Capítulo 41: Sacrificio
Corrí apresurada para poder sostener entre mis brazos nuevamente a mi hijo. Mi corazón vibró de felicidad tan solo con verlo y mucho más cuando empezó a correr hacia mí.
Demian fue la mejor creación que yo le había dado a nuestro mundo. Él era el ejemplo del amor incondicional, ese tipo de sentimiento que jamás se acabará, que siempre te será fiel y jamás te decepcionará.
Mi unión con Demetrius había tenido su propósito, no sucedió por el simple azar. Si bien con él experimenté una cara del amor bastante dañina, también entendí que era eso.
Una cara.
Hay otra cara del amor, otra que me proporcionaba Embrace desinteresadamente. Con su protección, su fidelidad y su incansable cariño, me había enseñado a amar positivamente. Con él no era necesario sufrir para conseguir algo, no tenía que modificar aspectos de mí para poder agradarle, porque me aceptaba como era y me amaba de esa manera.
Este destino estaba escrito para que aprendiera de esta dualidad, que comprendiera que el amor no se trataba simplemente de un sentimiento hostil sino que también era algo maravilloso y que cualquiera que fuera capaz de sentirlo era un privilegiado.
Abracé con fuerza a Demian y lloré de felicidad. Podía sentir el latir de su corazón y como su cuerpo reaccionaba positivamente a mi tacto.
—Yo sabía que no estabas muerta— me dijo Demian con temblor en la voz,
—La esperanza es una virtud que poseen los Ángeles y que nunca deberían perderla— le contesté.
Demian volvió a abrazarme y cuando se separó de mí, se hizo a un lado. Demetrius caminó lentamente hacia mí, sin poder creer lo que se encontraba ante sus ojos.
Finalmente lo entendía. Siempre pensé que él no era capaz de sentir y que la única forma de experimentar mis emociones era a través de la unión que su especie había establecido con la mía de forma extraña. Que en realidad no lo era tanto porque nuestra unión estaba predestinada. Juntos íbamos a procrear una especie necesaria para mantener al gran Amo del Mal a raya. Juntos íbamos a tener a Demian, la expresión del amor.
Demetrius era capaz de sentir, sólo que de una manera diferente. En lugar de corazón, tenía cerebro y en vez de sentimientos poseía energías, positivas y negativas, intensas y débiles. Él a su forma me amó y no porque experimentara al amor de forma distinta era menos valorable. Él me amó, sin lugar a dudas, solo que me amó mal. Para él fui una posesión, cuyo carácter se volvía sumamente agresivo cuando alguien intentaba quitarme de su lado; una obsesión que necesitaba proteger para que sus fuerzas no fueran extraídas por faltarle su pareja.
—No puedo creerlo— fue lo único capaz de decir.
Yo me acerqué a él y lo abracé con fuerza. Sinceramente valoraba a Demetrius porque con él aprendí innumerables cosas. A través de él fui capaz de valorar el verdadero amor y de llegar a conocerme en profundidad. No tenía idea de que yo era capaz de atravesar límites insospechados con tal de obtener aquello que deseaba. No obré mal, simplemente fue desmedido. Si usara esa misma capacidad para lograr otras cosas más positivas, hasta sería una virtud, pero la usé mal porque me hice daño a mí misma.
—Tenemos que movernos de aquí— les dije a los dos.
—Gracias— escuché decir a una voz que me sonaba muy conocida.
Estiré mi cabeza hacia un costado para poder ver detrás de Demetrius y me encontré con Embrace. Corrí hacia él y lo abracé fuertemente.
El gran amor de mi existencia.
—En realidad no sabía que esto iba a funcionar así— le confesé,
—Yo sé que jamás harías algo para lastimarme. Al menos de forma adrede— y sonrió.
Eso era lo especial de Embrace. Me aceptaba sin barreras y reconocía que era capaz de equivocarme, pero en el fondo sabía que nunca lo lastimaría porque era muy importante para mí.
Tomé a Embrace entre mis manos y levanté vuelo, le pedí a Demetrius y a mi hijo que me acompañaran. Pude observar como mis otros tres compañeros de la nueva orden fueron deteniendo a los Demonios que se atrevieron a luchar en la luz y como el grupo de soldados del General Marcus, que se iba agrandando cada vez más, detenía los tanques de guerra. Los aldeanos empezaron a tomar valor y con cualquier cosa que tuvieran a mano, empezaron a defender su lugar. Esto mismo era lo que los Ángeles Supremos querían: cooperación, valentía y esperanza.
Un golpe me desestabilizó y caí al suelo con Embrace.
Justo antes de que fuera capaz de ver quien nos había atacado, el cuerpo de Embrace comenzó a retorcerse peligrosamente. Sus alaridos de dolor cruzaban mi alma como dagas filosas y puntiagudas. Corrí hacia él y lo sostuve entre mis brazos tratando de calmar su dolor pero era en vano. No era capaz de abrir los ojos y su respiración era cada vez menos frecuente.
Se estaba muriendo.
