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ੈ✩‧₊ 01 — inicio ₊‧✩ੈ
En el inicio...
Antes de las seis singularidades, conocidas como gemas del infinito, y el amanecer de la creación, vinieron los CELESTIALES. Arishem, el Primer Celestial, creó el primer sol y trajo luz al universo.
La vida comenzó y prosperó. Todo marchaba bien y estaba en equilibrio, hasta que los problemas empezaron a surgir.
Cuando la Tierra se vio en peligro, Arishem mandó a un grupo de once ETERNOS, héroes inmortales del planeta Olimpia, a ayudar. Estos rodeaban la estatua de Arishem, esperando su señal para iniciar la misión.
—Es hora de empezar —informó Ajak, la Suprema Eterna, después de que el Celestial le concediera el don de poder hablar con él.
Todos fueron a sus lugares. Líneas doradas envolvieron sus cuerpos, desde el corazón, dejándolos con sus trajes al irse.
Eda, quien contaba con un traje plateado que entallaba perfectamente cada parte de su cuerpo, caminó hasta la ventana que permitía una vista hermosa del universo.
—Me llamo Ikaris —se presentó uno de sus compañeros al verla a su lado.
—Eda —dijo con cordialidad, mirándolo por unos segundos. Luego se dedicó a observar solamente al planeta que tenía enfrente.
—Es hermoso, ¿no? —preguntó una voz femenina. Eda le dio una ojeada, mientras que Ikaris no le quitó la mirada de encima.
—Se llama Ikaris —le dijo Eda a la recién llegada cuando notó la distracción de algunos.
—Yo Sersi.
—Ella es Eda —habló Ikaris automáticamente, interrumpiendo a la Eterna de traje plateado, cosa que causó una sonrisa en Sersi.
Después, los tres observaron con mucha atención al planeta Tierra, su próximo destino.
El domo de los Eternos se fue acercando a Mesopotamia, la zona del Oriente Próximo, en donde la raza monstruosa de seres casi inmortales, los Desviantes, era el peor peligro.
Seis de ellos descendieron, quedándose en una montaña. Ikaris fue el primero en intervenir, evitando que un Desviante atacará al hijo del hombre que, segundos antes, había asesinado.
—El niño —avisó Eda al visualizar a lo lejos que otro de los Desviantes se acercaba al pequeño humano por la espalda. La angustia que el suceso le había causado, la dejó rápido, pues su compañera Makkari había ayudado al indefenso con su súper velocidad.
Los demás Eternos que pisaban suelo también empezaron a actuar.
Kingo, Eterno que podía disparar energía cósmica con las manos, junto a Makkari, derrotaron a uno. Buen movimiento, halagó él con la lengua de señas, puesto que Makkari era sordomuda, recibiendo una respuesta igual de agradable.
A su vez, Gilgamesh, que con sus puños podía noquear a un dios, Thena, que ya había conjurado armas para ser aún más hábil y ágil en la pelea, y Eda, que había cambiado a una forma que le permitía más fuerza, derrotaron a otro desviante.
Ikaris se encargó del último que había en esas tierras, permitiendo que los humanos salieran de sus escondites. Ellos, al ver la nave de los seres casi inmortales aparecer entre los cielos, al igual que a los Eternos faltantes bajar, se asustaron, mostrando sus pobres armas en clara señal de defensa. El Eterno capaz de controlar las mentes, Druig, se encargó de ellos, confundiéndolos y haciendo que bajarán la guardia.
—Gracias —le dijo Eda a Ajak con una pequeña sonrisa al ver como curaba la herida de su brazo.
El mismo pequeño que habían ayudado en primer lugar, empezó a acercarse, aconsejado por su madre. La líder de los Eternos, con un asentimiento de cabeza, le permitió a Sersi convertir un arma de aquellos tiempos en una daga dorada y azul para dársela al niño.
—Tu poder es muy interesante —comentó Eda al estar junto a Sersi, viendo como el niño volvía con su familia.
—Gracias... —dijo, volteando a verla—, Eda.
—No es nada.
Ambas volvieron con los demás.
—Esta es nuestra misión, Eternos, eliminar a los Desviantes y cuidar de la humanidad. —Todos asintieron ante las palabras de su líder Ajak—. Les aconsejo conocerse. Nuestra misión tomará muchos siglos.
Y sin más, ella volvió al domo, dándole la libertad de elegir qué hacer a sus compañeros. Quería generar confianza en ellos, hacerles saber que la misión en la Tierra no tendría por qué ser lo peor.
—¿Y te gustan mis poderes? —le preguntó Ikaris a Eda, siguiéndola cuando empezó a caminar hasta el pueblo.
