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Capítulo 9 ☾

Divel

Se decía que Belial era de los demonios uno de los más poderosos del infierno. Fiel seguidor de su hermano mayor y por eso cayó al averno al igual que Lucifer. Era de alma hedionda y vil pero su interior era hermoso. Un demonio corrupto, mentiroso y cruel. Es uno de los siete reyes del infierno y comandaba cerca de cincuenta legiones de demonios menores. Con un gran potencial pero con una sed de gobernar que lo ciega y lo lleva a cometer muchos errores, los cuales ha intentado remediar a lo largo de los siglos.

—¿Me mandó llamar, señor?

Aluca se hizo presente en la habitación, con la cabeza gacha y las manos en la espalda. Era un demonio realmente hermoso, con el poder de hechizar a los hombres y beber su sangre, era un demonio vampiro que me seguía como lo hacen las sanguijuelas con la sangre putrefacta. Siempre fiel a mis órdenes. Nunca desobedece.

Sus cabellos negros caían a sus costados, su piel era demasiado pálida y esos orbes malva la hacían irresistible ante los mortales, tanto hombres como mujeres.

—Te he mandado llamar porque necesito que hagas algo para mí —mi voz se escuchaba fuerte y demandante —. ¿Dónde está el inútil de tu hermano? —me giré sobre mis talones para encararla.

—¿Qué necesitas que haga, padre? —a veces adopta su forma demoniaca y era sexy, atractiva y candente —. No sé donde está mi hermano —musitó.

—Quiero que la vigiles y a ese vampiro también. No me puedo confiar de nadie.

Aluca era la correcta para hacer este trabajo, entre ella y su hermano podían terminar con la relación que esos dos estaban formando. Sería una desgracia que uno de mis vástagos se uniera con un vampiro de esa clase como lo era Caden Edevane. Bryony era la más poderosa de todos, ser la hija de una bruja como lo era su madre le daba suficiente poder y junto a los que había heredado de mí la hacían la más poderosa de todos mis hijos.

—¿Y si su hermano se da cuenta que hemos salido del infierno? —efectúe una mueca de disgusto al escuchar la mención de mi hermano mayor.

—De Lucifer me encargo yo, solo haz lo que te ordeno.

—Como usted ordene mi creador —hizo una reverencia, dio la vuelta y se alejó.

Anduve dando vueltas de aquí allá.

Siempre hemos sido solo una sombra de nuestro hermano mayor. Caímos del cielo para seguirlo y llegamos a este lugar donde nuestro padre nos dejó de por vida. Desafiamos al creador de todo lo habido y por haber, rompimos sus reglas, lo desobedecimos y como castigo nos envió a este sufrimiento llamado averno. No me podía quejar, el cielo era grandioso, espectacular por donde lo vieras, pero en el infierno había mucha más diversión que allá arriba. Hacer pecar a los hombres y verlos caer era lo más reconfortante que podía existir en toda la jodida existencia. Tentar a los perfectos hombres que mi padre había creado era seguir desafiando sus reglas impuestas por el todo poderoso. No solo lo hacía yo sino también cada uno de mis hermanos. Llevarle la contraria a mi padre era como un juego divertido para nosotros.

—¿En qué tanto piensas, hermano? —se acercó Belcebú, con esa arrogante figura suya.

—No creo que eso te importe demasiado —le dije de mala gana —. ¿No tienes que andar por ahí llenando de ideas a tus pecadores? —levanté una ceja y este negó con la cabeza.

—Tengo sesenta y seis legiones de demonios que pueden hacerlo por mí, Belial —escupió mi nombre —. ¿Cuántas legiones tienes tú? —lo miré de reojo y tenía ese rostro arrogante que lo caracterizaba.

—¡Eso no te importa! —rugí. Cogiendo sus ropas apestosas y estrellando su cuerpo contra las rocas duras de aquel pasillo. Algunas moscas volaban a su alrededor.

—¿Por qué te enojas, hermanito? —puso sus manos encima de las mías —. ¿Acaso las cosas no están saliendo cómo tú quieres? ¿Tu vástaga no ha sucumbido ante la oscuridad? —levantó una ceja, sonrió con malicia y arrogancia —. Es eso, ¿no? El más poderoso de tus engendros no ha sucumbido por más que la has llevado a eso.

—¡Cierra la maldita boca! —escupí.

—No importa cuanto la lleves a eso, no importa cuántos demonios mandes para hacerla pecar y cometer atrocidad tras atrocidad ella pertenece a luz, Belial.

