—, un placer tenerla por aquí —me acerco y beso el dorso de su mano enguantada.
—Sabes que me gusta verte cuando pueda. Vine por la pequeña cumpleañera. ¿Dónde está? Lady Rose espera en el carruaje. Quiere llevarla a pasear un rato.
—Fue a cabalgar con Jane —contesta Thiago y las cejas de la condesa se elevan rápidamente hacia arriba.
—¡Edward! ¿Cómo dejaste que eso pasara? —fui a hablar, pero ella elevó su mano— No vayas a decir nada. Tú, jovencito, ve por la señorita Bennett. Tengo algo que conversar con Edward.
Thiago me miró y yo asentí. Mi amigo se retiró y cerró las puertas de la sala de estar.
—Alexandra cumplió ocho años. Sabes lo que eso significa, ¿verdad?
—Condesa, en estos momentos tengo asuntos más importantes que resolver como para encargarme de...
—Lo prometiste, Edward. Dijiste que lo harías.
—Lo sé, pero en estos momentos mi cabeza está llena de preocupaciones. Hoy solo quiero disfrutar del cumpleaños de mi hija.
—No seas ridículo, por Dios. Tú hija...
–Lexie ya me dijo papá —le interrumpí y ella cubrió su boca por el asombro—. Después de tanto tiempo, finalmente me habló, me abrazó y me sonrió. Déjeme disfrutar de esta alegría solo por hoy.
Sus ojos me miran fijamente y suspiró derrotada.
—Tienes un mes, querido. Solo un mes. Ni más, ni menos —añadió y asentí apesadumbrado.
—En un mes.
—Eso espero —unos toques en la puerta interrumpieron nuestra plática.
—Adelante –Lady Rose se adentra a la estancia con Amelia detrás.
—¿Ya llegó Jane? —Amelia asintió a mi pregunta—. Dile que cambie a Lexie, la pequeña Duquesa va a dar un paseo con la señorita Bennett.
Amelia fue a decir algo, pero mi mirada fue suficiente.
—Muchas gracias —hizo ademán con la cabeza y salió de allí.
Lexie salió de casa con la condesa y Rose con una sonrisa en los labios, pero sus ojos azules no le brillan como siempre. Jane saluda con la mano hasta que el carruaje se pierde en la lejanía.
—¿Qué es más fuerte para usted? —pregunta la institutriz de repente
—¿Disculpa?
—Duque, ¿qué es más fuerte para usted? ¿La responsabilidad o el amor? ¿Su posición o su corazón? —sus preguntas me tomaron desprevenidos— No me responda a mí.
Giró su rostro y noto en sus ojos grises rasgos de tristeza. Se retira y la detengo con mis palabras:
—La responsabilidad y mi posición como jerarca son esenciales —ella se detiene y deja caer sus hombros.
—¿Está hablando su corazón o su cabeza? —fui a responder, pero ella siguió de largo dejándome con la respuesta que no pudo escuchar y que guardé para mí.
Pasé toda la tarde en mi oficina hasta que llegó Lexie en el carruaje de la condesa con mejor semblante. Al caer la noche, la casa se llenó de luces, personal, comida e invitados. La condesa había esparcido invitaciones sin mi consentimiento, y cuando vi a las personas encargadas del catering en la puerta de mi casa, tuve que hacerlos pasar.
El reloj dio las nueve de la noche y mi casa está llena de personas bailando y riendo por todos lados. Lexie sonríe a todos, y cuando vio llegar a Jonás Warner, su sonrisa se ensanchó mucho más.
—Buenas noches, su Excelencia —dice Elizabeth y hace una pequeña reverencia.
—Me alegro que se unan a nosotros esta noche —digo con cortesía y relajo mis hombros cuando veo como William y John Warner atraviesan las puertas de mi casa.
—Magnífica fiesta —comenta John y nos saludamos con un apretón de manos—. Veo que la pequeña duquesa está feliz.
Sus ojos se cristalizaron al ver como su hijo menor sonríe junto a mi pequeña.
—Me sorprendió recibir tu invitación —aguanto la respiración y él dejó escapar una sonora carcajada—. Comprendo.
—Discúlpeme, Excelencia —interviene Elizabeth—, ¿dónde está Jane? —William y John fruncen el ceño al notar que la institutriz no está en la fiesta.
—Se sentía mal, así que no puede asistir —contesta Thiago y dejo escapar el aire que contenía.
—Es una lástima —opina William—, esta noche hubiese sido muy divertida.
—Will —le reprende su hermana.
—¿Qué? Todo el mundo lo sabe —los ojos de Thiago se abren bien grande y Elizabeth frunce los labios para no reprender a su hermano en público.
—Queridos —interviene la condesa—, no se queden aquí. Oh, John. Es una alegría verte nuevamente —la condesa se llevó a los varones de la familia Warner.
—Si no es molestia, quisiera ir a ver a Jane —secunda Elizabeth y se retira después de hacer un ademán con la cabeza hacia mí.
—Thiago...
—Creo que Chloe me necesita —intenta escabullirse, pero lo agarro del brazo.
—No te atrevas a...
—Su Excelencia —interviene Lady Rose y una sonrisa se dibuja en los labios de mi amigo–, es un honor estar con ustedes esta noche.
Con disimulo, Thiago se zafa de mi agarre y gruño por lo bajo.
—Lady Rose, ¿me concedería un baile? —ella sonrió ampliamente a mi petición y asintió luego de hacer una reverencia.
—Sería un honor.
Le brindo mi brazo y nos adentramos en la multitud reunida en la sala de estar, convertida en un salón de baile. Todos admiran el fantástico cuadro que Jane hizo para nosotros y con orgullo les explico que fue un regalo para Lexie.
Converso con algunos y sonrío con otros, pero no alejo los ojos de mi pequeña. Sus bracitos me rodean la cintura y paso mi mano por su cabeza. Me alejo con ella de los invitados y me agacho hasta su altura. Miro sus ojos azules con detenimiento y acaricio su rostro.
—¿Todo está bien? —negó con la cabeza y bajó su cabeza— ¿No estás feliz?
—Solo un poco —respondió con voz trémula—. Extraño a Jane.
—Pequeña, se sentía un poco mal. Sabes que ella estuviera aquí contigo si pudiera —me levanto sobre los pies y me abraza nuevamente por la cintura—. Si quieres, en un rato podemos...
Se alejó de mí abruptamente corriendo entre la multitud. Frunzo el ceño al ver hacia dónde se dirige mi pequeña de cabellos rubios. «¿Qué rayos hace Gregory aquí? Mejor cambio la pregunta. ¿Por qué Jane está de su brazo con él?», pienso mientras mis ojos chocan con dos iris grises.
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