—Sí que tienes buen oído —comentó, deteniéndose a mirarlo—. Y para contestar tu respuesta; ¿Lanzar algo terminal por los ojos, volar y ser demasiado fuerte, veloz y resistente...? Por supuesto.
—Gracias —dijo él al instante, añadiéndole a su rostro una sonrisa.
Sersi se acercó, haciendo que Ikaris desviará su atención con dirección a ella. Eda se fue para dejarlos platicar a gusto.
—¿Eda, no es cierto?
—Correctamente —contestó, volteando a mirar a la persona que le había hablado. Ojos azules rasgados, cabello negro y traje igual de oscuro con líneas de color rojo a lo largo de su cuerpo—. ¿Y tú?
—Druig, un placer para ti —correspondió la presentación con una sonrisa, causando diversión en la castaña. El tal Druig le caía bien—. Así que, ¿cuáles son tus poderes?
—Puedo cambiar de forma y conocer eventos futuros.
—Ves el futuro... —comentó un poco impresionado—. Dime cómo voy a morir.
—Pues... —hizo como si pensará—, tropezarás con una roca, te golpearás la cabeza y morirás.
—¡¿Qué?! —dijo él llamando la atención de todos—. ¡Voy a morir de la forma más estúpida, ya dejen de mirarme!
Eda no pudo evitar reír ante las caras confusas de todo el equipo y el pánico de Druig.
—¿Por qué dices eso? —preguntó Thena con una voz más calmada. Al no obtener respuesta, miró a la única persona que estaba a lado del alterado pelinegro; Eda.
Ella se estremeció en su lugar, la mirada profunda de la guerrera la ponía nerviosa, sus ojos azules y cabellera rubia la habían desconcentrado. No dijo nada para evitar balbucear. El silencio reinó unos segundos, hasta que Ajak volvió a hacerse presente.
—Escuché gritos, ¿qué ocurrió?
Al parecer todos tienen buena audición, pensó Eda.
—¡Voy a morir!
—Bueno, no es algo común en nosotros, pero puede pasar... —trató de explicarle Ajak con paciencia—. Además, es algo natural en los humanos, cuanto más tiempo pasemos con ellos vas a poder enten-
—¡Por una roca! —le interrumpió.
—¿Qué? —expresó, volviéndose una más de las personas confundidas.
Así pasaron un rato, explicándose el uno a otro en qué se basaban sus poderes y habilidades, las limitaciones que tenían y todo lo que lograban saber, sin entender cómo, ya que no recordaban haber tenido algún tipo de entrenamiento o una charla sobre estos. Druig quedó más aliviado luego de la reunión, pues descubrió que Eda no podía ver algo del futuro por voluntad propia hasta que controlará mejor su poder.
—¿Alguna otra duda? —todos negaron con la cabeza en respuesta a la pregunta de Ajak—. Muy bien, si ocurre algo más, podemos hablarlo y no gritarlo. ¿Se entendió? —preguntó lo último mirando directamente al hombre de ojos rasgados, quien sonrió inocentemente. Quizás se había alterado un poco.
Los Eternos volvieron a lo que hacían antes, algunos fueron al domo y otros con los humanos. Eda fue hasta el mar, caminando sobre las rocas que lo rodeaban. Ella, si bien había estado escuchando todo, no había podido dejar de mirar a Thena cada cinco segundos de manera disimulada. Le había causado mucha impresión, sus ojos de color indefinido la habían cautivado. Eda consideraba el color indefinido debido a que en ellos veía un pacífico color azul, pero a la vez el interesante color verde.
Suspiró, decidiendo convencerse de que pensar tanto en una persona era completamente normal y ordinario, como alimentarse.
—Eda —la llamaron, captando su atención—. Ajak pide la presencia de todos.
—Claro —dijo, evitando la mirada de Thena. Justamente la mujer en la que tanto pensaba había ido a buscarla—. Vamos.
Ambas caminaron hasta el domo, viendo que todos estaban ahí, compartiendo la cena.
—Al fin llegaron. Siéntense —ofreció Ajak con amabilidad.
Las dos obedecieron, sentándose juntas, pues eran los últimos lugares que quedaban.
—¿Me pasan aquel aceite? —pidió Eda, señalando lo que se encontraba al otro lado de la mesa. Todos aceptaron, empezando a pasarlo hasta que llegó a manos de Thena, que se la entregó con una casi invisible sonrisa, aunque eso fue suficiente para Eda.
Con el paso de los milenios, todos desarrollarían una bella amistad, un lazo muy fuerte que los uniría pese a cualquier pelea. Iban a poder confiar el uno en el otro, apoyarse cuando fuera necesario. Serían como una muy, interesante, unida y disfuncional familia.
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