Capítulo 17 «Ojos tristes»
Edward
A la mañana siguiente, Jane recuperó el conocimiento, pero aún seguía un poco débil y la tos menguó bastante. La fiebre la tiene en cama, pero conociéndola, no aguantará mucho tiempo acostada en su recámara.
Y como si la conociera bastante bien, cerca del mediodía me la encuentro recorriendo los pasillos. «¿A dónde irá?», pienso mientras me escondo detrás de una columna y entra finalmente en la biblioteca. «¿La sigo o no? ¿Y por qué me escondo en mi propia casa?», pienso confundido. Con paso lento y silencioso, entro a la biblioteca.
Jane está de espaldas a mi sentada encima de la alfombra. ¿Qué estará haciendo? Me acerco despacio sin hacer mucho rui...
—Deje de esconderse, Duque —comenzó a hablar y detengo mis pasos—. Esta es su casa —se giró para verme y sonrió sin separar los labios.
—No me estaba escondiendo —aclaro y limpio la garganta con un pequeño carraspeo.
—¿Y por qué ni siquiera llamó al verme? —enarcó una ceja con escepticismo.
—No quería interrumpirla —me defiendo, y avergonzado noto que estoy en otra situación vergonzosa— ¿Qué está haciendo? —pregunto para cambiar la conversación.
—Tomé prestado uno de sus libros —me enseñó lo que tiene en sus manos—. Espero que no le incomode.
—Puede tomar los libros que desee, Jane —me acerco finalmente a ella—. ¿Por qué no se sienta en el sofá?
—Cuando era pequeña, mi padre me leía muchos cuentos —sus labios se curvaron en una sonrisa sin separarse nuevamente y sus ojos grises brillaron por el resplandor del fuego—, nos recostábamos en la alfombra y así podíamos pasar horas.
—¿Cómo se siente? —cerró el libro que tenía en sus manos y suspiró.
—Mucho mejor. No aguantaba un minuto más encerrada —reí por lo bajo—. Vaya, el Duque obtuso sonríe.
Mi sonrisa se congeló y le miro fijamente. Ella bajó la cabeza mordiéndose el labio inferior.
—¿Me acaba de llamar obtuso? —pregunto estupefacto— Pero si usted es arrogante.
—¿Disculpe? ¿Yo, arrogante? —protestó ofuscada, viendo sus mejillas colorearse de rojo— Usted es el que vive diciendo no hagas esto, no hagas lo otro, e incluso veo que si alguien se le enfrenta es una ofensa. Que sea el Duque no significa que pueda tratar al resto como cucarachas.
Comenzó a toser por su exaltación. Intento acercarme, pero no me dejó al levantar una de sus manos.
—Gracias por arruinarme la tarde, Su Excelencia.
Se levantó un poco tambaleante y salió de la biblioteca malhumorada con el libro en sus manos. En mi asombro, comienzo a reír... a carcajadas.
Desde ese entonces, no sé qué me pasa. Por todos los medios, intento sacar a Jane de sus cabales. Hasta para mí suena un poco gracioso, verdaderamente esta mujer es toda una hazaña.
Con el paso del tiempo descubrí que le fascina llevarme la contraria, al menos cuando tiene razón. Pero... no significa que estamos equivocados, solo que no vemos las cosas desde el mismo punto de vista.
Unos días después, la condesa nos hace una visita en compañía de Lady Rose. Lo primero que hice fue: alejar a Jane del cuarto de pintura y evitar que se acercara a la condesa.
—Buenos días, Edward —sonríe lady Victoria—. Es un precioso día.
—Condesa —beso el torso de su mano—, Lady Rose —la aludida hizo un ademán con su cabeza— ¿Qué les trae hasta mi sencilla casa?
—Oh, querido Edward, no seas tan humilde —interviene la condesa—. Quería salir un poco de casa y pasé a verte para decirte que Lady Rose está encantada con tu hija Alexandra.
Frunzo el ceño confundido al no saber en qué momento ella se relacionó con mi hija.
—Por favor, llama a tu pequeña. Deseo que Rose le de unas clases de pianoforte.
—Lexie no le gusta tocar el piano, condesa —explico.
—¡Qué cosas dices, Edward! Una señorita debe de saber sobre música, y tocar el pianoforte es necesario. Eso demuestra el nivel de clase que tiene.
—Condesa, no creo que... —mis palabras fueron cortadas por una melodía que provenía de la sala de música.
—¿Qué es eso que escucho? —pregunta la condesa.
