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Capítulo 2 «Hermoso y oscuro»

Jane

Los rayos del sol comienzan a molestarme en el rostro. Estoy tan cómoda en esta cama de plumas que no quiero despertar. «¡Dios mío, qué gusto! Desde hace tiempo no dormía tan plácidamente», pienso mientras me arropo con la suave sábana. «¿Sábana? Un momento», abro mis ojos con rapidez y observo mi entorno.

Me siento en el borde de la cama y frunzo el ceño. «¿Dónde rayos estoy? ¿Cómo llegué a este lugar?», me pregunto y miro mis ropas. En definitiva, no es mía. El camisón es de una tela muy fina y suave. «¿Esto es seda? Había olvidado como se sentía esa sensación de comodidad». La puerta se abre y me escondo rápidamente detrás del armario de caoba a mi derecha.

—No tienes que temer —dice una suave voz—. Puedes salir.

Asomo mi cabeza con temor y una joven no mucho mayor que yo me sonríe.

—Hola.

—Hola —contesto con un poco de miedo.

—Aquí está tu ropa —en sus manos trae mi vestido desaliñado color crema—. Llegaste empapada anoche y te desmayaste.

«Cierto. Había encontrado una niña en el camino y me ofrecí a llevarla a su casa», me digo a mí misma.

—Mi nombre es Amelia —coloca la ropa encima de la cama—. El Duque está muy agradecido con usted por traer a su hija devuelta.

«¡¿Un Duque?! ¿Salvé a la hija de un Duque?», pienso asombrada mientras parpadeo sin aún creérmelo.

—En agradecimiento, el señor desea que se presente para almorzar.

—¿Almorzar? —pregunto casi chillando y carraspeo, añadiendo con más calma—. Perdón, ¿qué hora es?

—Pasada la una de la tarde —respondió Amelia sonriente.

—¡Dios!, pero, ¿cuánto he dormido? —me acerco un poco más relajada hacia la joven.

—No te preocupes. Yo pensaba dejar la ropa y una nota para cuando te despertaras. Anoche te desmayaste al llegar, por eso pensamos que lo mejor era que descansaras.

—¿Me desmayé? —caí en la suave cama con peso—. ¡Qué vergüenza! Buen golpe debo haberme dado porque no recuerdo nada de eso.

—Claro que te golpeaste... pero con el pecho del Duque —la miro estupefacta y trago en seco—. ¿Te estás... sonrojando? —pregunta y comienza a reírse a carcajadas. El calor inundó mi rostro al instante.

«¿Esto podría empeorar?», pienso avergonzada.

—Dios mío, hace rato que no me reía así —cuando logró calmarse, se disculpó—. El Duque te espera en media hora.

Hace una pequeña reverencia con la cabeza y camina hacia la puerta.

—Muchas gracias, Amelia —añado cuando ella está cerca de la puerta. Asintió dándome la espalda y se retiró.

Una vez que logré controlar los pelos de loca que tengo y ponerme mi desgastado vestido, bajo las escaleras. Este lugar es inmenso por dentro. Me imagino como debe de ser en el exterior. El olor de la comida hizo que mi estómago rugiera.

—¡Por Dios, contrólate! —le hablo a mi estómago. Miro hacia los lados por si me habían escuchado—. Debo parecer una loca hablando yo sola.

—Si tuviera un estómago como ese —me sobresalto por la voz a mis espaldas y me giro hacia esa persona—, hasta yo correría a la cocina.

Un chico de cabello negro y ojos color café se acerca a mí.

—Mucho gusto —dije mirándolo con curiosidad.

—¿Nos conocemos? Creo que te he visto en algún lado —achica los ojos y pongo los ojos en blanco.

—¿Ese discurso te funciona con todas? —pregunto cruzándome de brazos.

—Pues hasta ahora sí, todas caen rendidas a mis pies. Este cuerpo hermoso es suficiente para que eso suceda —añade con sorna y una sonrisa ladina aparece en su rostro.

—¿Y a ti quién te dijo que eres hermoso? La única persona capaz de decir esa mentira piadosa es una madre —en sarcasmo nadie me gana.

—Auch, eso me dolió —pone la mano en su corazón y disimula que había sido herido—. Mi nombre es Thiago, por cierto. Nos vemos luego, el jefe te está esperando. Sigue por este pasillo y dobla a la derecha.

