Capítulo 9: El Averno de King Shadow
No digas nada— me anticipé.
Estaba sentada sobre el suelo del profundo bosque, apoyada en uno de los pocos árboles que quedaban cerca de la zona limítrofe con la aldea Grunge. Xerxes estaba parado delante de mí, acosándome con su mirada y sin pronunciar palabra. Podía ver a Bástian deambulando en el Campo Espinado, aunque no tan alejado de mí, custodiando. Mis Infernas se encontraban sobrevolando el espacio en el cual nos encontrábamos.
—Me molesta tu expresión, cámbiala—,
—Perdón, Petra, pero no puedo. Es una locura lo que hiciste—.
El estado de ánimo de Xerxes superaba su enojo promedio, lo conocía profundamente. Pero tuve que hacerlo...
—Cuando me tratas así, me recuerdas a mi padre, y lo detesto—,
—Parecería que no sabes lo que estás haciendo, que fueras una de esas criaturas débiles que tanto odias—.
Me levanté del suelo enajenada, no podía hacer semejante comparación.
—Retira lo que dijiste—,
—Me voy a custodiar los alrededores. No quiero pelearme contigo—.
Mi mano derecha se alejó de mí en el momento justo. Conocía mis impulsos y esa pelea pudiera haber terminado en lucha cuerpo a cuerpo o en una decisión por la que me arrepentiría el resto de mi existencia.
En mi soledad comprendía un poco más la molestia de Xerxes. Él quería tanto como yo que volviera al reinado de Das Dunkel y temía que mis planes se vieran frustrados por la presencia de Demetrius. Pero tuve que hacerlo... Mi mente me llevó a aquel momento.
Yo estaba observando a mi séquito cuando Demetrius apoyó su dura mano sobre mi espalda y acercó su boca a mi oído.
—Necesito hablar contigo— me dijo por lo bajo.
Yo giré sobre mí para encontrarme con su bello rostro a escasos centímetros del mío. Su belleza era insoportable, dolía la realidad de no poder poseerla, dolía su constante rechazo y sus intentos de bloquearme sus pensamientos. Debía reaccionar, él no podía verme en ese estado.
—¿Qué pasa, Demetrius?— le pregunté fríamente,
—Necesito que me dejes salir— me dijo directamente.
Lo observé detenidamente, sus ojos no me quitaban la mirada, muy seguro de lo que me estaba diciendo. Su postura era erguida, fuerte y seguro de sí mismo, definitivamente había dejado de ser ese Demonio endeble y volvió a ser quien yo había elegido allá en el tiempo.
—¿Por qué crees que te permitiría una cosa así?— le pregunté sin sacarle los ojos de encima,
—Porque es lo mejor para ti. Necesito ir a ver a Shilana— me contestó.
Una repulsión interna movilizó todo mi cuerpo.
—¡¿Qué?!— pronuncié elevando mi voz, tanto que pude ver como Xerxes comenzó a mirarnos detenidamente,
—Soy el único que pude sonsacarle algo, hacerle pensar que estoy de su lado. Necesitamos estrategia, Petra, sin ella no llegaremos a ningún lado. Tengo que ir ver a Shilana para averiguar qué fue del General Marcus, no te olvides que esa criatura es quien se encarga de la seguridad de Mundú. Si se encuentra convaleciente, significa que están vulnerables... ¿Entiendes ahora?—,
—Podemos conseguir la información de otra forma. No voy a dejarte ir—,
—Podemos, lo sé, pero tardaríamos más tiempo. Seguramente Shilana está en Das Dunkel, ella habrá guiado al ejército de su padre a rescatar a Amanda. Tengo que ir—,
—Entiendo, pero no— le contesté alejándome de él, tenía que calmar a Xerxes, seguramente estaría pensando que flaqueé otra vez pero mi Demonio me detuvo.