«Hasta yo desearía saber», pienso confundido mientras me levanto de mi asiento y sigo la alegre melodía. Abro la puerta suavemente y la música se detuvo. Frente al piano negro de cola están sentadas Jane y Lexie.
—¿Quieres que toque otra? —pregunta la institutriz y la pequeña asiente— Muy bien.
Colocó sus manos en el teclado y sus dedos comenzaron a tocar una melodía alegre.
Entré a la habitación sin hacer mucho ruido y me recuesto a la pared observando aquella imagen. Lexie mira con curiosidad la forma en la que se mueven los dedos de Jane con facilidad por el piano. Se ve... fascinada. Al terminar, Lexie aplaude eufórica.
—No sabía que tocaba el piano —digo sin moverme de donde estaba. Jane dio un pequeño brinco en su lugar.
—Usted nunca lo preguntó —contesta con sorna—. Perdone nuestro atrevimiento, Lexie quería que le tocara unas piezas en el piano.
—Por mi pueden seguir —me dirijo hacia ellas— ¿Qué tocaba?
—Fuga número tres de Bach —responde Jane sonriendo.
—¿Qué me dice de Beethoven? —pregunto al sentir que la puerta se abre a mis espaldas.
—Me encantan sus sinfonías y sonatas, pero prefiero a Vivaldi —responde y sus ojos grises se achican por la sonrisa en sus labios.
—¡¿Qué hace esta muchacha aquí?! –exclama la condesa y Jane pone los ojos en blanco antes de yo apartarme.
—Nunca me fui —espetó la institutriz cruzándose de brazos en el pecho.
—Es una insolente. Edward —grita la condesa, pero yo no iba a dejar que Jane se fuera—, has algo.
—Tenga cuidado, condesa. Lexie se encuentra aquí —Jane hace alusión a la pequeña sentada en la butaca.
—Nada puedo hacer, condesa —respondo con formalidad—. Jane es una buena institutriz. En ningún momento dije que ella se iría, solo que tomaría medidas.
Me encojo de hombros despreocupado.
—Jane —interrumpe Thiago a buena hora—, Lady Elizabeth te espera en la sala de estar. Buenos días, condesa Victoria.
Sin más, se retiró.
—Con permiso, tengo una invitada que atender —habla Jane y se retira de la sala de música junto a Lexie tomadas de la mano.
—¿Dónde está Lady Rose? —pregunto.
–Le has dado tal desplante, que decidió regresar a la villa —contestó haciendo una mueca con la boca, pero acercándose a paso lento—. Edward, cariño, ya es tiempo de seguir adelante. Lexie necesita una madre.
—Condesa, le voy a pedir un favor y espero no importunarla. Yo decido si seguir con mi vida o no.
—Pero... —intentó hablar.
—Condesa Victoria —tomo sus manos avejentadas entre las mías—, no se preocupe.
—Tú sabrás lo que haces, Edward —salimos del salón en dirección a la sala de estar. Jane, Lexie y Lady Elizabeth ya no estaban ahí.
«¿Dónde estarán?», me pregunto.
—Edward, me retiro. Tengo algunos asuntos que resolver en la villa. En unos días espero que hayas pensado lo que te he dicho —asiento con lentitud hacia la condesa.
Unas horas después, Jane y Lexie regresan a casa, pero los ojos de la institutriz están... tristes. En la cena estuvo muy callada y no pude ver ni un atisbo de su sonrisa. «¿Qué habrá pasado?», pienso preocupado.
Estoy en la biblioteca cuando escucho la puerta abrirse. Me escondo en la oscuridad y observo como Jane deja el libro que se llevó la vez pasada y busca otro en las estanterías de Historia. Tomó uno con portada de cuero y se sentó cerca del fuego encima de la alfombra. Lo dejó en su regazo y mira hacia el crepitar de las llamas. ¿Qué estaba mal?
—Jane, ¿todo está bien? —al sonido de mi voz, dio un pequeño brinco en el lugar.
—Disculpe, su Excelencia —miró de nuevo hacia las flamas—, no sabía que estaba aquí.
—No era mi intención asustarla —me acerco y me acomodo a su lado— ¿Qué ocurre?
—Solo que... extraño un poco a mi familia. En poco tiempo será el cumpleaños de mi madre.
—¿Deseas ir con ellos? —pregunto.
—Sería una alegría a mi corazón poder verla nuevamente —bajó su cabeza y sus hombros cayeron—, pero no puedo.
—No quiero parecer atrevido, pero, ¿por qué?
Sorbió su nariz y cierro los ojos con fuerza. «¿Estaba llorando? Mala señal. No sé qué hacer cuando las mujeres lloran», pienso apenado.
