Capítulo 1 ☾
Caden
—No sé por qué tenemos que hacer esta mierda —espete al mismo tiempo que arrojaba la maleta encima de la cama.
—Esa boca —me riñó Bastian.
—Es una mierda —pasó Camille frente a mi puerta.
—¿Pueden dejar de decir malas palabras y fingir que les gusta este lugar? —dejó las últimas maletas dentro y se acercó a la ventana.
Tenía la mejor de las vistas del bosque, todo era verde y sombrío, olía a humedad, me gustaba. Árboles tan altos, con frondosas copas repletas de hojas y ramas. A lo lejos podía escuchar el sonido del agua que corría por el río, el canto de los árboles y los animales que habitaban en el bosque.
—Me hubiera gustado quedarme en Suecia —gritó Camille desde su habitación.
—Bibury es un pueblo tranquilo, no hay tantas personas y aquí nos vamos a quedar por un buen tiempo.
Resoplé. Como si aquello me gustara mucho.
—Me gustaba más estar en Suecia, este lugar no me gusta, me trae malos recuerdos.
—Han pasado más de doscientos años, Caden —Bastian puso una mano en mi hombro —. Debes dejar ya esos malos recuerdos.
—Tú no podrías olvidar todo lo que me hicieron, Bastian, eso fue horrible.
Tragué saliva y desvíe la mirada. Camille apareció en la puerta de mi habitación con los brazos cruzados.
—¿Qué vamos a hacer aquí? ¿Fingir que somos humanos e ir a la universidad?
—Sí —respondió Bastian. Camille frunció el ceño.
—¿Estás jugando, verdad?
—Yo no juego, Camille —dijo serio.
—Yo no puedo ir a la universidad, ya he estudiado mucho en estos años y no pienso meterme a una puta aula con mocosos que solo piensan en follarte.
—Camille.
—Ya no tengo cinco años, Bastian —lo señaló —. No me puedes decir que hacer o que no.
—No les estoy preguntando si quieren estudiar o no —nos miró a ambos —. Van a estudiar y ya.
Camille bufó y rodó los ojos.
—Pues te advierto que pienso ir pero no voy a estudiar —se dio la vuelta —. Quizá pueda haber buenas presas —dijo muy bajo pero Bastian y yo la escuchamos.
—¡Escuché eso!
—¡No me importa! —reí.
Ellos dos siempre se la pasaban discutiendo porque Camille era un alma libre que rompía las reglas y hacía lo que sus instintos le pedían hacer, mientras que Bastian era más reservado y cuidadoso, todo lo contrario a nosotros.
Tantos años de vida le habían enseñado a ser precavido y pasar desapercibido, era prudente, reservado y amable. A mí estos doscientos años me enseñaron a ser huraño, a alejarme de las personas y más que nada a no involucrarme sentimentalmente con nadie.
La vida era una mierda y yo lo había tenido que aprender a la mala. Primero cuando perdí a mis padres y después cuando el gran amor de mi vida se fue, dejándome solo en esta miserable y asquerosa vida.
—No quiero que haya desapariciones como la última vez —su voz me trajo de regreso de aquellos pensamientos que siempre me atormentaban —, Por una vez quisiera estar en un lugar unos años sin tener que salir huyendo por su culpa.
—Eso dile a Camille, siempre es ella la que mata a diestra y siniestra, como si no hubiera un mañana.
—Esto va para los dos, últimamente has estado algo...raro.
—¿Raro yo?
—Creo que tiene que ver con tu...problema.
—¿Crees que sea por eso? —por instinto pase mis dedos por la marca en mi espalda y sentí una especie de temor recorrerme todo el cuerpo, fue como una sacudida que me dijo que algo estaba por venir y que no sería nada grato.
—Tal vez, pero no está demás ser discretos. Habrá que buscar a alguien que nos pueda decir que es esa marca —pensó, llevandose una mano a la barbilla.
