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Capítulo 16 «Consecuencias»

Edward (Horas antes).

Jane salió corriendo de la habitación porque la ira me inundó por completo. Nadie en esta casa se ha atrevido a pasear por estos pasillos y mucho menos entrar en esta habitación. ¿Tenía que ser justamente esta?

Miro el retrato de Alexia y siento que en mi corazón se entierran cien navajas una y otra vez. Mi alma se destroza por completo. ¿Por qué justamente hoy que comenzábamos a llevarnos «bien»?

Unos minutos después comencé a pensar y miré mi mano avergonzado. Había agarrado el brazo de Jane para asustarla, pero la rabia me inundó por dentro y la agarré más fuerte de lo normal, al punto de hacerle daño. Ella me lo dijo, pero estaba tan cegado que al soltarla noté como se le comenzaba a marcar mis dedos en su frágil brazo.

¿Qué he hecho? Bajé las escaleras cabizbajo hasta la sala de estar. No sé qué es peor. La rabia que sentí por encontrar a Jane en un lugar donde no debía, o el haberla tratado de esa manera al punto de hacerle daño.

—¡Explícame que rayos ha pasado! —la voz de Amelia no suena nada amigable.

—Nada —dije tajante.

—No me mientas, Edward —habla con los dientes apretados y me señala con un dedo amenazador—. Jane casi se mata por las escaleras y vi la marca en su brazo. ¿Qué haz hecho?

—Entró a la habitación, Amelia —explico molesto.

—¿Y eso era razón para lastimarla? —gritó alterada—. ¿Hasta cuándo, Edward?

—No tenía el derecho –rebato.

—¿En algún momento le explicaste que esa ala estaba prohibida por ti? ¿Qué yo ni siquiera puedo pasar a limpiar? Por Dios. Eso debe estar lleno de ratas ya que hace siete años no se abre —su cara comienza a tornarse roja por la rabia,

—¿Qué querías que hiciera? —pregunto y un nudo se me aloja abruptamente en la garganta.

—Explicar, hablar, socializar. Dios, ya estoy hablando como Jane —espetó enfadada.

—No puedo, Amelia. Es como si... como si... —no encuentro las palabras.

—Como si estuvieras atrapado en el pasado —intervino Thiago con voz grave—. Tienes que meterte en la cabeza que Alexia ya no está.

—Jane me enseñó que, si cambiar de página no funciona, pues cambia de libro —ahora es Arthur el que habla.

—¿Soy yo, o todos se pusieron de acuerdo para sermonearme? —protesto y logro que Arthur ponga los ojos en blanco y Thiago resople.

—Tienes que seguir adelante, Lexie lo necesita —dice Amelia.

—Ella siempre va a estar en nuestros corazones. Alexia se llevó parte de nuestra vida con ella, pero no creo que quiera verte en ese estado —la voz de Thiago se tornó pausada.

—Estás hecho un orgulloso, pretencioso y antisocial —inquiere Arthur y sonrió de soslayo.

—Andar con Jane les está haciendo daño —digo por lo bajo—. ¿Dónde está?

—Salió corriendo por la puerta principal —explicó Amelia—. No debe de demorar.

Tres horas después no sabemos nada de Jane y la preocupación comenzó a embargarme. No sabemos dónde se encuentra y eso no me gusta. Las nubes comienzan a ponerse grises y no hay señal algún de ella. ¿Dónde estaba?

—¿No ha regresado? —pregunto preocupado.

—Nada —responde Thiago—. Me preocupa que el tiempo está cambiando bruscamente y ella no se conoce muy bien los alrededores.

—Temo por ella, Edward —habla Amelia.

—Voy a salir a buscarla —me levanto decidido a salir por ella.

—¿Cuándo vas a regresar? —pregunta Amelia preocupada.

—No voy a parar hasta encontrarla —dije y camino hasta los establos—. Hola, preciosa. Necesito de tu ayuda, Jane salió de la casa... —Diamante relinchó y se alejó un poco— Fue mi culpa y lo siento mucho. Lo digo en serio.

—Movió su cabeza de arriba abajo—. Necesito encontrarla. Una vez montada la silla, la saqué de las caballerizas—, y necesito tu ayuda ¿Podrás? —Diamante levantó su cabeza—. Definitivamente Jane me está haciendo daño. Estoy hablando con un caballo.

Diamante resopla y me golpea con la cola en mi espalda.

—Lo siento. Hay que encontrar a esa insensata mujer y traerla a casa.

Diamante galopaba con rapidez y las nubes oscuras corren a nuestro paso. En cualquier momento comenzará a llover acompañada de un viento frío y fuerte. Las ramas de los árboles se movían con violencia y la oscuridad comienza a abrirse paso.

