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Capítulo 18 «Erick»

Jane

A la mañana siguiente me levanté bien temprano para ir a la ciudad. La excusa era la compra de más pinturas. ¿La verdad? Me siento un poco rara. Los días con el Duque se han tornado... ni siquiera tengo palabras para explicar el comportamiento de Edward Kellington estos últimos días. Suspiro al bajar las escaleras.

Paso de la cocina y me dirijo hacia los establos. Estoy tan ensimismada, que tropiezo contra un árbol y termino en el suelo. Frunzo el ceño al notar que aquí no hay ninguno plantado. Medio atolondrada, miro el espécimen contra el que choqué y trago en seco: es el Duque.

—¿Está usted bien? —se agacha hasta mi altura mirándome fijamente con esos ojazos negros.

—Sí. Solo estaba un poco distraída —extiende su mano para levantarme del suelo. Me niego rotundamente y me levanto sola—. ¿Qué hace usted despierto tan temprano?

—Thiago va a la ciudad y quería darle unas instrucciones —el aludido apareció en ese momento.

«Fantástico. Mi día se ha arruinado», pienso con desgana.

—Buenos días, Jane —saluda Thiago—. Ed... El Duque me comentó que debías ir a la ciudad. Yo tengo que hacer unas gestiones, puedo adelantarte si quieres.

—Muchas gracias —contesto con los dientes apretados atravesando al Duque con la mirada—. No era necesario, pero te agradezco el gesto. Necesito que me ayudes a elegir un regalo. —Thiago me miró frunciendo el ceño—. Quiero darle algo a Lexie por su cumpleaños. El Duque va a regalarle a Luna, quiero que sea algo especial para la peque.

Unos minutos después nos dirigimos hacia la ciudad. El aire aún está húmedo y noto el frescor de la mañana. En las flores se ve el rocío de la mañana, el olor a tierra mojada siempre ha sido uno de mis favoritos.

—¿Tienes algo pensado? —pegunta Thiago interrumpiendo mis pensamientos.

—No. Tenía algunas ideas, pero a medida que ha pasado el tiempo las he ido descartando. Aún no tengo claro un regalo que compense a Luna.

—Cuando vienes a ver, regalarle a Lexie ese caballo fue tu idea.

—Ya sé. Pero tengo entendido que entre el Duque y Lexie las cosas son un poco... tensas. Es una niña muy alegre, lástima que se enajene de las personas de ese modo.

—Esperemos que algún día... —dejó la frase en el aire—. Lady Rose sería una buena madre para la peque, pero no la comprende como tú.

—¿Lady Rose? ¿Qué tiene ella que ver en todo esto?

—Ella y el Duque están comprometidos hace como un año —un nudo se me formó en el estómago con semejante noticia—, pero se conocen desde mucho antes. Si te soy sincero... esa arpía puede tener mucha elegancia, pero el cerebro lo dejó en otro lado.

Dejo escapar una sonrisa por el comentario.

—No te rías, hay algo en esa mujer que no me gusta.

—Thiago, a ti no te gusta ninguna mujer para el Duque.

—Hay una perfecta, pero a ella no le gusta él —contesta haciendo que mi curiosidad aumente.

—¿Quién? —pregunto y él negó con la cabeza sin mirarme— Thiago, si vas a contar el chisme, cuéntalo completo.

—Lo siento, compañera —contestó divertido—. Hasta que ella no se dé cuenta, no pienso decir una palabra.

—¿Y cómo va a saberlo si nadie se lo dice?

—Tendrá que averiguarlo ella misma. Cuando mire a los ojos del Duque y se refleje en ellos. Cuando ella mire el alma de su amado y sepa que es suyo y de nadie más —frunzo el ceño, confundida.

—No entiendo —él soltó una carcajada y se negó a darme una explicación por más que se la pedí.

Al llegar a la ciudad, me dirijo hacia la tienda de pinturas y se me ocurrió una idea al pasar por el mercado de las telas y bordados. Camino un rato por las calles bulliciosas de la ciudad y noto las diferencias de clases en vestidos, gestos, incluso en la forma de hablar. Nadie dijo que tener un traje caro te hace mejor persona.

—Va tener que darme todo lo que tiene, señorita —dijo una voz a mis espaldas y algo puntiagudo choca en el bajo de mi espalda—, antes que salga herida.

—¿Qué pasaría si me niego? —pregunto sin girarme.

—Se atendrá a las consecuencias —contestó con voz socarrona.

—No si puedo impedirlo —golpeo sus costillas, pisoteo su pie fuertemente y le tuerzo el brazo—. Eres un flojo, Erick. Tienes que tener cuidado con el torso, siempre ha sido tu debilidad.

—¡Me rompes el brazo, mujer! —dijo con voz lastimera.

