Capítulo 21 «Confesión»
Jane
Muchos sentimientos pasaron por los ojos del público expectante, pero la cara de asombro de Lexie y el Duque se llevó el trofeo mayor. La pequeña, al ver la pintura, se llevó las manos a la boca. Sus ojitos azules viajan entre yo y la pintura que tiene delante. Los ojos negros del duque me miran fijamente. Nadie dice nada, y eso me pone los nervios de punta... más de lo que están.
—¿Y bien? —pregunto con un poco de temor— ¿Lexie? ¿Crees que mi regalo entra en la categoría de bonito? —se acercó lentamente a mí y posó sus manos en el borde dorado de la pintura.
—Pero dijiste que...
—Ya lo sé —le interrumpí—, pero cambié de idea.
Sonrió y sus ojos azules se cristalizaron.
—No llores, por favor —recuesto el cuadro a la pared y me agacho hasta su altura. Una lágrima corrió por sus mejillas—. Corazón mío, no llores.
Tomo su rostro entre mis manos y con mi dedo pulgar seco el recorrido de la lágrima. —¿No te gustó?
—Es precioso —con esas dos palabras, todo el peso que tenía sobre mis hombros se esfumó.
Sonreí y la abrazo con suavidad. Ya sé lo que sintió el duque esta mañana en las caballerizas.
—¿Dónde quieres que lo colguemos? —pregunto al separarme.
Ella miró al Duque y se acercó a él.
—Papá —dijo con voz dulce y todos los presentes la miraron maravillados. Los ojos del aludido se cristalizaron nuevamente—, ¿me ayudas a colgarla en esa pared?
Señaló hacia la que está a mis espaldas.
—Claro, cariño —respondió el Duque y me miró sonriendo–. Lo colocamos donde desees.
Media hora después, estoy en la sala de estar mirando la pintura. Fue algo sencillo. Recordé un viejo arco color granate que vi en uno de mis viajes y lo pinté. Las seis columnas que sostienen la enorme cúpula están cubiertas de rosas blancas, rojas, naranjas y rosadas mezcladas entre ellas. Imaginé el jardín del Duque a las espaldas y las flores rojas, blancas y negras comenzaron a cobrar vida en el lienzo, dándoles diferentes toques de verde en los arbustos para resaltar los brillantes colores. El cielo azul se desliza hasta le horizonte ocultándose detrás de las montañas. Las nubes blancas y suaves, puedes palpar su suavidad con solo verlas plasmadas en el lienzo.
Lexie, estaba preciosa. El vestido lo puse de color rojo vino, con pequeñas flores blancas para que combinara con el jardín del fondo. Sus rizos rubios están iluminados por algunos rayos de sol, y unas zapatillas de cintas rojas adornan sus delicados pies.
Su sonrisa fue fácil de hacer. Esa niña a mi lado solo puede sonreír, y el azul de sus pequeños ojos se acentúa cada vez que sus labios se curvan en una tímida sonrisa.
Cuando llegó la hora del pintar al Duque, fue donde más trabajo y ahínco puse. Recordé la vestimenta de la primera fiesta en casa de la hurraca de la condesa Victoria, y con esa imagen en mente, le pinté. Sus brazos torneados, y su ropa pegada al cuerpo como una segunda piel le daba un aire de responsabilidad y fuerzas. Él tiene a Lexie cargada en sus brazos, y la cabeza de la pequeña está recostada al hombro derecho del Duque.
Me concentro en los rasgos de Edward Kellington. Su nariz pequeña, labios finos, mentón no muy pronunciado, patillas anchas y pómulos salientes. Pero sus ojos... Dios. Esos ojos me desconciertan. A veces siento como si me abrazara con su oscuridad y pudiera ver en mi interior. Sus labios están curvados en una sonrisa. Fue lo más difícil de hacer, ese hombre a penas sonríe. Pero la sonrisa que plasmé en el lienzo es... cálida, reconfortante. Esa sonrisa que es casi inexistente. Sinceramente, aún no sé cómo lo logré.
—Muchas gracias, Jane —dijo una voz a mis espaldas. Me levanto instantáneamente de mi asiento.
—Su Excelencia.
—Dejémonos de formalismos —dijo relajado—. Puedes llamarme Edward. En esta casa, si me llaman un día más Duque, es posible que dejen a Lexie sin padre.
Soltó una carcajada sincera y sentí como mis cejas se elevaban. El Duque... está sonriendo.
—Pues... de nada... Edward. Pero, solo por curiosidad. ¿Gracias por qué?
—Por todo. Por ayudarnos a todos. Por traer alegría a esta casa. Por hacerme entender que hay algo más allá que estas cuatro paredes. Por hacerme ver que no todo es blanco o negro, sino que hay colores intermedios. Gracias a ti, Lexie me dijo papá dos veces en un día —escucho aquello con detenimiento y no sé cómo reaccionar—. No sabes lo eternamente agradecido que estoy por todo —se colocó a mi lado y comenzó a mirar la pintura–. Con este retrato entendí muchas cosas.
—¿Qué cosas? —pregunto y fijo mis ojos en el lienzo nuevamente.
—Nunca nadie había hecho eso por mi o por mi hija. Pintar un cuadro cuando apenas nos conoces. Eso dice mucho de ti —frunzo el ceño—. Significa que eres atenta a los detalles. Como, por ejemplo, la sonrisa de mi niña y la mía —sonrió por lo bajo—. Te lo digo porque pocas veces sonrío.
—Su Excelencia...
—Jane, no sé en qué momento captaste ese detalle. Jamás en mi vida he cargado de esa forma a Lexie, y tú la haces ver de forma natural, como si hubiéramos posado exactamente para eso. Los colores rojo y blanco matizan las diferentes texturas, además que Lexie no tiene ningún vestido como ese. La hiciste ver como es. Un ángel.
—Tiene razón —añado y sonrío orgullosa—, pero usted también lo es.
—¿Disculpa? —preguntó y sentí como me miró al decir esa frase.
Contestó sin mirarme:
—Puede decir lo que quiera, pero debajo de esa fachada de hombre fuerte, altivo y odioso —dejó escapar una sonrisa—, se encuentra una persona cálida que daría su vida por los demás. Ama a sus sirvientes como si fueran sus amigos a pesar que fueron criados desde pequeños. Le dio trabajo a James y a su esposa casi de parto, cuando no tenían a dónde ir. Me acogió sin conocerme, solo por hacer feliz a una pequeña de siete años. Eso... dice mucho de usted.
—Es mi trabajo —añade.
—No lo creo. A pesar de ser una persona hosca y pesada de vez en cuando, detalles como esos demuestran el buen corazón que tiene bajo esa coraza de hierro y cemento forjado a su alrededor. Sin importar el horrible carácter que tiene, es un buen hombre. ¿Lo peor de todo? Usted lo intenta disimular, pero a su alrededor todos notan su vacilación —casi me quedo sin aliento al decir ese discurso–. Me retiro. Voy a ver si Lexie necesita ayuda.
—Eh... claro —dijo muy bajito como si estuviera confundido.
Me retiro de la estancia con el corazón en la boca y con piernas temblorosas. No tengo ni idea de por qué dije eso, pero es lo que siento y he visto. Nadie puede hacerme un cuento. El Duque es bueno por más hosco y cerrado de mente que sea. ¿Cuál es el problema? No deja que se acerquen, no a su cuerpo, sino a su corazón. Y es una lástima. Tiene mucho amor para dar, y él no lo sabe.
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