Capítulo 20: Pudo haberse evitado
Me fui de la habitación del General Marcus aturdida. Me sentía horriblemente culpable y tenía unas ganas impresionantes de propiciarme un tremendo golpe bien merecido.
¿Cómo podía disfrutar de la felicidad habiendo causado un increíble dolor a alguien por ello?
Mi felicidad con Demetrius estaba teñida del sufrimiento de Embrace y jamás podría ser feliz por ello. Nunca.
Esta historia no podía tener un final feliz. Siempre alguien saldría lastimado. No sé si fue el destino, nuestra vida, nuestras elecciones, pero la manera en que los tres estábamos unidos no nos dejaba mucho lugar para la felicidad. Ninguno de los tres podría ser simplemente feliz porque eso implicaría el dolor del otro. Era eso.
Una eterna agonía.
El pasillo estaba llegando a su fin y estaba por tomar las escaleras para descender al primer piso, cuando sentí la voz de Zalander escaparse por detrás de una puerta situada a unos centímetros míos. Me acerqué lentamente, aun no sabiendo por qué, pero presintiendo que algo importante encontraría allí. Y así fue.
El dulce aunque opacado tono de su voz me paralizó por completo. Me cortó la respiración. Detuvo a mi corazón. Quien se encontraba con Zalander era mi esposo, mi querido Embrace. Después de un mes de no saber absolutamente nada de él, allí se encontraba, detrás de esa puerta, a escasos centímetros míos. Recordé las palabras de mi hermano.
No interfieras
Quería correr y abrazarlo, pedirle perdón, suplicarle clemencia... Pero el tono lastimero que salió de su boca al pronunciar palabra me detuvo.
—No sé por qué lo estoy dilatando más... No quiero seguir con este sufrimiento—.
Mi corazón se partió en mil pedazos al escuchar con mis propios oídos el dolor que estaba atravesando, los deseos que tenía de morirse. La puerta no estaba del todo cerrada, por lo que me atreví a abrirla apenas, para poder ver dentro. La imagen me aterró.
El Embrace que yo conocí, esa criatura tan llena de vida, alegre, siempre feliz, amable y sincera, había dejado de existir. Y por obra mía. El Embrace que se encontraba dentro de esa habitación estaba muerto en vida, con la mirada perdida, un semblante duro y una expresión increíble de odio. Me asustó y mucho.
—No digas estupideces, tú vas a seguir aquí, en este mundo— le dijo Zalander mientras lo tomaba de la mano,
—¿Para qué? No quiero presenciar todo esto, me duele en el alma. ¿Cómo esperas que tome el hecho de que ese Demonio se encuentre viviendo con mi esposa?— le preguntó con ira, casi sin abrir la boca por lo tensa que se encontraba,
—Te dije que aún no era momento para que volvieras. Deberías haberte quedado en casa un tiempo más—.
¿En casa? ¿Todo este tiempo mi Embrace estuvo en la casa de Zalander?
—No puedo quedarme ahí mucho tiempo más. En algún momento tengo que enfrentar la realidad. O hago eso o me muero, una de dos, aunque la primera me mata en vida—,
—¡Bueno basta, Embrace! No puedo verte de esta manera, no eres la criatura que yo conocí y de la cual me enamoré—.
¿Enamorarse? Ahora comprendía su aversión hacia mí...
Y entonces, un pensamiento atacó mi mente: ¿Qué pasaba si Embrace no me perdonaba nunca? ¿Podíamos separarnos?
Era un pensamiento completamente egoísta. No puedo estar con Embrace y Demetrius, debía elegir qué hacer. Ambos ahora eran capaces de amarme, la gran diferencia era que Embrace siempre lo hizo y Demetrius lo comenzó a hacer ahora... Pero algo más había en la simple aunque penetrante frase de Zalander. Se conocían desde antes, y su relación tuvo que haber sido estrecha para que ella desarrollara ese sentimiento por él. Ahora recordaba que Embrace me contó que él también había participado de los entrenamientos para esa Operación Encubierta...
—Cuando tú me conociste aún no había conocido a...— y no pudo terminar la frase, no pudo siquiera pronunciar mi nombre,
—Ella es la fuente de todos tus males, ¿cuándo vas a entenderlo? Me lastima enormemente verte sufrir, saber que ella es una desagradecida que no te merece— dijo con poder, enojada.
Zalander se separó de él y ocultó su cara entre sus manos. ¡Qué artista! Seguramente quería darle lástima. Deseaba gritarle a Embrace que era todo una mentira, que ella no se sentía así, que quería provocarlo... Pero mi parte racional me dejó donde estaba porque sabía que yo le había hecho mucho mal y que esa criatura no le estaba mintiendo.
Yo era la fuente de todos sus males.