Hago una pequeña inclinación con la cabeza y camino en la dirección explicada.

—Disculpa —me giro hacia él y enarco una ceja—, es que olvidé tu nombre.

—Nunca te lo dije —contesto con una sonrisa en los labios y sigo mi camino hacia el comedor.

Una mesa de cedro está en el centro rodeada por diez sillas mullidas, con una tela suave color granate de espaldar alto. Me acerco a uno de los enormes ventanales de cristal, la vista da al inmenso jardín. Rosas rojas, blancas y negras le daban color y el césped recién cortado te invitaba a caminar descalza. ¿Esos son los famosos árboles llorones? Mi madre los llamaba así, pero en realidad son sauces.

—Espero que la vista sea de tu agrado —una voz grave hizo que diera un pequeño brinco en el lugar y me giro de inmediato—. Lo siento si te asusté.

«Dios mío, ¡qué hombre tan apuesto!», pienso mientras camino hacia atrás chocando con la ventana, pegando mis manos al frío cristal.

Una gabardina negra cubre su cuerpo y debajo de su brazo hay un sombrero de copa alta. Sus ojos negros me taladran y me observan con curiosidad. Sus rasgos duros y su mirada penetrante, pueden asustar a cualquiera. Si su hija es la de anoche, no parecen tener nada que ver. Sin embargo, a legua se nota que mi presencia le incomoda. Me lo imagino. Al ser un Duque, eso no me asombra.

—¿Podrías dejar de mirarme así? —dijo con una mueca— Es de mala educación mirar tan fijamente a una persona de la realeza.

«¿Pero y este quién se cree?», pienso estupefacta. «Cierto, es un Duque. Pero eso no le da el derecho de tratarme como si fuera una... Relájate, Jane. Esto no va a durar mucho».

—Chloe debe de estar a punto de traer la cena —dijo secamente con voz grave—. Ya fue avisada que estabas aquí.

—Discúlpeme si le molesté, Duque —digo con sarcasmo.

Aprieto los dientes y hago una reverencia. Un poco de amabilidad no hará que se le caiga un diente. ¿Cómo puede ser posible que tanta belleza sea opacada por un humor tan agrio? Salvé a su hija anoche, ¿y así es como me trata? Por cosas como esta es que yo... Mejor dejo tanto drama en mi cabeza y me voy de aquí lo más rápido que pueda.

—Disculpas aceptadas —responde secamente y se acercó a una silla diferente al resto—. Puedes sentarte donde desees —añade con cordialidad, pero con el mentón señaló la silla más alejada de él.

Dios, ni que yo tuviera la peste. Con disimulo olisqueo mis brazos y mi ropa. Nada. Como si fuera nueva. Me acerco a la silla del fondo y me acomodo con desgana.

Unos segundos después entra Amelia junto a otra persona que debe ser Chloe. Es curioso, al parecer ninguno en este lugar sobrepasa los 30 años. Lo único que debe de mantenerles en esta casa con un jefe como este, debe ser el dinero que les da.

—Me alegro que hayas despertado —habla Chloe dulcemente—. Estaba un poco preocupada.

—–No se preocupe. No es el primer torrencial que me atrapa en la carretera —esta última frase la dije casi en susurros.

—Disculpa, cariño, no pude escucharte bien —habló Chloe nuevamente.

—No debería preocuparse. Soy muy resistente a este tipo de eventos —añado y le muestro una sonrisa.

—Muchas gracias, Chloe —interviene él con voz gruesa.

—No hay de qué, espero lo disfruten —ambas se retiran y Amelia me sonríe antes de salir por la enorme puerta.

Almorzamos envueltos en un silencio incómodo, la tensión en el ambiente podía cortarse con un cuchillo. Sin embargo, lo que piense él no me importa mucho. Lo único que pasa por mi cabeza, es comer lo más que pueda para seguir mi viaje.

—Veo que eres una persona de apetito —habló el Duque finalmente una vez que terminamos de cenar.

—Pues sí. Dice mi madre que no sabe a dónde se me va toda la comida que ingiero en este delgado cuerpo.

—Creo que a la lengua —dijo en susurros y siguió comiendo.

«Él no acaba de decir eso, ¿verdad?», pienso y frunzo el ceño. «Definitivamente debo haber escuchado mal».

—Quería agradecerte por traer a mi hija anoche. Estaba muy preocupado por ella.

