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Capítulo 19 «Túnel de sentimientos»


Edward

¿Qué los hombres no son cotillas? ¡Ja! Eso había que verlo. He pasado el día entero esperando en «La cueva» por noticias. Después que Thiago llegara de la ciudad, la condesa visitó la casa y tuve que posponer la inminente conversación con mi amigo.

Jane regresó con el rostro tan ceniciento de la casa de Elizabeth Warner que me preocupó. Después de su llegada de la ciudad su semblante mejoró... demasiado. Hacía bromas e incluso tarareaba. Dos toques en la puerta me sacaron de la vorágine de pensamientos confusos.

—¿Puedo pasar?

—Thiago, me ofendes —sonrío por lo bajo—. Tú nunca llamas a la puerta.

Se sentó en el sofá y yo me acomodo a su lado.

—¿Entonces?

—No pasó nada notable. Compró unas pinturas y telas. Gregory buscó problemas como siempre y se reencontró con un viejo amigo.

—Eso sí que es sintetizar. ¿Dices que se encontró con un viejo amigo?

—Ella lo llamó Erick —me tenso al escuchar el nombre y Thiago notó mi vacilación—. ¿Qué ocurre, Ed? —frunció el ceño.

—¿Recuerdas la vez que Jane salió de casa corriendo por... como la había tratado y casi termina con una pulmonía?

—¡Cómo olvidar ese día! Pero ¿qué tiene que ver la enfermedad de Jane con el tal Erick?

—Cuando la traía a casa esa noche, Jane susurraba el nombre de Erick —me recuesto en el mullido sofá frustrado.

—Ese chico no me gusta. La miraba de una forma... rara. Jane dice que son viejos amigos, pero tenías que haberlos vistos. Cuando luchaban contra los hombres de Gregory, es como si ella y él estuvieran... sincronizados.

Entrelazó los dedos haciendo una pelota con las manos cuando dijo la última palabra.

«¿Luchando juntos? ¿La loca de mi institutriz lucha contra armas? No me lo puedo creer. Aunque de Jane no sé por qué me sorprende, esa mujer es capaz de hacer lo que sea si se lo propone», pienso vacilante.

—Si él me preocupa, más preocupante es Gregory —añado masajeando mi barbilla.

—Esos dos no pueden encontrarse, solo quiere dar problemas. Ella sabe defenderse sola. Puedes estar completamente seguro de eso.

—Muchas gracias —hablo mirando por la ventana pensativo.

Thiago se despidió y salió de allí.

Si antes tenía muchas cosas en las que pensar, ahora mismo se me habían añadido dos personas más: Erick y Gregory. Es posible que ambos sean inofensivos, pero hay algo que no me gusta nada de esos dos. Llamémoslo una corazonada.

Han pasado varias semanas y todo sigue su curso. Lady Rose nos visita todos los días y pasa la mayor parte del tiempo con Lexie. Jane aprovecha y sale a cabalgar con Zafiro por los alrededores. Desde su encuentro con el tal Erick, se ha volcado con mayor ahínco en su labor como institutriz. Lexie ya toca algunas notas en el piano y Jane sonríe con orgullo. Con el tiempo, entre la institutriz y mi pequeña, decidieron hacer un poco de jardinería.

Tengo muchos papeles, carpetas, informes y cartas que responder. Todo necesita mi completa atención, pero ver a mi hija sonreír esa mañana fue un sueño. Sus cabellos en dos coletas brillan cuando el sol se refleja en sus rizos dorados. Sus manitas y rodillas llenas de tierra le dan un aire jovial y calmada.

Jane... bueno. Jane es otra historia. Esa enana de cabellos castaños no sabe mantener la boca cerrada cuando estamos todos reunidos, pero... el cariño, cuidado y amor que le profesa a mi hija me deja impactado.

Esa mañana estuvo sentada encima de la tierra con su vestido color cereza. Su sonrisa llega a todas las partes de esta enorme casa alegrándonos los oídos con su melodioso sonido. Y nosotros, sin quererlo, nos unimos a ella sin saber la causa de su sonrisa escandalosa.

La luna llena ilumina todo el paraje oscuro. Las nubes pasan con lentitud ocultando las miles de estrellas relucientes. Las hojas y ramas de los árboles bailan al compás del viento. Más allá del bosque, todo es muy oscuro, casi siniestro, pero la tranquilidad que aporta toda aquella belleza es incomparable. Abro las ventanas de mi despacho y el olor de las flores inunda el pequeño habitáculo.

En unas horas, Lexie cumplirá los ocho años. Ya mi pequeña de cabellos rubios está cada vez más grande y hermosa. Me recuerda mucho a Alexia. Su sonrisa, sus ojos, hasta su pequeña nariz.

Luna, la potranca, está cada día más saludable. Cada mañana, Lexie y Jane se acercan a las caballerizas. Me acerco a la ventana del despacho y observo. ¿Han pasado ocho años? Ni siquiera yo me lo puedo creer.

Desde el día en que la institutriz irrumpió en el cuarto de Alexia, algo cambió. No solo en la casa, también en mí. Ya no me siento acongojado por los rincones y el recuerdo de mi difunta esposa no me aprisiona el alma. Amelia dijo algo que aún lo tengo fresco en mi mente: Tienes que seguir adelanta y Lexie lo necesita.

Alexia no está, pero me dejó el mejor regalo: Lexie. Mi pequeña no habla conmigo, pero tengo la esperanza que un día lo haga. Y ese día, seré el padre más dichoso del mundo, aunque... ya lo soy con solo oír su dulce sonrisa cuando Jane hace alguna de sus trastadas.

