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Capítulo 12 «Visita inoportuna»

Edward

No pude despegarme de la ventana hasta que Thiago, Lexie y Jane llegaron de la casa de los Warner. Quería saber si habían llegado a salvo. Ya sé que puedo parecer un obsesionado por la seguridad, pero mi hija iba en ese carruaje.

¿Será solo por mi hija que estuve así? Debe ser. Ella casi nunca sale de casa. ¿Desde cuándo soy tan cotilla? Cuando se bajaron del carruaje, Lexie sonríe y Jane se agarra el estómago aguantando la risa. Bueno... ya llegaron a casa, así que ya puedo dormir en paz.

¿Cómo pregunto sin parecer curioso o interesado? Esa pregunta rondó mi cabeza toda la noche. Por más que lo intenté, no pude pegar ojo. Arg, eso es frustrante. Querer saber y no poder preguntar. Solo espero que Thiago lo cuente y así me libro de verme tan desesperado por noticias. Bajo las escaleras y a mitad me encuentro con Thiago. Perfecto

—Ahora mismo quería ir a verte, Edward —en sus ojos noto a preocupación.

—¿Qué ocurre? —pregunto.

—Vamos, en la cueva te explico —pasa por mi lado y abro los ojos, anonadado.

—¿La cueva? —pregunto confundido.

—Ups, perdón por eso —sonríe de soslayo.

—¿Así es como ustedes le llaman a mi despacho? —pregunto divertido y le sigo.

—¿Quieres la verdad o lo que quieres oír? —añade, pero sigue subiendo las escaleras hasta llegar al largo pasillo.

—La verdad —respondo.

—Pues sí, así es como le decimos.

—¿Por qué? —entramos a mi despacho.

—Desde que Alexia murió, ibas solo de tu habitación a ese lugar. Apenas comías con nosotros, parecías un ermitaño. La palabra se le ocurrió a la pequeña Alana.

—¡Ella solo tiene 10 años! —protesto al entrar en el habitáculo y nos sentamos en el sofá.

—Pues ella fue la que dijo que siempre estabas escondido en una cueva, así que, esa pequeña fue la que le dio el nombre a este lugar tan grande, lúgubre y triste. Vaya, un juego de palabras, debo agradecerle a Jane por eso.

—¿De qué querías hablar conmigo? —insisto.

—Ayer cuando estábamos en casa de los Warner, William llegó con una noticia un poco... impactante. El rey salió del castillo... de nuevo— paso mi mano con frustración por mi cara—. Ya sabes lo que eso significa.

—El regente debe pasar por aquí en unos días —añado y dejo escapar un resoplido.

—Tenías que haber visto a Jane cuando le mencionamos el asunto del exceso. Parecía tener conocimientos. Me recordó mucho a...

—... Alexia —termino la frase por él—. ¿Recuerdas la primera vez que el regente llegó a esta casa? —sonreí por lo bajo.

—Como olvidarlo, Alexia le dio una buena lección. Le dijo que la próxima vez que viniera tenía que ser con una carta con la firma y sello del rey. Desde entonces nunca se le vio más la cara hasta ahora. Al parecer se enteró de... —dejó la frase en el aire—. Si se encuentra con Jane... —negó con la cabeza sonriendo—. Dudo que ese hombre aguante otra vergüenza.

—Muchas gracias por decírmelo, Thiago. Háblame de Lexie.

—Estuvo fantástica. No habló, pero sonreía mucho. Para nuestra sorpresa, Jonás se nos unió para cenar

—¿De verdad? —pregunto conmovido—. Me imagino como se lo tomó John Warner

—Ese hombre casi llora de la emoción. Y cuando el niño sonrió, creo que hasta aguantó la respiración.

—¿Qué has sabido del rey? —pregunto—. ¿Lo encontraron?

—Luis está muy angustiado. Desde hace casi cuatro años que desapareció el heredero del castillo sin dejar rastro. La reina Katherine está sufriendo mucho.

—Si en esta casa supieran que Arthur, Amelia y tú son parientes del rey, no me dejarían en paz.

—Si el regente lo supiera, no se aparecería por aquí —dijo un poco molesto—. Jane hizo una pregunta muy interesante —frunzo el ceño confundido—, preguntó si nadie se había quejado por la subida de impuestos. Nunca me detuve a pensar en eso, cada vez que Luis me manda una carta es con un mensajero y no puedo enviarle respuesta porque es entregar sin esperar. Cada vez que le escribo es como si...

—... como si nunca le llegara —respondo por él—. ¿Cuándo te llega la próxima carta?

—No lo sé.

—Vas a tener que enviarle una con ese mismo mensajero. Si siguen los altos impuestos, la ciudad no va a aguantar —digo con frustración—. Parezco el alcalde de la ciudad en vez del Duque.

Unos toques a la puerta cortan nuestra conversación.

—Adelante.

La cabeza de Arthur aparece.

—Edward, solo quería recordarte el compromiso con la condesa Victoria.

—¿Tienes que reunirte con la cotorra? –exclama Thiago.

—No la llames así, Thiago —le reprende Arthur.

—¿Por qué? Edward fue el de la idea —Arthur me mira de manera inquisitiva.

