Capítulo 13 «Sonrisa inesperada»
Edward
Mi pequeña tiene en su cabello rubio un poco de pintura azul, y su mejilla no salió ilesa con una enorme mancha verde. El vestido de Jane está lleno de pintura morada y roja, y sus brazos con azul.
—Por aquí puedes poner un poco de rojo —explica la institutriz, y Lexie asiente con su cabeza—. ¿Cómo quieres llamarlo?
—Alexia —responde la niña y un latigazo atraviesa mi corazón.
—¿Cómo tu mamá? —la niña asiente y deja el pincel a un lado—. ¿Por qué?
—Amelia dice que a ella siempre le gustaron las flores del jardín —responde con dulzura y balancea sus pies al estar sentada en una silla alta.
—Me gusta el nombre —habla Jane y pasa su mano por la cabeza de la pequeña con ternura.
—¿Y el tuyo? —pregunta Lexie—. No lo he visto.
—¿Deseas verlo? —la niña asiente efusivamente y Jane acerca el lienzo para que la niña observe colocándolo justamente delante de mis ojos.
Mis ojos comienzan a empañarse por las lágrimas y un nudo se me forma en la garganta.
—Es muy lindo —dice la niña asombrada.
—La pintura está un poco mojada, pero todavía no está terminada. Solo espero que le guste.
—¿A papá? —pregunta la niña y Jane asiente.
—Quería darle un regalo —ambas miran el cuadro y los hombros de Jane caen como si hubieran sido liberados de un peso.
—El mío no es tan lindo como el tuyo. Él no va a quererlo —añade la pequeña mirando el suelo.
Un nudo se me formó en la garganta y aguanto la respiración.
—No digas eso —Jane coloca el lienzo en su caballete—. Es un cuadro precioso, Lexie. Viniendo de ti, puedo decirte que será muy especial —la niña subió su cabecita y se abrazó al torso de la institutriz.
Me alejo lo más rápido que puedo y entro a la recámara.
Mi hija ha hecho un cuadro... para mí. Esto es más de lo que puedo soportar. ¿Qué he estado haciendo todo este tiempo? Es posible que ella no hablara, pero siempre ha querido que le lea una historia o que bailara con ella cuando tenía solo tres o cuatro años. Me derrumbo en la cama acongojado y dejo caer la cabeza entre mis manos. El cuadro de Jane es precioso. Un retrato mío y de Lexie... sonriendo. ¿Cuándo he sonreído?
¿De verdad que mi niña pensó que no me gustaría su cuadro? Aunque fuera el cuadro más horroroso del mundo, viniendo de ella, lo aceptaría como el tesoro más valioso de este lugar por el simple hecho que escogió parte de su tiempo para mí. Jane me lo dijo y ahora es que comprendo. Alexia me enseñó que los pequeños detalles son los más importantes.
¡Cuánta razón tenía!
Bajo las escaleras completamente distinto. Me siento... vivo, renovado y orgulloso. Ese simple detalle me alegró la mañana y ni siquiera Lady Rose o la condesa podrán arruinármelo.
Me acerco a las caballerizas silbando una melodía en mi cabeza y observo como Arthur peina la crin de Diamante. Al escucharme entrar, giró su cabeza y frunció el ceño.
—En esto momento iba a llevarte... —dejó la frase en el aire y paró el cepillo que tiene en su mano.
—¿Qué ocurre? —pregunto y no puedo evitar sonreír.
Sus ojos me miran entre curiosos y asombrados
—Esto... nada —respondió con dudas—. James salió hace un momento con Alazán para Lady Rose.
Alazán es una pura sangre inglés negro de crin blanca. Alexia le encantaba la competencia y sabía perfectamente que el único caballo que se encontraba a la altura de Diamante, era ese. Siempre prefirió el Steeple chaser a un Miler. En cuanto a estos esbeltos animales, ella tenía gustos muy exquisitos.
—Hubiera preferido que prepararan a Cristal —comento acercándome a mi frisón.
—Alexia tenía un gusto muy raro para poner nombre a los caballos —sonrió por lo bajo.