Embrace se acercó a ella y la tomó entre sus brazos. Mi corazón fue azotado por una profunda puntada de odio. Todo mi cuerpo se estremeció al ver a mi esposo sosteniendo, consolando, a esa horrenda criatura. Lo había conseguido la muy maldita. Embrace la estaba consolando...
—Nunca encontraré las palabras para agradecerte lo mucho que hiciste por mí— le dijo tiernamente.
Zalander se descubrió el rostro y lo observó detenidamente. Sus miradas se mantuvieron fijas un largo rato, como si con sus ojos se estuvieran hablando. Mis manos temblaban, mis labios también, mi corazón se retorcía, mis pulmones se cerraban... Sabía lo que iba a ocurrir de un momento a otro, no quería mirar, no quería ser espectadora de eso pero aun así no aparté mi vista de ellos, como queriéndome lastimar a propósito, como si lo mereciera... Y lo merecía.
Zalander esbozó una pequeña sonrisa y de a poco fue acercando su rostro al de Embrace, que se encontraba a escasos centímetros del suyo. Mi esposo permaneció quieto, aun sabiendo qué era exactamente lo que quería Zalander, ella continuaba acercándose muy lentamente.
—¿Estas segura?— lo interrumpió mi esposo,
—¿A qué le tienes miedo?— le preguntó ella,
—No puedo ser fiel a tu amor, sabes lo que siento por...— pero no pudo terminar la frase, lo interrumpieron,
—Shhh. —Dijo Zalander mientras le ponía un dedo sobre sus labios. —No pronuncies su nombre, ya no hace falta. Estoy aquí y dispuesta a ayudarte a olvidarla. ¿Me vas a dejar?—.
Embrace no produjo sonido y su silencio fue más que suficiente. Zalander atravesó los escasos centímetros que los distanciaban y sus labios se apoyaron sobre los de mi esposo. Él la atrajo hacia sí rodeándola con sus brazos por la cintura, ella elevó sus brazos para tomarlo por el cuello. Los dos se fundieron en un increíble beso, apasionado, desesperado.
Mis pulmones se cerraron y rechazaban el aire que quería ingresar a mi organismo. Todo mi cuerpo temblaba ante aquella aterradora imagen. Contenía mis deseos de gritar de angustia, temía que algún quejido saliera de mi boca. Las lágrimas comenzaron a juntarse desesperadas en mis ojos, y el mar de lágrimas finalmente apareció... Un torrente que no podía detener, un dolor que no podía apagar pensando en algo más, un sufrimiento nuevo, distinto.
Recordaba perfectamente el dolor que había sentido cuando mi Demonio fue uno con Petra una vez, cuando los vi por la abertura del techo, los dos fundidos en la cama de ella. Pero este dolor era distinto, me desestabilizaba por completo, me provocaba una profunda ausencia dentro de mí. Era como si algo en mi interior se hubiera escapado, desvanecido.
Algo fue arrancado, extirpado. Mi mente no dejaba de mostrarme todas las escenas que había pasado con Embrace una y otra vez, y luego, como por arte de magia las volvía a pasar pero sin él. Mi propia mente estaba queriéndome adaptar a su inevitable ausencia. Lo estaba sintiendo. Lo estaba perdiendo.
No podía continuar en ese lugar, viendo lo que jamás hubiese esperado. No podía estar feliz por él, por haber encontrado a alguien que pudiera ayudarle a atravesar este momento. En lo único que era capaz de pensar era que esa criatura femenina lo estaba alejando de mí y no lo podía soportar.
Nunca antes sentí este dolor, este miedo. No podía hacerme a la idea de no estar más con Embrace, era como pensar en vivir sin el aire, en volar sin alas. Nunca sentí esto porque siempre estuve segura de la incondicionalidad de su amor, y él me lo había anticipado. Siempre me dijo que no lo entendía, que yo no tenía que compartir su amor. Ahora lo comprendía. Él tenía que vivir con el hecho de mi irracional amor hacia Demetrius, sabiendo que nada podía hacer para quitármelo, arrancármelo. Quiso, intentó, pero esa pócima nunca sirvió.
Ahora yo era presa de su mismo sufrimiento. ¿Qué podía pasar si Embrace llegara a enamorarse de Zalander? ¿Y si no me volvía a elegir? No lo soportaba.
Me fui corriendo como pude de aquel lugar tras pronunciar un quejido de dolor que no pude contener. Corrí tanto como pude para no ser vista, aunque al descender las escaleras pude sentir cómo una puerta se cerró de golpe.
