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03 ⇉ destiny

ੈ✩‧₊ 03destino ₊‧✩ੈ

—¿Oye, qué tal vas con eso? —preguntó Druig, entrando a la cabaña de Eda.

—Pues nada mal, creo que mi corona de flores va quedando muy bien. Aunque, en realidad, no es mía.

—¿Ah, no? ¿Y quién tendrá el privilegio de portarla? —preguntó al recostarse a lado de la puerta.

—Tú, por supuesto —murmuró muy enfocada en su deber de asegurar que no hubiera alguna espina o pequeña rama que incomodara a Druig. Eda hubiese preferido que fuera de día para poder terminar su trabajo al aire libre y con un brillante sol, pero casi siempre no obtenía lo que prefería—. Te vas a ver muy bien —siguió diciendo sin notar bien sus palabras—, aunque en realidad, siempre te ves hermoso, por lo que esto será casi nada... ¡Y listo! Tómala.

Pero cuando se la ofreció, notó que sus ojos la miraban sólo a ella, que estaba muy cerca y que ignoraba olímpicamente su regalo.

—¿Qué es lo que...?

No pudo terminar su pregunta debido a la interrupción de los labios del pelinegro, que habían impactado con los de ella necesitadamente, confundiéndola. No entendía que ocurría, pero con el pasar de los segundos solo sabía que los suaves labios de su amigo eran algo fascinante que no quería dejar ir.

—¿Estás segura? —preguntó cuando empezaron a ir hacia la cama. Los labios de ambos Eternos seguían casi pegados.

—No —contestó con sinceridad, sintiendo su respiración sobre la de ella. Y lo volvió a besar, corriendo con suerte ya que él no se alejo, siguió con el peligroso juego que habían iniciado.

Y no le importaron las consecuencias mientras ocurría. Quizás era el peor error que cometían, que Eda cometía, y quizás luego huiría, pero la necesidad por volver a sentir y tener un nuevo comienzo la cegaron, embelesándola por el momento.

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Eda caminaba tranquilamente por el bosque, pensando en lo interesante que era la naturaleza que la rodeaba. Las plantas y pequeños animales siempre la lograban distraer de la realidad, de sus conflictos y penas. Pero, por supuesto, no se podía vivir hasta la muerte con los pies en un mundo imaginario que, aunque parece mucho más simple y perfecto, nunca es real.

—Eda, te estamos buscando.

La Eterna cerró los ojos un momento, lamentando la interrupción de su paz, para luego voltear y mirar a las personas que habían ido por ella con una sonrisa.

—¿Qué ocurre? ¿Quemaron algo y no quieren que Druig se entere? No voy a volver a convertirme en un oso al que culpan —les advirtió con seriedad a ambos jóvenes.

—En realidad, yo me entero de todo, Eda —informó una voz ajena a los tres, haciendo que la tensión llegará; Druig.

Desde lo que había ocurrido hace un mes, Eda y Druig mantenían una distancia considerable, tratando a toda costa no encontrarse y platicar. El ambiente se volvía sombrío cada que, inevitablemente, los dos seres casi inmortales terminaban juntos.

—Isabel está mal.

Al escuchar ese nombre, a la castaña se le olvidó toda incomodidad y problema, centrándose solamente en saber qué era lo que ocurría.

—¿De qué hablas? —preguntó de inmediato.

—Agoniza —le respondió Druig, cabizbajo.

Ella no esperó más y fue hasta la aldea a toda velocidad, convirtiéndose en Makkari. Entró a la cabaña en donde se reunían para festividades o pláticas grupales, pero en ese oportunidad era el lugar en donde una humana moribunda estaba recostada en el suelo, rodeada por amigos que se habían convertido en su familia.

—Abran paso —ordenó Eda volviendo a su forma natural. Todos la obedecieron, facilitándole el camino—. Bel... —la mencionó afectada al observar su pálido color de piel y labios resecos.

Sin tardar mucho, Druig llegó, yendo hasta ambas mujeres.

—Eda, el médico asegura que... —quiso decir, un poco entrecortado a causa del gran esfuerzo que había hecho para llegar lo más rápido posible.

—Me niego a aceptar lo que asegura el médico —declaró Eda, arrodillada a lado de la pelirroja—. Necesitamos a Phastos. Haz que venga, por favor —pidió a Druig, quien accedió enseguida.

Eda empezó a escuchar pasos, cada vez más lejanos, pertenecientes al pelinegro. Él la ayudaría, lo que la calmaba.