—Thiago, te odio —digo por lo bajo.

—Yo más y no te lo digo —susurra también con sorna.

—Gracias, Arthur. Ya lo había olvidado —respondo y Thiago se acerca a la ventana.

—Si lo hubieras olvidado, no ibas a perderte nada —señala con la cabeza por la ventana. Arthur y yo nos colocamos a su lado—. Lady Victoria ya está aquí —suspiro profundamente—. Y viene con compañía.

—¿Rose está aquí? —pregunta Arthur curioso.

—Deja que Amelia se entere —explica Thiago divertido.

—Voy a resolver esto. Ustedes... intenten que Jane no se encuentre con ellas —ambos asintieron y salí a recibir a mis inoportunas invitadas.

Dios mío, ya estoy pensando como Jane.

—¿En esta casa no hacen nada bien? —escucho la voz de la condesa antes de cruzar la puerta de la sala de estar.

—Condesa Victoria, Lady Rose —me adentro en la estancia y el silencio reinó.

—Edward, querido —sonríe y por el rabillo del ojo veo a Amelia. Noto trozos de porcelana en el suelo y algo derramado en la alfombra.

—¿Qué ha ocurrido aquí?

—La sirvienta dejó caer una taza de té al suelo manchando el vestido de Lady Rose. ¡Qué ineptitud por su parte! —cierro mis manos en puño.

—Amelia, recoge eso, por favor —ella asintió–. Luego puedes retirarte.

Una vez todo recogido, Amelia salió de allí con la cabeza gacha. Conociéndola bien, se estaba mordiendo la lengua para no soltarle cuatro verdades a la condesa. Nunca se han llevado bien.

Amelia era la mejor amiga de Alexia. Esas dos se unieron mucho cuando Alexia se casó conmigo. Después de mí, la persona más afectada por la muerte de mi mujer, fue ella.

—Edward, querido, necesitas cambiar a tus sirvientes —comienza a hablar la condesa—. Anoche tu institutriz hace el ridículo en mitad de mi fiesta, y ahora esta joven no puede ni agarrar una taza en las manos.

—Condesa, con todo el respeto —comienzo a hablar pausadamente—, de la servidumbre me encargo yo. La gran mayoría son jóvenes, pero están muy bien capacitados en sus labores.

Ella me miraba un poco impactada y eleva su mentón.

—Deberías despedirlos a todos. Sobre todo, a esa desfachatada institutriz que no sabe...

—De Jane me encargo yo —interrumpo tajante pero cortés—. James me comentó el día de ayer que quería hablar conmigo.

—Lady Rose no se conoce los alrededores y yo estoy muy vieja para esas cosas.

—Sería un placer dar un paseo —susurra Rose—. La condesa me ha contado que usted tiene un paisaje hermoso en sus tierras.

Arthur, Thiago y Alexia, mi difunta esposa, fueron los que decidieron asentarse en este lugar. Preferían el campo a la ciudad. Cuando llegué a Netherfield, me enamoré profundamente de este lugar.

—La condesa me habló sobre la duquesa Alexia. Su hermosura no tenía igual. Pude observar a su hija en el baile. Es muy hermosa.

—A Lady Rose le fascinan los niños. En Inglaterra ella era institutriz de Lord Kingston —interviene la condesa.

—¿Y por qué decidió salir de Inglaterra, señorita Rose? —pregunto con cordialidad.

—Me gusta viajar y conocer el mundo. Con cada historia que la condesa Victoria contaba, venir a Netherfield se convirtió en una ilusión. El campo, los animales... —suspiró–. Esto es un sueño hecho realidad.

—¿Desea salir a dar un paseo? —pregunto.

—No queremos importunarlo, Duque —dice Lady Rose sonrojándose.

—No es ninguna molestia —Amelia entra con una nueva bandeja de té—. Amelia por favor, dile a James y a Arthur que ensillen tres caballos. Diamante, otro para Lady Rose y uno para Tom.

Ella asintió, sirvió las tazas de té y se retiró con las manos cerradas en puños.

—¿De qué James hablas, querido? —preguntó la condesa dejando la minúscula taza de té en el platillo de porcelana.

—El mozo de cuadra que trabajaba hasta ayer en su casa, Lady Victoria —respondo con respeto.

—Es un desagradecido. El día del baile entregó un caballo sin mi...

—El caballo era para mí —le interrumpo y ella me miró asombrada—. Tuve que salir urgente y mi carruaje no llegaría hasta media hora después.

—No lo sabía —dijo entre ofendida y avergonzada.

—A Arthur le hace falta ayuda en las caballerizas y James me ha caído del cielo —añado para ocultar la furia que corre por mis venas.

—Los caballos están listos —esta vez entró Arthur a dar la noticia.

—Muchas gracias —hace un ademán con la cabeza y se retira.

No sé cómo salirme de este compromiso, pero tampoco puedo hacer semejante desplante. Subo hacia mi recámara y una sonrisa proveniente de la habitación de al lado me detiene. Con cautela me acerco a la puerta entreabierta y vislumbro el porqué de ese magnífico sonido proveniente de Lexie. Ella pintaba en el lienzo, pero Jane le hacía cosquillas.


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