—Ups, lo siento —digo con sorna y lo suelto. Él sacudió su brazo rápidamente y comenzamos a reír. Le abrazo con euforia por el torso—. Hola, compañero. Hace mucho tiempo no te veía.

Me separo un poco de él al ver las miradas sobre nosotros.

—No es mi culpa. Te separaste del grupo y desapareciste.

Su cabello rubio arena estaba revuelto y sin cortar. Sus ojos azules me miran divertidos y la sonrisa socarrona ni siquiera yo puedo hacerla desaparecer de sus finas facciones. No ha cambiado nada desde la última vez que lo vi. Labios finos y pómulos salientes. Una barba de un par de días le hace ver maduro, pero en el fondo, es solo un niño que le gustaba jugar.

—Necesitaba un cambio de ambiente —recoje su navaja, entrelazamos nuestros brazos, y caminamos entre la multitud curiosa—. ¿Cómo están todos?

—Extrañándote. Ya nadie me hace competencia y se ha vuelto aburrido sin ti rondando los alrededores —dice con un puchero.

—¿Me extrañas a mí o las habilidades para dejarte en ridículo? —añado y sonrío.

—¿Y a ti quién te alimentó tanto ese ego?

—Eso me pasa por crecer rodeada solo de hombres.

—¿Y qué? ¿No te has metido en problemas? —preguntó mirando indecentemente a una chica que pasaba a nuestro lado.

—¡Oye! —le golpeo el brazo de una forma juguetona— No has cambiado.

—¡Ja! Soy muy viejo para cambiar las antiguas costumbres, querida.

—Viejo dices tú, solo tienes 27 años, Erick.

—Muchas gracias por decirme joven, pero ayer mismo me encontré un par de canas.

—¿Y por eso ya eres un viejo?

—Casi, querida, casi —aclara y sonríe.

—Jane —dijo una voz femenina a mis espaldas.

—Hola, Elizabeth. Erick, esta señorita es Elizabeth Warner —mi amigo la miró fijamente. Tomó la mano de la joven y besó el dorso con delicadeza.

—Un placer —dijo mirándola sin soltar su mano.

—El placer es todo mío —Elizabeth cubrió su rostro detrás del fino abanico. Con el codo le indiqué a Erick que es tiempo de soltarla. Este sonrió de soslayo y soltó la mano de la joven.

—¿Qué haces por aquí? ¿Cómo sigue William? —pregunto y camina junto a nosotros.

—Ya está mucho mejor. Mi padre te manda muchos saludos. Debo irme, necesito comprar unas telas. Nos vemos —antes de decir adiós con la mano, ya había desaparecido entre la multitud.

—¿Serás bruto? —le golpeo las costillas con el codo.

—¡Auch! ¿Eso a qué viene? —protesta masajeándose el lugar del impacto.

—Elizabeth es una señorita, aleja tus garras de ellas —susurro en tono amenazador.

—Pero si yo no he hecho nada —dijo con su sonrisa ladina.

—Te conozco demasiado bien. No lo dijiste, pero lo pensaste.

—Vaya, vaya. Mira a quién tenemos por aquí —cierro los ojos y resoplo al reconocer la voz.

Me giro hacia él y enarco una ceja.

—¿Qué quieres, Gregory? —pregunto atravesándolo con la mirada y sujetando lo más fuerte que puedo a Erick.

Mi amigo es un feliciano de la vida, pero no le gustan los matones como a mí, como es el caso del señor Gregory, aquí presente.

—Pues nada, solo cobrarme la última humillación que me hiciste pasar —detrás de él aparecieron otros más.

—¿Segura que no te has metido en problemas? —ironizó Erick y gruñó.

—Déjalo estar, Gregory. Sabes que no te conviene —dije yo y se carcajeó orgulloso.

—Thiago no está aquí para salvarte —replica él con sorna.

—Que yo sepa, la última vez no necesite de su ayuda —refuto y sonrío de soslayo.

Él apretó los dientes y veo la rabia en sus ojos.

—¿Te harás la valiente sin tener oportunidad? —preguntó acercándose a mí y levanto el mentón lo más alto que puedo.

Sonreí en su cara. Sola, soy buena. Con Erick... soy mejor.

—¿De verdad que van a hacer esto? Es un poco injusto —cuento mentalmente la cantidad de hombres. Son alrededor de 10—, nos rebasan en mayoría.

Erick soltó una carcajada a mi lado al escuchar la ironía en mi voz, y a Gregory no le gustó mucho. Los hombres nos cercaron en un círculo, y Gregory se apartó dejándonos en el medio.

—¿Qué tienes encima? —pregunté. Erick y yo nos pusimos espalda contra espalda.

—Solo un par de cuchillos finos. ¿Tú?

—Con mis pies y la tela es suficiente —él dejó escapar una carcajada relajada y así comenzó la pelea... otra vez.

