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Capítulo 14 «Fue un accidente»

Jane

¿Cómo arreglo este aprieto ahora? Juro que fue sin querer. Todo iba de maravilla con nosotras. Aaah... pero se me ocurre lanzar por la ventana del segundo piso, el agua donde lavé los pinceles. No es mi culpa que la vieja cacatúa estuviera paseando por el jardín en ese instante.

Cuando escuché el grito de la condesa, Lexie y yo nos asomamos por el enorme ventanal. Su vestido está empapado de colores. Lexie salió de la habitación, pero cuando la vieja hurraca levantó a cabeza, ¿a quién vio? Pues a mí.

—Tú —dijo señalándome con el dedo. Estaba molesta. Muy molesta

—Oh, oh, perdone —sonreí nerviosamente y cerré la ventana al instante.

Esta vez el Duque me mata, de esta no me libra ni Dios. Bajo las escaleras lo más rápido que puedo y me encuentro con una condesa que echa humo por los oídos en el jardín. Su cabello estaba completamente empapado, y su vestido precioso, pero pomposo, completamente arruinado. Es de una tonalidad azul marino como las profundidades del océano y pedrería en el busto. La pintura le dio un toque más... ¿juvenil?

Si las miradas mataran, en estos momentos estuviera muerta y enterrada a dos metros bajo tierra. Dios, la mirada trazadora de esta mujer es terrorífica y da miedo. Tuve que tomar todo el autocontrol de mi cuerpo para no sonreír de aquella escena que tenía delante sin hacer que la vieja hurraca se molestara más de la cuenta.

—Tú —dijo nuevamente con los dientes apretados y señalándome con el dedo—, es la segunda vez. ¡La segunda vez que me haces esto! ¡La segunda vez que me humillas! —exclama muy molesta.

A lo lejos, veo un par de siluetas a caballo. Trago en seco al reconocer al Duque y Lady Rose. Fantástico. Esto no va a terminar bien... por lo menos para mí.

—Fue sin querer, lo juro —intento defenderme—. No sabía que estaba dando un paseo por el jardín —bajo la cabeza y me muerdo la mejilla por dentro para no soltar la carcajada al ver lo graciosa que se ve.

—¿Hasta cuándo, muchachita, piensas hacerme pasar vergüenza? Esto no lo tolero más —exclamó molesta.

—Por Dios, condesa, ¿qué le ocurrió? —pregunta Lady Rose.

—Pasa que esta —me señala con la palma abierta hacia arriba y sin encontrar las palabras—... joven me ha lanzado pintura —dijo apretando los dientes.

—Fue sin querer —añado cabizbaja para no soltar la risa—. Lo siento mucho, condesa.

—¿Lo sientes? ¿Lo sientes? Primero en mi propia casa y ahora en la casa del Duque. Eres una...

—Tenga cuidado como habla en mi presencia, condesa —interrumpe el Duque—. Yo me encargaré que este... incidente no salga impune.

—Espero que así sea, Edward —la mirada de la condesa puede helar la sangre—. Vamos, Lady Rose. Es tiempo de regresar a casa.

Eleva rápidamente su cabeza orgullosa haciendo que gotas de pintura cayeran en mi vestido. Se gira en sus talones hacia el carruaje que la espera en la puerta principal. Lady Rose baja del esplendoroso caballo y camina con paso rápido hasta llegar al lado de la condesa.

Al llegar a la puerta principal, todos están atentos a lo que ocurre. Lexie está entre ellos. La mirada de terror en la cara de ellos me dijo el final de este pequeño error y trago en seco. El Duque despidió a las invitadas y con voz grave, indica que nos dirijamos a la sala de estar. El Duque nos miraba a todos con sus ojos negros penetrantes y... comenzó a reírse. Eso nos tomó a todos por sorpresa, se estaba riendo a carcajadas. Ese fue el impulso para que todos allí presentes se le unieran, menos yo. No entendí nada, así que poso mis ojos en Lexie. Ella sonríe con timidez y se encogió de hombros. Yo apenas pude esbozar una sonrisa. La del Duque me tiene hipnotizada.