—Jane —grité—. Jane, ¿dónde estás? —Diamante ralentizó su galope—. Jane, ¿puedes escucharme? Maldición.

Gotas gruesas comenzaron a caer fuertemente y no hay rastro de ella. Quería gritar de frustración. Tengo que encontrarla. Necesitaba encontrarla.

—Jane —grito nuevamente—, Jane, por Dios.

Mi voz se está quebrando. La constante lluvia no me dejaba ver y los fuertes truenos opacan mis gritos.

—Jane —grito una vez más— ¿Dónde estás? —digo por lo bajo.

Una señal. Necesito una señal, Dios mío. Créanme cuando digo que no soy una persona que cree en Dios o en las cosas místicas, pero en la oscuridad de la noche, la luna llena iluminó aquel paraje. Parecía algo... mágico. Su luz me indica que corriera hacia los sauces. Una luz se encendió en mi cabeza. Si había un buen lugar para resguardarse de este mal tiempo, no había nada mejor que un sauce.

—Vamos hacia los sauces, Diamante.

No sé si me entendió, pero una vez que dije esas palabras comenzó a galopar a tanta velocidad que casi me caigo. La desesperación carcome mis huesos. Jane tiene razón cuando le dijo a Lexie que estos majestuosos animales sienten el estado de ánimo de su jinete. Diamante corre a grandes velocidades entrando al paraje de los sauces

—Jane, Jane —grité, Diamante se dirigió a uno de los sauces y veo su frágil silueta.

Me bajo rápidamente de la montura y corro hacia ella.

—Jane, Jane —agarro su cabeza entre mis manos—. Jane, por favor, despierta —está completamente empapada y en mis brazos tiembla del frío—. Maldición, mujer terca, ¿vienes a rendirte justo ahora? —espeto ofendido y desesperado—. Despierta de una vez.

—Dios, no grite tanto —contestó por lo bajo y sonreí aliviado.

Ni siquiera esta tempestad puede detener la lengua de esta mujer tan altanera. Diamante se colocó debajo del árbol por instinto y esperamos a que esta tormenta pasara.

Me quité la gabardina y en vuelvo a mi institutriz arrogante. Está empapada, pero le dará un poco de calor. Una vez calmada la tempestad, la subo con trabajo a la grupa de Diamante y trotamos suavemente hasta la casa. Su cabeza descansa en mi hombro derecho y un murmullo casi ininteligible llega a mis oídos. Lo único que salió claramente de sus labios varias veces fue un nombre: Erick.

«¿Y este quién era ahora?», pienso y frunzo el ceño.

Comenzó a temblar en mis brazos y agito un poco a Diamante. Ya es de noche y todos en casa deben de estar preocupados. Al llegar, Amelia salió directamente hacia nosotros con Thiago siguiéndole los talones. Me ayudaron a bajarla del lomo del animal con mucho cuidado. Amelia pone su mano en la frente de Jane.

—Está ardiendo en fiebre —dijo con dolor—. Thiago, prepara paños de agua fría y dile a Chloe que necesito de su ayuda para cambiarla.

Cargo a Jane en mis brazos y subo las escaleras lo más rápido que podía. Su peso es semejante al de una pluma, muy delgada. Amelia abre la puerta y la coloco en su cama dócilmente. El pelo que tenía pegado en su cara lo aparto suavemente.

—Necesito que salgas de la habitación, debemos cambiarla —interviene Chloe con voz asustada y me aparta.

—Cuídenla, por favor —mi voz sonó más asustada que la de la misma Chloe.

Bajo a la primera planta y camino nervioso en la sala estar de un lado para otro. No puedo quedarme quieto, esto es mi culpa. Lo menos grave que puede pasar es que Jane coja una pulmonía.

—Edward, por Dios, me estás mareando —habla Thiago recostado a la chimenea.

El fuego crepitaba dando calor al pequeño local, pero me siento vacío y frío. Una sensación un poco rara.

—Lo siento, Thiago —digo colocando mis manos en el espaldar de uno de los asientos—. Hasta que Chloe no baje y me de noticias, no puedo quedarme quieto.

—Va estar bien —añade Arthur—, esa chica es un hueso duro de roer.

—Hierba mala, nunca muere —comenta Tom y cruza sus brazos en el pecho—. Ella es más fuerte de lo que pensamos.

—Espero que tengas razón —contesto y escucho unos pasos que nos hace mirar en dirección a la escalera.

—Por ahora logramos controlar la fiebre, pero necesitamos al médico —aclara Amelia—. Está tosiendo demasiado y no me gusta cómo se escucha.

—Yo iré —se ofrece Thiago.

—Ten cuidado —añade Arthur—, los caminos deben de estar llenos lodo.

Thiago se retira lo antes posible en dirección a la ciudad. Hasta que el médico llegó y nos dio su veredicto, no estuve quieto ni un instante.




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