—Isabel... —repitió volviendo a mirar a la pelirroja que tenía enfrente, acariciando sus mechones—, ¿qué pasó, Bel? ¿Cómo llegamos a esto?

Isabel era como una pequeña hermana para la ojimarrón. Desde que había llegado, ella la había ayudado a acoplarse. Siempre tan amable y dulce con todos. Con el pasar del tiempo, Eda había sido participe del funeral de sus padres, que habían muerto por causas desconocidas, haciendo que quisiera y admirara aún más a la humana, pues pese haber sufrido pérdidas importantes nunca había perdido su sonrisa.

Cuatro años después de su llegada empezó a notar en Isabel detalles inusuales. Ella había empezado a perder peso de manera significativa, estaba muy débil y sufría de fiebres muy a menudo, se sentía desorientada, o no recordaba detalles muy simples. Estaba siempre deprimida o ansiosa, lo que preocupaba a todos de sobremanera. Y todo empeoró al pasar un año. A causa de ella, Eda no había podido ni querido irse cuando las cosas se habían puesto tensas con Druig.

—Conseguí a Makkari —avisó el controlador de mentes volviendo a entrar, sorprendiendo a su ex-compañera de equipo, pues no esperaba que llegará tan pronto.

Para resolver tu duda, mi hogar, el domo, estaba por aquí —respondió Makkari con una sonrisa que se desvaneció al notar a la débil chica a lado de su amiga—. ¿Qué le ocurre?

—No lo sabemos, el médico no lo descifra. Pero sé de algunos que podrían ayudar.

Todos supieron al instante de a quienes se refería Eda: Ajak y Phastos.

—Sé que de seguro no querrán venir, pero los necesito —continuó tratando de que su voz no se convirtiera en sollozo.

Makkari rápidamente llegó cerca a Eda, arrodillándose y dándole un abrazo para transmitirle su apoyo.

Lo traeré —le aseguró cuando se alejaron. Luego, despareció como una pequeña ráfaga de viento.

Eda confiaba en que Makkari encontraría el camino, pues cuando había llegado a la casa de Ajak y Phastos luego de evitar la muerte, ahí estaban los Eternos, exceptuando a Druig y, por obvias razones, Thena y Gilgamesh.

Las horas pasaron, y la noche cayó. Le preocupaba no ver a Makkari pasar junto a Phastos y Ajak por la gran puerta.

—Creo que deberías comer —aconsejó Druig tomándola del hombro—. Estuviste aquí desde la mañana, no has probado bocado alguno.

—No tengo hambre —se excusó sin quitarle la mirada a la adolescente.

—Sí tienes hambre.

—No tengo hambre.

—Sí.

—No.

—Sí.

—No —repitió dándole su atención.

—Sí.

—No.

—Sí

—Sí

—No... —dijo Druig de inmediato, como lo iban haciendo ambos, sin notar su error por unos instantes—. Espera, ¿qué...? ¡Eso fue trampa!, y una muy sucia —afirmó Druig indignado. Antes de que Eda pudiera responderle, un tosido se hizo presente.

—Realmente son el uno para el otro —comunicó Isabel un poco bajo, pero con una sonrisa. Había despertado y podía hablar con fluidez, algo que hacía muy poco—, y deberían dejar de fingir que no. Es una orden —intentó bromear con lo último, causando una leve sonrisa en Druig.

-Isabel, eso no importa ahora, vendrán a curarte... —trató Eda de desviar el tema que la humana manifestaba sin éxito.

—No, Eda, detente —pidió tomándola de la mano. La mano de la pelirroja era fría y frágil, parecía que en cualquier momento podía desmoronarse, lo que afligió a la Eterna—. Estos meses han sido horribles. No... No quiero seguir.

—¿De qué hablas? —expresó Eda sin querer comprender.

—Míralo —pidió Bel apretando su mano, aunque por su falta de fuerza Eda casi no pudo sentirlo—. Mira mi futuro y asegúrame que voy a poder descansar, y que me dejarás hacerlo.

—No —se negó, intentado alejarse. Trató de irse impulsándose hacia atrás, pero sintió a Druig.

—Eso es lo que ella quiere —le recordó en el oído, haciendo que las lagrimas empezarán a llenarse en sus ojos marrones.

—No puedo —siguió denegando la posibilidad de dejarla ir. No quería perder a nadie más—. Isa, te voy a cuidar, estarás bien, te lo juro.

—No es lo que te pedí —masculló, luchando para mantener sus ojos abiertos—. Por favor, Eda, haz esto último por mí, y te lo agradeceré aún muerta.