—Es la marca de mi muerte, Bastian, nada más eso.
Hice un movimiento con la mano que entendió al segundo.
—Te dejo para que acomodes tu habitación.
—Gracias —hizo un asentimiento con la cabeza y salió cerrando la puerta.
Esta vez no se apresuró, solo caminó como lo haría cualquier persona, normal. Solo que Bastian no era en nada normal y nunca lo sería.
No demoré mucho en meter mi ropa al closet y dejar cada cosa en su lugar, me tomó menos de media hora dejar aquella habitación como la de un chico de mi edad, libros por un lado, ropa en el closet y esas cosas que se supone debe haber en una habitación.
Bastian había salido a arreglar unas cosas, no presté atención cuando gritó desde la sala pues me encontraba reprimiendo mis impulsos y no salir corriendo cuando empecé a sentir tanta sed que la garganta me quemaba.
—¿Caden? —la puerta se abrió. Camille estaba detrás.
—¿Sí?
—Iré a buscar algo que comer, ¿quieres ir?
—¿No escuchaste a tu tío? —levanté una ceja.
—Creo que dijo algo de no dejar muertos por ahí, creo.
Sonreí.
—Vamos, Caden. Sé que quieres hacerlo, vamos —señaló el pasillo.
Miré a través de la ventana que tenía al lado mío.
—Son ingleses.
—No sé —dejé el libro a un lado —. ¿Prometes que no habrá muertes?
Resopló.
—Hazlo por tu tío, Camille.
—Bien —rodó los ojos —. Aunque sabes que me cuesta mucho trabajo poder contenerme.
Me puse de pie y busqué una chaqueta en el closet.
Salimos de la mansión por la parte de atrás y caminamos por las orillas del bosque.
—¿Crees que haya sido buena idea venir a este lugar? —le pregunté, ella solo se encogió de hombros.
—Todos los lugares con iguales para mí, Caden —suspiró —. He pasado toda mi vida viajando, matando, escapando para sobrevivir. No sé si este lugar sea el correcto pero no creo que duremos aquí mucho tiempo.
—¿Por qué lo dices? —volteé a verla.
La noche era espesa, como un gran manto negro que se extendía por el cielo. Pero entre aquella negrura la podía ver a la perfección, cada uno de sus gestos, el sutil movimiento de sus labios al hablar y como se movía sin hacer ruido alguno, como si flotara.
—Siempre es así, Caden, traemos muerte a donde sea que vayamos.
Ella estaba en lo correcto.
—¿Escuchas eso? —se detuvo solo un segundo porque en menos de un parpadeo ya estaba corriendo hacia lo que sea que había delante.
Esquivaba los árboles, saltando los troncos caídos, el frío golpeaba mis mejillas y solo dejaba las hojas flotando por algunos segundos al correr tan rápido, aunque Camille lo era mucho más, ella siempre me ganaba a la hora de correr, obvio, era mucho más grande que yo en años vampíricos.
—¡Camille! —casi la alcanzo, estuve a nada de estar a su altura pero sonrió burlona y corrió mucho más rápido que yo, dejando un rastro de su olor a su paso.
Escuchaba sus pensamientos, cada uno de ellos y eran horribles. La cosas que pensaba hacerle a esas personas, como los imaginaba. Camille tenía una mente muy perversa y oscura.
Se detuvo de golpe detrás de un gran árbol, que cubría su figura perfectamente.
—¿Qué demonios pasa contigo? —la cogí del hombro y la volteé hacia mí.
—Shhh —se llevó un dedo a los labios —. Mira —señaló detrás de ella.
Había un auto de color negro y dentro estaba una pareja.
—Yo quiero a la chica —se adelantó.
—Ya lo suponía —bufé.
—No me gusta la sangre de los hombres —hizo una mueca.
—Sí, sí —moví la mano.
Ella se adelantó y avanzó hacia el auto que se movía bruscamente.
—¿Vas a interrumpir su apareamiento? —la detuve.