Con su brazo me atrajo hacia su frío cuerpo y con su otra mano libre, agarró mi cabeza para acercarla a la suya. Se me quedó mirando por unos segundos y luego me besó apasionadamente. Casi me había olvidado lo que sus besos me generaban...
Mi cuerpo entero parecía haber encontrado la tranquilidad que necesitaba, todos los problemas, las tácticas y los planes se habían evaporado. Lo único que importaba en ese momento eran los labios adictivos de Demetrius y el salvaje movimiento contra los míos. Temblaba de pasión, hacía mucho tiempo que no lo sentía de esa forma. Lo deseaba tanto que dolía, me ardían las extremidades, mi mente se había apagado aunque solo tenía una imagen, un deseo... Él.
—Esto lo hago por nosotros, por tu deseo de gobernar Das Dunkel— me dijo luego de separar sus dulces labios de los míos.
No fue algo que pudiera controlar, ya no tenía el poder. No podía pensar en otra cosa.
—No te demores mucho— le contesté rendida.
Me dio un beso y se alejó.
Cuando se retiró y pude volver a respirar normalmente, dándome cuenta del lugar en el que me encontraba y el momento que estábamos pasando, comprendí el terrible error que había cometido.
No quería dejarlos juntos, era peligroso lo que esa unión podía llegar a provocar en mi bello Demonio. Ya una vez me frustró muchos objetivos, no deseaba que eso volviera a ocurrir...
Pero mi error tenía que ver con otra cosa. Había perdido el control. Me dejé influenciar por los besos de Demetrius y accedí a algo que jamás lo habría hecho de haber estado en control de mis acciones.
Eso era peligroso.
El poder que Demetrius tenía sobre mí.
El tiempo seguía corriendo sosegadamente, me parecían eternas las horas cuando Demetrius no se encontraba cerca de mí. Estaba arrepintiéndome de haberlo dejado ir, temía perderlo para siempre.
Y en la soledad y el silencio provocado por la distancia de mi campamento, me puse pensar. Estaba perdiendo el rumbo. Mi aldea estaba siendo invadida por una las especies débiles, ¿cuánto tiempo más iba a pasar para que Hadas o Ninfas también se sumaran a Das Dunkel? Y mis intentos por desestabilizar los falsos reyes de mi aldea tampoco estaban dando frutos.
Mi primer movimiento, aunque satisfactorio, sus consecuencias fueron desastrosas, llevó a que varios adeptos a mi causa se unieran a líneas enemigas. Mi segundo movimiento resultó mejor, tener como aliadas a las Brujas era una buena jugada, aun así, no esencial. Costaba decirlo, pero era la verdad. Estaba perdiendo el rumbo.
Necesitaba buscar mi guía, volver a caminar por el sendero correcto, y el único ser capaz de ayudarme en estos momentos, era mi padre.
—Xerxes— lo llamé cuando lo vi acercarse a nuestro punto de descanso,
—¿Qué pasa?— me preguntó,
—Necesito que te quedes a cargo por un momento— le dije, su cara de asombro no me sorprendió,
—¿Qué estás pensando hacer?— me preguntó con recelo,
—Necesito ver a mi padre— le contesté.
No hicieron falta más palabras. Él sabía perfectamente que no podía acompañarme en esta travesía, ya que sólo los descendientes de mi padre son capaces de atravesar su Averno. Asintió con su cabeza y me alejé de él.
La entrada al Averno de mi padre se encuentra en un punto estratégico del Bosque Oscuro y ocupa las profundidades más oscuras de la aldea Das Dunkel, y todo lo subterráneo.
No muchos conocen su entrada, sólo los más eruditos pueden llegar a distinguirla. Él quiso que sólo los descendientes de su línea fueran capaces de atravesarlo y llegar al corazón del mismo, todos los demás que intentaron cruzarlo, perecieron en el camino. Grupos de soldados han intentado penetrarlo en tiempos anteriores para conquistarlo, otros de simple curiosidad, pero ninguno ha salido vivo de ese lugar, y no sólo por lo impenetrable, lo hostil, sino por las criaturas que lo protegen.