—Faltan unos minutos —hablan desde la puerta.

—Puedes entrar, no muerdo —digo desde la ventana sin mirar a mis espaldas.

—¿Se puede ser más borde? —continuó diciendo la voz.

Sonreí sin mirar atrás. Ya me la imagino. Tiene los brazos cruzados en su pecho, el ceño fruncido, y sus ojos grises me están taladrando. Vamos. Que si las miradas como esa mataran... yo estuviera a tres metros bajo tierra en estos momentos.

—Usted es insufrible —dijo Jane colocándose a mi lado.

—¿Algún día me mostrarás un poco de respeto? —giro mi rostro y nuestros ojos chocan.

—Nah. No lo creo —contestó sonriendo y sus ojos grises brillaron a pesar que la claridad es mínima en la habitación.

—¿Ya está todo preparado?

—Chloe acaba de sacar el pastel del horno, y la pequeña se fue a dormir hace rato —el aire abraza su cabello suelto haciéndolo revolotear.

—¿Hay algún progreso?

—Eso espero. Lexie es una niña muy fuerte, veamos cómo se dan los acontecimientos. Espero que le gusten las sorpresas —el reloj de péndulo en la planta baja comenzó a dar fuertes campanazos. Ya es medianoche—. Vamos. Hay una cumpleañera que felicitar —rodeó mi muñeca con su mano cálida por inercia.

Al instante sentí como una corriente atravesó mi brazo. Miré su mano en mi muñeca y luego fijo mis ojos en ella. Las cosquillas comienzan a hacer su camino por toda mi espalda hasta llegar a la nuca. Mi corazón comenzó a bombear a velocidades inimaginables y mi respiración se entrecortó.

Hice uso de todo mi autocontrol para que ella no lo notara, pero fue demasiado tarde. Jane abrió los ojos muy grandes por un instante, y tímidamente soltó mi mando. Sus mejillas se tiñeron de rosado y sonreí de soslayo. Ella también lo sintió.

—Lo siento —dijo casi en susurros—. Es mejor que nos vayamos.

Caminó con paso rápido y desapareció en la penumbra de pasillo.

—¿Jane... se acaba de enrojecer por tocarme la mano? —digo casi en susurros, y sin saber por qué... sonreí— Si me lo hubieran dicho, no me lo creo.

Niego divertido con la cabeza y me dirijo a la habitación de mi hija. Todos están esperando por mí en la puerta.

—Vamos —miro de soslayo a Jane y sonrío sin separar los labios al ver como rehúye su mirada de mí—, mi hija ya tiene ocho años y hay que celebrarlo.

Con mucho silencio, abrimos la puerta de la recámara de Lexie. La peque está durmiendo en el centro de la cama envuelta en las sábanas. La luz de la luna que atraviesa su ventana, ilumina sus cabellos rubios esparcidos por los almohadones. Parece un ángel caído del cielo. Mi pequeña cumple un año más y deseo en el alma que este sea diferente.

Con mucha cautela entramos de uno en uno. Chloe trae entre sus manos el pastel de cumpleaños. Jane fue la última en entrar y cerró la puerta con mucho cuidado para no despertar a la niña. Todos nos miramos y nos acercamos a su cama hasta bordearla. Mis manos tiemblan porque no sé qué hacer en un momento como este. Besarla en la frente, llamarla por su nombre, moverla suavemente con las manos. ¡Dios mío, qué nervios!

Miro a Jane en busca de ayuda. Sus ojos grises me miran divertidos y curvó sus labios en una sonrisa. Creo que ella me entendió, porque se acercó a mí, tomó mi mano, la puso muy cerca del hombro de la pequeña y con sus labios gesticuló «Lexie».

Asentí y me soltó.

Al alejarse de mí, sentí un vacío un poco... extraño. Las cosquillas en el lugar donde me había tocado no cesan y eso comenzó a preocuparme. Mi cabeza está atravesando un túnel de sentimientos aún desconocidos para mí. Nunca había sentido esto por Alexia, así que no puede ser amor, ¿verdad?

Sacudo esos pensamientos cuando me siento al lado de la peque con delicadeza. Toco su hombro y la llamo por su nombre en susurros cerca de su oído.

—¿Lexie? —susurro y ella se movió un poco. La sacudo suavemente por el hombro—. Lexie —la vuelvo a llamar y con lentitud se sentó en la cama. Se estrujó los ojos con las manos y me miró con sus ojitos aún achinados—. Felicidades, mi niña.

Una tierna sonrisa apareció en sus labios.

—¡Felicidades! —gritaron todos y la peque dio un respingo en su cama.

Cada uno la felicitó y le dio un fuerte abrazo. Yo de primero, claro está. Jane fue la última haciéndole cosquillas y Lexie comenzó a reír a carcajadas. Ese sonido es melodioso para mis oídos. No hay nada mejor en el mundo que ver sonreír a la persona que amas. Te sientes... completo. Mi pecho se llenó de alegría y por mi cuerpo recorre algo indescriptible. Como si pudiera hacer lo que fuera.

Chloe se acercó con el pastel en sus manos y se sentó frente a mi niña. Ocho diminutas velas iluminaban su rostro sonriente y lleno de vida.

—Cierra los ojos, pide un deseo y sopla las velas —explicó Jane a mi lado.

Lexie cerró los ojos unos segundos y después sopló las velas. Todos los chicos aplaudieron eufóricos.

—¿Qué pediste? —pregunto y la niña sonriendo niega con la cabeza.

—Es un secreto —dijo Jane.



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