—Apareamiento —se burló.
—Camille —fue demasiado tarde porque ya estaba tocando la ventanilla con los nudillos —. Mierda.
—Hola —levantó la mano.
—¿Quien mierda eres y qué haces aquí? —inquirió el sujeto dentro del auto.
—Yo solo pasaba por aquí y al ver el auto pensé que sería buena idea que nos uniéramos a lo que estaban haciendo —señaló dentro del auto.
—¿Nos uniéramos? —ahora preguntó la chica.
Camille hizo una seña y avancé hacia ellos.
Al verme el chico se puso los pantalones y buscó su móvil pero antes de que pudiera moverse Camille arrancó la puerta arrojándola contra un árbol. Cogió el cuello del sujeto y lo lanzó a mi pies, a la vez que se metía dentro el coche para poder saciar su hambre con la chica.
—Shhh, no tengas miedo —puso un dedo sobre sus labios.
Estaba casi desnuda, solo por la blusa que cubría sus senos, porque la parte de abajo estaba sin nada.
—Solo te voy a probar un poco, nada más eso —sus largos dedos se deslizaron por su mejilla y barbilla, cogió esta y se acerco para dejar un beso sobre sus labios.
—¿Qué-qué haces? ¡Dejala! —gritó el sujeto en el momento que los colmillos de Camille se dejaron ver y los enterró en el cuello de su novia.
—Sabe deliciosa —murmuró mi prima, enterrando los colmillos de nuevo.
—Tú y yo nos vamos a divertir —lo cogí del cuello arrastrándolo lejos de ahí.
Bryony
El lugar en el que me encontraba era caliente, todo a mi alrededor lo era. Sentía al calor abrazarme y fundirme en él como si perteneciera a ese lugar, como si fuéramos uno solo.
No tenía miedo, no me sentía temerosa, solo quería salir de ese lugar.
—¿Bry?
La escena cambió y ahora me encontraba en un lugar frío y húmedo, olía a azufre. Era una especie de cueva, todo frente a mí estaba oscuro y no podía ver más allá de mis narices.
—Bryony —esta era una voz masculina, fuerte —. Ven conmigo, Bryony. Únete a mí.
—¿Bryony? —era la voz de mi madre.
—¡Mamá, sácame de aquí!
—Vamos, Bry —esto último se escuchó tétrico y oscuro —. Sabes que lo quieres.
Aquella voz se escuchaba en la lejanía, como si me rodeara, como si estuviera dentro de mí y emanara de mi ser.
Una sacudida movió el suelo bajo mis pies. La tierra se abrió y caí al vacío, donde no sabía que me esperaba.
—¡No! —al abrir los ojos me encontraba en mi habitación.
Mi madre estaba a mi lado, una de sus manos acariciaba mi mano. Mi pecho subía y bajaba, sentía la garganta seca y mi frente estaba perlada en sudor.
—¿Estás bien? —me deslicé y me senté apoyando al espalda en el respaldo —. Fue esa pesadilla de nuevo.
Asentí.
—Otra vez la misma pesadilla. Solo quisiera saber que significa.
Mi madre me miraba con pena, con dolor. Siempre era así, cada noche que me despertaba gritando por las horribles pesadillas que me venían torturando desde hacía meses.
—¿Tú no sabes que significan? —negó con la cabeza.
—Lo siento —agachó la cabeza.
—No te preocupes, ya lo sabremos —me sonrió.
—En lo que te das una ducha voy a preparar el desayuno.
—Gracias —se puso de pie y salió de mi habitación.
Salí de la cama y fui al baño. Me deshice de la ropa y me metí bajo el chorro de agua tibia.
Estas pesadillas me dejaban con un mal sabor de boca, me sentía rara y que el mundo era extraño para mí.