Bajaba las escaleras presa de un terrible sufrimiento que sumía a mi corazón en una terrible agonía. La imagen de Embrace besándose con Zalander perforaba mi mente, una y otra vez. Era como un taladro contra una dura pared. Una y otra vez la escena de ellos dos abrazados y besándose apasionadamente. Era una realidad. Embrace estuvo con ella todo este tiempo y la muy maldita lo usó a su favor para reestablecer el lazo que tenía con mi esposo antes de conocerme a mí. Y le dio resultado, finalmente lo había conseguido.
Embrace me había dejado. Había tomado la decisión de irse del Castillo, de alejarse de mí, y más aún cuando se enteró del verdadero linaje de mi hijo. ¿Qué sucedería ahora? ¿Y si me dejaba?
No podía hacerme a esa idea... No podía.
Un temblor hizo vibrar todo el suelo de la Guardia haciéndome caer por los pocos escalones que me faltaban para llegar al primer piso. Mi cabeza golpeó fuertemente contra el suelo y todo me dio vueltas. Unos soldados que estaban en la puerta principal corrieron a socorrerme, vi como Lucian se levantaba de su silla y salía corriendo hacia fuera, con una expresión oscura en su rostro.
—Debemos salir cuanto antes, Reina— dijo uno de los uniformados con notable miedo,
—¿Qué sucede?— pregunté extrañada.
Y en ese momento se escuchó claramente un sonido aterrador, algo similar a un aullido escalofriante. Tan potente fue aquel ruido que tuvimos que cubrirnos nuestros oídos, porque penetraba abruptamente por nuestros canales auditivos. Hasta hubo guardias que gritaban desesperadamente, como en un intento por acallar ese horrible sonido.
Entre dos soldados me sacaron de la Guardia. Uno de ellos me llevaba encima, mientras que el otro hacía de mi escudo. Algo poderoso estaba ocurriendo en mi aldea, algo impredecible.
Petra.
No había otra respuesta, ella debía de estar realizando su siguiente movimiento. Mi corazón se comprimió al pensar tanto en el paradero de mi hermano como de mi hijo. ¿Sería capaz de llevarse a alguno de ellos?
Cuando salimos al jardín delantero del cuartel me aterré. La oscuridad de Mundú era diferente, parecía ser como más densa y peligrosa, porque se sentía en el aire que algo raro había en ella. Y entonces los vi.
No sabría explicar muy bien qué eran pero formas oscuras se movían deslizantes por la parte delantera de la Guardia de la Aldea. Había soldados que apuntaban inútilmente sus armas contra ellas, pero nada les sucedía. ¿Cómo matar a una sombra?
Pero no sólo fue horrible ver los intentos fallidos de los soldados de derrotarlas sino ver su desgarradora muerte. Fue una imagen tan desoladora que creo que jamás podré arrancarla de mi mente.
Al ser cautivados por las sombras, sus cuerpos se perdían en la inmensa oscuridad que ellas emanaban, pero sólo por un instante. Luego aparecían desfigurados, como si un ácido hubiera corroído sus pieles hasta el punto de dejarlas en carne viva. Sus gritos desesperantes de agonía te dejaban sin aire, y parecía que ellos mismos se volvían locos. Locos de dolor. Se golpeaban su propia cabeza, sus extremidades, como en un intento de arrancárselas. Era horrendo.
Desvíe mi mirada de aquel espeluznante espectáculo y me encontré con varios guardias armados, todos corriendo para el mismo lugar. Me tomó poco comprender hacia dónde se dirigían.
La Prisión de Mundú.
Se encontraba en la parte izquierda subterránea de la Guardia. Se entraba por una pequeña puerta oculta en el suelo, custodiada por tres guardias, y otros tantos más estaban dispuestos sobre el césped protegiendo toda su extensión. Pero no bastó, nada de ello fue suficiente cuando una increíble explosión aturdió a Mundú.
Los soldados que me acompañaban cayeron al suelo junto a mí, completamente sorprendidos. Yo no pude dejar de mirar hacia el lugar de la explosión. Una increíble llamarada ardiente y rojiza se extendía hasta el cielo, amenazante, impenetrable... para nosotros, porque de ella surgieron tres Demonios en todo su esplendor, con sus alas abiertas moviéndose frenéticamente... Transportando a Calandra, Ulises y la pequeña Uriel.
Me levanté corriendo del suelo, aunque en vano, para dirigirme hacia el lugar del hecho. No sabía bien por qué pero la impotencia me ganaba, deseaba poder sentirme útil para algo pero no había nada que podía hacerse. Petra lo había logrado y no pude anticiparme a ella.
Y de la misma forma queellos desaparecieron en el aire, las sombras se desvanecieron en el ambiente.Petra fue capaz de rescatarlos, de llevarlos con ella y yo no hice nada.Recordé las palabras de Zalander pidiéndome más seguridad para ellos, comosabiendo lo que estaba por pasar. Ella sí fue capaz de anticiparlo y yo no. Medaba bronca, mucha bronca.
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