Nos dividimos cinco contrincantes para cada uno. La especialidad de Erick son las espadas al igual que yo, pero puede defenderse con facilidad con un par de cuchillos o navajas. Yo, solo pude valerme de la tela que había comprado recientemente y la rapidez de mis pies.

Él y yo siempre nos hemos cubierto las espaldas. En lo bueno y en lo malo, y por eso siempre nos llevábamos tan bien. Si querías ver dos oponentes mortales, seríamos el rubito y yo.

Esto es un pan comido para las grandes hazañas que teníamos que hacer hace unos pocos años atrás. En unos minutos, acabamos con la guardia. Gotas de sudor corrían por mi rostro y la espalda. Erick sonreía complacido del resultado.

—Ya puedes dejarnos en paz, Gregory —dije retándolo con la mirada y cruzándome de brazos— ¿Qué ganabas con todo esto? Pasaste una vergüenza la vez pasada. ¿Viniste a por otra?

Me apuntó con el revólver directamente a la frente. Erick fue a interponerse, pero no lo dejé. Coloco la frente en el cañón de la pistola sin apartar mis ojos de él.

—Dispara, Gregory. Nadie va a detenerte —la indecisión pasó veloz por sus ojos—, pero puedes estar seguro que no van a parar hasta encontrarte.

Agarro fuertemente el brazo de Erick.

—¿Se puede saber que estás haciendo? —interviene Thiago—. Gregory, suelta el arma de una vez, ¿o tengo que buscar a tu padre?

La duda asomó en los iris color verde del capitán.

—Nos vemos a la vuelta, Jane —dijo muy cerca de mí y se retiró.

—¿Pero y a este que le ocurre? —replica Erick a mi lado— ¡Qué hombre más raro!

—Jane, ¿estás bien? —pregunta Thiago agarrándome por el brazo suavemente.

—Oye —espeta Erick quitándome la mano de Thiago con violencia y ambos hacen un duelo de miradas—, ¿este quién es?

—Esa misma pregunto hago yo —añade Thiago cruzando los brazos en el pecho sin dejar de mirar a su oponente.

—Thiago, este es Erick, el mejor amigo que he tenido en toda la vida —sonrío, y en los labios de Erick aparece una sonrisa socarrona—. Erick, este es Thiago.

—¿Solo eso? ¿Thiago? —protesta mi amigo y sonrío a carcajadas.

—Muy bien. Rectifico. Erick, este es Thiago, un nuevo amigo. Vive en el mismo lugar donde trabajo, para el Duque de Netherfield —enarco una ceja hacia mi antiguo compañero de lucha, y él entendió al instante—. Ahora, salúdense como dos caballeros.

Se dieron un corto apretón de manos.

—Eso es. Thiago, necesito ir a comprar la tela de nuevo. Gracias a los chicos tirados en el suelo —señalo con el mentón los cuerpos desmayados de los hombres de Gregory en el suelo polvoroso—, esta se me arruinó.

—Nos vemos después —Erick me besa en la mejilla—, tenemos que hablar —susurró y se perdió en la multitud.

—No me gusta —dijo Thiago y dejo escapar una sonrisa.

—No seas bobo, conozco a Erick. Es un buen chico —explico mientras camino a la tienda de telas nuevamente.

—Lo que tú digas —añade no muy convencido.

Al llegar a casa, me dirijo a mi recámara y caigo con peso en la cama. El ejercicio de hoy junto a mi compañero me agotó, pero al menos se sintió bien. Extrañaba los días cuando no tenía responsabilidades y hacíamos nuestras travesuras.

Recuerdo el día que nos conocimos. Estaba con mi padre cerca del río entrenando. Al ser la única chica de la familia, tenía que aprender a defenderme. Un grupo de atracadores se metió en nuestro territorio. Nos defendimos como pudimos, pero eran demasiados.

Corrimos por el bosque lo más rápido que daban nuestros pies. Mi padre se torció el tobillo y nos arrastramos a una cueva. Por allí pasaba Erick y nos encontró a su paso. No sé cómo rayos alejó a los hombres, pero lo consiguió. Después de eso, pasó a ser uno de nosotros. El chico rubio de ojos azules era la nueva atracción del lugar, las mujeres babeaban por él y los hombres le tenían envidia. Vamos... lo normal.

Erick, a los 20 años pasó a ser uno de los mejores hombres del lugar. La única oponente que podía retarlo era yo. No es porque fuera la hija del jefe, pero... teníamos el mismo nivel de habilidades, fuerza y rapidez. Éramos inseparables. Sonreí por la vorágine de recuerdos que llegaron a mi mente.

Al llegar la noche, recordé sus palabras antes de irse: Tenemos que hablar. Tengo que preguntarle cómo me encontró. Hice todo lo posible para esconder mi rastro, pero Erick es tan buen rastreador como yo. Espero que no diga nada. Me alejé de ellos por una razón y no puedo mirar atrás. No después de lo ocurrido.




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