—Me imagino que usted y su esposa deben haber estado muy preocupados —los rayos del sol atravesaron las ventanas y se reflejaron en sus penetrantes ojos negros.

«¿Eso son lágrimas en sus ojos?», pienso y sacudo mi cabeza.

—Creo que ya es hora de que se vaya. Thiago le está esperando en la puerta con un carruaje que la llevará a la ciudad. Que tenga un buen viaje —se levantó de la mesa como alma que lleva el diablo dejándome estupefacta y con un extraño vacío en mi estómago que no se puede llenar con comida.

«Pero, ¿a este le que le picó?», pienso mientras me levanto de la mesa.

Media hora después estoy en la puerta principal acompañada por el chico que se burló de mi estómago.

—Es una lástima que se vaya tan pronto. Según Amelia, no había sonreído tanto como en esta mañana. Ver una cara nueva por aquí me alegró el día —añade Thiago sonriente.

—¿Cómo ustedes lo soportan? —dije un poco molesta recordando la falta de tacto de cierta persona.

—¿A quién te refieres? ¿A Edward? —pregunta extrañado y asiento con la cabeza.

—Dios mío, ese hombre es un borde. No sé cómo su mujer lo aguanta —añado mientras subo a la parte delantera del carruaje.

—Su esposa murió hace siete años —explica Thiago mirando con tristeza al caballo y cierro los ojos con fuerza.

«Dios mío, ¿qué hice?», pienso avergonzada. «Esto me pasa por tener la lengua tan larga. Ya me lo decía mi madre».

—Eso está en el pasado, pero él aún sufre su pérdida —susurra cabizbajo acariciando al animal y suspiro derrotada.

«Ya veo por qué la amargura de ese hombre. Ahora comprendo sus lágrimas cuando mencioné a su esposa en el almuerzo»­, me digo a mí misma y me golpeo mentalmente.

—Vamos. Tenemos un largo camino —se subió a mi lado con agilidad, y no habíamos recorrido ni dos metros cuando un grito hizo que paráramos.

—Lexie, regresa aquí —esa es la voz del Duque.

Miramos hacia la enorme casa y la niña corre en nuestra dirección con los bracitos menudos hacia arriba y sus ojos bañados en lágrimas. Amelia corre detrás de ella agarrando la falda de su vestido.

—¿Por qué corre? —pregunto en susurros.

—Alexandra, regresa aquí ahora —rugió su padre nuevamente, pero la niña sigue corriendo en nuestra dirección.

Me bajo del carruaje con premura y ella casi me lanza al suelo por el impulso.

—Pequeña, ¿qué sucede? —pregunto preocupada y me agarra fuertemente por la cintura.

—¡Alexandra! —exclama el Duque nuevamente acercándose.

—Tienes que ir con tu papá —él intentó alejarla de mí, pero no puede. El agarre de ella es muy fuerte—. Tenga cuidado que la lastima, so bruto —le digo desafiándolo y la soltó suavemente.

—Lexie, vamos a casa, cariño. La señorita tiene que irse —habla Amelia dulcemente, pero la niña niega con la cabeza de forma insistente.

—Lexie, mírame, cariño —ella levantó la cabeza hacia mí y veo sus preciosos ojos azules bañados en lágrimas—. Tengo que irme, debo que regresar a casa.

—No te vayas —dijo suavemente.

—¡Ay, Dios mío! —Amelia se lleva las manos a su boca y el Duque... sonrió.

«¿El duque sonríe?», pienso asombrada mientras observo embelesada su sonrisa. La cara de estupefacción de todos comienza a confundirme. La niña solo me dijo unas palabras, no entiendo el asombro de todos. Esta casa está llena de locos.

La mandíbula de Thiago casi llega al suelo. El rostro de Amelia está un poco desencajado ante la pequeña frase de la pequeña y el duque... ¿sonríe? Ya no se ve tan obtuso o prepotente, como hace pensar a uno al sacar una sonrisa como esa.

Un hoyuelo aparece fugazmente cuando las comisuras de sus labios finos se elevan. «¡Ay, qué sonrisa más bonita!», sacudo mis pensamientos internamente. «¿Y yo que hago pensando en la sonrisa de este señor? Concéntrate, Jane. Tienes que irte. No aguantarías ni dos semanas bajo el mismo techo de este hombre».




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