Siempre me sentí fuera de lugar, no solo por ser una bruja, sino porque algo no encajaba conmigo, había lago dentro de mí, era oscuro, tétrico, lleno de maldad que me pedía hacer cosas malas. Mi madre no sabía de esto que iba creciendo dentro de mí y que empecé a sentir el día que cumplí los dieciocho años y fue cuando todo cambió para mí. Mis poderes se acrecentaron y esto que yacía dormido salió, fue como una revelación.
Mi madre era una buena mujer, pero sabía que había cosas que me ocultaba, como el paradero de mi padre, al cual no conocía y no sabía ni quien era, si era bueno o malo, si era un brujo o qué. Ella no hablaba de él y temía que no fuera lo que siempre aseguró ser, un buen hombre que tuvo que tomar una decisión: irse.
Me hubiera gustado conocerlo, saber su nombre o algo, pero no había nada de él, ni un nombre, ni una imagen, nada, fue como si se lo hubiera tragado la tierra.
—¿Bry? —sentí una mano en mi hombro, lo que me hizo voltear a ver detrás de mí.
—Hola, Anthea —le sonreí.
—No te ves bien —caminaba a mi lado.
—No he dormido bien —me quejé.
—¿Es por esas pesadillas?
Asentí con la cabeza.
—¿Quieres ir a tomar algo después de clases?
—Me gustaría.
—Por cierto, ¿sabías que alguien se mudó a la mansión de los Clayton.
—¿Ah sí? —levanté una ceja a lo que ella asintió con la cabeza, rápidamente.
—¡Sí!, es un empresario con sus hijos, un hombre y una mujer. Dicen que van a venir a esta universidad.
—Así que vamos a tener nuevos estudiantes —Anthea volvió a asentir con la cabeza.
—Hace mucho que nadie venía a este pueblo —pensó.
—Quizá sea por las brujas o por los lobos, no sé, algo tiene que ver.
Se rio.
—Yo creo que es por mala recepción, no creo que las brujas tengan algo que ver.
—Ni yo —reímos.
—¿Entonces a la hora de la salida?
—Ahí te veo —me hizo un guiño y se dio la vuelta para ir a su primera clase.
Subí para ir a mi primera clase. La campana resonó por todo el lugar, los alumnos se apresuraron en entrar a sus aulas antes de que les cerraran la puerta en las narices.
Llegué a tiempo y fui a la última hilera de sillas. Me gustaba estar atrás ya que podía pasar desapercibida y no llamaba la atención de nadie, mucho menos de los chicos lobos que había en mi clase. La mayoría de ellos eran unos tontos sin cerebro, menos Curtis que era lindo y amable, al menos conmigo lo era y con Anthea también.
—Hola Bry —saludó Curtis desde su lugar, llevandose un par de miradas de sus compañeros de manada y algunos alumnos que creían que yo era "rara"
—Hola, Curtis —me sonrió y se sentó en su lugar.
La puerta del aula se abrió y detrás entró la profesora Aurore, una mujer un poco mayor, algunas canas de asomaban entre sus cabellos castaños y siempre traía un termo con café, el cual bebía mientras daba su clase.
—Buenos días, alumnos.
—Buenos días, profesora, Anderson —respondimos algunos.
—Hoy tenemos la visita de un nuevo alumno.
Dejó sus cosas encima del escritorio.
—Él viene de Suecia, ha estado viviendo ahí por un poco menos de un año. Su nombre es Caden Edevane y es sobrino de Bastian Mellark.
Los murmullos se escuchaban por toda el aula.
La profesora se acercó a la puerta, detrás estaba un chico alto de cabellos negros, piel pálida y que desprendía cierta oscuridad, maldad y misterio.
Yo era buena descifrando a las personas y muy pocas veces me equivocaba, y este chico no era la excepción para mí.
—Pasa, Caden —el chico dio un paso dentro y fue cuando lo sentí, solo había oscuridad emanando de todo su ser, era espesa.
Había algo oscuro dentro de él, algo poderoso que me estremeció de pies a cabeza. Lo pude sentir hasta donde yo estaba
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