—Siempre le han gustado esas joyas a pesar que nunca las utilizaba. ¿Cómo está Zafiro?
—Esa yegua me saca de quicio. No hay quien se le acerque, y más ahora que está a punto de dar a luz. Thiago intentó acercársele y casi le pega una mordida en la mano.
—Busca a Jane. Es posible que haga algún efecto —añado bromeando.
—Ya está bien —dejó el cepillo en el suelo y se cruzó de brazos en el pech—–. ¿Qué te ocurre?
Me mira fijamente.
—No sé de qué estás hablando —respondo acariciando el lomo de Diamante.
—Edward, tengo treinta y cuatro años y no soy ciego —se acerca a mí—. Cuando estabas con Lady Rose y la condesa, no sabías que hacer o a dónde correr. Un rato después, entras a las caballerizas con una sonrisa de oreja a oreja y ahora bromeas. Anda, cuenta —inquirió.
Hasta que no le dé una respuesta no va a dejarme en paz.
—¿Qué cambió tu semblante en el último minuto? No me digas que la condesa...
—Estoy feliz, Arthur —le interrumpo y mi frase hizo que sus ojos quisieran salirse de su cara—. Pensé que mi día sería terrible, pero cuando vi el lienzo de Lexie me sentí... No tengo palabras para describir lo que siento en estos momentos.
—Aguanta, aguanta, aguanta ahí —elevó su mano para que parara de hablar—. ¿Lexie te hizo un cuadro? ¿Cómo sabes eso?
—Subí las escaleras y escuché a Lexie reír. Me acerqué un poco y escuché la conversación que tenía con Jane.
—¿Y tú desde cuando eres tan cotilla? —pregunta con sorna y resoplo.
—Déjame en paz —lo empujo sutilmente por el hombro y agarro las riendas de Diamante—. Lexie le contaba que había hecho un lienzo para mí —salimos de los establos—. No lo vi, pero sé que será especial.
—Desde que Jane llegó, han cambiado las cosas por aquí —añade Arthur y nos quedamos en un cómodo silencio.
Nota mental: Tengo que agradecerle a Jane.
Lady Rose, Tom y yo, salimos a cabalgar como estaba previsto. Ella habla, pero mi cabeza se había quedado en la habitación. Vino a mi mente el lienzo de Jane. Me veía... distinto.
Estoy sentado en una silla muy grande con mi traje negro. Lexie está encima de mis piernas con sus ojos azules grandes y felices. Los rizos rubios caen por sus hombros y su amplia sonrisa está plasmada en aquel lienzo. El vestido blanco y rojo cae hasta sus rodillas. Ambos sonreíamos y teníamos un hoyuelo en el mismo lado de la cara. Éramos... felices.
—Espero que la condesa no se haya molestado mucho con la institutriz —la miro rápidamente.
—¿Por qué se molestaría con Jane? —pregunto.
—Tengo entendido que no le gusta como la institutriz está enseñando a la pequeña. La forma en la que reaccionó el día del evento fue un poco desagradable. La condesa no cree que le esté haciendo bien. Si usted desea, yo puedo...
—Jane se queda, y le ruego encarecidamente que no hablemos más de este tema —añado con voz grave autoritaria y ella asintió.
—¿Qué queda hacia allá? —pregunta señalando con la mano enguantada hacia la derecha.
—Es una parte de mis tierras donde ni siquiera yo he cruzado —contesto intentando llevarla hacia otro lado—. Más allá del bosque, se encuentra el río y los riscos. Es un lugar peligroso. La caída es mortal.
—¿Cómo sabe todo eso si nunca ha cruzado? —pregunta con curiosidad.
—El antiguo Duque es el único que ha cruzado esos parajes —contesto por lo bajo y me avergüenzo de mi propia mentira—. Es un terreno no apropiado para señoritas. Mejor regresemos, es un poco tarde.
Y sin más preguntas, regresamos.
Lo que me encontré encasa es... ni siquiera tengo palabras para describir aquello. Solo puedo decirque la unión de Jane y la pintura, es muy mala cerca de la condesa Victoria
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