Mis manos se asieron más a sus ropas, sus pies dejaron de tocar el suelo rocoso debajo de él pero esa sonrisa de arrogancia no abandonaba sus labios. Maldito engendro de satanás.

—Cuidado con tus palabras, hermanito —chasqueó la lengua —. Puedo hacer de todo para arruinar tus planes.

Lo solté con rabia como si fuera tóxico, además de las malditas moscas que revoloteaban a su alrededor.

—Ella no pertenece a la luz —sentencié y lo señale de manera despectiva. Se acomodó el cuello de su lujoso y carísimo traje y cuadró su espalda —. Es mi hija.

—Pero es hija de una bruja blanca, su corazón es puro a pesar de que quisiste corromperla —su ceño se relajó —. Por eso la dejaste, porque no te quiso seguir hasta las tinieblas, ¿verdad?

—Pudo gobernar conmigo los nueve círculos del infierno pero prefirió seguir a sus hermanas brujas. Hubiese sido la mejor reina de todas, mucho mejor que Lilith —escupí —. Mucho mejor que esa pecadora hija de Dios.

—La envidia es un pecado muy feo —se burló de mí. Se dio la vuelta para seguir con su camino pero se detuvo a mitad de este —. Serás uno de los siete demonios de este lugar, pero sigues dejándote llevar por tus emociones como cuando eras un ángel —se llevó las manos a la espalda y lo escuché reír.

—Maldito —escupí cuando empezó a andar con ese porte tan característico de nosotros.

Belcebú se equivocaba, yo no me dejaba llevar por mis sentimientos porque carecía de estos desde que fuimos desterrados del paraíso. Pero en algo tenía razón: quería a mi lado a mi hija, que gobernara conmigo este inmundo lugar y si tenía que corromper su alma lo haría a cómo dé lugar con tal de llevarla a las tinieblas. A mi lado.

Caden

Sentía la hediondez rondar este lugar, era el olor característico de él. Quizá no estaba aquí pero andaba cerca, vigilando todo lo que hacía, cada palabra, cada acto eran vigilados por ese ente maligno.

Me mantenía arrodillado frente a ella con sus manos en mis mejillas y sus hermosos orbes añiles fijos en los míos. Su corazón latía con suma rapidez y su cabeza se llenaba con miles y miles de pensamientos negativos.

—Thea dice que podemos ir con un médium, ellos saben todo —asentí con la cabeza. A lo largo de mi vida había conocido a más de uno y para mí siempre era el mismo final.

—¿Sabes que te he esperado por muchos siglos? —con mis dedos quité los rastros de lágrimas que tenía en las mejillas.

—¿Qué? —jadeó con sorpresa.

—He visitado muchos médiums, Bryony, todos ellos me decían que a mí iba a llegar una mujer poderosa, con los orbes más hermosos que yo haya visto jamás y con el poder de romper el mismo cielo y terminar con el infierno. Con la capacidad para controlar a los demonios y de ir al mismo infierno para detener a lucifer. Nunca creí que eso pudiera pasar, pero siempre te busqué aún sin saber tu nombre y es que tampoco lo quise saber, nada más allá de tu existencia misma. Quería que todo lo demás fuera una sorpresa, pero sé que eres tú aquella mujer de la que todos ellos hablaban.

El silencio que se formó a nuestro alrededor no era para nada incomodo pero quizá hablé demasiado rápido y le di información innecesaria para lo que estaba pasando. Ella estaba lidiando con sus nuevos poderes y todavía había mucho más detrás, yo solo la estaba agobiando con mis palabras sin sentido.

—¿En-en serio? —sus cejas se elevaron con sorpresa.

—No debí decirlo, pero ya no me podía quedar callado. Llevo siglos buscándote, Bryony Doomster.

Cogí sus manos entre las mías y les di un delicado apretón. Sonrió ante el tacto de mis manos con su suave piel. Cerró los ojos por unos segundos y después soltó todo el aire que tenía en los pulmones. Cuando abrió los ojos estos ya se veían un poco más brillosos y no era por las lágrimas.

—Tengo muchas que procesar —lo entendía muy bien —. Sé que si le pregunto a mi madre no me dirá nada, piensa que negándome la información cuida de mí, pero no es así, al contrario.