Mis preferidas son las Infernas, esos seres increíblemente bellos y fieles que son capaces de modificar el ambiente a su favor, ocultar todo lo que deseen y dejarse ver sólo cuando ellas lo dispongan; también están los Darken, criaturas masculinas que debilitan a todo ser que roce sus estelas oscuras, no tienen ninguna forma en especial y sólo se muestran en mantos; y los favoritos de mi padre, los Shadow, creaciones propias de él mismo, son capaces de asumir diversas formas pero sólo para la mente que atacan.
El Averno de mi padre es peligroso, adverso e impenetrable.
Bien alejado de la Plaza Central, atravesando la parte lindante con la aldea Jenko, había un sutil cambio de color en el suelo del bosque. Delicadamente con mi pie fui removiendo la tierra y allí estaba, el símbolo familiar, extraño para cualquier otra criatura.
Sobre una pequeña puerta circular de acero se imprimía el blasón de la familia Shadow. Las llamas ardientes y crujientes envuelven dos guadañas de doble hoja, una cruzada sobre la otra. Al presionar sobre ellas, la puerta se abre.
La entrada al Averno de mi padre.
El calor sofocante que emanaba desde las profundidades de la tierra me envolvía en un manto hogareño. Aunque había elegido la especie de los Demonio de la Noche, mi cuerpo no dejó de ser la descendencia misma del Amo del Mal, por eso se sentía volviendo a donde pertenecía.
Las escaleras de piedra irregular que te ayudaban a ingresar al Averno estaban teñidas de sangre, tanto de sacrificios a mi padre como de los cadáveres de criaturas que perecieron en mi hogar. El aroma que percibía mi sentido olfativo era una mezcla de azufre y putrefacción de cadáveres.
El puente que cruzaba el mar de lava ardiente estaba hecho de una madera ya casi a punto de desfallecer. Soportaba sólo el peso de una criatura, y un peso específico. Ni un gramo más, ni un gramo menos. De lo contrario se partía en dos, provocando la caída a una muerte lenta y dolorosa. Luego el puente volvía a su lugar. Él ya me conocía, apenas sintió mi energía se convirtió en un material de mármol negro, bordeado en sus puntas por una delicada reja blanca. Crucé aspirando los aromas tan característicos, percibiendo los ecos de los aullidos y siseos de las criaturas que seguían a continuación.
El primer nivel del Averno era un espacio árido escaso de oxígeno. No necesitaba respirar, por lo que aquella ausencia de aire no me perjudicaba en nada. Sólo estaba diseñado para contener a los posibles invasores. Toda criatura necesita del aire para vivir. Pero sólo eran unos escasos metros, hasta que la tierra cambiara de tonalidad. Allí el oxígeno volvía a renacer, pero sólo para traer un nuevo obstáculo.
A continuación se encontraba el hábitat de las Arpías, criaturas sumamente horripilantes. Su cabellera negra y gruesa completamente desarreglada y enredada, danzaba en el aire junto con el movimiento de sus alas marrones. Sus rasgos faciales eran similares a la de las Brujas, aunque se diferenciaban en sus ojos pequeños no estaban ubicados en lugares simétricos de la cara y sus dientes estaban podridos. Y su toque final era su olor nauseabundo y la ponzoña en sus garras.
Llegaron volando, siseando fuertemente, pero al reconocerme, descendieron plegando sus alas y haciéndome una reverencia. Permanecieron inmóviles hasta que llegué al pequeño agujero que descendía al segundo nivel.
La luz de ésta escala era increíblemente fuerte. Cualquier criatura que no estuviera acostumbrada a la luz no podría atravesarlo, y la estancia prolongada en este nivel podía llegar a afectar la vista, hasta volverla nula. Incluso a mí, que estoy acostumbrada a distintos tipos de luminosidad me molestaba...