—No se preocupe, es solo añoranza —levantó lentamente la cabeza sonriendo con tristeza—. Ya se me pasará.
—¿Te gusta la historia? —pregunto señalando con la cabeza el libro en sus manos.
—Sí —respondió escuetamente— ¿Puedo tomar prestado este?
—Claro —ella se levantó y yo hago lo mismo.
—Mañana necesito ir a la ciudad.
—Le diré a Thiago que te acompañe.
—No es necesario —negó con la cabeza—, solo necesito unas pinturas y regreso. No pienso demorarme mucho. Buenas noches, Excelencia.
Asentí y ella salió de la biblioteca con paso lento y hombros caídos.
«¿Será solo eso? Jane estaba muy angustiada. ¿Por qué no regresa a casa? ¿Elizabeth sabrá algo?», pienso mientras fijo mi mirada en el fuego de la chimenea.
—Edward —habla Thiago desde la puerta.
—¿Qué ocurre? –contesto sin mirarlo.
—El regente mandó una carta anunciando su llegada en tres meses —suspiro profundamente— ¿Qué ocurre? —Su mano aprieta suavemente mi hombro.
—Todo bien —respondo en susurros.
—Puedes hablar conmigo si lo deseas —se sentó en el mismo lugar donde se estaba la institutriz.
—Estoy preocupado por Jane.
—¿También lo notaste? —levanto mi cabeza rápidamente— Estaba un poco distraída en la cena.
—¿Qué sabemos de ella? —pregunto más para mí que para él.
—Una chica loca y muy hermosa que trajo a tu hija en mitad de la noche empapada hasta los huesos. Tiene una habilidad increíble con las espadas y los caballos. Además, que se comunica con Lexie como nadie, nos alegra el día con sus ocurrencias y nunca ha dejado de sonreír... hasta hoy.
—Muy detallista, ¿no lo crees? —comento con sorna.
—No te vayas por esos canales —añade rápidamente y sonrió—. Jane es como una hermana menor, le tengo mucho afecto. ¿Por qué estás preocupado y preguntando por ella?
—Nada —digo y hago movimientos con la mano restándole importancia.
—Esa palabra no está en tu diccionario, Edward —opina y se cruza de brazos.
—Dice que no puede regresar a casa a pesar que el cumpleaños de su madre es en pocos días. Que conste que sé esa información porque ella misma me lo dijo hace un momento.
—¿Crees que huyó de casa?
—Esa es una posibilidad. Y si fuera así, ¿por qué?
—Ni siquiera sabemos su apellido, así que no tengo ni idea de dónde buscar —resopla mi amigo recostándose al sofá—. ¿Qué vas a hacer con el regente?
—Aún no lo sé. Solo queda hacer lo que diga y esperemos que nos deje en paz una temporada.
—Esto no puede seguir así.
—Ya sé, pero no puedo hacer más —digo con tono cansado—. Luis no recibe visitas a menos que él quiera, y eso que yo soy literalmente su mano derecha. Por cierto, Jane quiere ir mañana a la ciudad para buscar más pinturas. Necesito que averigües lo que sea de ella.
—Lo intentaré.
—Al precio que sea, Thiago. Sabes a lo que me refiero.
—¿Estás seguro de eso?
—Desde que ella llegó, siempre he tenido curiosidad. ¿Cómo llegó? ¿Qué hace una señorita con sus dotes completamente sola por estos lugares? ¿Dónde está su familia? ¿Quién es en realidad?
—Wow, esas son muchas preguntas, compañero. Tienes que darme un par de días.
—Acompáñala mañana y no la pierdas de vista.
—¿Desconfías de ella?
—No de esa manera —aclaro con firmeza—, pero tengo mucha curiosidad. Si te encuentras a Lady Rose, aléjalas lo más que puedas.
—¿La condesa está haciendo presión? —resoplo.
—Llevo casi un año comprometido con Lady Rose, Thiago. Es por el bien de Lexie. Ambas se llevan bien.
—No es suficiente y lo sabes. Esa mujer casi no se ha acercado a la pequeña. Además, ¿qué hay sobre lo que tú en realidad deseas?
—No puedo darme ese lujo y lo sabes.
—Pamplinas, Edward. Eres un hombre hecho y derecho, el Duque de Netherfield con una hija adorable —se levantó–. No dejes que nadie te diga qué hacer.
Salió de la biblioteca negando con la cabeza.
—Si fuera por mi corazón... —dejo la idea en el aire y bufo hacia las llamas.
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