La castaña volteó a mirar a Druig, como si lo que fuera a decir o hacer iba a ayudarla a elegir de manera correcta. Él asintió con la cabeza, causándole una opresión en el pecho a la vidente.

—Gracias, Eda —dijo Isabel al saber que la visitante de Olimpia cumpliría con la promesa. Volvió a darle un apretón a su mano, en el que Eda sí se permitió ver lo que ocurriría, destruyéndose.

Isabel moriría momento antes de que Phastos y Ajak llegarán. Una pequeña parte de su vida se iría con ella entre llantos y lamentos, pero no estaría sola, los que eran sus amigos la consolarían, calmando su dolor.

Cuando pasó, Eda soltó un grito en un intento de liberar su pesar. Luego de varios alaridos más, fue abrazada por Ajak, Phastos, Makkari y Druig, haciendo que se detuviera, pero empezará a llorar de manera desconsolada. Eda lamentó tanto que Ajak no tuviera el poder de curar las heridas que penetraban tan en el fondo, demoliendo cualquier muro que se creyó indestructible.

Pero como siempre debía ser, el tiempo pasó, más despedidas llegaron y el dolor empezó a ser un personaje secundario.

—El dolor siempre es parte de nosotros, Eda —enunció Ajak mientras acomodaba la cama de Eda para que pudiera recostarse. Ella y Phastos se irían a la mañana siguiente, por lo que Eda había pedido que la acompañarán el mayor tiempo posible—, al igual que dejar ir. Sé que puede parecer algo imposible, pero siempre va a tener que ocurrir, y cuanto más pase, más vamos a aprender a sobrellevarlo —siguió diciendo voz triste, recordando su propio pasado y todas las veces que tuvo que ver mundos destruirse para nacimientos de vidas nuevas.

—Preferiría no tener que dejar ir nunca —comentó Eda recostándose en su cama, Ajak volvió a concentrarse sólo en ella.

—Bueno, las cosas mayormente no son como queremos —indicó mientras la cubría con las cómodas telas de lana de oveja—. El destino llega a ser muy cruel sin motivo aparente, por lo que debemos aprender a ser fuertes... Yo sé que tú eres fuerte, Eda, y lo serás aún más con el pasar del tiempo.

Ella le dejó un beso en la frente, como despedida, pero antes de que saliera, Eda habló: —Gracias, Ajak, por ser como una madre para esta descarriada oveja.

—Bueno, en confidencia, eres mi oveja descarriada favorita —le aseguró causando una sonrisa en ambos rostros—. También te amo mucho, Eda —le comunicó aún cuando la Eterna menor no se lo había dicho—. Duerme bien.

Ella salió del lugar, dejándola sola por unos minutos hasta que Druig apareció.

—Creí que estabas dormida —declaró, acercándose a la cama para luego sentarse en una silla que había cerca, pero supongo que supuse muy mal. Lo que ocurrió aún es, demasiado.

—Abrázame —le pidió al instante, confundiéndolo debido a su petición tan espontánea—. Abrázame como no lo has hecho en días, y júrame que todo pasará, pues voy a creerte y mi alma podrá tomar un respiro.

Desde hace varios días que Eda necesitaba de Druig, pero había sido demasiado cobarde y no había dicho nada, hasta ese momento en el que recordó las palabras de Isabel.

—Por... Por supuesto que sí —consintió él, acercándose para darle un significativo abrazo.

Sentados en la cama, abrazados, la castaña escondió su cabeza en el hombro de Druig, sintiendo las lágrimas nuevamente desfilar por sus mejillas, terminando en la ropa de Druig y apenándola.

—No pasa nada —dijo él al notar ese detalle—. Y no va a pasar nada en los próximos años, voy a cuidarte para que no vuelvas a sufrir nunca más —Eda se fundió más en él, sintiéndose especial por las palabras que le dedicaban—. Te lo aseguro por mi corazón que desde siempre ha sido tuyo.

Eda no entendió bien lo que decía. Según creía, todo el tema de su posible relación había empezado hace unos meses, no siglos.

—No espero que me digas lo mismo, sé que aún no puedes, pero te esperaré y cuando eso ocurra te aseguro que jamás voy a irme de tu lado.

Druig no se alejó, abrazándola con más amor, haciéndola sentir en casa. Sus promesas causaban el alivio y felicidad de la castaña. Ella tenía una oportunidad de ser dichosa como lo había dicho Thena, y no iba a desperdiciarla. Lucharía aunque eso volviera a costarle la seguridad de no sufrir.

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