Esto se debía a que este nivel era el hábitat de los Cíclopes. Ellos necesitan de la luminosidad intensa para poder atacar a sus invasores. Actúan en singular y son silenciosos, pero al percibir mi energía se mostraron ante mí haciéndome la reverencia correspondiente.
Me fui por el nuevo agujero que descendía al tercer y último nivel.
Aquí convivía las peores criaturas, y mejores aliadas, de mi padre. Las Infernas, los Shadow y los Darken. Todos me hicieron la reverencia correspondiente a mí pasar.
Y finalmente se encontraba el último pasaje para descender, ahora sí, al hábitat de mi padre.
El suelo rocoso y el calor sofocante antecedían al sendero bordeado de rosas de espinas, flora carnívora, seguido de un espeso bosque, casi como nuestro Bosque Oscuro. El calor, de pronto, comenzaba a calmarse, y unas nuevas escaleras bañadas en sangre seca me acercaban a mi progenitor.
Al pie de la escalera seguía un largo y ancho pasillo, bordeado de columnas inmensas de mármol negro. Y allí estaba, sentado sobre su gran sillón, esperándome, sabiendo que me dirigía hacia él.
—Me estaba preguntando cuanto más tardarías en volver— me dijo mi padre.
Había adoptado una forma mixta. Fiel a su especie primitiva, poseía las alas negras de los Demonios que brotaban de su espalda, a través del manto negro que lo cubría hasta el suelo, ya que no tenía extremidades. Su cabeza calva estaba cubierta por la capucha negra.
—Necesito guía, padre, estoy perdida— le dije con completa sinceridad, era en vano mentirle, sabría perfectamente si lo haría,
—Tu plan para obtener el reinado de Das Dunkel está fracasando. —Se movía por la sala con completa seguridad, daba vueltas a mí alrededor de forma amenazante. Yo era su hija pero aun así le temía profundamente. —Eso no es propio de la hija del Amo del Mal, ni siquiera de un Demonio de la Noche. Estás cayendo por un abismo sin retorno, y para sumar más errores a tu camino, te estás perdiendo por una criatura. Sabes de quien hablo. No entiendo por qué no adoptaste a Xerxes como tu pareja—.
Mi padre nunca había querido a Demetrius, siempre me dijo que veía algo extraño en él, como un mal presagio. No supo explicarme bien por qué motivo pero algo le decía que esa criatura no era la correcta para mí.
—Xerxes es fiel a mi causa porque me admira y respeta, pero eso no lo vuelve alguien digno de acompañarme, padre. No podría dirigir todo un pueblo, cambiar la historia de una aldea, recuperar sus raíces. Él está bien en el lugar que yo le di, a mi lado, pero como mano derecha—,
—¿Y Demetrius? ¿Qué está haciendo a tu lado? Fue ajusticiado por intentar secuestrar a la hija de Brian Omen, estaba preso en nuestra Prisión, a punto de morir debilitado. Y tú lo rescataste. ¿Para qué, Lucybel?— su voz era fuerte y gutural,
—Yo lo adopté porque vi en él grandeza, padre. Él sí tiene todo lo que necesito para que sea mi pareja y gobernar juntos Das Dunkel. Tiene la personalidad, el carácter, la presencia de un líder, de un rey—,
—No trates de convencerme con excusas endebles. Estas obsesionada con él, quieres poseerlo a toda costa, tanto que creaste un tipo de conexión para que él mismo pensara en lo especial de su unión— me contestó,
—Por favor, padre. Hemos discutido esto por mucho tiempo, y siempre llegamos a la misma conclusión. Es mi elección, me haré cargo de sus consecuencias. No es por él que vine a verte—,
—No eres la que decide cuándo un tema se acaba, Lucybel. Demetrius es una pieza peligrosa para tenerla a tu lado—,
—¿Y qué propones, padre? ¿Qué lo deje ir?— le pregunté elevando un poco el tono aunque no lo suficiente,
—No, dejarlo ir sería aún más peligroso. Tienes que eliminarlo—.