Se agarra del estómago como si su vida dependiera de ello. Sus hombros se agitan rápidamente y sus ojos son una línea fina. Un hoyuelo apareció en su mejilla y lágrimas salen desde sus ojos. ¡Vaya, qué conmoción!

—Dios mío, si ella se demoraba un minuto más, no iba a poder aguantar la risa —dijo el Duque con dificultad. La falta de aire por tanto sonreír no lo deja casi hablar—. Oh, querida Jane, definitivamente esta vez sí que la molestaste.

—No entiendo —las risas fueron menguando— ¿No va a gritarme, regañarme o incluso amenazarme con que me vaya? —pregunto aún estupefacta.

—Claro que no —resopló y sonrió negando con la cabeza.

—Nunca había visto a la condesa tan histérica —añade Amelia sonriendo.

—Y que lo digas –indica Thiago.

—Nunca me había reído tanto en toda mi vida —comenta James.

—Si es por ella, Jane en estos momentos sería cadáver —expone Arthur.

—De verdad que fue muy gracioso —habla Chloe.

—Ríanse —intervengo yo—. Ríanse ahora. Pero en ese momento, no había quien se acercara a esa vieja cacatúa —me cruzo de brazos y frunzo los labios.

El Duque suelta otra carcajada y se limpia otra lágrima en la cara.

—Vaya, ya tenemos a otra que piensa en la condesa como una vieja hurraca —añade Thiago.

—Eso fue vergonzoso —digo por lo bajo con un puchero.

–Vamos, muchachos, tenemos cosas que hacer —indica Chloe dando unas palmadas y todos se dispersan.

—Jane, necesito verte un momento —la voz del Duque me paró en seco.

—¿Qué necesita? —pregunto una vez que todos se habían retirado.

—Solo darte las gracias —se sentó en el sofá y cruzó los pies por el talón—. Toma asiento, por favor.

«Hoy está de buen ánimo», pensé y sonreí mientras me acomodo en la mullida silla del té frente a él.

—Desde hace un tiempo hacía falta un poco de... color en esta casa —sonrió nuevamente.

—¿Por qué no dijo nada delante de la condesa? Pareciera que le tiene miedo.

—Oh, no. La condesa es una persona un poco... difícil. Fue muy amiga de mi madre así que... —dejó la frase en el aire como si eso lo explicara todo—. Quería preguntarte dos cosas. ¿De verdad lo arrojaste sin querer por la ventana?

Gimo por lo bajo al recordar semejante vergüenza.

—Es la verdad. No sabía que estaba paseando por el jardín. Aunque mi padre dice que las cosas improvisadas son las que mejores salen.

—Por favor, la próxima vez mira hacia abajo. La condesa no aguantaría otra vergüenza como la de hoy. Además, si tienes que desechar la pintura, hazlo por las tuberías. Así evitamos este tipo de... incidentes.

—Tomo nota de esto, su Excelencia. ¿Cuál es la otra pregunta?

—El cumpleaños de Lexie es en un mes y no tengo ni la más remota idea de qué regalarle.

«¡Uy, que tierno!», pienso e inclino mi cabeza a un lado.

—¿Qué le gusta a la pequeña? —pregunto.

—Ese es el problema. Lexie nunca ha hablado conmigo y contigo es capaz de entablar una conversación —evité golpearme la frente para no parecer insolente— ¿Podrías ayudarme con eso? —doy un pequeño asentimiento y él sonrió de soslayo nuevamente—. Necesito otro favor.

—Dígame, y si está en mis posibilidades, lo haré.

—Necesito que Lexie se comunique conmigo —un nudo de plomo cayó en mi estómago—. Ya sé que mi petición es un poco forzosa, pero necesito que mi hija me hable, o al menos saber la razón de por qué no lo hace —la frustración en sus palabras hizo que mi corazón diera un pequeño salto.

—Haré lo que pueda, su Excelencia.

—Muchas gracias.

«Dos agradecimientos en un día de parte del Duque. Eso es un enorme progreso», pensé aliviada.

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