Escuché el revoloteo de un pájaro a nuestro alrededor. Volteé a ver encima de nuestras cabezas y un cuervo se sentaba en las ramas de un árbol cerca. Regresé la mirada a Bryony y solo pude sonreír ante sus palabras.

—Si tú me lo permites podemos ir con ese médium, entre los dos podemos buscar información.

—¿Harías eso por mí?

—Lo que sea por ti, Bryony —solté su mano y subí la mía a la altura de su mejilla para con mis nudillos acariciar su piel. Se estremeció ante mi contacto.

Seguí cada movimiento de su cuerpo, como sus labios se abrieron ligeramente, se pasó la lengua por ambos dejando una ligera capa de saliva en estos. Apretó mis dedos con los suyos, su corazón empezó a latir mucho más rápido, sus pupilas se dilataron, sus pensamientos se llenaron de miles de imágenes indecentes entre ella y yo.

Sonreí con malicia al ver sus pensamientos y ella negó con la cabeza.

—Debería meterte un puñetazo por invadir mi privacidad —me dio un golpe en el hombro —. Eso no se hace, Caden, mis pensamientos son privados, míos, de mi propiedad y ni tú ni nadie debe invadirlos.

—No me siento culpable por hacerlo —entornó los ojos.

—Eres un idiota —masculló.

—Pero soy el idiota que te gusta, el idiota que te acelera el corazón y el idiota al que quieres entre tus piernas, pequeña bruja —le di un toquecito con mi dedo en su nariz, la cual arrugó al contacto.

—Malvado demonio manipulador —espetó quitando mi mano de su mejilla.

—Aquí el demonio no soy yo —me burlé de ella, me sacó la lengua y se cruzó de brazos.

—Debería sentirme ofendida —una de sus comisuras se elevó —. Pero no lo haré, mas tendrás que pagar por tu imprudencia sino...

—¿Sino qué?

—Sufrirás las consecuencias de atreverte a hablarme de esa manera —se jactó en sus palabras, llena de orgullo.

—Tú serías una buena reina de las brujas.

—¡Las brujas no tenemos reinas, Caden! —chilló.

—¿No?

—¡No! Por supuesto que no. Solo hay una bruja más poderosa que todas, la que dicta las reglas del aquelarre y castiga a quien se ha portado mal y ha usado sus poderes en beneficio propio dañando a otras brujas o los humanos.

—Que bueno que lo aclaras —me puse de pie y sacudí mis rodillas.

—Tengo que decirle a Thea lo que está pasando —estiró sus manos para ayudarla a ponerse de pie. Con cuidado le ayudé, cuando estuvo cerca no pude contenerme y puse mis manos en su delgada cintura. No se apartó, no dijo nada así que seguí tocándola.

—¿Le dirás todo? Hasta la muerte de Jareth —asintió con la cabeza con pesar —. ¿Cómo crees que se lo tome?

—No sé —suspiró y puso sus manos en mi pecho —. Pero sino puedo confiar en ella que es mi mejor amiga no puedo confiar en nadie más.

—Ahora yo debería sentirme ofendido por eso. Sabes que puedes confiar en mí, para lo que sea que necesites.

—Pero ella es mi mejor amiga, Caden —subió sus dedos por el cuello de mi sudadera, con delicadeza, lentamente —. Es la hermana que nunca tuve y sé que me va a decir que podemos hacer.

—Y puedes contar conmigo —sonrió tiernamente.

—Lo sé.

—Ahora que te he encontrado no pienso dejarte ir.

—Tú eres inmortal y aunque yo sea una bruja no viviré para siempre, en algún momento tendré que morir, Caden. Eso lo tengo más que claro.

Aquello fue como una patada a todos los escenarios que me había imaginado a su lado.

—Pero mientras tanto déjame estar a tu lado, te prometo que no te haré daño. Voy a cuidar de ti, te voy a proteger y estaré en estos momentos que son difíciles para ti.

—Eres como una bestia salvaje, impulsivo, hambriento por sangre ¿Y debo confiar en ti? —elevó una ceja.

—Sí —le dije serio y seguro.

—¿Por qué?

—Porque sí y ya.

—¿Por que sí? ¿Esa es tu explicación?

—No tengo más que decir, sé que eres la persona correcta para mí y no porque los médiums lo hayan dicho, yo lo siento, Bryony, aquí —cogí su mano y la llevé en medio de mi pecho. No dejaba de verla a los ojos, estos eran hermosos, tanto o más como lo era el cielo —. Te voy a demostrar que puedes contar conmigo.