La última palabra de mi padre me dejó sin aliento. Fue como un duro golpe acertado contra mi pecho. Ese comentario dejaba ver el verdadero deseo de mi padre, y cuando algo quiere, lo consigue, sea por mí o por cualquier otra criatura.
—No— le contesté simplemente, sin saber qué más decir,
—¿No? No fue un comentario, Lucybel, fue una orden. Tienes que eliminarlo— volvió a decirme con su profunda voz,
—No voy a hacerlo, padre, te expliqué el por qué. Demetrius es mi pareja, aunque forzada, pero lo es—,
—No importa quién sea a tu lado. No lo quiero. Lo haces tú o me voy a ver obligado a hacerlo yo—.
Un cimbronazo recorrió todo mi cuerpo. Hice todo mi esfuerzo por ocultarlo de la mirada penetrante y acusadora de mi padre. Dentro de mi cuerpo, en las profundidades más recónditas, se alojada el temor por la vida de mi Demetrius. No podía permitir que muriera. Ahora entendía el temor de mi padre, comprendía por qué Demetrius es una pieza peligrosa en mis manos: porque me vuelve débil. Es la palabra más insultante para alguien que posee tanto poder como yo, y sin embargo era la más verdadera.
Yo soy débil. Débil porque dependo de Demetrius de una forma que no puedo siquiera controlar. Lo más extraño de todo era que no me importaba. Él es mi Demonio, yo vi algo en él, sé que está ahí y lo voy a recuperar.
—Está bien, padre. Lo voy a hacer yo— le contesté.
Tenía que ganar tiempo.
—Muy bien. Ahora tratemos el tema por el cual viniste. Necesitas más información de la descendencia Drake para poder tocar el punto más débil de nuestra actual mandataria—,
—No la llames así, padre, es una usurpadora— le contesté con ira,
—Actualmente es Reina de Das Dunkel, nos guste o no—,
—No entiendo cómo la dejaste llegar a ese lugar—,
—Seré quien soy pero sé también qué lugar es mío. No voy a reclamar o exigir algo que de por sí me pertenece. Ella puede pensarse Reina de Das Dunkel pero bien sabe que no lo es, como tampoco lo es Brian Omen. El temor que sienten lo puedo percibir desde aquí. Saben con certeza que su día llegará, en algún momento tendrán que renunciar al poder—,
—¿Lo harán por sí solos?— le pregunté extrañada.
Recordaba mi primer movimiento, la charla que tuve con Brian Omen, y parecía bastante seguro de sí mismo. Me enfrentó con mucho coraje sabiendo que podía eliminarlo si hubiese querido. No me parece el tipo de criatura que renuncie.
—Créeme que lo harán, Lucybel. Las circunstancias empezarán a salírseles de las manos. Tienes que pensar mucho antes de atacar. El secuestro de Amanda Drake no fue acertado—,
—Lo sé, me ganó la ansiedad, padre, lo siento—,
—Para una victoria necesitas más que información y táctica, necesitas paciencia. Si no mira a tu hermano. A su debido tiempo construyó los cimientos necesarios para crear su mundo—,
—Sí, pero nunca llegó a concretarlo. ¿Por qué te enorgullece tanto si él se equivocó mucho peor que yo?— le pregunté completa y totalmente resentida,
—Tu hermano pudo haberse equivocado, y mucho, pero tuvo algo que nunca vas a tener. Iniciativa. Él no quiso su herencia, quiso ser independiente y eso es lo que yo valoro. Pero no le voy a perdonar nunca que se haya enamorado de esa mortal. Como tampoco te voy a perdonaría a ti si eso mismo te llegara a pasar—,
—Eso nunca, padre— pero un nudo se me formó en la garganta,
—Volviendo al tema. Voy a ayudarte a solucionar el problema—.
Levanté mi mirada llena de expectación.
—¿Vas a salir del Averno?—,
—La situación lo requiere—.
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