En ese momento unas delgadas y fornidas piernas se presentaron ante mí, las reconocí enseguida. Petra, la gran líder de los Demonios de la Noche, la hija del Amo del Mal y la encarnación de la ambición, estaba frente a mí.
—Y finalmente renaciste— me dijo con claro tono de ira,
—Vine para detenerte— le contesté,
—Todos necesitamos un enemigo al cual vencer. Y yo estoy a punto de hacerlo—,
—La seguridad que te llevó a dónde estás, será la misma que te verá caer—,
—Seas lo que seas, Ángel o Haken, eres nada para mí. Débil, insulsa y manipulable—,
—Puedo detenerte—,
—¿Por qué no lo haces, entonces?—.
Embrace realizó otro quejido más, mucho más fuerte y doloroso. Ella sonreía perversamente, para sí sabía que me estaba venciendo. Lo que ella no sabía era que yo podía vencerla a pesar de ser la hija del Amo del Mal, podía debilitarla, solo que la forma para hacerlo me ponía en una encrucijada.
Si bien no me iba a afectar de forma directa, dejaría en mi interior un vacío imposible de llenar. Tenía que hacerlo de todas formas, el amor de mi existencia estaba a punto de morir.
—Todos tenemos una debilidad. —Le dije a Petra mientras me levantaba y alejaba de Embrace. —Solo tenemos que ser capaces de encontrarla—,
—Eso es... aléjate mientras este insulso Ángel muere— me contestó.
Yo caminé con pasos seguros, tenía que estarlo porque no habría vuelta atrás. A lo lejos divisé un arma de fuego, me apresuré a tomarla y correr hacia mi objetivo. Los gritos de Embrace me estaban hiriendo en lo profundo de mi alma.
—Esto se va a acabar, aguanta—.
Le dije mentalmente. Aún no terminaba de entender por qué tenía esa conexión con Embrace, sabía que se debía a algo, todo sucede por algo. La primera vez había sido en el Bosque Oscuro camino a Hollow Stone, cuando una Inferna intentó atacarme. Algo muy poderoso me unía a Embrace y era mucho más que el amor que guardaba por él.
—¿Vas a dejar que muera así no más?— me gritaba Petra desde atrás.
Yo no paraba mi andar, mi objetivo era claro, no podía echarme atrás. No sabía si era porque ahora era una Haken o porque verdaderamente había madurado con todo lo que me había sucedido, pero iba a hacerlo.
—Hasta aquí llegó mi paciencia, insulso engendro—.
Me detuve de pronto, mi objetivo estaba a escasos centímetros míos. Giré apenas mi cabeza para poder ver a Petra a los ojos, con mí mirada bastaría para que comprendiera lo que estaba a punto de hacer. Sus ojos cambiaron drásticamente y su expresión de gozo terminó en terror. Todos tenemos una debilidad, sólo es cuestión de encontrarla. No importa si somos mortales, semi mortales o inmortales. Siempre hay una pieza fundamental para nuestra existencia, tengamos corazón o no, experimentando sentimientos o energías.
Y yo sabía cuál era la de Petra.
Giré nuevamente mi cabeza para mirarlo a los ojos. Su mirada me devolvía consternación y sorpresa, ésta aumentó cuando vio como mi brazo se elevaba para apuntar el arma de fuego contra él.
—¡NO!— gritó Petra desde la distancia.
Sabía que era cuestión de segundos para que ella me alcanzara y me detuviera, como también lo eran para acabar con su debilidad. Nunca lo quiso reconocer, siempre mintió a todos diciendo que sólo era para ganarse la aceptación de su especie, pero en el fondo de ella siempre supo que era su debilidad, su obsesión, y que por esto tantas veces me atacó y muchas otras intentó matarme.
Porque temía que se lo quitara.
No iba a morirme, soy inmortal, pero el vacío que provocaría en mi interior sería insoportable. Mi hermano trató de explicarme lo que a él le estaba sucediendo, ya que mi madre, su Eterna Debilidad, había muerto. Me dijo que la oquedad que sentía en su pecho era inconmensurable y devastadoramente insoportable. Era como si algo le hubieran extirpado de su cuerpo, como si una parte de su alma se encontrara perdida. Y lo más grave de todo esto era que ese dolor, ese sufrimiento, sería eterno porque nadie llenaría ese vacío, ya que únicamente le pertenece a su Eterna Debilidad, que hoy está muerta...
Y hoy estaba a punto de atentar contra mi integridad.
Pero todo valía con tal de salvar al amor de mi existencia.
Respiré hondo y puse mi dedo en el gatillo del arma, preparada para disparar. Él me miraba estupefacto, tanto que ni siquiera se movió, sea por la misma sorpresa, porque no creía que fuera capaz de hacerlo o porque lo sabía y lo aceptaba.
Mis ojos se llenaron de lágrimas y mi corazón empezó a vibrar. Mi cuerpo empezaba a experimentar sensaciones raras, como si se estuviera preparando para lo que estaba por venir.
Tenía que hacerlo. Tenía que detenerla.
Cerré los ojos y disparé.
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