Le quité un mechón rebelde y lo puse detrás de su oreja.

—Yo sé que cuento contigo, Caden, lo siento aquí —ahora ella fue la que llevó mi mano en medio de su pecho, la apretó con los dedos y la sostuvo ahí por algunos minutos —. Quiero que estés conmigo, que me ayudes a descubrir la verdad, pero más que nada quiero que estés a mi lado solo porque sí.

—Estoy contigo solo porque quiero, Bryony —me acerqué a ella para dejar un beso en su frente.

Nos mantuvimos así algunos minutos en los que nos olvidamos de todo lo malo que estaba pasando en ese momento, disfrutamos de la soledad y nos dejamos embriagar por los sonidos del bosque. El lugar era húmedo, frío y las aves revoloteaban de aquí para allá.

—¿Quieres que te lleve a tu casa? —nos separamos.

—No quiero ir a mi casa —suspiró.

—¿Entonces?

—Podemos ir a tu casa para investigar un poco.

—¿Solo para eso? —me quejé y ella notó mi incomodidad.

—¡Caden! —se apartó —. ¿Por qué todo tiene que ser sexual contigo?

—¡Oye! Yo no dije nada.

—Pero sí lo insinuaste —se agachó para coger su mochila —. No soy tonta y puedo ver tus intenciones a través de tu mirada.

—¿Cuál mirada? —me crucé de brazos.

—Esa que tienes ahora mismo. Eres un ser sexual, Caden Edevane.

—Perdón por querer saciar cada una de mis fantasías contigo, señorita Doomster —entornó los ojos y se acercó con pasos cortos hacia mí. Aproveché para quitarle la mochila y ponerla sobre mi hombro.

—Para que eso pase tendrás que esperar un poco más, vampirito.

Fruncí el ceño.

¿Ella me dijo cómo?

—Sí, así es, te dije vampirito —pasó a mi lado rozando su dedo sobre la gruesa tela de mi sudadera.

Me di la vuelta y la seguí de cerca. Era como un perrito faldero que sigue los pasos de su dueño. Su aroma estaba impregnado en mi sistema y la podía oler a miles de kilómetros de distancia, así de mal me tenía.

—Eres una provocadora —cogí su mano y deslicé mis dedos entre los suyos. Me miró extraño pero no me rechazó ni se apartó.

—No soy una santa, Caden —dijo en tono sensual.

—De eso ya me di cuenta, brujita. Se te olvida que puedo leer tus pensamientos —sonreí con malicia.

Caminamos entre los árboles, pisamos las ramas podridas que se habían caído al suelo fangoso y las ramas secas también. Entre toda aquella maleza sentía la mirada penetrante de algo, nos vigilaba, cada paso que dábamos, cada palabra que era pronunciada por nuestras bocas...Todo, absolutamente todo.

—¿No sientes que alguien nos vigila? —Bryony miró disimuladamente a nuestro alrededor.

—Debe ser Eamon —fruncí el ceño y ella notó mi desconcierto.

—¿Quién es Eamon?

—Eamon es mi protector, mi cuidador. Él me llevó esa noche con Jareth, me mostró lo que ese malnacido le estaba haciendo a esa chica —sus dedos se apretaron mucho más a los míos.

—¿Tu cuidador? —no sé porqué aquello no me gustó del todo.

—Todas las brujas tenemos uno, Thea tiene un conejo, mi madre un gato negro. La naturaleza nos lo da a determinada edad.

—¿Y él siempre está contigo? —rodeamos un gran árbol con la corteza café oscuro.

—A veces se va por algunos días pero casi siempre está conmigo. ¿Por qué me haces tantas preguntas? —me volteó a ver.

—Solo es curiosidad —parece que aquello la tranquilizó un poco.

Salimos de aquel lugar y juntos vagamos un poco antes de ir a mi casa, pasamos por un café y algunas galletas que tanto le gustaban a Bryony.

Ella tenía muchas dudas con respecto a su nacimiento y su madre no podía resolver las preguntas que atormentaban su cabeza. En la biblioteca de la casa había libros de brujas y demonios, quizá ahí habría algo que nos pudiera ayudar un poco, saber algo acerca de ella o su progenitor, pero si su madre no hablaba nunca sabríamos la verdad. Ella era la única que sabía quien era el padre de Bryony pero en estos momentos estaba renuente a hablar, así que agotaremos todos los medios para descubrir la verdadera descendencia de Bryony Doomster.

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